martes, 29 de agosto de 2017

UN DESPERTADOR PARA DORMIR


A veces sabes que has dormido porque recuerdas los sueños, aunque tu cuerpo y tu cabeza sigan igual que cuando se acostaron.

Hay noches en las que primero debes dormir un ojo y un rato después el otro, por lo que pueda pasar. Noches en las que el sueño te vence el pulso de todos los días pero no como siempre: tiene que estamparte la mano contra la mesa para darte por derrotado, hasta el jaque mate, nada de abandonos prematuros. Y no es que no quieras dormir, sólo que ya sabes que esas noches únicamente puedes hacerlo así, por lo que pueda pasar.

Luego, durante el día, no hay sol que alegre tu corazón ni música que alivie tus pensamientos. El estúpido y obeso perro del remordimiento muerde tus pelotas sin compasión y así andas tú, de acá para allá con cara de "debo haber perdido algo en algún sitio"; pero como son tantas las cosas perdidas y tantos los sitios en los que has estado no eres capaz de dar con el hueso que aleje al perro de tus cojones; al contrario, cada recuerdo hace que la dentellada sea más fuerte, más dolorosa, tanto que cuando terminas la rutinaria tarea del día lo único que quieres es tumbarte y mirar por centésima vez el Mortadelo de los okupas. No hay nada mejor en un día así. No puedes apagarte, programar que te despierten a las ocho de la mañana y dormir dieciséis horas de un tirón. Eso es cosa de las máquinas y de los bebes. Y tú no eres ninguna de esas dos cosas.

Vuelve a caer la noche. Otro día que pasa igual que las botellas vacías al contenedor de la basura. Tendrías que salir un rato, respirar aire fresco, eso siempre ayuda. Pero sales y te das cuenta que el chisme de la música tiene aún menos energía que tú, que hay demasiada gente por las calles, demasiados coches, demasiadas luces, demasiado ruido...Regresas a casa y pones música. Tienes toda la noche por delante. Quizá más tarde será mejor, cuando sólo los gatos y los solitarios pisen las calles, cuando se apaguen las luces de los comercios, ¿para qué tenerlas encendidas?; aquellos no tienen bolsillos y tú sigues con tu agujero de siempre en los tuyos; unos a rebuscar en la basura y nosotros a mirar el suelo y el cielo; ellos encontrando rica mierda y tú y yo una ración más de nada para el coleto. Rica.

Una rápida ducha y un poco de jabón. Ni hambre tienes. Te sientas ante el ordenador. Apagas la música y enciendes el enésimo cigarrillo. Escuchas tu respiración y el rumor de la máquina. Alguien empieza a tirar cohetes. Así es la vida: unos tiran cohetes, otros los miran y nosotros los oímos. Ya queda menos para salir a la noche. Ojalá y no quede ninguno por lanzar cuando salgas afuera.


Y entonces oyes la llegada del camión de la basura y decides irte a la cama.

domingo, 27 de agosto de 2017

EL AGUA QUE ACLARA LA VISTA

El día, por fin, amaneció gris y fresco. Cogí el coche y pasando por el bar de camino a la gasolinera no vi a Jose y su bicicletilla esperándome en la puerta. Me extrañó. Eran las ocho y media y ayer le dije que llegaría sobre las nueve. "Bueno, yo estaré por aquí a las ocho" dijo. La poca gente que se veía eran viejos paseando con una bolsa de churros o chavales volviendo a casa como podían después de otra noche perdida por ahí. A veces ven a Jose y le insultan si van en coche. "¡Guarro!, ¡feo!, ¡tío mugre!, ¡momia!" y cosas así. Y entonces Jose deja de hurgar en el contenedor de basura o de limpiar mi terraza y a grandes voces, tartamudeando, se caga en sus putas madres y en sus malditos muertos. A veces temo que alguna vez tengamos un disgusto. Uno nunca sabe con una cuadrilla de chavales borrachos. Yo le digo que no les haga caso pero él no puede. Son ya muchos años de humillaciones sin sentido. El otro día me contaron que hace años pasó a un bar de pijos armado con una especie de espada en busca de un niñato que lo llevaba sacando de quicio durante demasiado tiempo. Le vio entrar ahí y supongo que se le cruzaron los cables. Echaría mano del cuchillo ese o lo que fuera que esa mala mañana se hubiera encontrado por ahí y fue a ajustarle las cuentas. Menos mal que el otro tuvo tiempo de esconderse; sino hubiera acabado mal, que no hay nada más peligroso que un buen hombre desatado. Tan bueno es, tan inocente, que me costó creer la historia. Pero sí, así fue.

