lunes, 20 de abril de 2015

LOS PATOS NO COMEN CHURROS




Se los había guardado durante toda la semana pasada. Creo que fue el miércoles o el jueves cuando lo pensé: "¿Y si el lunes se los echo a los patos?"

Todos los días compro 6 para el bar. Siempre sobran. La gente sigue con miedo. Yo cogía los 4 churros que sobraban y los congelaba por si al día siguiente hacían falta. Nunca pasó. Así que los patos eran una solución más atractiva que la basura. Hay que ir haciendo buenas acciones, no sólo pensarlas.

Hoy dormí lo de dos días. Anoche acabé realmente cansado. Cada vez me pesan más los domingos. Trabajo demasiado.

Terminé por levantarme y me fui de bancos. No entiendo como la gente puede trabajar en esos sitios. Claro que hay mucha gente y no conozco bien a casi nadie. Puede que a nadie.

Comí y volví a dormirme. Me despertó una llamada desconocida. Era la compañía telefónica. Una chica. Le compré un seguro para el móvil.

- "Venga, al parque" -me dije.

Cogí la bolsa de churros descongelados de la mañana, me despedí del gato y marché a darle de comer a los patos.

Apenas había nadie. Eran las 4 y hacía una tarde esplendorosa, brillante, amarilla y azul, de esas que uno ya va apreciando un tanto. Me encaminé hacia donde los patos suelen tomar el sol y sólo vi a unos pocos. Supongo que los demás estarían durmiendo o algo así. Encontré una sombra bajo un buen árbol y hacia allí me fui, imaginando patos volando torpemente hacia mi al tiempo que aullarían como lobos por mis churros descongelados.

Partí un pedazo de uno y lo tiré al agua. Un pato gordo se fue hacia él sin mucho entusiasmo. Lo olisqueó cero coma y se largó por donde había venido. Y yo miré para atrás y a los lados. No vi a  nadie.


Dejé el bolsón colgado de un madero de la cerca y salí de allí.


"Alguien lo aprovechará" pensé.


Afuera el sol brillaba como si todo el mundo estuviera feliz.


Y de mi teléfono salió el Here comes the sun de los Beatles.