domingo, 30 de abril de 2023

BEGOÑA PREGUNTA POR TI

Éramos adolescentes viviendo sus últimos años de estudios sin saberlo todavía. Muy pronto, tal vez dos o tres años más tarde, a las puertas de la Universidad, los dejamos para siempre. Ya para entonces nos habíamos separado. Después de todo pasaron cosas: yo repetí 2º de BUP, Jose pasó a tercero y creo recordar que a Juan (un chico de otro pueblo) lo sacaron sus padres del régimen de interno en aquel colegio de curas. Apenas dos años de amistad de colegio. Pero dos años adolescentes.

No sé decir si fue por un accidente de moto o por jugar al fútbol pero el caso es que durante algunas semanas (no muchas, diría dos o tres) hube de quedarme en casa por una lesión en el tobillo. Reposo absoluto al principio, vendaje compresivo, nada de escayolas...Los primeros días de convalecencia pasaron entre un ir y venir de mi pobre madre para abrir la puerta de casa a mis buenos compañeros de colegio que, intimidados como cualquier adolescente en casa ajena, preguntaban por mi. Mi vieja les acompañaba y después nos dejaba solos para bajar a la tienda. Esto duró dos o tres días; cuatro, como quien dice: nadie quiere pasar la tarde con un impedido cuando son quince los años que hierven su sangre. Pero Juan (el peor de todos nosotros según los maestros) no dejó de ir a verme ni una sola tarde.

Era un chico alto, delgado, fibrado, de marcadísimo rostro anguloso, nervioso, activo, incapaz de quietud; hoy en día lo catalogarían como hiperactivo, serial killer o algo así, estoy seguro; a pesar de su no tan leve problema de habla no se callaba ante ninguna circunstancia, tanto en la clase como fuera de ella. Más de uno se comió sus hostias sin consagrar. Muchos más de uno. Y mucho mayores y más grandes que él. Pronto lo dejaron a su aire. "Ese chico está loco"

Y era un sol. Mi pobre madre flipó con él durante mi convalecencia: tan educado y al mismo tiempo tan bromista, y ya entonces tan sin miedo a hablar con mujeres...Todos los demás chicos eran eso, chicos asustados en casa ajena.

Juan llegaba al salón con todo su ímpetu natural, "¡qué tal va eso, Kufisto!", y sentado a mi lado, fumando cigarrillos, me contaba las últimas novedades de los días, de como aquella había preguntado por mi y todo eso. Día tras día sin fallar ni uno.

Llegó el día de su forzada marcha (me doy cuenta de que lo recuerdo conforme lo escribo) y nos juntamos los tres amigos abrazándonos entre lágrimas. Lloraba Juan sin solución; no podía pronunciar palabra sin romperse a llorar y a moquear hasta la asfixia.


Hay días en el bar que funcionan tan al revés como uno de esos estados próximos a la muerte. Son muy raros, no diré la contrario, pero los hay. Es una especie de rebobinamiento comunal en el que por alguna confluencia astral todo se alinea a última hora en tipo "2001"

En verdad el mediodía había pasado bajo el signo previsto de todo el finde: poca gente, muchas fiestas lejanas y todo lo demás. Lo bueno de tener casi cincuenta años es que ya nada te pilla de sorpresa; si es que bueno no sea más que algo que no te pilla por sorpresa.

Eran las tres y media de la tarde cuando a punto de acabar de recogerlo todo de una vez (en el último momento había tenido que atender unas tostas tardías) para echarme una tranquila cerveza  con mi fiel cliente dominical (un rockero que se tiñe el pelo) que llegó un antiguo compadre con la familia: sus viejos cumplían sesenta años de casados, habían comido por ahí, y ahora venían aquí a echarse las copas.

"¡Me cago en Dios! -pensé- ¿Pero este (por su padre) no se suicidó hace años?"

No. Ahí estaba. Bien derecho. Ochenta y cinco años. Gin tonic y paquete y medio de tabaco diario. Eso sí, jubilado con apenas cuarenta años. Me había confundido de suicidio.

Y entonces el bar, a última hora, de golpe, se llenó de viejos amigos míos. Y Jose era uno de ellos.

Con suerte nos vemos una vez al año. Hoy lo hizo en compañía de un compadre suyo, un amiguete mío. La conversación derivó, no sé como, hacia Juan. 

- Me lo encontré en Ibiza hace años -dijo el amiguete- Puede que fuera el 2017, por ahí...Estaba de segurata en una puerta de discoteca, pasadísimo de vueltas...Yo le hablé de aquí y sólo se acordaba de ti, Kufisto; ni de Jose ni de nadie, sólo se acordaba de ti. ¡De hecho pasé a la disco por ti! 


- Kufisto
- ¿Qué?
- Begoña pregunta por ti.
- Ya
- ¿Bajamos a la habitación y nos fumamos uno?
- Venga. Ayúdame.

viernes, 28 de abril de 2023

CUMPLEAÑOS EN EL PARQUE

 - Hace calor -concedí a los fantasmas.
- Sí -respondió mirando al cielo- Y además el cielo nublado. Al menos son nubes y no los chorros de los aviones.
- Sí, esos ya han hecho su trabajo. Malditos hijos de puta -dije echándole mano al vaso- Este bochorno jode el whisky. Jode el whisky, te jode a ti y jode todo lo que se ponga por delante, menos a los subnormales del calor. Es como Torbe haciendo porno.
- Jajaja
- Tú realizaste buenas películas porno de chaval, ¿por qué lo dejaste?
- No me gustaba el ambiente. El tío que ponía la pasta era un macarra de mucho cuidao.
- ¿Sí?
- Sí. Tenía mucho dinero, era de familia de pasta...Siempre estaba enzarpao. Él llevaba las chicas y las localizaciones, yo todo lo demás: cámaras, iluminación, montaje...
- ¿Y los chicos?
- Esos pagaban por follar.
- Jajaja. La verdad es que yo también habría pagado por follarme a esa rubia, aquella que luego vi anunciando el Jet-Extender en los promocionales de madrugada. Salía sentada en el sofá con un viejo. El viejo hablaba de las buenas prestaciones del producto. Ella sonreía como medio colocada y decía algunas frases.
- Sí, jajaja...Menuda era. La querida del productor. 
- Pero tú eras un crío, apenas tendrías qué se yo, ¿veinticinco como mucho?
- Por ahí
- La madre que te parió. Recuerdo una escena...Era por las inmediaciones del Museo del Prado...
- Sí...
- Joder, la filmaste de maravilla.
- Estaba buena.
- Era al mediodía. En un barrido de cámara ella aparecía a lo lejos con un vestido rojo muy ceñido, escotado, un escándalo.
- Sí.
- Todo el personal giraba la cabeza para seguir mirándola
- Jajaja
- ¿Por entonces no había necesidad de pixelar los rostros ni nada de eso, no?
- Nada.
- Veías a los viejos, a los hombres y a los chicos que a esa hora pasaban por allí, sus gestos, el ansia, el deseo, la memoria...
- Jajaja
- Unos primeros planos, cortos, concisos; una turista despistada y un caballero que se le acerca para ver si puede ayudarla.
- El productor. El tío de la pasta. Su chulo.
- Me gustó tu falta de regodeo en esa secuencia: insinuaste lo que había y ya.
- Sí, ¿para qué? Lo bueno vendría después. Era como un Hitchcock.
- ¿Ya lo veías en aquellos años?
- ¡Joder, Kufisto! ¿no te acuerdas de las sesiones de pelis en vuestra habitación?
- ¡No me jodas!
- ¡Claro, coño! Estábamos todos allí, dios y la madre, fumaos perdíos...Claro que tú eras mayor que yo y no me hacías mucho caso. Yo tenía más amistad con Juan, el tercero de tus hermanos.
- Sí, claro.
- Y yo estaba allí, flipando.
- Así que también veíamos Hitchcock´s...
- Claro, tío. Me acuerdo como si fuera ahora: "Marnie la ladrona"
- ¡Joder!
- Sí, tú hablabas por encima, de vez en cuando, sin pesadez, como explicando algunas cosas. Yo era un crío, Kufisto, y me daba cuenta de todo.
- Pero tú siempre has estado metido en el rollo, es decir...naciste con una cámara. Te viene de tu viejo.
- Sí. Pero aquello de bodas, comuniones y bautizos no era para mi...
- Jajaja, ¡brindo por eso!

