viernes, 29 de septiembre de 2017

VIVIR Y MORIR EN LA MANCHA

Yo tenía veintipocos años y él los que ahora tengo. Ella era algo mayor que yo, no mucho más, o eso es lo que hoy recuerdo. Que no eran de aquí saltaba a la vista. Que eran muy felices, también. Y que cada vez que venían al bar todos nos alegrábamos es algo que no he olvidado.

Fue un verano de hace muchos años, quizá hayan pasado ya veinte. Vinieron una tarde y se sentaron donde siempre se sentarían, en la barra. Él tenía aspecto de profesor. Ella era muy guapa: apenas maquillada, el pelo largo, la tez pálida, y unos ojos grandes, tímidos, profundos y serenos. Eran educados sin resultar cargantes, cosa que puede resultar casi tan irritante como no serlo y que muchas veces es signo de mala educación. Sus conversaciones eran eso, suyas, y esto era lo que sin duda alguna les delataba como extranjeros en esta Mancha tan dada a llevar el altavoz cosido a la garganta. Pero lo que más llamaba la atención eran sus perennes sonrisas, tan naturales y contagiosas que hasta unos mancheguitos como nosotros no veíamos nada ofensivo en ellas, al contrario.

La verdad sea dicha, nosotros éramos de lo mejor que ellos podrían encontrarse por aquí. Y supongo que ellos se dieron cuenta enseguida porque muy pronto empezaron a venir a diario. Jamás les preguntábamos nada. Nunca nos hacíamos los típicos graciosos pueblerinos que no éramos. Les atendíamos bien y punto. Y cuando ellos querían charlar, charlábamos. Y mi padre, que era un figura y en cierto sentido un hombre de mundo y los apreciaba casi tanto como yo a ella, se quedaba con ellos.

No recuerdo hablar poco más de cuatro nerviosas cosas con aquella pareja. Era muy joven, ella me gustaba mucho y yo me daba cuenta de que no tenía nada que hacer.

Una noche, a finales de verano, vino Paco el Gato con una borrachera del quince. De hecho no llegó a entrar al bar por indicación de mi padre y, obediente, se quedó en el ventanal que daba a la calle. Yo era la primera vez que lo veía borracho. Paco no bebía más que café y algún que otro zumo. Era ladrón y había estado en la cárcel. Gordo, bajito, ininteligible aún sereno, cuasi deforme, estaba casado con una de su clase a la que solía ahostiar antes de que lo encerraran en la cárcel por robar los cepillos de las iglesias madrileñas. Pero salió y ya más tranquilo se vino para su pueblo. Y se convirtió en una de nuestras moscas de bar: ¿hacía falta algo del mercao? Paco iba; ¿que había que ir a por unas botellas de coñac? Paco iba; ¿que había que echar una Primitiva? Paco iba; ¿que había que ir al video club a por el último estreno para mi padre? Paco iba...y volvía.

Una tarde que estábamos muy liados y no había tiempo para nada vi que no me daba tiempo a ir por el tabaco. Para tales situaciones teníamos a un mozo viejo con la natural fama de maricón de los pueblos al que le soltaba los veinte mil duros necesarios para rellenar la máquina. Pero aquel día no estaba por allí.

- No me va a dar tiempo para ir a por el tabaco, papa -le dije a mi padre

Mi padre miró y vio a Paco.

- Que vaya Paco -dijo
- No jodas
- Que sí
- ¿Pero como va a ir Paco?
- Trae, dámelo

Le di el dinero y llamó a Paco.

Y al rato volvió.

Desde entonces el maricón tuvo que conformarse con las suplencias, como seguramente le advirtiera el Gato.

Pero la noche del ventanal Paco el Gato no estaba para ir a ningún sitio, ni recurriendo a su increíble agilidad y rapidez reconocida aún por la propia Policía Nacional.

- ¿Qué te pasa, Paco? -le dijo mi padre
- Wrawrawra...cbrlbr
- Estás jodió, cabrón
- Wrwrawra
- Venga, anda...Tómate uno y te vas

Vi como la chica miraba a aquel ser que había emergido en la noche. Por primera vez no la vi sonreír. Una expresión como de miedo le crispó la cara. A su hombre también se le borró la sonrisa. Mi padre, sin embargo, seguía sonriendo.

- Wrwrgaha
- ¿Tienes hambre?
- Ji
- Dame unos mejillones a la vinagreta, Kufisto -me dijo

Alucinado, cogí seis y se los llevé

- Toma -dijo mi padre cogiendo el plato
- Grgacgr

Y Paco cogió y empezó a comérselos con la concha y todo, triturándolos bien con los cuatro dientes que le quedaban.

Mi padre ni se inmutó, sonriente, pero yo me quedé alucinado y la feliz pareja no pudo más y se fue.

También Paco se fue después de otro cubalibre. Y puede que aquel postrero día del verano fuera el último que vi a la pareja.


