viernes, 28 de abril de 2017

LAS GAFAS EN EL CRISTAL




Llegó poco después de abrir el bar, justo cuando se iba el ciego. Le sujetó la puerta, "salga, salga", y pasó adentro. Nos dimos los buenos días y le puse una copa de anís. Estábamos solos y no tardamos mucho en iniciar una conversación a cuenta de la decadencia del anís. Enseguida me di cuenta de que era un tipo duro. No conozco a ningún bebedor de anís que no lo sea. Me habló de los licores caseros de su tierra, Cantabria, y me enseñó algunas fotos de las montañas de su pueblo que guardaba en su viejo teléfono. Eran preciosas, tan contundentes como una copa de anís a las ocho de la mañana. Me fijé en sus manos, sin ser pequeñas no tanto como para esos enormes y curtidos dedos pelados de uñas. La cabeza mediana, avellanada; el pelo escaso, negro y recio; la oscurecida piel como estirada sobre la calavera, como tensa, de hombre de pocos techos fluorescentes. Hablaba mucho y rápido, pero se le entendía perfectamente, sin cansancio. Estaba contándome sus innumerables problemas de salud cuando llegó el loco por su café con leche y dos porras de todos los días desde que cerraron el bar de al lado hace dos o tres semanas. Ya había estado antes, cuando acababa de abrir y todavía estaba colocando el mobiliario mientras bromeaba con el ciego que hoy también había llegado antes que yo. "Ah, bueno, ahora vengo, entonces..." dijo saliendo disparado sin esperar respuesta. Ahora ya estaba todo en su sitio y pidió lo suyo, devorándolo. Fue a pagar y se le cayeron algunas monedas sin que pareciera darse cuenta. El tipo duro se lo advirtió y él las recogió obedientemente. Me despedí de él llamándole por su nombre, tal y como ayer le preguntara el suyo después de que él no me lo dijera tras haberle dicho el mío contestando a su pregunta. "Carlos" dijo sorprendido, como si eso no hubiera sido necesario. Volvimos a quedarnos solos el tipo duro y yo y entre risas continuó contándome sus gravísimos problemas de salud haciendo alguna que otra pausa para salir a fumar a la calle. Y después se fue a la revisión concertada para uno de ellos.

Tardó poco en volver. Los análisis habían salido bien. Le habían dicho lo que dicen siempre, ya tengas lo que tengas: que no bebas, ni fumes, ni comas grasas. Y él me lo contaba a mi riéndose, sujetando su cerveza y picando distraídamente las cuatro patatas al alioli que le había puesto de pincho. Aún hubo tiempo para que me explicara como pescar truchas, como pegarles una buena corrida de hostias en comunidad a los turistas que van a Cantabria para acampar donde no se debe acampar y algunas otras buenas cosas más. Y después, sin que ninguno hubiéramos tenido interés por el nombre del otro, tuvo que irse para coger el tren hasta su cercano pueblo, que bien seguro no es el suyo.

A eso del mediodía, poco antes de mi breve relevo, justo cuando había acabado de cambiar el escenario de los desayunos por el de los pinchos, llegó una pareja de viejos que suelen venir por el bar cuando a la mujer le toca la revisión. Él es un tipo monótono, simplón, con aspecto de llevar el radar social activado a todo lo que dé. Uno de su mismo pueblo, un colega de profesión ya prejubilado a la fuerza por el mercado-galera, uno que siendo bueno es un chiste en sí mismo, me dijo una vez que se encontraron en mi bar, ya cuando la pareja se había ido, que ese viejo era "un cabrón hijo de la gran puta" No pude dejar de reírme al oírlo, tan acostumbrado como estaba a su educadísima ecuanimidad camareril, que eso es muy de nosotros, al menos de aquellos a los que de pequeños nos enseñaron eso de "ver, oír y callar", o ya no digo de quienes son padres de adolescentes y no les queda otra que lazarillear, aunque en lugar del hambre sean esclavos de sus hijos.

- De verdad, Kufisto, no le he dicho nada porque estamos en tu casa...¡Pero menudo cabrón! ¡Y ahora me ve aquí y como si fuéramos amigos! Pero qué hijo de puta...No le he soltado dos hostias...Perdóname, perdóname...

El caso ha sido que aquel se pasó a mear. Y entonces, mientras andaba aclarando unos vasos antes de dejarlos en el cajetín del lavavajillas, levanté la mirada y vi como su mujer me miraba sonriendo, los labios bien rojos, mientras echaba un traguito del zumito de naranja que le había exprimido en el exprimidor que acababa de limpiar y guardar. Y se me puso morcillona.

El marido salió, pagó, dignamente me dejó la propineja que suele dejar y se fueron.

- Hasta luego, Kufisto -dijo ella haciéndose la remolona, ya con el otro fuera
- Hasta luego, guapa -dije yo.

Llegué a casa y me di una rápida ducha. Fui al moro, cogí lo mío y me vendió algo que guardaba para otro. De paso paré en el chino y enganché la botella de vinagre con la que en mi paranoia alimentaria desinfecto las verduras que como a diario. "Homble loco -pensará-, sólo compla vinagle" Ya en el bar las cañas no se dieron mal. Y a eso de las tres, viendo el inicio de "Scary Movie 3", devoré sobre la última mesa del salón un buen y salutífero bol, tan grande que pude ver sin mirarlas las caras de estupefacción de la parejita que todavía no se había ido.

Luego, poco. El ciego volvió otra vez y no tenía muchas ganas de cachondeo. Se fue y vino el otro de todas las tardes, que no es ciego y con quien sin embargo me entiendo mucho menos. Más tarde, nadie. Y salí de la barra para sentarme frente al ventanal.