Los chicos de la gasolinera estaban hoy con cara de pocos amigos. Yo no había despertado mucho mejor pero al verlos me animé. Pillé la prensa y me fui al bar.

Apenas había empezado a colocar las cosas cuando oí un tímido golpe en la puerta. Abrí y efectivamente era Josemari.

- ¿Hay algo que hacer, Kufisto? -dijo. Él sabe que los fines de semana siempre hay algo que hacer pero siempre pregunta antes para no molestar ni dárselas de listo. Su madre lo educó lo mejor que pudo. "Pide, no robes" Tiene 94 años y vive en una residencia de ancianos. Jose es el único hijo de los 18 que parió que va a verla todos los días. Algunos ya están muertos, otros viven fuera y a los demás les da miedo de lo vieja que está. "¿Pero te conoce?" le pregunto, "¡Claro que me conoce! Y hablamos. Está muy viejita ya, pero...es mi madre, Kufisto. Es mi madre" Su padre murió por el alcohol con apenas 50 años. Alguno de sus hermanos también llevaron el mismo camino. Él no bebe, sólo fuma. El alcohol, dice, "me volvía loco" Y yo que le conozco desde hace más de 30 años jamás lo he visto beber ni una gota.

Le dije que sí y se alegró. Y como siempre hace me dio su pronóstico del tiempo para hoy. Respondí que ojalá y cayera el Diluvio. Se rió y empezó a sacar fuera la terraza cantando sus cosas. Yo me lié a fregar. Y así, en buena armonía y con un silencio sólo roto por sus leves cantes, arreglamos otro domingo más el bar.

Suele terminar su parte antes que yo la mía. No me dice nada. Se espera. Y una vez que acabo le doy un paquete de tabaco y algo de dinero. No está mal por media hora de trabajo. Él lo sabe por comparación con otros y así me da las gracias.

- Bueno, me voy pá el bar de Boni, Kufisto
- Muy bien
- ¡Ayer estuve con mi mujer en el hospital! -dijo como quien recuerda en el último momento algo que tenía que decir
- ¿Y eso?
- El ojo otra vez, que se le puso peor. Lo tiene ciego ya, la pobre -me dijo con cara de lástima por ese ojo desgraciado por el borracho de su padre cuando ella era una niña. Ahora es una señora muy simpática y bastante fea que poco después de la muerte de mi padre me dio el pésame que más sentí. Iba yo paseando por las afueras, pensando en él, cuando me los encontré saliendo del barrio donde viven. Ella se acercó, me dio dos fuertes besos y cogiéndome las manos dijo que contara con ellos para lo que fuera: "Aquí estamos para lo que haga falta, Kufisto, de verdad"

Jose se fue y abrí el bar. A eso del mediodía hubo un leve intento de llover. Vino poca gente. La tarde iba poco más o menos que igual hasta que unos amigos vinieron para beber whisky del bueno. No quise unirme a ellos. Bueno, sí quise pero no lo hice.

Salí a la puerta y encendí un cigarrillo. Ahora sí parecía que por fin iba a llover algo. Podías oler la humedad. Es maravilloso volver a olerla después de tantos meses. La esperanza es hermosa cuando la sientes cerca. Y terrible cuando parece olvidarse de nosotros.

Oí cantar a Jose. Miré a la izquierda y vi que venía andando. Por la tarde no saca la bici, pero sí el palo de escoba con el que se ayuda para buscar en los contenedores de basura. Tiene unos sesenta años que parecen aún más en su arrugadísimo rostro y la agilidad de un chico de veinte. Hemos estado mil veces codo con codo y jamás le he olido a sudor ni a nada. Será porque no tiene un gramo de grasa. Y a que se lava. Feo sí, guarro no. Y mejor que muchos, también.

- ¿Qué pasa, Kufisto?
- Pues mira, echando un pito
- Va a llover
- También decías eso esta mañana
- Jajaja...¿me das uno?
- Toma. ¿Y tu mujer?
- Mejor, ya está mejor. Le han dado unas gotas para el ojo...

Y fumando vimos llegar una tímida lluvia.

- ¡Qué bien huele, Kufisto!
- Sí, Jose
- ¡El agua es vida!
- Sí


En silencio estuvimos un rato respirando ese aire húmedo después de tres meses infernales. Pronto escampó. Él se fue a lo suyo y yo volví a la barra y me eché una cerveza para los últimos diez minutos en el bar en compañía de los amigos.


Lo había conseguido.

viernes, 25 de agosto de 2017

TINA ROLLINS

Tina Rollins apuró su tercera copa. Hizo bailar los pequeños trozos de hielo mirándolos como a hojas secas en el suelo y dejó el vaso en la barra como si fuera un pañuelo de papel con mocos. Sacó un cigarrillo del gran bolso y se lo llevo a los labios.