Hoy ha venido al bar uno que estuvo haciendo la mili conmigo. Al principio ni lo reconocí de lo viejo e hinchado que estaba. Llegó con una mujer gorda y envejecida a la que por más fuerza que hice no pude reconocer como el pivón que tenía en aquellos años. Y no lo era, como ya reconociéndonos me dijo después. Aquella lo había dejado en la ruina hace unos pocos años. Tuvieron un hijo y esto y lo demás fue su perdición. Los tiempos de Paco el Gato habían quedado muy atrás.

- ¿Te acuerdas de Santi, el conductor?
- Claro, coño, lo veo de vez en cuando, ¿qué pasa?
- Cáncer de páncreas. Le han dado cuatro meses de vida.

Eran las diez de la mañana. Le puse su segundo JB con hielo. Hablamos de los viejos tiempos mientras se lo bebía y al final se fue ante los urgentes requerimientos de la mujer porque no bebiera más.


Acabé mi turno. Eran las seis y algo cuando diez horas y media después llegué a casa. Me cambié y salí a andar. Al sol le quedaban un par de horas como mucho. Puse música electrónica en el teléfono y enfilé hacia el paseo de las afueras.


Santi...Santi...¿te acuerdas de Santi?...Sí me acuerdo, sí...Un tío tremendo...fuerte y grande, noble, tontorrón...Está muriéndose vivo...Este dice que ya está escuchimizao, que no lo reconocería, que es una puta pena...Tengo que verle, tengo que verle...Tengo que darle las gracias por todo aquello antes de que se muera...Santi, Santi...me acuerdo de ti, me acuerdo de ti...Me cago en la puta, Santi...


Oí un pitido. La batería estaba acabándose. Y ya sin esa música que va cerrando mi pasado pensé que lo mejor era volver a casa. Pero andaba tan lejos que tuve que oír mis pisadas y ver mi sombra, alargadísima de espaldas e invisible de frente.


Eché un Euromillón aleatorio y una Bonoloto en la administración de lotería que encontré.


Estaba cerca de casa. Sólo había que llegar. Después un par de pitos y a la cama. Pero vi la alargada sombra de una hermosa mujer mirando una tienda de mascotas y tuve que escribir algo.



jueves, 21 de septiembre de 2017

SUERTE II

Yo estaba medio malo cuando a eso del mediodía entró al bar mi querido tío con cara de estarlo entero, y no por haber cogido frío. Le puse una caña, un pincho y me retiré a hacer algo para que corriera un poco el tiempo con la esperanza de que así el retardo influyera en la más que previsible explosión. También ayudó la presencia del loco de las dos últimas semanas, un pedazo de mostrenco que viene al bar cuando sale de la revisión. Llega, se sienta justo delante del grifo y pide una cerveza sin alcohol con limón. Hoy no estaba la puta de la semana pasada y supongo que decepcionado le ha dado por ver el vídeo de "Nothing compares 2U" de Sinead O´Connor a pleno volumen de su móvil, lo que no dejaba de crear un cierto desconcierto con la mierda que yo tenía puesta en forma de radio Country del Spotify. Pero en fin...¿qué vas a poner a la una y media en un bar decente de La Mancha? ¿Black Sabbath?

Terminé de fregar los cuatro platos sucios y, ya sí, fui a sentarme sobre la cámara para echar el rato con mi tío.

Estaba leyendo el As como pudiera haber estado leyendo "Los hermanos Karamazov" El Madrid había perdido, sí, pero eso no daba para tanto ni aún para él, el hombre más madridista que he conocido en toda mi vida.

- ¿Qué te parece esto? -dijo casi entre dientes
- ¿El qué?
- Lo del Barcelona con los independentistas esos...
- Ah, sí...
- Pero qué hijos de puta...Y que todavía vayan por los campos de España y nadie, NADIE, les silbe
- ...
- Yo es que ya no sé qué pensar de lo que pasa en España...¡Pero joder, QUÉ NO OS QUIEREN, COÑO! ¡COMO PODÉIS APOYAR A ESTOS SINVERGÜENZAS! La madre que me parió...
-...

Sinead O´Connor volvía repetir lo mismo en el móvil del loco.

- Esta gente que quiere destrozar el país, que nos odia con todas sus fuerzas, que nos toman por gilipollas...-seguía con cierta contención. Miré al loco y vi como una lágrima luchaba por escapar de su curtido ojo de hombre de campo- Mira, Kufisto, yo en mi casa no entra nada, pero nada, que sea catalán. Miro las etiquetas, ¿eh? Y si veo cualquier cosa que no me cuadre, fuera. Estoy hasta los cojones ya de todos estos, coño. Hasta los cojones. ¡ANDA Y QUE SE VAYAN YA A LA PUTA MIERDA!
- Yo lo que creo es que tienen a alguien detrás -aventuré a decir quizá movido por la educación y la fiebre
- ¿Alguien? ¿a quien?