Las nubes lo tapaban todo. El viento meneaba lo que podía menear. Unos coches iban para arriba y otros para abajo. Algunos transeúntes con paraguas y otros sin ellos. Unos andando abrigados y otros corriendo en pantalones cortos. Poco a poco cayeron algunas gotas de lluvia sobre mi cristalera, como errores de un bolígrafo de uno a quien alguien no hiciera más que darle golpes en el codo.


Pensé en echarme una copa.


Pero decidí que lo mejor era esperar a cuando llegara a casa.











miércoles, 26 de abril de 2017

SEÑALES

El día se va yendo con otra amenaza fantasma, gracias a la vitamina C. Bueno, puede que se hubiese ido igual sin ella, eso ya no lo sabré y ya no recuerdo bien si alguna vez lo supe; son tantos los bálsamos que buscan quienes no nacieron de pie que uno no sabe si alguna vez valieron para algo o si lo hicieron un tanto fue porque creyeron en ellos durante algún tiempo.

Ayer salí en camiseta a andar y en mitad del camino sentí un poco de frío. Hasta ese momento había sido un paseo estimulante, fortificador, pero bastó poco (nada para muchos y demasiado para muchos más) para hacerme dudar si sería conveniente seguir o volverme a casa por el camino más corto. A punto estaba de tomar este, cuando un camión esperó a que cruzara el paso de cebra que tenía delante, impidiéndome cambiar de dirección. Hubiese bastado con esperar y dejarle pasar a él, pero quien ve señales hasta en los desiertos es alguien muy dado a respetarlas, como si tu camino fuera cosa de accidentes más que de ninguna otra. Seguí adelante. Más tarde, ya cerca de la recta final y sin obstáculo que lo impidiera, acorté el trayecto por una de sus salidas de emergencia.

Dormí bien, o eso pensé al despertar, por primera vez en un par de semanas, aunque pronto me di cuenta de que estaba como resfriado. El buen sueño sólo había sido eso, un sueño. Cogí mis cosas, llené una botella de agua con una buena cucharada de vitaminas y me fui para el bar cuando todavía era más de noche que de costumbre.

El primero en llegar fue ese pobre viejo que viene cuando tiene que traer a su mujer al médico. Hoy no venía solo. Le acompañaba un mostrenco de unos 40 años de aspecto muy descuidado que enseguida supe era su hijo tras las explicaciones que me diera la última vez que estuvo por aquí, cuando casi se fue borracho a las 9 de la mañana después de cinco o seis copas de licor de hierbas. El buen hombre no dejó de contarme su historia entre trago y trago. Un hombre normal no necesita mil mañanas para contarla. Se casó a sangre y fuego con una de su clase y penando mucho tuvieron y criaron cinco o seis hijos. La mujer llevaba no sé cuantos años enferma y ahora le habían diagnosticado un tumor en la mama que no le había impedido seguir fumando como una carretera. Él se había quitado hacía veinte años pero no había podido convencerla, se ponía echa una furia, dejaba de ser ella para transformarse en una especie de demonio contra el que no se podía hacer más que acatar sus órdenes. Y así, de esta manera, sin exorcista alguno a mano ni santo o virgen lo suficientemente potente, no le quedaban más cojones que seguir comprándole tabaco a la mujer de su vida que desde hacía tanto tiempo no era más que piel, huesos y todos aquellos recuerdos. También me contó que uno de sus hijos, sin duda el de hoy, todavía vivía con ellos sin hacer otra cosa que fumar y vaguear por la casa. Al final, puede que un poco antes, se me echó a llorar. Y después, ya liberado por su hija en la guardia de la enferma, se fue para irse en el coche a su pueblo a descansar. Hoy sólo se ha tomado una. Hoy la operaban. Pero, ¿de qué sirven los cuidados de los otros cuando uno no sabe cuidarse? ¿de qué vale cuidarse cuando quien quieres no quiere cuidarse? Hoy lo he visto más triste que nunca. Ha sido como si ya no supiera qué querer. El límite de la gente llega cuando ya no pueden mirar atrás de tanto como les duele el cuello.

El chaval que vino después ya venía por aquí incluso antes de que yo estuviera. Por aquel entonces eran una cuadrilla enorme de chicos y chicas de apenas 20 años que estaban juntos y revueltos, todavía buscándose los unos a las otros, aunque ya bastante enfilados, pues todos ellos eran lo que sin ninguna duda podemos decir buenos chicos, salvo uno que en el pecado llevó, llevará, la penitencia. Pasaron los años y hubo alguna pareja rota, no muchas más, y vinieron los casamientos y los niños, que ya se sabe que eso es lo normal entre la gente normal. Con la nueva situación, como es lógico, dejaron de visitarnos tan a menudo, pero de vez en cuando siguen encontrando un hueco para salir y tomar algo, si ya no todos juntos sí casi todos, cosa admirable para alguien como yo, tan acostumbrado a la amistad de bar que apenas recuerdo si alguna vez hubo alguna fuera de allí.

Me ha extrañado verle y se lo he dicho.

- ¿Como tú por aquí a estas horas?
- De hospitales...

Enseguida he pensado en sus padres o algo así. No me había dado tiempo a mirarle bien.

-...mi mujer...La han operado de un tumor en el útero...Se lo han quitado entero para mayor seguridad...Tuvo unas molestias, un dolorcillo, y le encontraron un quiste hace un mes, lo analizaron y vieron que era maligno, así que en una semana ha ido todo para adelante...Seis horas de operación y otras seis de post operatorio...

Me miraba sin parpadear, muy serio, con los ojos bien abiertos. Yo apenas lo reconocía. Él sabía que nosotros acabamos de enterrar a nuestro padre por una historia de esas.

