lunes, 10 de septiembre de 2012

ONCE Y SIETE




El dilema de hoy era si comerme o no la torta de chocolate que me trae la asistenta quincenal, aunque si la llamo así no la reconozco, pero si os digo que es Lamari a lo mejor pensáis en la perraflauta, y no, que yo con esa no me voy ni en el último cohete con destino a cualquier otro lugar, en fin...Es una señora mayor que me conoce desde antes que yo naciera, ayudaba a mi madre con la casa y prácticamente hacia pressing-catch con nosotros para levantarnos de las camas, así que para mi es más de la familia que el ochenta por ciento de mi familia. Y al revés creo que también, no con quien naces sino con quien paces. Gran verdad.

Y digo dilema porque llevaba unos días con esa sensación de la que os he hablado en otras ocasiones, como si tuviera la tensión alta o descompensada, y claro, el chocolate no es lo más indicado para dejar de tenerla aunque sea más bueno que casi todo, y es que a veces hasta lo bueno no te sienta bien, que yo no sé qué coño nos pasa pero más parecemos virus que seres llenos de amor, como dicen los quedaos, esos que en toda su puñetera vida han tenido que tratar con borrachos a diario. Una semana les daría para cambiar de opinión y pensar que en este mundo no hay más que hijosputas. También yo pensaría que Vasile está lleno de amor si viviera rodeado de chupamingas. Pero como no lo estoy digo lo que pienso: que es el mayor hijo de la Gran Puta que ha conocido la Tierra. Muy por encima de Hitler y Kasparov.

Eso era lo que pensaba mientras hacía la compra mensual en el súper, "¿me sentará bien o mal? seguro que mal...con el hambre que tengo y lo rica que está...mecagoenlahostiaputa" Así que no ha sido raro que mi compra pudiera firmarla hasta un gay ciclado, por comprar he comprado hasta yogures de esos que tanto odio, dejando de lado todo lo que me gusta y mirando y remirando todo lo que la tele dice ser bueno para tu salud, aunque mejor eso que mirar a las cuarentonas telecinqueras, es verlas e imaginarlas grabándose con el móvil mientras se hacen un dedo para su amante, y es que a algunas petardas no se le cae el teléfono de la mano ni aunque estén comprando berenjenas, "mira lo k stoi conprndo x acer tempo, kari..."  Ahora me acuerdo de una vieja...

Bueno, la llamo vieja porque no nos oye que si lo hiciera sería capaz de denunciarme y encima le darían la razón, pero no sé porqué no se puede llamar vieja a una que hace tiempo dejó los sesenta detrás, por mucha pelu de niñatas que lleve encima, o gafitas que no sé si servirán para ver pero molan que te cagas, como la minifalda que enseña el inicio de su culo, sin duda torneado por largas horas de gimnasio, o fitness, o Pilates, o ball-busting, que todo puede ser con esa cara de mala leche, por llevar llevaba hasta unas pulseritas en el tobillo derecho, "¿para qué cojones se pondrá eso ahí?". Pero no, a mi no me van las viejas, a mi me gustan jóvenes, cuanto más mejor, como la chica que estaba comprobándole las primitivas, una muchacha que todavía no tendrá los dieciocho y que te hace pensar que es virgen, lo cual es casi un milagro, casi tanto como para conseguir que me decidiera a arreglarme para ir a echar la diaria bonoloto, dejando de lado mi estrafalario uniforme habitual de las mañanas, y es que la chica no tiene aspecto de que le gusten los saltimbanquis, no...pero no hubo suerte: los tres días siguientes, los tres, no estaba ella, pero sí su papá y su mamá, supongo que ya se habrá ido a la ciudad, a la Universidad. Lástima. Putamierda.

Cuando he regresado con la compra Lamari ya andaba a lo suyo, quitando mierda hasta del techo, he visto la bolsa con la barra de pan y la torta, "me voy a dar un paseo mientras terminas el salón", "¿no te comes la torta, Kufistín?", "no...ahora no...cuando venga..."

Y me he ido derechito a la farmacia, sección báscula con tensiómetro incorporado.

Me he pesado sin la ayuda del farmaceútico, lo cual es casi un triunfo para mi, pero con el otro chisme no sabía ni qué brazo meter, "oye...¿como va esto?". Es un chico joven, lleva un pendiente en la oreja, alguna vez lo he visto paseando a un enorme perrazo, y muy amablamente (quizá demasiado, quizá solo sea que soy un paranoico) me ha explicado el procedimiento:

- "Mete el brazo izquieeerdo...asiiií...déjame...ya está. Ahora dame un euro...vale, ya está...¡pero siéntate bien!...relájate...Y NO HABLES NI TE MUEVAS"

Si me lo hubiera dicho mi madre no le hubiera hecho más caso.

Y entonces el chisme ha empezado a comprimir poco a poco mi bíceps, por llamarlo de alguna manera, cada vez más y más, tal vez pensara que era el de Hulk Hogan, bueno el de ese no que ya será más viejo que Matusalén y tampoco me oye, digamos...no sé, que yo no me fijo en eso, el de uno que lo tenga duro, me han dado ganas de decirle al suave que si eso era normal, pero como me había mandado callar lo he hecho como una puta, si es que todavía se puede utilizar esa palabra. Finalmente ha aflojado la presión y la báscula ha cagado otro ticket que no me dado tiempo ni a coger, lo ha hecho el del pendiente por mi, que se ve estaba a mis espaldas durante todo el proceso...

- "¡Ah, pues está muy bien, perfecta!...mira, once la alta y siete la baja. Como un reloj" me ha dicho con una gran sonrisa.

Y mientras me despedía dándole las gracias he sentido como esa pestosa nube se iba desvaneciendo poco a poco.

No hay nada como que una máquina te diga que estás bien para creer que estás bien.

El paseo duró el tiempo necesario para volver a casa.

Un poco más del que tardé en comerme la torta. Rica.

Y hoy toca cocido de madre.

Superior.

2 comentarios:

  1. Momentos divertidos en tu relato pero,un poco egoista por lo largo y por quitarme tiempo de ver y leer otras cosas.Muy atinada la opinion en Público sobre los periodistas seleccionados.Estupendo.

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