Brindamos y bebimos. 

- No sé como puedes beberlo a pelo con este calor -le dije.
- Me gusta así.
- Ya, a mi me lo vas a decir...¿Sabes? Hace no tanto vino un tipo, un tío bien puesto, puesto en el sentido de bien, nada de historias, ¿comprendes?
- Claro.
- Bien. Pues entró al bar y pidió un café. Era más o menos la hora que es ahora. El bar estaba vacío y el tipo dio a sentarse justo enfrente de la vitrina de los whiskies. "Tienes buen material" dijo. Bueno, eso es algo que está clarísimo, cualquiera puede verlo...Aquí no me comparo con nadie porque no hay tutía, y en la provincia lo dudo. Tendrías que ir a Madrid para encontrar algo comparable. ¡Y no sólo a Madrid! si no buscar sitios en Madrid.
- Así es.
- Bien. "Me vas a poner un Glenlivet -dijo- Uno de doce años" "¿Hielo?" pregunto "No". Le sirvo la medida, lo huele y dice: "Ahora le echas una piedra de hielo" No me molesté, de verdad. No. Hay gente así. Es raro pero a veces uno se encuentra con gente así, es decir, con alguien que de verdad sabe más que tú ¡y mejor aún! no tienes ningún problema en reconocerlo. Es una especie de instinto. En fin...Cogí una piedra de hielo y lo coloqué sobre la cucharilla del café, limpia, pues no tomaba azúcar. La introdujo en el whisky, le dio unas vueltas y la sacó. "Así despierta el whisky" dijo. Luego hablamos su buena media hora. Era un enólogo de Ramón Bilbao que estaba de visita por la ciudad. Un catador profesional.
- Joder.
- Sí, hará más de un año de esto y todavía me acuerdo.
- Ya te digo, como para olvidarlo.
- Es tan raro encontrar a alguien que sabe de lo que habla que cuando ocurre das a gracias a Dios.
- ¡Y a su puta madre! -concluyó Cujo levantando su copita en ofrenda a un nuevo brindis.

Chocamos los vasos, el mío ya con la piedra de hielo casi derretida en el licor.

- ¿Y este cabrón qué coño está haciendo? -dije mirando el coche aparcado calle abajo. Veinte minutos habían pasado desde su salida del bar para coger no sé qué. 

Volvió. Bromeamos. Pagó y salió a la terraza.

- ¿Me llevas a casa? -le dije. No tenía ninguna gana de andar más. Hacía tanto calor como "La Bomba" de King África en un puto entierro.
- Claro, Kufisto.
- Adiós, Cujo.


Monté en el coche tras quitar toda la mierda que había en el asiento. "Bueno -pensé- no soy el único" Había hasta un blíster vacío de mortadela a un euro. 

- ¿Y tu coche cuando te lo dan?
- Pasapalabra.
- Jajaja

El coche. El coche. Dos meses y pico sin coche por una tía estúpida que olvidó echarle el freno de mano al suyo.

Llegamos a mi calle cantando a voz en grito viejas canciones del Evaristo. Y pasé al super adyacente al piso. Compra de bar, ineludible para el fin de semana, y ya de paso algo para mi. Un paseo militar, automático, reglado por la costumbre. Cinco minutos escasos. A las cajas. Estábamos cuatro gatos.

Ya cerca de las cajas vi a una mujer empujar su carrito hacia la indicada por la empleada, una tía gorda y muy maquillada. 

Llevaba una especie de enorme palo relleno de papel que sobresalía de un carro medio rellenado con productos que yo no le daría a mi gata. Era una chica de treinta y muchos, desmaquillada, de pelo negro y lacio, tímida, agotada. La gorda cajera me tendió el separador y lo coloqué sobre la cinta para separar mi material del de la descompuesta tiarrona que estaba tras de mi. Empecé a descargar la compra que ya iba pesando sobre mi hombro izquierdo. La sesión matinal de golpeo al saco había sido bastante buena mientras duró. Ahora era otra cosa.

La chica, nerviosa y acelerada, extrajo una tarjeta del bolso. No funcionaba. 

"Esta chica está casada y tiene hijos. Por lo menos dos. Sí. Dos."

Probó con otra. Tampoco funcionaba. Un gesto de total desesperación cruzó por su cara.

"Se lo pago yo"

Funcionó con la tercera.


Cuando pagué lo mío y salí de allí todavía tuve tiempo para a volverla a ver cargada de bolsas, calle arriba.


El gran palo de papel que llevaba a cuestas era un simple rollo de mantel para usar y tirar.


Cumpleaños en el parque.

miércoles, 26 de abril de 2023

¡QUITA, COÑO!

 "Memoria interna casi llena" 

Lleva tiempo así, con algunas intermitencias cada vez más cortas. El teléfono está haciéndose viejo, muy viejo, y por más memoria que voy borrándole nunca es suficiente. Está cansado, muy cansado. Ocho años a mi lado quemarían hasta a mi madre.

¿Ocho? Perfectamente. En verdad no recuerdo cuando lo compré, es decir, cuando me lo dieron por un contrato a dos años. Hasta entonces esa era la esperanza de vida de todos los móviles que habían pasado por mis manos. "Obsolescencia programada" Parece el título de una canción de los Pink Floyd de Syd Barrett. 