- ¿De qué era el de tu padre? -me ha preguntado
- De pulmón. Luego tuvo metástasis al riñón y ese fue el que se lo llevó...Bueno, al menos habéis tenido hijos antes -dije sabiendo que es padre aunque no de cuantos.
- ¡No, no...eso es igual! Lo importante es ella...lo importante es ella...Que se ponga bien y ya está.
- ¿Cuantos años tiene?
- Treinta y seis...
- Es joven y fuerte, se recuperará.
- Sí, claro...
- Mi padre me lo decía cuando iba a la quimio y todo eso...La cantidad de gente. Y cada vez más joven...
- Sí...
- Para estas cosas lo mejor es la operación, extirparlo, así se evita lo otro...
- Claro, claro...Por eso han dicho de que lo mejor era quitar todo el útero, para no tener sustos después...
- Claro, claro...

A mediodía fui a hacer unos recados y aproveché para descansar un rato en casa. Tumbado en el sofá sentí como si aquella amenaza fantasma fuera siendo más real. La combatí con una buena ducha y otra botella de vitamina C para el camino que todavía faltaba. Y como por arte de magia, al rato, desapareció. ¿La ducha? ¿la vitamina? ¿todo lo demás?

Por la tarde, ya después de comer y de dar sus cuatro cafés, rodeado por los fantasmas de siempre, me senté ante el ventanal para ver lo que pasaba. Y fue como ver una película de Ingmar Bergman en un cine vacío de Suecia.

Un pajarillo hacía por levantar su vuelo tirado en la calzada. Salí y vi que tenía un ala rota. Luchando por su vida, revolcándose como podía, agitando nerviosamente su única ala buena, hacía lo imposible para seguir adelante. Lo cogí y con cuidado lo puse sobre la mediana, en la hierba, junto a un árbol. Allí habrá muerto mejor.


La tarde, tan gris y plomiza como cuentan en los libros que otros escribieron, me esperaba también a mi cuando salí del trabajo.


Y no había hecho más que empezar a andarla, esta vez bien abrigado, cuando regresé y me puse a escribir.


Demasiadas señales para quienes nacimos de culo.

domingo, 23 de abril de 2017

UN HOMBRE ACABADO

Ayer por la tarde, de camino a casa después de terminar mi turno en el bar, lanzado a escribir la historia y ya medio pedo, vi a su sobrino en compañía de dos elementos, dos tirados de la calle que pasan los días bebiendo en la plaza del pueblo del dinero que sacan limosneando por ahí. El chico iba medio sujetando a uno de estos, al que iba en el medio, que era como si llevara una borrachera de espanto y no pudiese ni caminar. Me chocó, pero ya no me sorprendió como cuando lo viera por primera vez el otro día en el lugar de concentración de todos esos. Y no es que yo esperara algo bueno de él, no: desde que le conocí supe que o mucho cambiaba o sólo podría acabar mal. A su tío, el protagonista de esta historia, le llevaban los demonios cada vez que lo veía entrar al bar para sacarle algo de dinero a su tía. Ya entonces, con apenas 15 o 16 años, había dejado de estudiar y no quería trabajar. Y visto lo visto, sigue en el mismo plan. Hay gente que se acostumbra a vivir así desde el principio y ya no puede hacerlo de otra manera. Pegando sablazos, viviendo del cuento, trapicheando lo que sea, con unos y con otros, pero ya hecho un desgraciao para siempre. Metí primera y dejé atrás el paso de cebra por el que acababan de cruzar, pensando en quien tuviera la desdicha de tener que aguantarlos aunque sólo fuera un rato.

Esta mañana desperté realmente malo, enfermo después del atracón de whisky, tabaco y pizza, cosas todas que evito porque me sientan mal y sin embargo vuelvo a ellas; mejor dicho, a las dos primeras, porque lo de la pizza de anoche sí que fue algo inaudito de verdad. Pero estaba tan borracho que algo había que comer para seguir bebiendo. Y no se me ocurrió nada mejor que lo peor. Con todo, aún con el tremendo malestar que tenía, me he comido un trocito al ir a la cocina. Y ya tan malo como podía estarlo he decidido que lo mejor era una buena ducha si quería empezar a funcionar. Yo el único milagro que conozco es este, el de la ducha: por muy mal que estés, cansado o enfermo, resacoso o triste, date una buena ducha y todo irá a mejor.

Ya en el bar no me ha dado tiempo a nada. Hoy iba con la hora más que justa y no podía ni confiar en que Jose "el de los catorce" hiciera acto de aparición con su bicicletilla para echarme una mano con el mobiliario y colocarme la terraza a cambio de un paquete de tabaco. Todo he tenido que hacerlo yo y todo lo he ido haciendo con la extraña concentración que caracteriza a quien se fustiga a sí mismo por sus errores pidiendo una ración extra de mierda. Y en esas andaba, liado de acá para allá, cuando ha llegado el actor principal del día de hoy.

Yo sabía que estaba jodido, pero no tanto. Nada más verme se me ha echado encima para darme el pésame por la muerte de mi padre. Entre sollozos, lágrimas, me ha dicho una y otra vez que no se enteró hasta hace unos días, que mi padre era un gran hombre, "uno de los de antes" y que esta puta vida era una puta mierda y que siempre se iban los mejores y todo eso. Poco a poco, con cierta delicadeza, he podido desembarazarme de él y ya un tanto más tranquilo cada uno ha seguido su marcha, yo trabajando en lo mío y él en lo suyo bebiendo cerveza: eran las once y media de la mañana y yo tenía la sensación de que no era la primera que se tomaba. De vez en cuando lo miraba desde la cocina y no hacía más que certificar que de verdad ese tío estaba bien jodido.

Tendrá unos cincuenta y pocos años. Su mujer se separó de él hará cosa de un par, hundiéndole en una depresión de caballo que lo tiene medicado, según me ha dicho luego. Tiene una hija que muy pronto será mayor de edad y que ha decidido irse a vivir con él porque desde la separación no aguanta a la madre, que ha rehecho su vida con otro tío. En fin, y para no cansar: el divorcio fue de los que se dicen traumáticos, dejándolo a él más acabado que la Falange.