Estaba a punto de decírselo cuando llegaron un par de médicos. Mi tío se fue y el loco me pagó la cerveza. Pero no se fue. Se quedó un rato más ahí, en el grifo, mirando a la jodida calva irlandesa. "Santo Dios -pensé- ¿de verdad era esto lo que tenías preparado para mi, con lo cojonudo que yo era de pequeño?"

Al final se fue el loco y también uno de los doctores. Quedó el otro leyendo un periódico, uno que parece hermano de Rajoy. Le puse un vino y me fui a la esquina para seguir mirando TV3 en mi móvil. Pero ya sin la O´Connor era como si no hubiera más que silencio.

- Joder qué tropa -dije
- ¿Qué? -dijo él
- Sí, el tema este de Cataluña

Al doctor le gusta hablar, eso lo tengo claro desde hace tiempo. Pero como dicen que soy tan serio y parezco tan serio, nunca ha intentado entablar conversación conmigo.

- Ah, pues sí -dijo- Lo que está pasando allí es algo que no tiene nombre.

Me acerqué después de un intercambio de frases y de echarme una cerveza. Hablamos. Un tío inteligente, claro, de mundo. Es médico. Vi como él no se esperaba ni mi vocabulario ni mis respuestas. Soy camarero. Pero un rato más tarde vi hasta emoción en sus ojos. A la gente le chiflan las sorpresas. A mi no tanto. Soy camarero y estoy medio loco.

Se fue. Seguro que no será la última conversación. Yo me sentí un poco mejor, tanto que cuando iba echarme la segunda cerveza pensé si no sería mejor hacerlo con el primer whisky. Seguía estando medio mal y ya como que me daba lo mismo: "si hay que estarlo, que sea del tó" Iba a pillar la botella de Johnnie Walker cuando de refilón vi su "Royal Salute 21", el mejor whisky que he probado en mi puta vida. Me eché media copa, cogí las gafas de sol y el tabaco y me salí a la terraza.

La tarde era magnífica. Nadie por aquí, nadie por allá. Mi ciego parecía haberse quedado dormido y nada podía impedir ese rato de felicidad. Cogí el vaso y le eché un trago. Estaba casi tan glorioso como la primera vez: qué whisky...Me hice un pito. E iba a echarle el segundo trago a aquel almíbar cuando vi que un pequeño bicho había caído dentro. Metí el dedo para sacarlo y no fui capaz de cogerlo. Siempre pasa cuando lo intentas sobre otro elemento. Estaba a punto de dejarlo por imposible cuando lo enganché contra la pared del cristal. Me pareció que todavía estaba vivo al tenerlo en la yema de mi dedo, cosa que me sorprendió y alegró. Le di un empujón y seguí a lo mío.

De pronto se oyó un maullido. Un gatito loco cruzó la acera e intentó meterse en mi bar, hasta que topó con la cortina metálica. "¿Pero qué coño?" Volvió a intentarlo y volvió a echarse para atrás. Pero a la tercera lo consiguió.

- Me cago en su puta madre...

Pasé para adentro y lo enganché. Lo saqué afuera y volvió a hacer lo mismo. "¿Pero bueno, este cabrón qué coño hace?" Oootra vez, fuera. Oootra vez, dentro. Así hasta cuatro veces. En estas que vino uno de los pocos viejos que viene el bar cuando yo ya estaba poniéndole un plato con leche al puto gatito, cosa de la que pasaría como de la mierda.

- ¿Qué haces, Kufisto?
- Pues ná, este cabrón que va pá arriba y pá abajo. Ha llegado hace un rato y se mete al bar.
- Jajaja...Ponle algo de comer. Algo de carne o algo de eso, no sé

Pasé adentro y puse un poco de chorizo desmenuzado sobre un trocito de papel albal. Nada. Cero. Para adentro. Y en una de las que pasó encontró la parte trasera de la tragaperras donde tengo la alfombrilla y allí se quedó y lo dejé.

- ¡Qué cabrón! -dije
- Jajaja -rió el viejo- Anda, ponme un café.

Se lo puse y me eche una copilla de las normales. Y entonces pensé que si el gato siguiera allí cuando llegara mi hermano para darme el relevo...me lo quedaría.

El viejo, un buen hombre, empezó a contarme historias de cuando él lo fue. Yo le escuchaba con atención pero no perdía ripio de la situación de ese pequeño cabrón. Por algún motivo lo había intentando setenta veces contra mis cortinas y al final las había cruzado. Seguía allí, escondido, acurrucado, seguramente raspando la jodida alfombrilla para afilarse las uñas como por instinto hacen todos estos pequeños cabrones. Yo había tenido uno hace años y este no podía tener más que tres meses de vida. Eran las cuatro y media de la tarde. A las cinco y media cambiaba el turno. Si a las cinco y media ese pequeño hijo de puta seguía tras la tragaperras...me lo llevaba al veterinario y después a mi puta casa.