He borrado casi todo desde que su enfermedad hizo acto de aparición, hará como dos años. No había otra: el teléfono se bloquea sin permitirte hacer nada con él. Fotos, vídeos, audios...de todo. Pero lleva un par de días en una especie de fase terminal, morfínica, con la que sólo se puede apechugar en los breves segundos que permite hasta darse cuenta del truco.

"Memoria interna casi llena"

Y lo dejas descansar. Ya no puedo eliminar más cosas de su memoria, de la nuestra: sólo quedan las fotos y los vídeos de mi sobrino y los audiolibros de Spotyfi. 


Decidí ir al tanatorio antes de mi regreso al bar. Era mediodía y hacía calor. Llegué sudado, apenas había gente. Todavía era temprano, no haría un par de horas que mi viejo cliente estaba anunciado en la reja de entrada. Me lo había dicho uno de sus yernos a eso de las nueve de la mañana, un tío todavía joven, un chaval excepcional. Pidió tres cafés y una tostada para llevar mientras me contaba lo que habían sido sus últimas horas, tan parecidas a las de mi padre. 

Era en la sala más grande, la misma de mi padre, la primera a la izquierda conforme se entra, esa que se alcanza tras bajar una escalera. Allí, todavía arriba, me encontré con una de sus hijas, la segunda, la mujer de aquel chaval, que lloraba rodeada por tres amigas.

- Hola.
- ¡Kufistooo! - y se echó a mi cuello y lloró más.
- Lo siento mucho, Gema. Lo siento mucho...

Era una niña cuando la conocí. Una niña que venía al bar con sus padres. Hace veinte años de esto.

- ¡Kufisto! Has venido...
- Claro...Lo siento mucho, pequeña, lo siento mucho...Tu padre fue un buen hombre -le dije al oído.

Y rompió a llorar. 

Bajé las escaleras, entré en el salón y en un primer momento no reconocí a nadie. Pero vi a otro de los yernos sentado en una mesa secundaria, un compadre, y fui a él. Pronto se acercaron la hija mayor y después la esposa. Han sido tantos años, incluso durante su enfermedad...Abrazos emocionados, besos...La muerte no deja de ser terrible en ningún caso. Demasiados recuerdos, demasiada memoria.

Dije lo que pude y salí. Gema estaba afuera y volvimos a abrazarnos. Ella está muy delicada de salud. Lloraba.

- Aguanta, Gema. Aguanta hoy, es el peor día...-le dije besándola.
- ¡Ay, Kufisto! ¡Y como le quería!

Es la más parecida a él. En todo.

Salí de allí trastornado y eché a andar para mi segundo turno el bar.


- ¿Qué tal, Kufisto? -dijo a modo de saludo mi más antiguo compadre.
- Bien.

Aparte de él y mi hermano pequeño poco más había en el bar. Comenté la noticia, hablamos un poco de ella, mi hermano se fue y pronto entramos en otros temas.

Mujeres. Mujeres que follan como locas, mujeres idas de la cabeza, mujeres que te comen los huevos y el ojo del culo; mujeres casadas o divorciadas como él; pivones; mujeres de treinta, cuarenta, cincuenta años para las que nada es demasiado guarro.

- Ahora que estoy controlando el bebercio, Kufisto -dijo-, me doy cuenta de lo locas que están.
- Ya. Pero tú tienes pasta, yo no.
- Sí, bueno. Es verdad...Oye, ¿te vienes el viernes a la fiesta de mi cumpleaños?
- Sabes que no se me dan bien las fiestas.


- Era mi hija pequeña -dijo otro de mis compadres, también divorciado, quitándose el sempiterno auricular de la oreja. El mediodía de hoy en el bar, como tantas otras veces, se había transformado en la resaca del de ayer- Está de tele-operadora. Estudió Bellas Artes.

No pude sino reírme. Él también. 

- ¡Joder, tío! -respondí acordándome de la re-lectura de "Sumisión" de la tarde anterior, esa que al final de la tarde me había dejado con el cuello roto al creer que había encontrado una nueva y más cómoda forma de leer. Antes había terminado otra vez "Ampliación del campo de batalla"- ¡Esa es un carrera...! ¡Qué sé yo! O te haces maestro en la Universidad o te comes los mocos.
- Ya, ¿pero qué haces, Kufisto?
- Ya...

Bebimos. Mi hermano regresó y salimos a la terraza. Nos sentamos en una mesa alta y bebimos algo más hablando de música y pelis.


- ¿Vas andando? -le dije.
- No, hoy tengo el coche.
- Pues acércame a casa.


Todo en orden. La gata dormitaba en las cercanías de la persiana medio bajada. El calor la puede. El calor cae sobre el piso como un saco de harina bajo la promesa de un futuro pan.

- ¡Ey, nena!


Pronto cumplirá seis años. El gato que tuve duró diez; claro que su muerte fue circunstancial, o eso quiero recordar; hay gatos que viven casi veinte años, si no más, como la que tuvo mi vieja.

- ¡Hola, pequeña! -le dije otra vez.
- ¡Mau!

Es arisca. Es arisca porque vive conmigo. También es verdad que fui yo quien la recogí de la calle cuando desesperada, siendo una cría, una tarde entró al bar una y otra vez. Estaba tan asustada, tan aterrorizada de la vida...


Ayer se ovilló sobre mis piernas mientras yo acababa de leer en mi nefasto nuevo sitio de lectura el final de la "Ampliación del campo de batalla"

Me jodió levantarme del sillón. Todavía no me dolía el cuello; eso vino después. Pero parecía tan feliz...

"Vamos, nena -pensé-, despierta suavemente" Pero estaba derrotada y yo tenía que mear.


- ¡Mau!
- ¡Quita, coño!


Después de todo aún es joven. Y su memoria interna todavía tiene suficiente espacio.


- Voy a cambiarte por un teléfono nuevo, pequeña.
- ¡Mau!
- ¡Que no, que es broma!
- ¡Mau!

sábado, 22 de abril de 2023

LAS VEGAS

Una mañana cualquiera tuvo un buen susto conduciendo la furgoneta de la panadería en la que trabajaba; estuvo a punto de llevarse por delante a una mujer que cruzaba el paso de cebra. 

- Ya no puedo conducir, Kufisto -me dijo días después en el bar. 

Lo raro era que hubiera podido hacerlo durante tantos años. De hecho él no tenía coche propio desde su juventud. Con mala visión de nacimiento, el asunto había ido degradándose con el paso del tiempo, hasta el extremo de no reconocer una cara a dos metros de distancia. Que todavía entonces siguiese al cargo del reparto de pan al mando de la furgoneta sigue siendo otro de los misterios inexplicables de España.