Resulta tremendo ver llorar a un tío mayor que tú. Tremendo, casi que doloroso. Y no es que hayamos tenido una relación de amistad o parecido, no...Era un cliente habitual desde hace muchos años y charlábamos un poco de rocanrol, fútbol y poco más. Su mujer tenía un buen cuerpo, se cuidaba bastante, y seguramente fuera una más que buena folladora. Era simpática pero falsa, eso se notaba a la legua. Siempre parecía estar flirteando contigo, hablando como con segundas intenciones, permanentemente sonriente...No recuerdo verla seria nada más que ya muy al final de su relación, cuando tuve que asistir a algunos buenos encontronazos del par de dos. Por cierto que era ella la que trabajaba y llevaba el dinero a casa; el se quedó en el paro unos años atrás y no había vuelto a trabajar sino muy esporádicamente. Yo, todos, suponíamos que debía darle bien lo suyo a semejante jaca, porque sino no se explicaba: sabido es por todos que estando bien descansado es como mejor se folla.

El dolor ajeno es algo que visto en primera persona no se lo desearías ni a tu peor enemigo. Yo recuerdo haber pensado alguna que este tío era medio tonto, que era increíble, injusto, que alguien así pudiera llevar la vida que llevaba: sin trabajar, follándose a una buena hembra y siendo padre de una adorable criatura. No es que me cayera mal, tampoco bien, pero yo me veía a mi (por entonces un poco menos hundido de lo que ahora lo está él) y se me llevaban los demonios. Hoy, al acordarme de esto, no he sentido ningún placer en ver como ha cambiado su cuento. Ninguno. Y esto es una buena lección.

Cuando alguien está en ese estado en tu bar uno no sabe lo que hacer. No puedes echarlo porque lo conoces; no puedes ignorarlo porque puedes herirle; no puedes ayudarle porque estás trabajando; no puedes decirle que no le pones de beber porque se enfadará; no puedes...A veces ser camarero es algo tan difícil como desactivar bombas a contrarreloj.

Hemos tenido una buena mañana. El furibundo viento de estos días se ha aplacado y la gente se ha animado a salir a tomar el aperitivo. La mayoría de mis clientes se han quedado en la terraza, claro, con lo que la lamentable figura de este hombre destrozado no ha hecho más mella que en mis deseos de que se fuera, pues uno nunca sabe en tales circunstancias. Y así han pasado las horas hasta que a las cuatro y media, por fin, se ha ido después de siete u ocho cervezas, nada de comer y algunas confesiones una vez acabado el jaleo en el bar acerca de donde venía, a quien había casi pegado, la cantidad de pastillas que debe tomarse al día y los efectos que le causa el no hacerlo y un persistente deseo de morirse, cosa que hará una vez su hija cumpla los 18 años de edad.

- Deberías irte a descansar un rato antes del fútbol, Ángel, que sino vas a llegar reventado para verlo,..

Una cerveza más y media hora después se ha dado cuenta de que yo tenía razón.

Ha salido a la calle, ha cogido su coche y se ha marchado.


Viendo lo que es el mal sabes que desearlo, aunque sea en un momento de debilidad, es una bajeza.


Eso es lo que es.


Y si no podemos ser buenos, al menos no queramos ser malos.


Aunque de hijoputas esté el mundo lleno.

sábado, 22 de abril de 2017

DENTRO DE ALGÚN TIEMPO

- ¿Qué te pasa? -me preguntó mi tío desde su eterno taburete junto al frigorífico congelador.
- Ná, que estoy resfriao -respondí mientras me hacía el café de entrada al bar.

Echó una buena calada a su Marlboro y dijo con toda aquella pachorra que siempre le caracterizó:

- Para eso lo mejor es un DYC con cocacola y una aspirina.

Y eso hice. Y después tiré toda aquella tarde de verano, con sus treinta mesas de terraza y sus ciento veinte sillas, sus "chico" por aquí y "chico" por allá, sus montados de lomo medio hechos (pero no crudos) con tomate restregao (no en rodajas) y sus claras muy claras, pero tampoco mucho; sus agónicos vasos de agua y sus calamares bien pasaos, abrasaos, que ya no había dientes para morderlos; sus fantas de naranja del tiempo que siempre estaban abajo de las torres de cajas o sus cafés nunca demasiado calientes, tanto que apenas podías dar crédito a que quien lo sorbía no hubiera emergido del mismo infierno; sus "no me gusta esa tapa, ponme otra", como si fueran de pago, como si no fuera lo que era, un detalle de la casa, de gratis, que aún hoy, veinte años después, siguen sin cobrarse para escándalo de cocineros majaretas que jamás han sabido lo que es hacer el cabrón en la jungla, porque eso ha sido siempre lo que esto es, la jungla, la puta jungla sin río que la remonte ni comprensivo coronel que te espere para bendecirte, sin más premio que tu puto catre en tu puta casa, la de mis padres por aquel entonces...Luego recogíamos, cenábamos bien, echábamos un pito y yo me iba a tomar algo más por ahí con la gente que me iba encontrando, gente como yo, gente que salía de sus bares para ir a otros donde beber y tranquilizarse un poco para poder dormir. Estábamos ahí, bebiendo, hablando de Tritemio, mirando nuestras copas, las tetas de la camarera del jefe, y al final nos íbamos bien ciegos en nuestros respectivos coches hasta nuestros respectivos colchones.

- ¿Como es que tienes abierto el ventanal de la cocina? -le dije anoche a mi madre. Es un pedazo de puerta corredera acristalada que tendrá unos seis metros cuadrados
- Para ventilar...
-  ¿Para ventilar qué? ¿Pero lo cerrarás ahora, no?

Ya no recuerdo lo que dijo, pero ayer me tocaba hacer la guardia en su casa por la reciente muerte de nuestro padre y tuve que volver a dormir en la camita donde dormía hace 30 años. Ya no hay literas, pero no deja de recordarme aquellas inocentes noches de "¿habéis rezao el padrenuestro?" y sus síes correspondientes mientras guerreábamos hasta quedarnos exhaustos.