Bajé la música, ya en onda Rock. Llegó el ciego y bromeé algo menos de lo normal. De vez en cuando salía de la barra para asomarme para ver si el gato todavía seguía allí. Y allí seguía, mudo, encogido, sin moverse, tal y como se ponen ellos cuando las ven negras. Puede que tuviera hambre, puede que tuviera sed, puede que tuviera ganas de joder...pero estaba claro que lo que más tenía era miedo. Y por eso estaba allí, donde nadie sabía que estaba menos yo y el viejo que ya se había ido.

Eran las cinco cuando por sorpresa llegó el del mantenimiento de los grifos de cerveza. Un amigo, sí, Pero en qué momento...Algo de ruido haría, algo de ruido haría...Yo ya tenía a los Led Zeppelin casi en código Morse. Empecé a echarme chupitos para ayudar a mi gato.

Y a eso de las cinco y veinte, apenas a diez minutos del límite, llegó uno, pidió un café y se fue a jugar a la máquina. "Oh, Dios, ¿por qué me haces esto?"

Me puse en la esquina buena. El gatete todavía estaba allí. "Dios, aguanta, aguanta, aguanta..." En estas llegó un conocido pasao, ya puesto, y se puso a hablar a voces con el que estaba jugando a la máquina. "Oh, Dios, no, no me jodas, coño -pensé- no, no, no tan cerca..."

Yo no hacía más que agachar la puta cabeza desde mi esquina para ver si mi gato aguantaba. "Aguanta, aguanta, aguanta..." Más risas, más escándalo, más ruidos de monedas..."Dios, mi gatete va asalir disparao, el pobre..."

- ¡¡¡KUFISTO!!! -dijo uno
- ¡¡¡QUÉ, COÑO!!!
- Ehhh, ¿qué pasa?
- Ná, ¿qué quieres?
- Ponme un cubalibre, joder
- Vale, vale...
- Hostia, pues vaya...

Llegó mi hermano. Pillé la bolsa con mis cosas y agarré al gatete sin que ellos se dieran cuenta: "¿qué haces, coño?", "ná, joder"

Disparado llegué a la veterinaria donde llevaba a mi anterior gato, a Suerte, aquel buen amigo. Aparqué en una plaza de minusválidos y pase para adentro con él en la mano.

- Hola, buenas. Vengo a que me miréis a este pequeño. Me lo he encontrado en el bar y...
- ¡Ay qué guapo que es! -dijo la chica de recepción acariciándolo- ¡qué ojos más azules! pero bueno...¿y esto dices que te ha entrado en el bar?
- Pues sí
- Pero antes tengo que pasarle la máquina para ver si tiene chip
- Pues pasáselo

Pasó a por la máquina y se la pasó. Nada. Era un puto gato callejero.

- ¡Ay que guapo...! -dijo- Bueno...¿tú has estado aquí antes, no?
- Sí, claro -dije- Tuve un gato. "Suerte" Se me murió el año pasado
- ¿Y tu nombre?
- Kufisto
- Ah, sí, estás aquí...Espera allí. ¿Como quieres llamarle?

Me quedé un rato en negro.

- Suerte II
- ¿En latino o en...?
- En latino. Una cosa seria.

Dejé a Suerte II en la solitaria bandeja de una habitación vacía y me fui a la sala de espera.

Allí estaba una gorda de teta tatuada con un cachorro de bulldog. Luego llegó una chica joven con su madre y un galgo con los cojones colgando y una pata rota. Empezaron a hablar mientras yo miraba la enorme elegancia del galgo. El pobre animal se estiró en el suelo, las ancas traseras en modo persecución, y mirando alrededor ahí terminó por derrumbarse viendo lo que había.

- ¿Kufisto?
- Sí
- Pase por aquí, por favor.

Una chica muy joven, pequeña y morena, con gafas, de no más de veinticinco años, enganchó a Suerte II y empezó a examinarle.

- Esto bien, esto bien, esto bien...-decía palpándole
- Aja...

Le miró el culo.

- Es gata -dijo
- Me cago en Dios
- ¿Qué?
- No, nada, nada...Sigue

- Bueno, Kufisto, pues está perfecta. Le voy a dar el antiparasitario y nada más...¡Ay qué hermosa que es! ¡qué ojos más azules que tiene la chiquitina...!

Suerte II y yo salimos a recepción para pagar. Todo el mundo miraba mi mano derecha, hasta la guarra del bulldog.

- ¿Qué te debo?
- Tres euros...¡Ay qué hermoso...!
- Es gata
- ¡¡¡AAAYYY!!!, ¡Ay mi chiquitina, hermosa, guapa!...¿y donde dices que te la has encontrado?
- En mi bar
- Ay, la pobre...¡chiqui, chiqui, chiqui...!
- Ay qué cosa más hermosa -dijo la del bulldog
- Bueno, venga que me tengo que ir
- Ayyy...
- Venga -dije- ya que estoy aquí dame algo de comida para gatos y eso.
- Claro, claro...¡Ay, qué hermosa!