Nos conocimos de chicos, en el barrio, aunque de calles distintas: las fronteras estaban marcadísimas cuarenta años atrás. Algunos mayor que yo, era el más feo de todos. Y daba fe de ello con su mirada llena de odio. "El Pirata", lo llamábamos cuando aquellas bestiales peleas callejeras en la que siempre acababan por derivar los partidos, los juegos, los "desafíos" de cualquier tipo. Se volvía loco repartiendo palos y encajándolos. Luego vino la terrible adolescencia y dejando de ser niños todos nos fuimos separando. El Big Bang había llegado.  

¿Cuanto tiempo hará ya desde nuestro reencuentro? Lo menos quince años, sin duda, por no decir veinte. El tiempo personal es una cosa difícil de calcular cuando el espacio creado empieza a alejarse de ti, tan de la mano hasta entonces.

Al principio, lo recuerdo, empezó a venir al bar en compañía de un amigo al que ahora no consigo ponerle cara, tal vez porque no lo siguió siendo durante mucho más tiempo. Y ahora que lo pienso, y tirando de memoria, fue porque consiguió hacerse tan novio como para casarse. Pero "el Pirata", ya para entonces amigo mío, no dejó de venir a nuestro bar en las noches de los sábados. Era un buen tío, estaba solo y no metía la gamba al beber. Muchas veces cerramos el bar en compañía de mi novia o sin ella.

- Kufisto -me decía cuando estábamos solos- Tú y yo tenemos que ir a Las Vegas.
- ¿A las Vegas?
- ¡A Las Vegas! ¡A hincharnos a putas y casinos!

Y el tiempo se fue yendo al igual que aquella novia mía que tanto nos gustaba. 

- Kufisto 
- ¡Qué, coño!
- Tenemos que ir a Las Vegas. No lo olvides. Venga, te acompaño a casa.

- ¿Sabes lo que me gustaría de verdad? -le dije en una noche de aquellas.
- ¿Qué? -respondió él.
- Trabajar en un faro.
- ¿En un faro?
- ¡Sí, coño! ¡un faro en mitad del mar! ¡Solo! 
- Joder

Y de esa ¿broma? hicimos motivo de risión durante mucho tiempo.


Le quedó una buena pensión, total. Apenas tenía 49 años cuando el tribunal médico certificó que era inútil para trabajar por problemas de visión. Lo celebramos tal cual puedan celebrarse cosas tan jodidas como pasar un tribunal médico.

Pero Jose, en verdad, es que ya no veía una puta mierda.

En los primeros meses de completa libertad (quizá un año, no lo creo pero quien sabe) hubo días en los que incluso venía a comer al bar. Todavía estaba viva su madre, pero la apañaba y de vez en cuando se venía aquí. 

Cuidar de tu anciana madre cuando son seis los hijos que parió no debe de ser plato de gusto para el último de ellos, el más feo de todos, el único incapaz de formar otra familia. Él estaba solo, no tenía a nadie a su cargo, así que él debía atender a la madre de todos. Y la atendió. Y  se consumió.

- Kufisto.
- ¿Qué?
- No me ayuda ningún hermano. Sólo mi hermana mayor me echa un cable de vez en cuando.
- Ya.
- Y cada vez veo menos.
- Tenemos que irnos a Las Vegas, hijoputa. No lo olvides.

Y entonces arrancaba a reír como un niño, casi hasta las lágrimas.


Le perdí de vista antes de la pandemia, poco después de la muerte de su madre. Había pasado dos años a su cargo, dos años que le habían machacado hasta extremos indecibles, dos años de progresiva desconexión materna, dos años de dolor, de aceptación, de subyugación a un destino escrito desde la primera línea...


Hubo quienes preguntaron por su prolongada ausencia en el bar, pero no tardaron en olvidarlo.


Una tarde salí a andar. Lo peor de la pandemia había pasado y ya nos permitían salir a la calle sin mascarilla. 

El sol brillaba con todo su esplendor en un cielo azul, libre de cualquier nube.

Y entonces, al final de la avenida que circunvala la ciudad, le vi sentado en uno de esos enormes bancos serpeantes con vistas al cementerio. Era él. No había nadie más sentado allí. Era él sentado mirando hacia el cementerio.


Y pasé de largo, y crucé la gran rotonda por la calzada, y entré en el camino de tierra de las naves industriales hasta alcanzar el sendero de tierra acondicionado para los tractores, y poco después, entre pedruscos y hierbajos, llegué al paso de la vía del tren y lo crucé, y por sinuosos senderos, llenos de piedras y mierdas de ovejas, subí otra vez hasta los molinos manchegos.

jueves, 20 de abril de 2023

NI ESTÁ NI SE LA ESPERA

El célebre escritor aparecía en las fotos de Google como encantado de haberse conocido. Desconocido por mi hasta el mediodía de hoy sentí una instintiva reacción de antipatía. Busqué información en la Wiki y leí algunas cosas que no me gustaron. Miré por el número de idiomas a los cuales se había traducido (indicador bastante fiable) y vi que eran como cuarenta, cantidad más que significativa en un autor contemporáneo. Cincuenta y siete años muy bien llevados aún con todos los típicos excesos del oficio. Mujeres guapas a su lado. Trajeado en un cocktail o una entrega de premios; sonriente, satisfecho. Escribe durante el día y sale de fiesta por la noche. Duerme poco. Cocaína de la buena para funcionar y alcohol de baja graduación para trabajar. 

Anoche, unos diez días después de haber empezado su épico ascenso al sanatorio de la montaña mágica, dejé a Hans Castorp pegando tiros tirado sobre el barro de la I Guerra Mundial, esa que sólo pasó en Europa. Al finalizarlo vi en el Kindle que mis cinco estrellas seguían allí. Por curiosidad miré la fecha de descarga: verano de 2017. Seis años han pasado desde aquella memorable primera lectura durante mis vacaciones, casi tantos como Hans pasó las suyas en la montaña encantada. Yo lo hice en el parque del pueblo.

Es un buen parque. Iba hasta allí con la bici, cargado con una bolsa con todo lo necesario: esterilla para mitigar la dureza de los recónditos bancos, papel de cocina con el que envolver los herrumbrosos reposabrazos y todo lo circunstancial pero no menos imprescindible, es decir, tabaco, agua, la manzana y algunas nueces. 

Había gatos por allí. Gatas tricolores que a prudente distancia se quedaban mirándome tan quietas como estatuas. Yo tengo una gata. Por entonces todavía tenía al viejo gato que murió unos meses más tarde. Añadí a la bolsa pienso para gatos que nada más llegar extendía sobre el papel de aluminio cerca del canal, lejos del banco. Y al rato aparecía ella con sus crías, lo husmeaba, comía y enseguida la imitaban sus crías. Lo devoraban.

Había ardillas, también. Ardillas locas, ardillas de movimientos tan rápidos que el ojo humano sólo puede procesar a modo de película muda. Y eché más nueces a la bolsa. Pero si los gatos son desconfiados las ardillas están a otro nivel. Tenía que olvidarme de ellas y tirar las nueces en la base del tronco de un árbol muy alejado. Y al día siguiente volvía y las nueces seguían allí, enteras. 