Llevo un par de semanas largas que no consigo estar bien; por unas cosas u otras siempre hay algo que lo impide, ya sea el colchón viejo, el suplente, la bici de los cojones, el saco de boxeo, el pedo necesario para escribir o la complicada conjunción de Saturno con Urano, siempre tan jodida, pero el caso es que no arranco. Pero esta mañana, cuando he despertado a mi hora sin que hoy, sábado, todavía lo fuera, he sentido un frío que no era normal. Me he levantado a mear con la alegría de dos horas de bonus cuando al volver a la habitación, por curiosidad, he ido a la cocina a ver como estaba el ventanal de la cocina: abierto de par en par. Con dos cojones. Cuatro, cinco grados, entrando a saco, a todo lo que daban en estos días de insufrible viento, durante ocho horas.

Y ya no he podido más que darme por jodido media hora después.

- Será que no te dije que cerraras el ventanal -le he dicho antes de darle el beso de despedida. Ya estaba con la radio puesta.
- ¿Qué puerta? -ha dicho desde su valiumnuestro.
- La de la cocina.
- Anda yá. Si eso es para ventilar.
- Para ventilar qué, joder.

A mi casa. Una buena cucharada de vitamina C en un litro de agua, tal y como dijo el señor Pauling, dos veces premio Nobel, el único de la historia y tal...

Lo tengo controlado desde el último bote. Son de 250 gramos y fui echando palillos a un plato cada día para saber cuanto me metía: unos diez gramos. No sé lo que es resfriarse en serio desde hace dos años, salvo una vez que no me quedaron más cojones por un enorme descuido mío. Han habido días que me he levantado regular y ha sigo tirar de eso y olvidarme a la tarde. Pero hoy no. Y eso contando con otros cinco gramos que me habré bebido de la segunda botella hasta que ya he decidido hacerle caso a aquel consejo de mi tío pero sin la aspirina, que en gloria esté aún siendo tan bribón como fue.


Y el día se va entre tintineantes bengalas que ya no sé si son de las mías o de las de otros.


Tan grandes, tan enormes, que dan para desear cada vez más aquella posibilidad de esa isla que  Houellebecq nos enseñara hace algún tiempo.





miércoles, 19 de abril de 2017

BESTIA DE CARGA

Había pasado otra desesperante mañana de ruina y hastío vital en el maldito bar cuando entraron el travelo y su chulo, un rumanoide de tamaño medio para sus parámetros. Yo estaba acabando de darle fondo a la ensalada que durante media hora larga había estado manipulando para comerla junto a mi hermano, cuando al salir de la cocina con el trapo que hace de mantel sobre la barra me encontré al par de dos justo al lado de nuestro sitio, como si no hubiera habido barra o salón de sobra donde ponerse, pero ya se sabe que los extremos se tocan aunque exista un vacío interestelar entre ellos. Y no para bien, al contrario que nos han ido enseñando. Después de todo, yo no he sido un imán ni cuando fui joven: "que corra el aire" Y mejor cuanto más corra.

No me cagué en Dios porque eso es cosa de chicos y de hombres de poco seso, aunque ya creas lo mismo en él que en un telediario. De todas formas no lo dudé ni un momento, como diría la tía de ese chisme que hace el vacío en las bolsas donde guardar los alimentos sobrantes para conservarlos frescos en uno de los promocionales de EHS que, religiosamente, pongo en la tele desde que abro a las siete y media hasta que empiezo a poner música a eso de las once, cuando ya dan paso al fútbol o a una especie de Días de cine que es oírlo y alterárseme los nervios. Una vez pasó uno, un tío con pintas de borracho desocupado de bar de al lado que había tenido que cerrar, y mientras trasegaba su reglamentaria copa de anís mirando los fantasmas que había en derredor me dijo que si podía poner otra cosa.

- No

Tardó cero coma en irse y no volver más.

Otras veces, en otras circunstancias, con otros clientes, no tengo ningún problema en coger mi hato e irme al otro extremo de la barra. Pero esta no iba a ser una de ellas. Extendí el puto paño en mi sitio, pasé a la cocina, cogí el perol y lo estampé contra la barra.

- ¡A comer! -le voceé a mi hermano. Y, obediente como suele serlo con su hermano mayor siendo él el pequeño, se sentó a mi lado cuando oyó el tono en que lo decía.

El rumano, a un codo de distancia mía, se entretenía silencioso con su móvil; el otro, la otra, no paraba de hablar gilipolleces por el suyo como si alguna cámara de Telecinco andara cerca. Yo empecé a tirarle a saco a la comida como si no hubiera hecho otra cosa en mi vida, que, básicamente, era lo que había estado haciendo en el continuo del espacio-tiempo de mi memoria en ese momento. En estas estaba, tragando como un sentenciado a muerte dentro de 40 años, cuando el rumano preguntó si dábamos comidas.

- No

Bueno, técnicamente no damos comidas pero hay tapas con las que los clientes adecuados pueden comer si yo quiero.

No dijo nada y siguió a lo suyo. La otra, el otro, seguía a su marcha como si no estuviera allí, como si mi bar fuera su bar, como si mi bar fuera el bar de otro, como si mi bar fuera un condón de un mediado paquete de condones, como si mi bar fuera una llamada oculta.

Se fueron. Terminamos de comer entre las inocentes risas de mi hermano. Luego se fue él también y ya me quedé yo solo. Y empezó a correr el aire.

Salí afuera. El viento soplaba como tuvo que soplar aquella vez que tiró aquel muro que mató a un primito mío cuando él y y yo eramos chicos. Pasé adentro y saqué un paquete de tabaco. Me serví una cerveza y me hice un pito. A veces hay que hacerlo aunque ya no lo hagas. O ya no como antes.