Veinte pavos. Fui a la plaza y pillé un cagadero y un par de bols para el agua y la comida. Diez más. La arena no me convenció y decidí pillarla en el súper de al lado de mi casa. La puta gata no quería salir de mi puto coche y me las vi negras para encontrarla. Al final la enganché bajo el pedal del acelerador. Cogimos el ascensor y subimos a casa. Allí la dejé mientras bajaba por su arena.

Había un tío viejo pidiendo en la entrada. Español. Le solté los cuarenta céntimos que me encontré y pasé para adentro. Cogí el saco de arena perfumada para gatos y ya me iba para la caja cuando volví sobre mis pasos, pille una bandeja de salchichón, dos botes de cerveza y una barra de pan.

Un par de moros estaban delante de mi cuando fui a pagar. Ni miraban a la chica, ni la miraron mientras les atendía, ni se despidieron de ella al irse.

- Esto me lo pones en una bolsa, por favor -le dije a la muchacha

Salí. El viejo español seguía allí. Le di su bolsa y me dio las gracias.


Y mientras escribo esto todavía no sé donde está la puta gata.






sábado, 16 de septiembre de 2017

ESTANIS

Estanis había pasado doce días en el ala de psiquiatría del hospital. El ingreso había sido causado por un cuadro psicótico producto de su alcoholismo. Pero cuando ante las constantes quejas del paciente los doctores vieron que lo suyo iba a peor con la brutal medicación lo miraron mejor y encontraron un páncreas increíble. Le cambiaron de planta para tratarle la inflamación y por poco no perdieron la cabeza al comprobar que cinco días después ya estaba tan bien como para darle el alta sin más intervención que los consabidos buenos consejos de difícil cumplimiento. Estanis cogió su petate en una bolsa de Mercadona, se despidió cariñosamente del nuevo compañero de habitación que había llegado esa misma mañana, y a eso de las cinco de la tarde salió del hospital con nuevos bríos y, esta vez sí, decidido a todo.

Estanis tenía 53 años y era un tipo duro. Nacido en un pueblecito de Asturias, de familia humilde, noble y orgullosa, pronto vio que a pesar de lo que admiraba a su padre quería ver mundo. Hizo el servicio militar en Algeciras y allí se alistó en la Legión. Seis años después tuvo que salirse para no matar a su sargento, un tipo que estaba haciéndole la vida imposible desde que Estanis le levantara a la puta que se había estado follando. Los hombres de honor, y Estanis lo era, luchan hasta el final y aceptan la derrota sólo cuando el otro demuestra que vale más que él. Entonces, en ese momento, seguir adelante es cosa de tontos. Y si para seguir has de tirar de posición es que eres lo peor: un cobarde. Estanis cogió su petate y se fue a Madrid.

Allí se hizo portero de discoteca. Era un as de las artes marciales aplicadas. De mediana estatura, poco musculado pero todo fibra, solía bastar con mirarle a los ojos para que la mayoría de liantes, aún yendo pasados, se lo pensaran dos veces antes de seguir adelante. Y quien no lo hacía así luego pensaba que lo mejor hubiera sido pensárselo cuatro. Por esto tuvo algunos problemas con la Ley que poca mella hicieron en él. Pero la tensión de la noche empezó a pasarle factura en la cabeza y decidió dejarla antes que fuera demasiado tarde. Tenía 35 años y se fue para Barcelona.

Aprendió el oficio de pintor. Era fácil. Sólo había que pintar con los compañeros y después ir a las bares a echar el resto del día y la mayor parte de la noche. Un poco de coca también para despertar y a tirar de rollo como si no hubiera un mañana. Y así pasaron algunos años, hasta que el poco de coca y el todo lo demás empezaron a causarle problemas serios: se le estaba empezando a ir la cabeza. Y eso era algo que él no se podía permitir. Su padre jamás lo hubiese hecho.

Una mañana se levantó y cogió un tren hacia La Mancha. Llegó a uno de sus pueblos y se echó otra amiga. En cierta manera allí se sentía como en casa por primera vez en mucho tiempo. Aquella gente, huraña y arisca a primera vista, tenía su punto de nobleza cuando el extranjero la demostraba. Y él otra cosa no, pero noble lo era de corazón. Serlo siempre en una gran ciudad era un peligro; pero en un pueblo no había mejor manera. Retomó su oficio de pintor, dejó las drogas y alcoholes duros, y siguió viviendo su vida.

El día que le llamaron para decirle que su padre había muerto enganchó una borrachera tal que tuvieron que llevarlo a Urgencias. No pudo ir al entierro. Ese fue su primer ingreso serio. Cuando le dieron el alta se fue a su pueblo y estuvo hasta la noche llorando sobre la lápida de su padre.

Vino una racha mala. Más mala vida y más ingresos hospitalarios, a cada cual más peligroso para cualquiera que no fuera Estanis. Los médicos se admiraban de sus recuperaciones. Era algo que daba para llevar a los congresos médicos. ¿Como era posible aquello? ¿como era posible que ese paciente siguiera vivo? ¿como era posible que ese hombre tuviera esa capacidad de recuperación?