Pasó algo parecido con la gata y sus crías. Se cansaron de aquella comida. La gata se acercaba, husmeando como siempre sin dejar de mirarme a pesar de los quince o veinte metros que nos separaban, y como ofendida pasaba adelante con sus gatitos. Había uno, un macho, que se quedaba mirándome a mitad del camino, entre el banco y el gran árbol, un inmenso olmo que empezaba a sombrearse en la copa por el sol de poniente pero todavía en todo su esplendor verde. La madre iba adelante y volviéndose hacia él nos miraba sin decir nada. El gatito nos miraba por turnos y luego se iba con la madre.

También había pájaros, también. Eran los primeros días de agosto y el calor residual del infernal julio hacía el resto. Muchas veces encontré pajarillos muertos: gorriones, vencejos y palomas yacían en las cercanías de mi banco devorados por los gusanos de la tierra. Y añadí más agua y un tupper al contenido de la bolsa.

Entre páginas y páginas de la montaña encantada, algo así como cada tres cuartos de hora, me levantaba del duro banco para estirar las piernas, mear en un árbol y echar un vistazo al canal y sus boqueantes peces, grandes y negros en el agua verde.

No. No eché comida para peces en la bolsa. 


Han pasado seis años. O están pronto a pasar. El Kindle no se equivoca.

Seis años. Dos mil días, cuarenta y ocho mil horas e incontables minutos.


Y Madame Chauchat no está ni se la espera.

sábado, 15 de abril de 2023

POR DONDE QUIERA QUE VAYAS

 - ¿Quieres que te haga un estudio numerológico?
- Vale
- Necesitaré tu nombre completo, la fecha de nacimiento y la hora si la sabes.

Me levanté del taburete, cogí una hoja de la libreta y escribí los datos solicitados, hora incluida.

- Ahí tienes, Gonzalo.
- Me llevará algo de tiempo, ando muy liado...
- Ya. Tú no tengas prisa. Cuando puedas. 
- No sé lo que te cobraré...
- Sin problemas.
- Será la segunda que haga. La primera fue a la madre de...

Y entonces, con su voz monocorde, empezó a contarnos aquella historia.

- Ya -le atajé-, no los conozco, Gonzalo, es igual, no te molestes. Tú haz mi carta y cuando la tengas me la traes al bar. Sin prisas, con calma.
- Vale, Kufisto...Oye, ¿tienes un papel?
- Claro.

Le di otro y se ruló un cigarrillo con la típica parsimonia de quien está bajo los efectos de anti-psicóticos.

- Bueno, Kufisto, adiós.
- Adiós.
- ¿Oye...te he pagado el café?
- Sí.

- Es un chaval interesante -le dije a mi amigo una vez que Gonzalo salió del bar.
- Sí.

No se le había dado mal la tarde en la tragaperras. Lo sé porque no tiró de tarjeta. Una hora antes había pagado el café con un billete de cincuenta euros que fue cambiándome poco a poco por monedas. No le gusta jugar con billetes. También tiene una peculiar manera de jugar a la máquina. Siempre con calma, a veces da un paso para atrás ante una especie de jugada decisiva. Gonzalo juega a la tragaperras como otro jugamos al ajedrez. La estudia. Piensa en ella, en su siguiente jugada. Claro que en este caso es una especie de blitz con ventaja de salida para la máquina, algo totalmente absurdo en ajedrez. Ningún ajedrecista, ni el mismísimo Carlsen, jugaría de esa manera contra una máquina a su máxima potencia. Es más, ningún ajedrecista, ni Fischer resucitado, podría jugar contra una máquina a su máxima potencia aún disponiendo de tiempo para pensar. Pero después de todo los rivales de la tragaperras son otros.

- Estabas diciendo algo acerca de la reducción de las cifras a un sólo número, Quique -le dije a mi amigo, ya completamente solos en el bar.
- ¡Qué! -dijo él
- Sí, coño. Estabas hablándome de la antigua frecuencia musical, algo más baja que la actual, de la sensación de paz que causa y ya no recuerdo porqué de Tesla y su fe en el 3, el 6 y el 9...
- ¡Ah, sí! Escucha...

Eran las cuatro de la tarde. Media hora larga más y ya estaría de vuelta a casa.


- "Quizá porque en mi niñez...¡de Algeciras a Estambul, para que pintes de azul tus largas noches de inviernooo...!
- Qué contento estás, Kufisto -había dicho el primer cliente de la mañana mientras devoraba el primer churro empapado en café con leche.
- Pues sí, lo estoy. Ayer tuve un buen día. 
- Jajaja, qué cabrón. ¡Como que cerrasteis! 
- Sí, así fue. Una cosa un tanto inesperada. De un día para otro. "Mañana cerramos" dijo mi hermano. "Bien" Y estuvo muy bien; de puta madre, la verdad.
- Jajaja ¡No me digas más! -rió masticando con la boca abierta.
- ¡Y que le voy a hacer si yooo...nací en el Mediterráneo...nací en el Mediterráaaneeeooo...! Coño, voy a ponerla.

Y la puse.


Había sido un gran día. 

Por primera vez en años me levanté de la cama cuando quise. Uno podría decir: "Mientes, Kufisto. En año nuevo, en Navidad, ¡en vacaciones! haces lo mismo. El lunes de descanso semanal no lo cuento; está claro que debes despertar prácticamente a la misma hora para ir a abrir el bar a la mujer de la limpieza y hacer la recaudación de la tragaperras...¡Pero ahí te he dejado dieciséis días como el de ayer!
- Sí, pero no.
- ¡Como que no!
- Como que no. Año Nuevo y Navidad no cuentan.
- ¿Por qué?
- Porque eso no es despertar. Y las vacaciones están programadas con antelación, ya sabes que están ahí, a la vuelta de algún tiempo, pero eso de un día para otro estar y no estar...
- ¿Qué?
- ¡Pues que es magnífico! ¿Sabes? No creas que ayer me levanté de la cama mucho más tarde de lo habitual. Eran las ocho y media cuando decidí abrir los ojos. Claro que tres horas antes ya había hecho todo el sueño profundo...; pero con todo y con eso no fue como otros días: sabía que tenía tiempo y volví a dormirme, sin soñar, no como los demás días...
- Ya.
- Es bueno saber que tienes tiempo, es muy bueno...Uno no sueña cuando no tiene porqué despertar.
- Sí.
- Sí...Verás. El día anterior había sido duro, uno de esos de recuperación, ya sabes...
- Sí
- Pues bien, una vez más ya había quedado atrás y juré antes de dormirme que el día siguiente lo aprovecharía para descansar.
- ¿Y?
- Y eso fue lo que hice: descansar. Ni bar, ni clientes, ni compras, ni bancos, ni paseo a los molinos, ni ejercicio, ni saco de boxeo, ni beber. Descanso. Descanso.