Y entonces vi la llamada de anoche, cuando demasiado reventado para dormir en la cama suplente tuve que levantarme y ver la segunda parte del partido del Madrid, "hola, don Kufisto, somos del banco..." Una mujer. Mi cuenta. Números rojos. Recargo bestial por un miserable descubierto. "No tenéis vergüenza. Adiós, buenas noches" Gol de Cristiano. Mi esperanza por un cigarrillo, como si no supiera lo que viene después...

Expulsión del bravo Vidal y prórroga. Fin. Game over. Como aquella vez con el Atleti. Como aquellas veces con el Atleti, Es el Madrid. El Madrid nunca pierde. El Madrid gana hasta cuando pierde.

Me fui a la cama cuando marcaron el tercero. Ya había que ver lo mismo que aquella vez en Lisboa, cuando mi padre
 me llamó después del gol de Sergio Ramos. "¿Lo estás viendo?", "¡sí, joder, lo estoy viendo, me cago en la puta...!" Él del Bilbao, yo de la Real, pero también del Atleti, del Bayern, del Barcelona, de Coldplay  antes que del Real Madrid de Florentino...Era la una y media cuando dejé de mirar el suicida enroque de Fischer frente a Gligoric en la ronda final de Portoroz.


Todavía no había alcanzado a fumar la mitad del cigarrillo cuando han llegado dos chicas, dos clientas, dos mozas viejas como yo. Ayer por la tarde me las topé mientras andaba cerca de Urgencias. Yo iba escuchando a Bach, mirando a uno que nerviosamente estaba hablando por teléfono con un cigarrillo en la mano. Justo al cruzarnos me di cuenta de que bajo sus gorras y gafas eran ellas las que venían de frente. Quizá me saludaron, puede que no, pero yo seguí adelante con la duda. Y hoy, cuando las he visto pasar, se lo he dicho. Y sí, eran ellas.

Dar explicaciones es perder dos tiempos; y si en el ajedrez es dramático perder uno con según quien, en la vida se pierden mil si hacen falta cuando uno es de la Real y el otro no es del Madrid. Y estas buenas muchachas no lo podrían ser aunque quisieran.

- Kufisto, te doy el pésame por tu padre...Me enteré el otro día...
- ¿Eráis vosotras las de ayer, no?
- Sí

Y hemos hablado un rato de los cánceres que han matado a quienes nos dieron la vida.

Siempre viene bien hablar con alguien que no nació del Real Madrid.


















sábado, 15 de abril de 2017

LA CARA MALA DEL COLCHÓN

El viejo llegó y me dijo que quería un café con leche. Dejé de mirar el panorama y pasamos para adentro. Me preguntó por el resultado del Madrid y le dije que no lo sabía. Miró la tele y vio que el fútbol era el de unos chiquillos que en silencio estaban echando por Gol Televisión. Enseguida me explicó todo el desarrollo del torneo. Luego me dijo que había hecho la mili con un tío mío, tal y como hizo la penúltima vez hará unos meses.

- Tendrá 75 años -ha dicho
- Tendría -he respondido

O no me ha oído o no ha entendido mi indirecta. Siempre me pasa cuando hablo como si estuviera escribiendo. Además que ya le dije que había muerto tal y como le he dicho las otras veces. Ha empezado a contarme algunas historias ya contadas y yo he vuelto a acordarme del maldito colchón que me tiene destrozado desde que desperté a eso de las seis. Poco después llegó gente joven, puse algunas copas y el viejo decidió irse sin despedirse, o yo no lo oí. Los chicos hablaban del partido. El Madrid había vuelto a ganar en el último suspiro. Se salieron con sus copas para sentarse en la terraza donde sus chicas les esperaban y yo volví a la puerta. Y allí continué mirando el panorama de mis últimos minutos por hoy en el bar.

Sábado de Gloria. Ayer me topé con los aledaños de una procesión mientras terminaba mi paseo y fue como ver la promo de un episodio de Cuéntame como pasó. Cené un plato de potaje en casa de mi madre y con la última cucharada me fui para mi casa. Al rato me llamó para decirme que había estado viendo la procesión con mis tíos. Y ya en la cama, reventado, ni me dio tiempo a abrir el libro de Fischer, siquiera el de los mormones que me regalaron el otro día y que tanto me aburriera a las dos páginas.

Hoy estoy más cansado que ayer. Hoy necesito el respiro de unos tragos y unos cuantos cigarrillos. Escribir algo, leer alguna buena partida de Bobby y dormir en la otra cara del colchón.

Esta mañana se le cayó la caja de aguacates a la chica de la frutería. Le ayudé a recogerla. Me gustaría verla sin el disfraz de la empresa. No tiene que estar mal. Supongo que a ella también le gustaría verme sin cara de estar desentrañando una película de Terrence Malick. A veces me veo escogiendo los limones como si alguno llevara dentro el aleph.

El monedero de la máquina del tabaco iba tan mal que he tenido que llamar al dueño para decirle que o me lo cambiaba o no vendía más tabaco. Han tardado unos minutos en venir y segundos en solucionarlo; tan pocos que me ha parecido algo casi mágico. Estar dos días como estos haciendo de estanqueros es algo que podría hacerle perder los nervios a un eurodiputado.

Un tipo que no cabía en el asiento de su coche no hacía más que ir arriba y abajo de la avenida a no más de diez kilómetros por hora por el carril rápido. ¿Qué clase de tío es capaz de hacer eso? Joder, parecía una puta célula maligna deseando que otras se estamparan a ella.

Un chaval que nunca me habla más allá de para pedirme sus consumiciones me dijo ayer que tenía problemas cuando se pasaba con el alcohol. Estaba con su chica, con la familia y los amigos, todos ya medio borrachos. Me dijo que una vez se puso tan ciego que mi hermano tuvo que llevarlo a casa en su coche.