- Dame fuego, muñeco -le dijo al joven camarero. Y salió a la calle para fumárselo.

Un viento furioso y abrasador estaba trabajándose a los árboles del paseo de la estación. El verano estaba acabando y las primeras hojas muertas anunciaban la próxima llegada del otoño. Tina se sonrió al verlas. Tenía 46 años y también estaba harta del calor. Una fuerte ráfaga la hizo estornudar. Cogió un pañuelo de papel y se sonó los mocos. Lo tiró y vio como se lo llevaba el viento calle arriba. Después escupió el cigarrillo, lo pisó y pasó al bar a por otra copa.

Tina Rollins se había casado joven y muy enamorada con el primer hombre que se la había follado en condiciones y que le había cruzado la cara cuando no se había portado bien. Pronto tuvieron una hija y poco después se separaron. El amor había durado hasta que el otro empezó a repartirlo por otros coños. El suyo lo notó pronto y las estrellas dejaron de ser tan infinitas como para compensar lo otro. El infinito es algo en lo que sólo pueden creer los ciegos, los vagos o los tontos. Y ella ya no era ninguna de las tres cosas.

Hay mujeres guapas y mujeres atractivas. Los chicos y los viejos prefieren las guapas, pero los hombres desean a las atractivas. Y Tina lo era. Conoció a muchos. Algunos hubo que estuvieron dispuestos a dejar a sus mujeres e hijos por ella, pero no quiso: eran poco más que unos desgraciados astrónomos podridos de dinero. Y a ella ya le habían enseñado las estrellas que había que ver y había visto para lo que valía el dinero.

La hija fue creciendo y ella envejeciendo. Pronto se vio que el fruto de sus entrañas iba a ser al menos tan atractivo como la semilla. Tina seguía pudiendo estar con el hombre que quisiera, o casi, pero poco a poco, viendo a su hija hacerse mujer, se fue dejando un tanto. Al final la niña se fue a estudiar a otra ciudad y ella se quedó sola.

Durante algún tiempo estuvo buscando un hombre. Se puso en forma y pronto volvió a causar sensación: hay mujeres que necesitan un coach hasta para mear y mujeres que les basta cualquier cosa para estar bien otra vez.

Tina Rollins volvió a ser Tina Rollins con unos cuantos años más. Y los hombres seguían estando ahí. ¿Los hombres? ¿qué hombres? Ella no veía más que a niños apesadumbrados buscando el coño de su madre. Hasta los yogurines del fin de semana, tan musculosos, se deshacían como el hielo en la copa cuando les sonreía. Era Tina Rollins, la comehombres.


Tina pidió la cuarta copa. El tren de su hija ya habría llegado al festival. Cogió el móvil y le escribió algo. Y sin esperar respuesta lo dejó sobre la barra.


- Qué calor -le dijo al joven camarero
- Sí
- Vamos a fumarnos un pito a la calle...¿fumas o qué?

martes, 22 de agosto de 2017

MANOLO

Manolo llegaba al viejo bar a eso de las nueve de la noche; o de la tarde si era verano. Nuestro bar era su última parada antes de ir a casa. Se ponía en una esquina, cogía un taburete, sacaba el paquete de tabaco y el mechero, los dejaba sobre la barra y se sentaba con tal porte y distinción, con una naturalidad, que sólo con verlo ya tenías una idea de quien podía ser ese hombre. Alto y delgado, de nariz aguileña, abundante cabello blanco y prominente nuez, era la viva estampa imaginada del hombre que ha visto mundo. Los compañeros, unos chicos por entonces, lo miraban con admiración y un cierto cachondeo. Yo también, aunque ya iba siendo un hombre. Y él nos dejaba hacer sin darle importancia.

Mi padre lo conocía de toda la vida y nos contó algunas cosas de la de ese viejo tan inusual mientras dábamos buena cuenta de aquellas estupendas cenas que hacíamos al cerrar el bar. "¿Sabes como está bueno de verdad el montado de lomo, Kufisto?" decía mi tío, "no" respondía yo esperando su respuesta, harto como estaba de hacerlos a la plancha. Y entonces partía unos filetes el doble de gordos, cogía una sartén, la ponía bien de aceite y cuando estaba caliente echaba la carne poco más que vuelta y vuelta. Después los retiraba y los cubría con ese mismo aceite. Y al pan bien borracho, sin más.