Tuve un problema con el desagüe de la lavadora que pronto vi provenía del fregadero. Lo arreglé ya sobre aviso. La primera vez que me pasó, hace muchos años, creí que poco menos era el fin del mundo, hecatombe que solucioné con la ayuda de Youtube. Me acordé de mi madre mientras lo solucionaba: "Si me viera -me dije- no lo creería" 

"Un fontanero me hubiera cobrado lo que le saliera de los cojones" -me dije pensando en mi padre y su absoluta inutilidad para todas las cosas domésticas.

¿Cuanta pasta se dejó mi padre en estas cosas?

Comí a mi hora, a eso de las doce, y poco después, en lugar de regresar al bar, me eché a la siesta y volví a dormirme en cero coma. El empalme era total al abrir los ojos dos horas más tarde. 

Todavía medio empalmado salí a la calle para adelantar cargas de material que el día siguiente necesitaría en el bar. Estoy sin coche desde hace dos meses (con un poco de suerte volveremos a encontrarnos antes del solsticio de verano si los demoníacos seguros se ponen de acuerdo, por no hablar del cabrón de mi mecánico) y de todas formas no me vendría mal estirar un poco las piernas. Así que sí, salí a la calle, llevé cosas al bar y ya que estaba busqué por putas de pago en el teléfono. Y encontré la adecuada. Estaba libre y muy cerca del bar. 

Eran las seis cuando la gata me recibió en casa poco menos que desesperada. Miré en su habitación: ni agua ni comida. Rellené los recipientes, me duché, cogí el Kindle, la botella de agua y el tabaco y me senté junto al ventanal para seguir releyendo "La Montaña Mágica"

Cuatro horas después, con la gata en mi regazo y Hans Castorp cerrando los párpados de su viril primo muerto, el soldado, el teniente, "il capitano", el pobre y tímido enamorado de la rusa Mariusja, la oriental Mariusja, la de opulente pecho a la que no fue capaz de declararle su ya imposible amor hasta la noche previa de su larga muerte, me fui a la cama no sin olvidarme que lo que dejaba para mañana era el regreso de madame Chauchat en compañía de aquel estrafalario holandés.

"Pobre, pobre Hans...lo que te espera. Otra vez"

Y volví a dormir como un extraño bendito.


- A fuerza de desventuras tu alma es profunda y oscura
- Joder, Kufisto.
- Es la hostia esta canción, tío. La hostia.




miércoles, 12 de abril de 2023

SUBE, KUFISTO

 - Ponme una copa para Miguel, Kufisto -dijo mi hermano pequeño, siempre con prisas- Ahí, en el mismo vaso.

Apenas me había quitado la camisa. "Vaya -pensé- poco le ha durado" Ayer me dijo que llevaba tres días sin beber. 

- Joder -me dijo-, ayer (por antes de ayer) lo pasé fatal.

Claro; el día previo no contaba mucho, o no tanto, sabiendo que, como casi todos los días desde hace veinte años, se habría dormido hasta las cejas de alcohol. Lo duro en su estado empieza el segundo día de abstinencia.

- Voy a dejarlo, Kufisto -me dijo- Ya está bien.
- Me alegro, Miguel.

Es un buen amigo. Un gran amigo.


- ¡Hombre, Kufisto! -dijo hoy llegándose a la barra tras la marcha de mi hermano pequeño- ¿Sabes? Sabía que habías llegado tú en cuanto he dejado de oír el televisor.
- Jajaja...¿Qué tal, Miguel?

Era mediodía, la una de la tarde, mi segundo y último turno.

Hablamos. Lo de hoy sólo era un pequeño homenaje ante el día de mañana.

- La primera copa me la tomé aquí -dijo- Y esta va a ser la última. Mañana voy a Madrid a ver un brasileño.
- ¿Un brasileño?

Y entonces empezó a contarme la historia del brasileño.

Es un tío que cura las adicciones de gente aún mucho más adinerada que mi amigo, muchísimo más. Por un contacto, uno de sus amigos de pasta, había conseguido cita y mañana estarán ante él. Pero siendo ambos gentes de posibles no habría servido de nada sin el conocimiento de gentes del otro, tal que anda en contacto con peña que maneja muchísima pasta.

- Ya me contarás -le dije tras la interrupción de otra llamada telefónica.
- Te lo contaré. 

Y se fue del bar atendiendo otra llamada.


Kámel vino no mucho después. No sé lo que yo estaba haciendo pero no le vi entrar en el vacío bar, casi que me lo encontré a las espaldas. Quizá estuviera recogiendo algo, no sé, no me acuerdo.

- ¡Coño! -solté al darme la vuelta.
- Hola, Kufito.

No sé; tal vez hubiese dicho lo mismo en el caso de encontrarme a la Mar Saura de 1999, pero de cualquier manera mi respuesta fue la de casi todos los días de estos últimos tres años:

- ¿Chupito? 
- ¡No! Un café. Cortado.

Kámel está en la mierda dese hace muchos años. Kámel está en la mierda desde que nació hace sesenta años en Siria.

- ¿Un tercio?
- ¡No! Sólo café -dijo en su extraña lenguaje- Ya no bebo. ¿Te acuerdas del otro día, del domingo?
- Sí.
- Dejé el tercio casi entero, ¿lo viste?
- Sí.
- Estoy tomando medicación...¡no me entra!
- Ya
- ¡Ya está bien de alcohol! ¡No dinero, no salud!...
- Sí
- ¡Pero ahora voy a dejarlo!
- Muy bien.

- ¿Kufito?
- ¿Qué?
- ¿Donde me siento?

Kámel es un pobre de solemnidad, un pobre de iglesia, un pobre de iglesia follonero cuando su largo alcoholismo le incita a ello.

- En la mesa pequeña, Kámel -le dije.

Estábamos solos en el bar. Kámel agarró su café con mano dudosa; le dije de llevárselo yo a la mesita.

- ¡No! -respondió. Y ayudándose de su otra mano y a modo de ostia fue a sentarse en la mesa indicada por mi.


Cujo llegó al bar unos minutos después de la marcha de Kámel. Ya eran las tres de la tarde. Pidió un whisky. Me abrí una cerveza. 

- ¿Sabes quien está dejando de beber? -
- ¿Quien? -preguntó sonriendo-
- Kámel
- ¡No jodas!
- Sí.

Echamos el rato bebiendo, hablando de películas clásicas, de música, de tías...Me pasé al whisky mientras él lo hacía al speed y salimos a fumar con el bar vacío y el "Oye como va" de Santana acabado de saltar en Spotyfi. Una tipa salió del edificio de enfrente con el pelo recogido de cualquier manera y unos vaqueros culeros. Fue perfecto. Cuando llegó hasta nosotros sin habernos hecho ni puto caso fue que Santana entonó el primer "Oye como va" Y reímos.