Después de uno de esos ingresos, Estanis volvió a dejar la peor parte de sus adicciones. Seguía bebiéndose sus tres litros de cerveza diarios y las cuatro copas, repartidas en el día, de anís; pero fuera de los dos paquetes de tabaco y algún canuto de marihuana, nada más. No le afectaba. La gente del pueblo lo seguía queriendo y él se desvivía con todos ellos. Pintaba paredes y hacía todos los favores que podía hacer, que eran muchos. Allí le querían. Y él quería estar allí, con ellos, en el que ya era su pueblo.

Y algún tiempo después llegaron aquellos doce días en el ala de psiquiatría del hospital.

Entró a un bar del que guardaba un buen recuerdo.

- Buenas tardes
- Buenas tardes -dijo el camarero
- Ponme un Bio Solan

El camarero se lo puso y después volvió al ordenador.

- ¿No te acuerdas de mi? -dijo Estanis

El camarero lo miró con un cierto sobresalto. También él padecía de ciertas lagunas mentales y esa pregunta era del tipo que mejor lo siguieran siendo.

Lo miró.

- Pues no -dijo
- ¿No?

Lo miró mejor.

- ¡Ah, coño -dijo aliviado- tú eres Estanis!
- ¡Pues claro, joder!
- ¡Me cago en la puta!...Tan delgao y pelao...no te he conocido
- Pues soy yo, que salgo ahora mismo del hospital.
- La madre que me parió, ¿otra vez?
- Oootra vez. Pero esta va a ser la última. No voy a beber más. Lo he jurado por mi padre y si no lo cumplo soy un hijoputa. Estos doce días que he pasado rodeado de locos no voy a olvidarlos en la vida.

Estaban solos. Hablaron un rato. Salieron a fumar mientras veían pasar coches y algo de gente. Una de estas fue la mujer del último compañero de habitación que Estanis había tenido. Era una señora mayor acompañada de su hijo, un mostrenco tatuado, y tanto ella como él no hacían más que darle las gracias por todo lo que Estanis había hecho y dicho durante las breves siete horas en las que sus vidas se habían cruzado. El camarero miraba maravillado todo aquello y más aún cuando Estanis le contó la brevedad de aquel encuentro. Al final pasaron para adentro, Estanis pidió otro Bio Solan y siguieron haciendo tiempo mientras unos amigos venían a recogerlo.

Llegaron y se abrazaron. Era una pareja normal. Él pidió una copa de whisky y ella una cocacola. El camarero se retiró para dejarlos tranquilos. Su turno estaba a punto de acabar y aquello ya no era asunto suyo.


Y al irse le echó la mano a Estanis con la sensación de que ahora era este quien no lo reconocía.


Y cuando un par de minutos más tarde volvió con su coche para recoger el tabaco olvidado ya no quedaba nadie allí más que su hermano detrás de la barra.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

SARA

Era la una del mediodía cuando Sara, ya sola, cambió la cerveza por el ron. Había llegado poco antes a la nueva ciudad junto a tres compañeras de club. La noche había sido tan larga como todas y el viaje en coche tan incómodo como para ahuyentar el tremendo cansancio. El nuevo jefe estaba esperándolas en un bar. Entraron, pidieron unas cervezas y hablaron de las condiciones. Poco después se fueron a descansar al piso pero Sara prefirió quedarse un rato por ahí a ver si pescaba algo. Volvió al bar y pidió un ron con cocacola. Sacó el teléfono y esperó.

A eso de las dos, y ya con el segundo whisky con cocacola, entró al bar un tío grande y feo de extraño aspecto que no dudó en ponerse junto a ella atraído por la inmensidad de ese culo que el pantalón no tapaba del todo. Pidió una cerveza sin alcohol mientras ella seguía tecleando su móvil como había hecho desde su llegada, pero sabiendo que ahora sí tenía a un posible cliente a sus espaldas. La falta de sueño y la tercera copa ya estaban haciendo su efecto. Miró en el bolso por algo de cocaína que sabía no le quedaba y no la encontró. Cogió un cigarrillo y buscando el mechero oyó la voz del tío extraño que estaba a su lado.

- No fuuumes

Sara lo vio por primera vez. Era feo, calvo y parecía medio subnormal. Tenía esa mirada fija, vacía pero pesada, que tienen quienes no están bien de la cabeza. Le sonrió con el pito apagado en los labios y salió afuera para fumárselo. Miró pasar los coches por la avenida y a los padres y a las madres que cruzaban los pasos de cebra con sus hijos pequeños cogidos de la mano. Los chicos gritaban y agitaban sus carteras. El nuevo curso acababa de empezar. Sara tenía treinta años pero todavía podía recordar que esas cosas empezaban en septiembre, cuando las hojas se van muriendo en los árboles. Y se fijó en uno de los de la mediana que ya las tenía amarillas. Las de los otros todavía aguantaban casi todo su verdor; pero eso era porque no se habían comido todas las horas de sol gracias a los edificios de enfrente: una calle, una simple calle vacía de ladrillos, era la diferencia entre el verde y el amarillo. Sara tiró su cigarrillo y pasó para adentro.