Manolo había nacido en el mullido seno de una familia bien de la comarca, de cuando las familias bien se contaban con los dedos. No había dado un palo al agua en su vida, más allá de andar de acá para allá (océano Atlántico mediante) y picar de flor en flor. Se lo pulió todo en cuanto pudo. Y ya viejo y sin un duro se vino a pasar sus últimos años a nuestro pueblo.

Tenía un hijo que a veces venía con él. Era un poco mayor que yo, aunque nos conocíamos de vernos golfeando por ahí. Pero normalmente venía solo. Tomaba vino blanco, "¿cual?", "el que sea mientras no sea malo y esté bien frío" (entonces no había la tontería que ahora hay con el vino), se bebía pausadamente tres o cuatro fumando un cigarrillo tras otro y cuando iba a marcharse a su habitación de realquilado pedía una botella de vino y un trozo de mojama para llevar.

No es que no hablara con nadie pero a ninguno buscaba. Él estaba ahí y si alguien se le acercaba hablaba con él. Conmigo lo hacía cuando le apetecía. Siempre he sabido escuchar a los viejos. Él me contaba cosas y yo lo oía con atención. Le gustaban las mujeres caribeñas y la gente educada. Abominaba de la violencia y de los extremismos. La modernidad le parecía un cuento chino. Un bolero abrazado a una bella mujer era lo más grande de la vida. Todo lo demás era mentira.

Una noche alguien puso una cinta de Julio Iglesias en el muy sufrido equipete de música que teníamos bajo la vitrina. Y entonces él, en su taburete de aquella noche que siempre parecía ser el mismo de lo bien que le sentaba, se puso a canturrear mientras fumaba. Esto era algo que jamás había hecho con Iron Maiden, U2 o los Chemicals Brothers, repertorio habitual cuando ya andábamos de recogida con el mute en el televisor. Y fue tal la cosa que a partir de entonces cada vez que entraba al bar alguno ponía a Julio para recibirle.

- Hola, Manolo. ¿Un vinito?
- Pues sí

"Soy Quijote de un tiempo que no tiene edaaad...soy feliz con un vino y un trozo de paaan...¡y también, como no, con caviar y champáaan!"

Nos metíamos a la cocina para reír. Era él, era Julio y estaba en nuestro bar.

Le cogimos mucho cariño. Reírse de alguien no siempre significa perderle el respeto, al contrario: todos queríamos que él nos prestara atención. Él se daba cuenta de todo, claro. Pero le divertía. Era un tío inteligente.


Después nos fuimos del viejo bar y ya no volví a saber nada más de él. Supongo que murió hace mucho tiempo.




lunes, 21 de agosto de 2017

LOS ESPONTÁNEOS

Es un golfo, un mujeriego. Su padre fue policía y él se hizo maestro. Hace unos años dejó de serlo, tal cual, sin pedir una baja o una reserva temporal o como quiera que se llame eso. Se hartó y se fue con lo puesto dejando atrás todo lo que conlleva ser funcionario. Quien me lo contó, aún reconociéndole como un sinvergüenza, no podía ocultar cierta admiración al hacerlo. Y yo, que sólo lo he conocido de refilón, no dejé de mostrar cierta simpatía por ese inusual gesto.

Nuestros encuentros juveniles fueron eso, encuentros. Teníamos algún amigo en común y muy esporádicamente coincidíamos por ahí, sin que ninguno mostráramos el más mínimo interés por el otro. Se casó pronto, fue padre y poco tiempo después se separó entre rumores de palizas, malos tratos e infidelidades. De vez en cuando lo veía pasar por delante del bar con algún cochazo en compañía de alguna tía buena y poco más. Nunca le han faltado mujeres, no así amigos. Y de guapo o cuerpazo tiene bien poco. Será que sabe como tratarlas. Pero suele suceder que quien sabe tratar a las mujeres no sabe tratar con los hombres.

Poco después de dejar su trabajo se juntó con un familiar y abrieron un negocio que les fue muy bien durante algún tiempo. El dinero entraba a espuertas y daba para todo, hasta para construirse una especie de mansión en las afueras del pueblo que suelo pasear.

Una tarde vino al bar uno vestido de torero.

- Un café con leche

Se lo puse. Era un chico joven, ennegrecío, delgado, con cara de haber visto hasta muertos andando. Dejó la montera sobre la barra y suspiró.

- ¿Tu eres un cobrador de morosos, no? -le pregunté perspicaz
- Claro, quillo, qué voy a ser...¿Voy a ir así vestío con la que está cayendo, mi arma?