Fede entró cuando Cujo todavía estaba allí. Pero pronto nos quedamos solos, Fede y yo. Cujo tenía que hacer.

La última tarde que pasé con Fede, la misma del último pedo de Miguel, fue de esas que hacen raya. 


Segundo whisky, tercera cerveza. Estoy bien. Otra vez estoy tan bien que quiero demostrarlo bebiendo ante él.

Me habla de sus problemas con las mujeres; del alcohol que no debe beber mientras sigue de baja trasegando su segunda copa. Las mujeres siempre han sido su perdición. 

- Está casada -dice- Llevamos cinco años liados...pero juega conmigo -continúa- Me llama y me dice y yo estoy mal, ya lo sabes...

Escucho. Cambio de turno. Hora de irse del bar.

- ¿Oye, has venido en coche?
- Sí.
- Pues acércame a casa si no te importa.


Y entonces es como si dudara por la otra tarde en la que no teníamos coche.

- Sube, Kufisto.


Subo, sí. Siempre acabo subiendo.

viernes, 7 de abril de 2023

HASTA MAÑANA

"Hasta mañana, Hans Castorp"

Fue tras el primer portazo. Cerré el libro electrónico para irme a la cama sin muchas esperanzas. El cansancio era grande, sin duda, pero también lo era el dolor en los hombros. El ibuprofeno tomado un par de horas antes ya debería haber hecho su milagroso efecto y no fue tal, o al menos no lo suficiente. Lo pensé mientras intentaba coger la postura adecuada: "¡Como estaría si, como otra veces, por pura cabezonería, no lo hubiese tomado! ¡Como poco habría perdido una hora hasta sentirlo! Pero hostia, qué dolor..." Con todo, hubo tiempo para ver la una de la madrugada en el reloj del ordenador. Más de dos largas horas habían pasado desde mi marcha al dormitorio. Dos horas de vueltas y revueltas intentando encontrar el espacio correcto para mi postura. No lo encontré y tuve que levantarme a fumar para alejar los pensamientos que venían de mi mente, ya puros absurdos. Es un suplicio. Es un castigo.

Dormí soñando cosas horribles. No hay descanso para los condenados. Desperté, me duché y tras un buen afeitado desayuné y tomé otra dosis de ibuprofeno. Tres cosas tuve claras desde el primer momento: que iba a ser un día jodido en el bar, que hoy no iba a pegarle al saco al volver a casa y que pasaría la tarde tumbado en el sofá y leyendo otra vez la mejor novela del siglo XX.

Cargado con la bolsa de trabajo eché a andar bien abrigado. La mañana era fresca aunque el camino no es largo. Alcancé el bar, lo abrí y no había hecho más que dejar la pesada bolsa, enchufar la cafetera, encender las luces y descorrer los toldos cuando acabando de desenrollar el último vi llegar un coche con tres ocupantes dentro, tres mujeres, tres clientas. Abuela, madre e hija entraron al bar para desayunar. Tenían al abuelo enfermo en el hospital en otro de sus recurrentes ingresos.

- Le quedan diez minutos a la cafetera -dije.
- Pues nos vamos y volvemos -dijo la la madre.
- No no...sentaos allí. Esperad que os ponga la mesa. Voy haciéndoos las tostadas y fuera.
- Vale.

Jajaja. Puto Kufisto. Lo llevas en la sangre; como lo llevó tu padre, tu abuelo y puede que tu bisabuelo. 

El pequeño Hans Castorp, ya huérfano, incitaba a su abuelo acerca de la pila bautismal de la insigne familia. El abuelo contaba su historia tan bien que no se cansaba de escucharlo. Ahí, ante sus ojos y entre las palabras, estaba la noble jofaina en la que siete generaciones de Castorps habían sido bautizados.

No paré. No paré. No paré de hacer cosas desde que llegué al bar. A eso de las doce salí a la puerta para echar unas caladas y ver el sol. El cansancio era muy grande.

- Joder -le dije a un amigo que llegó con su cigarrillo- Estoy reventao, tronco, pero reventao...
- ¡Venga, Kufisto!

Uno ve a John Wayne en "Centauros del desierto" y dice: "¡quiero ser como él!"

Pero eso es una película muy bien dirigida e interpretada en todos sus papeles. John Wayne fue un ser tocado por los dioses y John Ford por las musas. 

Y pasó el mediodía. Sin parar pero sin aceleros. Eran ya las tres de la tarde y yo seguía colgado de la brocha de una manera extraña: era un continuo, pim pam, pim pam...una conocida familia llegó dispuesta a dejarse la pasta..pim pam, pim pam...¡Y no había muchos más! pero "Kufisto" por allí y "Kufisto" por allá, y venga, y tira, y sal de la cocina, y pregunta qué quieren, y controla el tiempo de los alimentos y el espacio en el que deben completarse, ¡y sobretodo tu ansiedad por echar un puto par de caladas! ¡tal vez un trago de cerveza! ¡y venga, y venga, y venga...! Y hay un instante en el que caes en la cuenta de no haber parado en toda la mañana a pesar de no haber habido ningún aluvión de clientes, cosa rara, y piensas como en una ráfaga de metralleta que esto es aún más absurdo, este continuo traqueteo, esta especie de tren ascendiendo una montaña, y recuerdas a tu buen amigo Hans de viaje hacia el sanitario donde hiberna, encantado, su buen primo mientras como puedes distribuyes lonchas de jamón sobre pan tostado...

¡Pero espera! ¡Es la hora del café! ¡De las copas! ¡Todo se junta, todo se revuelve como en una sartén de los chinos! ¡Los que comen y los que ya han comido! Al menos las puertas están abiertas y no hay lugar para portazos que traigan malos sueños a tu memoria.

¡Cafés! ¡Cubalibres! "¡Cuanto tiempo sin verte, Kufisto; estás genial con esa coleta!" ¡Qué responder! ¡Estás volando! ¡Están viendo que estás volando! ¡Vuelas! ¡Vuelas de acá para allá, sonriendo! "¡Sí, bien, estoy muy bien!" ¡Vuelas, vuelas, vuelas entre la cafetera y los vasos grandes, vuelas por el botellero...! Ahora sí ha llegado el momento de volar como un quebrantahuesos. No queda otra.

"¿Pero esto qué coño es?"

Mi hermano llega para el relevo. Todavía me quedo un rato con él hasta estabilizar el asunto. Sin darme cuenta hasta el último momento he hecho la mejor caja de toda mi vida en las mañanas del bar. 


Salgo de la barra con un vaso de whisky, la bolsa vacía de trabajo y llena del abrigo del amanecer. Ahora basta con la camiseta. Estoy tan acelerado que lo bebo de un par de tragos mientras dos amigos me dan la bendición.

