domingo, 27 de junio de 2021

MANDARINA

 Pasó al bar junto a otros dos viejos clientes, dos amiguetes con quienes alguna que otra vez me emborraché en el pasado; él con la mascarilla puesta y ellos no. Yo estaba fumando en la puerta y allí nos saludamos antes de entrar; él lo hizo de manera un tanto nerviosa llamándome por mi nombre pero yo no lo reconocí aunque su voz me trajo un lejano eco. Pidieron un par de cervezas y un café y se fueron al ventanal. Venían de que les inocularan la segunda dosis de la vacuna. Dejé los servicios y él me dio las gracias al servirle el café con leche. Yo seguía sin reconocerle. Luego entró una tía también con la mascarilla puesta, se fue hacia ellos y se sentó junto a él. Me acerqué y no quería nada, pero él se había quitado la mascarilla quizá para beber y fue entonces cuando lo reconocí: doce o trece o quince años más viejo de la última vez que nos encontráramos. Él había estado enamorado de la chica que era mi novia; era evidente; yo lo sabía y creo que ella también; era un chico "super educado", que no perdía los papeles aún estando rodeado de traspapelados de parecido corte, todos universitarios, no fumadores, fans de Siniestro Total y del ron con cocacola, del Real Madrid y con pintas de extras en mitin del PP del último Aznar, "gente decente" y poco o nada problemática aún dentro de los enormes pedos que se agarraban, más allá de las típicas miradas de borracho hacia el camarero que les decía no a la última copa con la excusa de tener que fregar. De todas formas no acababan aquí sino que seguían buscando el amor en los últimos garitos abiertos. A veces los veía tras cerrar el bar. Ya derrengados me invitaban a un chupito que no quería y allí se quedaban, bebiendo hasta mearse encima mientras pedían más Siniestro Total al sufrido deejay de turno.

Cuando se marchó lo hizo en compañía de la tía que había llegado después. Ahí si intercambiamos unas cariñosas palabras desde la distancia y no hubo más. No es mal chico, al contrario; ni tampoco lo era entonces; sólo le gustaba mi chica pero ella estaba conmigo. La verdad es que estaba bastante bien; mi chica, digo; y era la típica tía que sin pretenderlo podía enamorar a uno de estos soñadores de dulcineas: no era zafia, divertida sin ser ordinaria, simpática, fiestera dentro de la Ley y, sobre todo, muy guapa al natural. Ea un espectáculo verla recién duchada.

Salimos a fumar. Uno de ellos, su hermano pequeño, me contó lo nervioso que se había puesto cuando le dijeron de ir a tomar algo a mi bar. No dije nada y le dejé hablar. Este, como suele pasar con los hermanos pequeños nacidos en los setenta, salió bastante más duro que el mayor. Ahora está bien pero estuvo a punto de quedarse en el camino por culpa de las drogas y las malas mujeres; y por las esporádicas conversaciones que hemos mantenido a lo largo de todos estos años blancos es un tío con las ideas muy claras, algo que suele pasar cuando uno sale de la zona oscura. 

Y empezó a hablar de su hermano mayor. A los hermanos pequeños les encanta hablar de los hermanos mayores.

Con la ayuda del otro (compañero de escuela del susodicho) me descubrieron la personalidad del interfecto. Nunca había cambiado. Con respecto a las mujeres siempre había tenido muchas reticencias:

- ¿Te acuerdas cuando decía: "Esta es peluquera y las peluqueras..."?

Y cosas así. Ninguna le convenía. Todo eran reticencias, temores, fosos de agua tras un obstáculo que saltar.

Al final se había casado con una otorrinolaringóloga que después se había sacado también la carrera de psiquiatría, que ea la que actualmente ejercía. Vivían aquí, en una casa estupenda llena de ordenadores que nunca apagaban y dos niñas, pero él iba todos los días a Madrid y ahora estaba intentando vender el piso y la cochera que tiene en Alcalá y no sé qué más.

Traté durante bastantes años a los psiquiatras del hospital. Solían venir aquí a tomar las cañas. Muchas mujeres y dos o tres tíos; uno de ellos, amiguete mío, un vallisoletano, el evidente macho alfa de la manada, se follaba a quien quería. Este también era músico y tenía una banda. Están en Spotify. Con menos de mil audiciones por canción pero están. Una mañana llegó y me dijo que estaba hasta los cojones, que todo era una mierda, que iba a dejar el trabajo y se iba a dedicar de lleno a la música. Al final lo pensó mejor y se conformó con irse a trabaja a un gran hospital de Madrid. 

Faltaba una hora para acabar y ya todo estaba hecho. La peor hora. Salí a fumar. Un pájaro grande de cola azul andaba picoteando en el hueco donde debía estar una de las rejillas que canalizan el agua. Estaba tranquilo, no como los gorriones. Al rato pasó un coche y se echó a la mediana, entre la hierba que rodea a los arbolillos. Volvió a bajar al pilón. Creí ver un gusano en su pico. Entonces llegaron tres extraños y pasaron al bar. Ellos pidieron gintonics y ella, tras un rato de duda, se decidió por uno de los elegantes zumos embotellados prácticamente naturales que tenemos expuestos en un expositor de madera sobre la barra: a pocos le gustan. No tienen más azúcar que el de la fruta que llevan. 

Y en ese mismo momento, cuando ella todavía estaba dudando y mirando, leyendo y volteando, llegó Gonzalo, mi amigo bipolar.

- Hola, Kufisto-
- Hola, Gonzalo-

Ella eligió uno de limonada y se fue con los otros.

- ¿Qué es eso, Kufisto?-
- Zumos -le dije- Zumo naturales al 99 %-
- Ah...

Gonzalo está de ordinario tan drogado como pueda estarlo cualquiera a quien la Ciencia no le encuentre remedio. Y cuando no lo está se cabrea y hace cosas raras. Gonzalo tiene que drogarse para que no lo droguen más. Y si no lo meten en un "centro" y allí se tira unos meses. Ahora está a punto, o eso me dijo, muy cabreado, hace una semana. Pero yo no lo veo tan mal. También él empezó a toquetear las botellas. Son bonitas las jodías.

- Hostia, Kufisto-
- ¿Qué?-
- ¡Qué bonitas!-
- Sí. Y zumo natural-

A Gonzalo le encanta todo lo natural.

Se decidió por uno de mandarina con un toque de algo que no sabíamos (Rosemary) y luego resultó ser romero casi en el mismo instante en el que la otra llegó y me pidió un licor de mora sin alcohol. No le había gustado el zumo.

- Hostia, Kufisto -me dijo Gonzalo mientras fumábamos un cigarrillo en la puerta- Qué bueno está esto-
- Ya te digo-


- ¿Y donde vamos a ir? -decía ella atusándose el pelo recién duchada-