Me reí. Estábamos solos y hablamos un rato. Una vida perra, sin duda, pero esa era su vida. Ya se iba cuando me preguntó por una dirección. Y entonces supe quien era el moroso que estaba buscando. Un par de horas más tarde pasé, como todos los días, por aquella mansión de las afueras. Y allí estaba el torero, junto a su coche de feria aparcado detrás del deportivo. La policía estaba tomándole los datos y el moroso no hacía más que gesticular enfurecido. El torero callaba y sacaba papeles en silencio, más acostumbrado a salir por la comisaría que por la Puerta Grande. Pero esa tarde al menos hubo uno que en silencio pidió las dos orejas y el rabo. Aunque seguro que no fui el único: todos los palcos y barreras aledañas tenían las persianas a medio echar.

Hará un par de años que este de quien os hablo empezó a venir al bar por las mañanas. Solía llegar él solo con aspecto de no haber dormido, se tomaba un par de cafés con dos sacarinas, compraba un paquete de Marlboro y salía a fumar cada dos por tres. Alguna visita al baño para meterse una loncha y hablar de algo conmigo. Un rato más tarde aparecía una tía y le metía un poco de mano mientras desayunaba. Así durante algunos meses. Ya había roto las medias del negocio que tan próspero había sido y andaba trampeando de acá para allá. Hubo, me dijeron, quien le soltó una hostia en su propia fábrica y no consiguió más que se echara a llorar como un chico pequeño.

Una mañana vino al bar mi proveedor principal en compañía de un señor muy serio y encorbatado que luego supe era representante de vinos. Este fue a sentarse a una de las mesas y ya solos mi proveedor y amigo me contó que habían quedado con el figura para negociar la posibilidad de suministrarle al bar que iba a abrir. Yo me quedé de piedra. Si hay alguien que conoce los piescojeísmos son los proveedores, y más en las circunstancias en las que estamos. Pero como él me dijo, "si no lo hago yo lo hará otro. Aunque eso sí, no somos tontos" Doy fe.

El nuevo y próximo competidor en esta jungla que es la hostelería llegó y enseguida me di cuenta de que iba puesto. Ya sentados le vi gesticular muy serio, demasiado, como sabiendo que los que tenía delante no eran ningunos pardillos a los que engatusar. Al final la cosa se hizo y para la Semana Santa de este año abrió su bar. Salió hasta un reportaje en el periódico local. En las fotografías podía verse a un pianista y a una mujer cantando, un jamón, algunos clientes con caras de no creérselo y a él tirando una caña para la posteridad, puede que la única.

A los dos meses dejaron de abrir por las mañanas. Y el mes pasado, ya con un par de semanas de cierres permanentemente bajados, le cambió el nombre por otro aún más ridículo y todavía no lo ha abierto. Ni lo va a abrir. Será otra jugada más. Patada adelante y a correr. Y como este, muchos.


Mientras tanto, a los cuatro toreros que vamos quedando no nos queda otra que jugárnosla cada tarde con el ruedo lleno de espontáneos y la enfermería cerrada a cal y canto.

sábado, 19 de agosto de 2017

MAL DE OJO

- De trescientos sesenta y cinco días que tiene el año -dije-...salvo veinte. Y me paso.

Jose se rió. Yo también. Todavía faltaba algo más de una hora para acabar mi turno en el bar. Me serví una copa e hicimos tiempo hablando del calor, las mujeres, las familias, Led Zeppelin y un faro en Groenlandia. Después lo acerqué a casa y me fui para la mía a escribir. Estaba abriéndose la puerta de la cochera cuando vi que del portal de enfrente emergía la irritante figura de uno que camina como si estuviera planeando en el aire. Iba con su hijito, como esta tarde en las cocheras, cuando a eso de las tres me vine con la excusa de cagar aunque más era para quitarme de en medio durante media hora. Me saludó como si fuera escuchando "El cóndor pasa" y haciéndole un gesto con la mano enfilé hacia mi plaza de garaje. Abrí la segunda puerta de acceso a mi bloque y casi estrello al chico del vecino que estaba detrás junto a su padre. "Perdón" dije con el pito en la boca. Pasé al ascensor y me miré en el espejo hasta que llegué arriba. Al final solté una tremenda mierda y volví para el bar.

Una sensación de pesadez, como de estar siendo objeto del conjuro de la rechazada mujer de ayer o víctima de un resfriado imposible no me había abandonado desde la tarde anterior. La noche había sido tan calurosa que por tres veces tuve que darle la vuelta a la almohada. Al menos no he despertado con una herida en la frente. Días hay en los que lo hago sangrando. Suelo morderme las uñas, pero a veces se me olvida. O eso o el conjuro.