- Mi padre estaba en el hospital y yo...
- Ya, te entiendo -le dije

Hay gente que por alguna razón ves que quieren conocerte, que te miran como si tú supieras más que ellos, que esa fama que arrastras debe ser por algún motivo, que quizás tú tengas algunas respuestas al porqué ellos también empiezan a preguntarse cosas ahora que ya van dejando atrás la brutal juventud...Y tú, que prácticamente has sido y eres como el Hagen wagneriano, ves que ese es un mal lugar y momento para hablarles de la cueva de Montesinos, y que seguramente tampoco los haya fuera de allí, pues más sabe el viejo por diablo que por viejo, y que cuando el alcohol se va el interés salta por el vomitorio, y que la piedra que arrastra el agua sólo sabe que es una piedra cuando la escupen a la orilla.


- ¿Pero vosotros teníais un bar en otro sitio, no? -me preguntó el viejo
- Sí -le respondí tal y como había hecho la penúltima vez hará unos meses-, pero nos fuimos de allí hace veinte años.
- Claro...Yo conozco a tu padre -volvió a decirme como tantas otras veces.


Y por primera vez no le he dicho que ha muerto.


Fischer-Stein, Sousse 1967, Apertura Española, partida 60 de Mis 60 memorables partidas


Y a ver qué tal en la otra cara del colchón.






jueves, 13 de abril de 2017

EL LIBRO DEL MORMÓN

La verdad es que estaba siendo un paseo bastante extraño.

No es que hubiese ido viendo dragones ni nada de eso, no...Era la misma gente de siempre, o casi, pero yo los veía de otra forma, más profundamente, como si realmente fuesen reales, otros diferentes a mi, personas en tránsito por este mundo haciendo las cosas que se supone deben de hacerse: emparejarse, tener hijos, pasear con ellos por los calles en un día de fiesta, quizá alguna pareja amiga con los suyos, hablar de cosas intrascendentes, ver telediarios y todo eso.

Tanto estaba siendo la cosa que me he olvidado de lo que iba escuchando por los auriculares. Billie Holiday. Normalmente la salto, me trae recuerdos muy amargos, pero esta tarde la he dejado estar. Su voz es tan triste, tan dulcemente triste, que sólo la he escuchado cuando peor estuve. 

Iba oyendo una de sus interpretaciones cuando a lo lejos he visto como se acercaban un par de chavales de esos que van vestidos como Michael Douglas en Un día de furia, siempre me lo recuerdan, aparte de la chapita negra con su nombre que llevan colgada en la pechera izquierda. Nada más verlos, no sé porqué, he pensado que iban a pararse a hablar conmigo. Y así ha sido.

Me ha abordado el yanqui, un chaval que ya a primera vista parecía lo que ha sido, un buen chico: alto, rubio, muy blanco, risueño, picado de granos, puede que ni 20 años...(¿no son estos los que andan evangelizando por el mundo durante un par de años y luego hacen gratis sus carreras universitarias?). El otro era sudamericano, bajito, morenete, un tanto más reconcentrado, bastante serio, enseguida me he dado cuenta de que era el líder. Hemos empezado a hablar después de presentarnos, ya sabéis, directamente al grano: Dios esto, Dios lo otro, ¿crees en Dios?...Hasta que han llegado a su fundador, a John Smith.

- Lo conozco -he dicho- He leído cosas sobre él.

 Bueno, yo me leí hasta el diccionario.

- ¿Ah, sí? -ha preguntado un tanto sorprendido el sudamericano, como quien está harto de hablar con gente que no tiene ni idea de lo que a él le gusta hablar.
- Pues sí...Sé que es del siglo XIX.

Y ha sido decirle esto y cambiársele la cara; como si por primera vez se hubiera encontrado con alguien que sabía que su profeta no vendía zapatillas; tal que si me vienen dos al bar y uno empieza a hablar de Viktor Korchnoi junto al grifo de la cerveza donde tiro las cañas.

Hemos charlado un rato más, siempre de Dios, nada de drogas, mujeres, whiskys, rocanrol, fútbol, motos y cuantoshijosputismos. 

En fin, que se han entusiasmado. El yanqui, como despedida, me ha dado su libro.

- No, por favor, no hace falta...
- Sí, Kufisto, quédeselo, por favor...
- Bueno, está bien.

El sudamericano me ha soltado una estampita de Jesús con un teléfono detrás y un horario de reuniones y todo eso. Lo he metido dentro del libro dándole las gracias.

Ya me iba cuando el yanqui me ha vuelto a preguntar:

- ¡Kufisto!, ¿le gustan los Yankees?
- No, no sé...Yo soy más de ajedrez...De Bobby Fischer, un compatriota tuyo.


De vuelta a casa iba pensando: "Joder, Jueves Santo, La Última Cena y todo eso, y yo con el libro de los mormones andando por las calles de un pueblo manchego..." Instintivamente lo he ido portando de tal manera que sólo las paredes viesen la portada. Me he acordado de aquellas revistas porno que me metía en los huevos cuando de chaval las compraba en los kioskos para irme volando a casa.


Y ya en la de ahora lo he dejado sobre la mesa, he cogido una camisa y me he ido a la de mi madre para cenar algo. Ella está hoy de estaciones. Alguna vez, hace muchos años, siendo niño, yo también las hacía con ellos. Y me parecía hasta divertido. 


Ha pasado tanto tiempo que si no fuera por los recuerdos diría que es mentira.


Como con casi todo.


Bueno, veamos qué se cuenta el señor John Smith...






sábado, 8 de abril de 2017

ENCADENADOS

Bueno, hay días que son como la creación de la Tierra aunque te pongas la gorra y las gafas del sol hasta para salir a comprar el tabaco del bar.

Desperté a la misma hora de todos los días, también sin darle tiempo a Dylan a que lo hiciera por mi. Bebí un trago de agua, fui a mear y tiré de la cadena mientras me lavaba la cara. Me vestí y le di un beso a mi madre. Hoy no tenía puesta la radio. Buena señal.