- El tabaco es malo -dijo el tío feo
- Sí -sonrió Sara
- Si sólo fuera su hoja, sin nada más, sin ninguna de la mierda que le echan...todavía. Pero así es un veneno
- Bueno -dijo Sara- pero hay cosas que necesitan un poco de veneno para estar bien.

El tío raro se quedó mirándola.

- ¡Ay, no me mires así! -dijo ella riendo. Y volvió a coger su teléfono.

- ¿Como te llamas?
- Sara
- Yo me llamo Jose, pero todos me dicen el Sardina
- ¿El sardina? -río Sara
- Sí
- ¿Y eso?
- No sé. Es cosa de familia.
- Ahhh

Empezó a contarle lo famosa que era su familia. Él no era de allí, pero a veces tenía que ir por asuntos médicos, cosas sin importancia. El Sardina se acercó un poco más a Sara. Ya casi estaba tocándola y ella no se movía de su sitio. Era una puta, estaba claro. Una de esas guarras que hacen lo que sea por algo de dinero.

- Oye, yo también tengo Wassap -dijo el Sardina
- ¿Ah, sí? -dijo Sara- qué bien
- Mira, te doy mi número
- Vale -dijo ella
- Así estamos en contacto
- Claro, guapo

Intercambiaron números. El Sardina vio que la cosa era real y se excitó aún más.

- Oye, Sara
- Dime
- Queee...podríamos hacer algo, ¿no?
- Claro
- Digo ahora
- Sí, cariño

El Sardina esperó a que el mosqueado camarero no estuviera cerca. Por fin dejó en paz el ordenador y se fue a la otra esquina de la barra.

- ¿Cuanto? -dijo el Sardina
- Cincuenta -dijo Sara

Eso era demasiado para él. Sara estaba buena, era rubia, tenía un culazo enorme, unas tetas grandes y cara de viciosa pero...cincuenta euros, ¡cincuenta euros!

- Te doy veinte
- Con eso sales a la calle y te haces una paja -dijo Sara, ya sin sonreír. Y le dio la espalda.

El Sardina se calló. El aburrido camarero volvió al ordenador.

- Eres una puta

Sara bebió un trago.

- Eres una puta

- Oye, vale -dijo el camarero
- ¿Vale, qué? -dijo el tío raro
- Que vale ya

El tío raro lo miró fijamente.

- ¿Qué te debo?
- Dos con veinte
- ¿Dos con veinte?
- Dos con veinte

Pagó y se fue.


El camarero cogió algunos pinchos y se sentó en el otro extremo de la barra para comérselos. Ella volvió a teclear su teléfono, esperando que el camarero acabara de comer para irse a dormir al nuevo piso.

- ¿Qué te debo? -preguntó
- Tres copas, doce euros

Sacó un billete de cincuenta.

- Gracias -dijo el camarero dándole el cambio
- Gracias a ti -dijo ella
- No hay de qué
- Sí, sí lo hay...¿como te llamas?
- Kufisto
- Yo me llamo Sara. Adiós, Kufisto.


Sara se fue y Kufisto volvió a su esquina.


Y pudo ver como aquel culazo cruzaba los pasos de cebra mirando su teléfono, como si los rugientes leones que bajaban y subían la avenida no fueran más que gatitos domesticados entre cuatro paredes cerradas a cal y canto.



viernes, 1 de septiembre de 2017

UNA BOTELLA DURA DE ROER

El Willy empezó a oír y ver cosas que sólo él podía oír y ver. El festival se había acabado, las drogas también y ya era el momento de hacer el viaje de regreso a casa. Sus amigos le buscaron y no le encontraron. Alguien les dijo algo de Barcelona. Dos semanas más tarde sus padres y la policía le encontraron deambulando por ahí y lo llevaron de vuelta a casa. Diez años después el Willy seguía en el mismo sitio donde se quedó. Las voces y las imágenes iban y venían según como llevara la medicación. Pero fuera de ellas no había nada. Nada. Era como vivir con una silla de ruedas para el cerebro.

El padre murió y sus hermanos se fueron del pueblo a seguir sus estudios. A los amigos ya les había dicho desde el principio que eran demonios y que Dios le había ordenado que no se juntara con ellos. Se enclaustró en casa y pasó los años comiendo, fumando y viendo el televisor. Engordó mucho y empezó a perder algo de pelo. Un día salió y se emborrachó. La policía lo detuvo y llamaron a su madre. Lo llevaron al hospital y algunos días después salió para su casa. Esa fue la primera de muchas. El Willy se había cansado del claustro materno.