El sistema del sábado en el bar es algo diferente al de los demás días. Para empezar, abro más tarde y soy yo el que friega; aunque Josemari, el merchero bueno, me echa una mano a cambio de un paquete de tabaco y cuatro perras. Luego voy a comprar y abro a eso de las diez y media. Y poco a poco, de uno en uno, van llegando los clientes del sábado a primera hora.

Café, periódico y silencio. La música country haciendo de ruido blanco. La tele en modo mute y en un canal olvidado de la mano del Gran Arquitecto. Uno en una esquina de la barra, otro en la otra y aquel en el ventanal. Yo en la cocina preparando el arroz del mediodía. El ciego que llega repartiendo bastonazos. "Aquí, Paco, aquí" Un "ponme" y un "¿que...?" que serán continuos mientras no tenga ganas de fumar. Luego algo, muy poco, y después una escapada para al menos poder cagar tranquilo en mi water.

Al kilo de arroz le sobraron casi tres cuartos. Mi hermano se llevó algo para su casa y el resto se quedó allí esperando a que lo tiraran por la noche. El arroz tiene su momento. Fuera de él sólo está para estómagos demasiado hambrientos por enfermos.

Jose llegó y poco a poco fue viendo algo. Le cuesta pasar de la luz a la penumbra. Ni los chicos de Montoro fueron capaces de negarle la jubilación prematura. Vamos a irnos un par de semanas a Las Vegas en cuanto nos toque alguna de los dos apuestas fijas que jugamos a la Primitiva desde hace año y medio.

Suele venir un par de veces por semana, aunque a veces no aparece ni en dos o tres: o su madre está un poco pachucha o ninguno de sus hermanos "puede" llevársela con ellos. Él se calla y lo acepta. Y luego bebe y me lo cuenta.

- Pues eso es lo que hay, Kufisto -dijo al acabar su relato
- Ya...
- ¿Y tú como vas?
- Una mujer me ha echao mal de ojo -insistí, ahora de viva voz
- ¿Otra? la madre que te parió...
- Pues sí
- No te queda mas solución que el faro
- Lejos
- Lejos
- Muy lejos
- Anda, Destroyer, quita la puta mierda que tienes puesta y pon a los Zeppelin
- Pues sí...pá cuatro que estamos
- Y después de Las Vegas a Groenlandia con tu puto faro.

- ¿Sabes? -le dije- De trescientos sesenta y cinco días que tiene el año...salvo veinte. Y me paso.










miércoles, 16 de agosto de 2017

LOS PARÉNTESIS DEL BAR

Todavía estaba fresca la imagen de la mujer del director del banco cuando un viejo llegó y apartando como pudo la cortinilla de la entrada pasó al bar. Había un hueco justo a su izquierda y allí se quedó. Un hombre que estaba a su lado le cedió su taburete y el viejo se sentó. Me acerqué, le di los buenos días y le pregunté qué iba a tomar.

- Una cerveza -dijo mirando como colocar su bastón.
- ¿Grande o pequeña? -le dije. No es algo que suela preguntar a no ser que quien la pida ya tenga una edad.
- ¿Como es la grande?

Le enseñé la copa

- Pues grande -dijo ante mi decepción.

Era un hombre más enfermo que viejo. Tenía aspecto descuidado, sin afeitar, despeinado, de uñas un tanto largas y con algo de roña. Le puse la cerveza y un par de pinchos de los que no necesitan tenedor, aunque añadí un par de palillos a modo de banderillas sobre el asadillo de pimientos en pan tostado; lo otro era un simple trocito de sandwich mixto sin tostar. Blandito.

El bar se vació y nos quedamos solos en compañía de un chaval que lleva unos días viniendo por aquí a diario después de hacerlo de higos a brevas. Más o menos desde que he empezado a hablarle. Ahora está de vacaciones. Trabaja en las oficinas de una mediana empresa; ordenadores y tal. Yo hubiera jurado que era camarero. Es un tipo solitario, callado e introspectivo. No sé por qué me caía gordo. Ahora, después de tratarle un poco, veo que es otro buen chico. Nadie tiene la culpa de ser como es. No es fácil trabajar con tu código genético.

Conoce gente, no es ningún asocial. El otro día, el sábado sin ir más lejos, se saludó con alguien que jamás en la vida hubiese pensado que conocería. Quizá también él tenga su pasado. Y quizá por eso ahora anda solo. También saludó a alguna mujer. Bastante atractiva, por cierto; pero lo hizo de la manera en que suelen hacerlo quienes no saben tratarlas nada más que desde la distancia.