Ya en mi casa desayuné, cogí las cosas y tiré a la gasolinera para comprar los periódicos del bar. En un descuido miré una de las portadas. Tuve que darle caña a los King Crimson para olvidarme de ella.

Y a toda leche, como me gusta conducir cuando acabo de despertar, llegué al bar.

Hoy no estaba el ciego esperándome en la puerta. Sabe que los sábados abro más tarde y ya ni lo intenta. No deja de ser un descanso. Encendí la cafetera e iba a poner a la Velvet para ir limpiando cuando vi que Internet no funcionaba. Apenas eran las siete y media y ni se me ocurrió llamar a nadie. En silencio coloqué las cosas, fregué los suelos y las paredes de los wateres y me fui un rato a andar por el sol. En silencio dejé atrás el cementerio y sólo entonces recordé que mi padre ya lleva algo más de un mes allí. Luego vi unos pájaros grandes, muy grandes, andando por el seco caudal del río y me extrañé. Un par de segundos después echaron a volar y me di cuenta de que eran patos. Patos. "Joder, eran dos patos" Volaron torpemente, pero volaron hasta que mi dolorido cuello no dio más de sí. No me gusta pararme al andar ni cuando veo algo que nunca he visto. Me tomé la olvidada pastilla y seguí caminando.

En el súper compré lo del bar y lo mío a cuenta de aquel. Ya van dos veces. Ya no puede ser de otra forma. Es poco pero sigue siendo demasiado para alguien como yo. La chica de Atención al Cliente me hizo la factura y me fijé que está engordando. Parece aburrida. Es como si fuera dándose cuenta de que ya no la miran tanto. De todas formas le eché un vistazo a sus recatadas tetas del trabajo. La compasión de los otros puede ser una buena pastilla para quienes empiezan a saber lo que eso significa.

Volví a casa, me duché, no me afeité y esta vez sí estaba esperándome el ciego fumando como una chimenea junto a la puerta. Le saludé en árabe, o así lo imagino; él me echó la bronca de los sábados, yo le respondí como un moro loco y ya riendo entramos al bar. Puse la tele en una emisora de radio musical con parecido cuidado que llevo con los periódicos y abrí las puertas a todo lo que dan.

La mañana pasó sin más novedad que la visita de uno de mis clientes de fin de semana, un enfermo de cáncer que había dejado de ver desde que me dio el pésame por mi padre. Ya pensaba que no iba a venir más. Cuando uno está jodido de esa manera, aún habiendo "superado" la enfermedad como él, no es fácil seguir como si nada. No, no debe de serlo. Uno se vuelve supersticioso cuando el globo va llevando demasiados agujeros para los cuatro dedos que tenemos.

El fútbol madrileño barrió mi tarde como lleva haciéndolo desde hace unos cuantos años. Tampoco pasa nada, apenas son un par de horas y te quitas de pagar el dinero que no tenemos y la gente que no nos quiere nada más que para seguir alimentando su estupidez y mis nervios. Si esto me lo hubiesen dicho hace treinta años, cuando yo era un chico, simplemente no habría podido entenderlo. Pero el tiempo es algo así como un niño que llora por la noche.

Una pareja de amigos llegaron con sus dos pequeños, todavía dormidos. Se sentaron en la terraza y me senté con ellos. Al poco, no habían pasado ni dos minutos, vimos acercarse a otra que extrañamente venían sin los suyos. Él estudió conmigo cuando éramos chavales. Un chico de familia bien. Un buen chico. Es igual que entonces, sólo que con una mujer rubia de metro ochenta y un par de hijas que hoy estaban con sus padres. Y han venido aquí. Nos hemos saludado, me han preguntado, y enseguida me he metido adentro para dejarlos con la otra pareja. Mientras esperaba su entrada me he acordado de aquella vez, cuando estudiábamos con los curas, en las que viendo mi carpeta de macarrilla, llena de fotos de jevis y sus groupies, me dijo que esas tías no valían dos duros. Es como si las estuviera viendo ahora mismo...

Los padres de los pequeños acabaron pasándose también para adentro al cabo de un rato. La tarde era buena pero no tanto como para estar sentados donde ya no alcanzaba el sol. Los chicos se fueron despertando; el primero con Iggy Pop y el segundo no me acuerdo. Al principio no hacía más que llorar el pequeño o buscar los brazos de su padre el grande, el que siempre anda detrás de mi menos cuando se acaba de despertar. Así estuvieron quince minutos. Hubo un rato que el padre tuvo que coger también al pequeño. Yo estaba en un extremo de la barra y me fijé como cogía a los dos y los sentaba en la barra agarrados a su cuello. Me acordé del mío y de mi hermano. Luego, ya viéndose muy lejos de donde habían estado soñando, empezaron con sus juegos y el grande, ya sí, pasó a la barra a pedirme cosas.

Y fueron pasando los Black Sabbath, Tom Petty, Led Zeppelin, Frank Zappa, Fleetwood Mac...

Y entonces entraron tres chicas.

Al principio no me di cuenta, pero pronto me la di de que una era ella, la que pudo haber cambiado mi vida hace más de veinte años.

Hacía tiempo que no la veía, quizá un año, puede que algo menos, no sé...el tiempo es como una película de sobremesa en Antena 3.

Tres cafés descafeinados.

Ella vino y me besó dándome el pésame.

Hablamos un poco y después fue a sentarse con sus amigas.


Cogí un vaso y me serví un whisky. Fui a la máquina del tabaco y pillé un paquete de Lucky. Salí afuera y encendí un cigarrillo. No me supo tan bien como hubiera sido de esperar después de dos meses. Tampoco el whisky estaba tan bueno. Tuve que ir al water. La mierda salió como si hubiera estado secuestrada. Pero en media hora cayeron otros tres y un par de cervezas.


El tiempo es un pretérito imperfecto del subjuntivo del verbo cagar.