- Me voy. 


Echo a andar de vuelta a casa. Enciendo un cigarrillo. Me siento tan bien que no me lo creo.

Cuando me doy cuenta atajo y doy en un chino. No recuerdo si tengo whisky en el piso.

- Una botella de Johnnie Walker.

La china no habla mi idioma. Nos entendemos como si fuéramos monos.


Sí. Tenía una botella casi entera en casa. 


Bueno. Pues ahora tengo una llena del todo.


Mañana sí, Hans Castorp. 


Estaré contigo por lo menos hasta el final de todos los portazos.

martes, 4 de abril de 2023

¡DOOO, DOOO, DOOO...LOOKING AT MY BACK DOOR!

 Va a ser una buena Semana Santa; lo huelo. La peña ya ha se olvidado del bicho y está ansiosa por divertirse, colocarse y pillar cacho. Lo de siempre, vamos. Va a ser buena hasta para las procesiones, lo veo. Habrá gente para todos, bares e iglesias, camareros y eclesiásticos, clientes y fieles. Todo el mundo estará contento. Por unos días todos creerán que siguen ganando o que no todo está perdido. El buen tiempo lo es para todo. El buen tiempo hace olvidar. ¡Qué importa la resurrección de las moscas, las avispas y las hormigas trepadoras! ¡Nada! ¡Un manotazo al aire, un pisotón y vale! ¡A reír y a beber! ¡A gritar y bailar estribillos facilones, inolvidables como rayos! ¿Un capirote? ¡También! ¡Penitencia! ¡Suave molestia que abre las puertas al reglado desparrame! ¡Cristo! ¡Oh, Dios, perdóname, Tú que tienes el Metro de la Vida! ¡Y te perdona sin decirte ni mu! ¡Absolución general! ¡Lo sientes! ¡Ya está hecho! ¡El Salvador está contento! ¡No nos hemos olvidado de Él! ¡Y ahora a los bares! ¡Bebamos! ¡Ahora queremos reír y follar! ¡Hay un tiempo para todo! ¡Lo dice la Biblia!

De chico, con la familia, había un día en el que hacíamos las estaciones. Ibas de iglesia en iglesia, creo que era el Jueves Santo. Me divertía esa cosa de moverse entre iglesias, todas abarrotadas. Las últimas se hacían un poco pesadas. Todos tenían sed, hambre y les dolían los pies. Yo no. Me gustaba aquello. Era como si en cualquier momento fuese a pasar algo. Apretujado, en puntillas, miraba los cristos crucificados entre el raro silencio general sin hacer mucho caso de la homilía sacerdotal. Todos aquellos dorados, esa penumbra y el silencio sólo roto por algunas toses y sollozos...


Dos meses sin coche son más que suficientes para muchas cosas cuando uno trabaja un bar. Una de ellas es joderte los hombros con el peso de las lejanas compras mayoristas para el bar, lo que unido a mi rutina de pegarle al saco va consiguiendo que tenga verdaderos problemas para dormir bien y descansar. 


Hoy no desperté tan mal como ayer. Por cierto que ayer, nada más echar a andar hacia el bar cargado con la bolsa, me pasó algo curioso.

Al mismo tiempo que yo salía de la verja de entrada en el todavía oscuro amanecer vi a un coche haciéndolo por la puerta cochera comunitaria, un coche de color azul metálico que no me resultó del todo extraño. Echando a andar vi como se paraba unos cincuenta metros más adelante, junto al contenedor de basura. El tipo se bajó, pasó a la puerta de atrás y cogió un par de bolsas para tirarlas.

"¡Coño! -pensé- ¡Este es este!"

Me dio tiempo a llegar hasta él. Le saludé.

- ¡Hombre, Kufisto! -dijo

Yo estaba seguro que me había visto salir y de que se había hecho el loco. Pero él es así. Raro.

- Hola -respondí.
- ¡Qué tal! -sonrió nervioso.
- Nada...Para el bar -dije viendo la oportunidad- ¿Como va eso?
- ¡Bien, bien!...

Le jodía verme.

- ¿Y tú?
- Bien -respondí- Cansao. He pasado una mala noche.
- ¿Te acerco?
- Pues si no es molestia...Hoy es mi día libre pero tengo cosas que hacer.

Tiré el cigarrillo y entré al reluciente coche impoluto. Estaba tan cansado que tuve que explicárselo para romper el hielo. Las palabras salían de mi boca con pasmosa tranquilidad.

- ¿Y tú? -le pregunté por decir algo.

Y entonces me contó que iba al ambulatorio por viales de su reciente enfermedad, una brutal diabetes de tipo II.

- Bueno, tío, muchas gracias. Y que vaya bien.


No desperté tan mal como ayer. Pero eché a andar hacia el bar convencido de otro día libre de puñetazos al saco.

¡Desayunos! ¡Des-ayunos! ¡La basca tiene hambre! ¡Quiere tostadas, cafés, zumos de dulces naranjas! ¡Jamón ibérico! ¡Atún español! ¡Aceite de oliva! ¡Tomate! ¡Más café! ¡Prisa! ¡Aceleros! ¡Turbantes cancerígenos! ¡Churros! ¡Colacaos! ¡Un borracho! ¡Anís! ¡Llega el relevo!¡Me voy!


Con todas mis fuerzas, reventado hasta la extenuación, bailo con el saco durante una hora. Como algo y espero y vuelvo al bar.


¡Gitanos! ¡Están de pre-boda! ¡Llevan días de pre-boda en nuestro bar! ¡Jamón! ¡Jamón del bueno sobre pan tostado con pulpa de tomate! ¿Pero cuando acaba de casarse esta gente? ¡Billetes! ¡Auténticos fajos! ¡Jamón!


Una piedra de whisky bueno tras un par de cervezas a la carrera. Son las cuatro de la tarde y el bar está en calma. Me falta media hora para irme de aquí. Hablo con un cliente, un buen amigo de baja por ansiedad. 

Salimos afuera con el relevo dado. Un coche aparca y de él bajan tres tías que haría las delicias de Rubens, aunque sólo fuera para pintarlas con un bozal.

Paso adentro y aviso a mi hermano de la llegada. De sus bocas salen barbaridades tales que espantarían a Lemmy.

Están locas. Las mujeres están de la puta cabeza.


Mi amigo y yo bajamos la avenida entre risas por el Nota del gran Lebowski.

- ¿Sabes? -le digo- Es lo mejor, la mejor postura...Uno es de la Creedence y, reventado a hostias por un puto poli fascista, entra a un taxi en el que suenan los putos Eagles. "Oye, tío -dices todo jodido- quita esa mierda y pon a la Creedence" Y entonces el tremebundo taxista te saca arrastras para dejarte tirado en mitad de la calle mientras se caga en tu puta madre.