Suele colocarse en el centro de la barra. Cosa rara porque se ve que es un tío de bar y estos normalmente escogen las esquinas. Pide un tercio, sin vaso y sin pincho. Pasa una servilleta por el gollete y bebe a tragos pequeños y frecuentes. Después pedirá otro. Y otro. Y otro. Cuatro es la base, aunque el domingo se le unió un amigo cuando ya llevaba un rato y se pimpló seis. Suelo invitarle al último cuando ya ha pagado, tal y como me enseñaron. No lo desprecia. Fuma tabaco de liar, como yo. Lleva su chivata y una bonita cajetilla metálica donde guarda el papel y algunas boquillas. Una mañana que le pedí un pito me di cuenta de que usamos el mismo papel y las mismas boquillas. Se lo dije y él amplió un poco más su desencantada sonrisa habitual. No estaba malo su tabaco a pesar de parecer seco al tacto. Me dijo que era así, que no llevaba ningún tipo de no sé qué. Y no, no estaba seco.

El viejo sacó el teléfono y empezó a hablar por él. La radio country del Spotify estaba seleccionando casi las mismas canciones de siempre sólo que en diferente orden y ninguno de nosotros se puso a bailar, siquiera a canturrear. Los paréntesis en los bares son así de largos, que ya llega un momento que piensas si te saltaste el de cierre o si alguna vez hubo uno de apertura. Y como la música era una mierda soportable y el viejo se notaba que nunca le había susurrado nada a ningún caballo nos pusimos a escucharle.

Toda la movida se reducía a un candado. Había una casa de campo, puede que una finca, una cochera y un coche. Al otro lado de la línea estaba una mujer. El viejo le preguntaba por una llave. La otra no sabía de qué llave estaba hablando. Salió a relucir la Sagrario. Por la respuesta supimos que al menos había dos con el mismo nombre. El viejo empezó a soliviantarse y colgó. Hablando entre dientes marcó otro número. Miré a Enrique y vi que estaba sonriéndose como yo. Quizá también estuviera recordando a su padre. En el bar se escuchó un clarísimo "soy el último mono" Yo tuve que pasarme un momento a la cocina. Cuando salí, la Sagrario, una de las dos, tampoco sabía decirle al viejo donde estaba la llave que abre el candado de la cochera de su finca. Recuerdo algo de "la alfalfa" y un sonoro "me cago en Dios" Después, el silencio, una mirada al móvil tipo informe médico y un qué te debo.

- El pan está duro -me dijo señalando el del asadillo que se había comido con los palillos.
- Ya, es que lo tostamos -le dije yo
- Ya, pero yo con los dientes...-respondió señalándose la boca.

Se fue.

Eran las doce y media y yo ya tenía una ganas locas de echarme un pito que no tenía. Mi hermano se estaba retrasando y no podía esperar más. Le pedí uno a Quique y me lo fumé en la puerta, tras la cortinilla, charlando amigablemente.

Ninguno mentó al viejo.


No hacía falta.

jueves, 10 de agosto de 2017

DÍA DE TARDE

- ¡Me voy a la vaquilla, Kufisto!
- No jodas
- ¡Sí! Esta tarde -dijo riendo-, con la moto que así controlo más. Ponme un chupito. Llego a casa, como, una buena siesta y me voy con este que acabo de llamar, nos tomamos cuatro cervezas y nos fumamos cuatro porros y para casa, tranquilitos, sin historias...Que luego coges el coche y te bebes cuatro copas y te metes cuatro rayas y te vuelves loco, coño. ¡Pero loco, Kufisto, eh! Mira, estas dos últimas veces que he pillado medio pollo los he tirao a la mitad por el retrete del asco que me estaba dando a mi mismo. Haciendo el subnormal, el payaso, metiéndome en líos...¿para qué?, ¿para qué, coño, para qué? ¡Será que me hace algún bien! Joder, que tengo 31 años y un hijo que sólo puedo ver de higos a brevas...No, se acabó esa mierda...Mi motejo de tranqui, cuatro birras y cuatro petas, unas risas y pá casa. Asco ya de tanta mierda.

Se fue. Salí a la calle y encendí el primer cigarrillo del día. Lo tiré a la mitad y a los cinco minutos estaba acordándome de él. No salí a buscar la colilla como otras veces porque sabía que había más en el paquete que a veces guardamos de reserva en el frigorífico. Bueno, cualquier día de estos será el bueno.