Poco a poco empezó a hacer nuevos amigos. Vagabundos y tirados que se reunían allí donde no molestaran demasiado. A veces lo hacían de más y la célula era disuelta a golpe de porrazo policial. Durante unas semanas estaban cada uno por su lado, pero ya con las aguas calmadas y algunas desterradas ausencias la cosa volvía más o menos a su ser. De vez en cuando se les unía alguna puta en las últimas o alguna discapacitada olvidada por todos y las manoseaban por turnos y previo pago en alcohol, drogas o chucherías.

Que viera cosas que los demás no veían no significaba que no viera lo que ellos veían. Él veía más, eso era todo. También a ellos, a sus antiguos amigos, aunque terminaran por evitarlo ante sus solas peticiones de algo de dinero entre pretendidas sonrisas de imposible complicidad. Esto era algo que llevó a algunos de ellos a considerar la posibilidad de que no estuviera loco sino que simplemente se lo hiciera. "Ese cabrón no está tan mal como dicen -decían-, ¿sino de qué iba a estar por ahí bebiendo y poniéndose todos los putos días? ¡y encima viviendo de la madre y con la pensión que le dieron! qué desgraciao, qué hijo de puta...Qué asco me da"

Una tarde los vio a lo lejos sentados en una terraza. Estaban tomando copas con sus novias o esposas y podía oírles reír y hablar fuerte. Parecían estar pasándoselo tan bien que el Willy cesó en su paseo habitual, pasó al chino, compró una botella de whisky, hielo, cocacola y un paquete de cigarrillos y se sentó en un discreto banco para observarlos. Dos horas más tarde se fueron a cenar. Y después de pensarlo un rato decidió hacerles una visita en el último garito de la noche. Ese donde ya los había encontrado alguna vez.

Eran las cuatro de la mañana y ellos todavía no habían llegado allí. Willy lo sabía porque llevaba desde la una haciendo guardia a una prudente distancia. Había pasado un par de veces a mear para asegurarse. No estaban. La botella de whisky se estaba acabando y pronto sólo le quedaría cocacola y unos cubitos de hielo que ya estaban volviendo a ser agua. El sueño comenzaba a vencerle cuando oyó un prolongado maullido al otro lado del callejón. Asustado se acercó y vio desaparecer la cola de una gata en celo, una como tantas de esas que habían matado a patadas tras acorralarlas cuando eran todos unos chicos en busca de diversión. La gata se había escondido en un pequeño recodo muy oscuro. Maullaba y maullaba sin parar. Willy sacó el mechero. Trató de encenderlo pero sólo logró sacar chispas. Y a cada intento los maullidos se hacían más y más fuertes, más y más agudos, más y más dolorosos. Estaba a punto de darle una patada a la oscuridad cuando el mechero se encendió. Los maullidos cesaron y temblando como al borde de un ataque acercó la llama y vio a una gata sonriéndole en silencio mientras un enorme gato negro la montaba furiosamente sujetándola por la nuca con sus dientes.

Despertó. ¿Qué hacía allí? ¿donde estaba? ¿qué había sido eso? Cogió la botella y apuró el último trago a morro. Se incorporó y con todas sus fuerzas la lanzó al otro lado del callejón. No oyó el ruido de cristales rotos. Furioso, fue a buscarla para destrozarla a mordiscos si fuera necesario. Pero a mitad del camino tuvo miedo y se dio la vuelta. Salió a la calle y vio luz enfrente. Tenía una sed horrible. Ese último trago le había abrasado las entrañas. Tan sólo quería beber un vaso de agua e irse a casa, a casa, a casa...

Entró al bar. Las luces estaban dadas y la música baja. La camarera lo miró asustada.

- Un vaso de agua

Un camarero se acercó y mirándole muy seriamente se lo puso

- Te lo bebes y te vas -le dijo
- Sí, sí...

Willy lo cogió y se lo bebió de un trago

- Otro, por favor. Otro y me voy
- El último. Y rapidito.
- Sí, sí...

Esta vez levantó la vista mientras se lo bebía y se vio reflejado en el espejo del botellero. Ahí estaba él; gordo, borracho, abotargado, con una barba que daba asco verla...y detrás de ella estaban sus viejos amigos.

Le miraban. Todo el mundo estaba mirándole muy serio. Se volvió y los vio. Allí estaban con sus mujeres. Allí. Ahora estaban allí. Ahora sabía qué hacía allí. Y ahora que él estaba allí todos habían dejado de reír.

Se acercó al primero de ellos, a quien había sido su mejor amigo.

- ¡Tú! -dijo Willy
- ¡Yo qué, desgraciao! -respondió el otro todavía más fuerte

Willy se echó mano a la cazadora y encontró un pedazo de cristal. Iba a sacarlo cuando alguien por detrás le golpeó con una botella en la cabeza.

Despertó. Ahora estaba tumbado en un banco. Se reincorporó y vio que estaba amaneciendo. Miró a un lado y vio una botella de whisky casi vacía, una de cocacola y unas cuantas colillas. Echó el último trago, se levantó con la botella en la mano, la pasó arriba y abajo de su nuca y se fue con ella para casa.


Estaba en la puerta cuando la tiró al suelo para ver como se hacía pedazos.