- Hola, Kufisto
- Hola, Pachi
- Ponme una caña
- ¿Qué tal va eso?
- Bien, bueno...que no puedo quedarme solo, jajaja...
- ¿Y eso?
- Ná, que el martes me lié. Tengo a la mujer con los chicos en la costa. Hoy vienen. Yo no me pude ir porque estoy de baja y tal, no sea que la cague otra vez...Pues ná, que estuve por aquí por la noche, con tu hermano, y luego vinieron la Antonia con su novio y, bueno...ya sabes. Venga copas, venga rayas...que nos fuimos para el Birras y joder, ¡estaba aquello lleno, coño!
- ¿Qué hora era?
- Pues no sé, ¿a qué hora me iría de aquí? ¿a las...? joder, no me acuerdo. La una y media o las dos, no sé...Bueno, que hacía siglos que no iba a ese garito. Desde que lo llevaba Alex, más o menos
- Joder, pues como yo
- Pues no veas como ha cambiao la película. Ahora hacen cenas y tal. Tipo montados, pizzas, burguers y todo eso...La gente también es diferente, no es tan, tan...como era antes, de golfos y eso...
- Ya, ya...
- Bueno, pues llegamos allí, bien pasaetes, y llega el Naranjito, el pequeño, ¿lo conoces?
- Claro, muy buen chico
- Pues ese. Y llega y nada más entrar viene a saludarnos y tal, que si esto que si lo otro, que si tal pascual...yo ya estaba cagándome en Dios, pero bueno. Y en esto que nos dice que si íbamos a cenar. ¡Mira! Y ya cojo y le digo que qué cojones le importaba a él si íbamos a cenar o no. ¿Y sabes lo que me dijo?
- ¿Qué te dijo?
- Que bueno, que ¡él era el camarero!
- Jajajaj
- Jajajaj...Me cago en la puta. se quedó blanco el pobre chaval.
- Normal
- Joder...En fin, que en una de las veces que nos salimos al coche volvimos y ya no quedaba casi nadie. Se vació de golpe. Y ná, ya a eso de las cinco nos fuimos ya medio echaos de allí...Y bueno, pues eso. Que no puedo estar solo.

Llegó de trabajar una vieja gloria local y se vino con nosotros. Le puse su tercio de la Mahou y empezaron a cruzarse viejas historias al relance de las últimas brasas de la anterior. Vi su camiseta y conté una anécdota del personaje y su fantástico año 1972 del que no recordaba nada.

- Joder -dijo el portador- eso me pasa a mi con los cinco años que pasé en Madrid en los ochenta. No me acuerdo de nada. Es como no sé, como un paréntesis en negro de mi vida. Todo entripao, todos los putos días...De vez en cuando me he encontrado a alguien preguntándome si no me acordaba de él. "¿Yo qué coño me voy a acordar de ti? ¿quien eres?" Y entonces me decía que era este, que me había conocido en tal sitio, con tal gente, en tal movida...Y ya empiezan a venir algunos fogonazos a la cabeza. O si te metes algo, no ácidos, yo no tomo de eso desde hace mucho tiempo, pero algo...Y es como si el cerebro volviera a coger aquella onda y te entornara un poco la puerta de todo aquello...Joder, la hostia...Pero si estás normal no te acuerdas de ná. Es más, que a muchos los he mandao a la mierda. Alguno se llevó un buen hostión, como aquel pesao en el bar de Pepe que salió por la cristalera. ¡Y menos mal que estaba abierta!
- Jajaja
- Jajaja
- Que sí, que sí, que no soporto a los putos pesaos, que si he dicho que no te conozco es que no te conozco, no me toques más los cojones

Pachi contó algunas buenas historias de sus años perdidos y después se fue.

- Tipo duro el Pachi -dijo
- Joder, y tan duro
- Pocos le han pegao y a muchos ha baldao
- Una fuerza de la naturaleza. Un buen tío con problemas. No llegué a conocer a su padre pero el mío sí y decía que eran iguales. Buena gente mientras los conocieras. El peligro se esconde en el desconocimiento. De aquí vienen todos los malos entendidos.
- Joder...muy profundo eso, Kufisto, muy profundo...Anda, me voy a comer que sino mi mujer me va a estrellar el plato en la cabeza...¿qué hora es? ¡las tres menos cinco! ¡adiós!

Y se fue echando a correr para que me riera.

Uno de mis ciegos preferidos de la ONCE se pasó a verme, tomarse algo y ya de paso colocarme un cupón de los que nunca tocan.

- ¿Como va eso, Domingo?
- Mal, Kufisto, mal -dijo de buen humor, como siempre, tanteando la barra y el taburete. Todavía ve algo, pero el cambio de la luz del día a la del bar le deja momentáneamente ciego total. Se sentó- Dame, dame...¿qué me vas a dar? joder, si es que no puedo tomar ná.
- Ya me dijeron ayer que el martes te sacaron azúcar o no sé qué -desde hace años lleva una lucha constante con sus niveles, siempre descompensados.
- Sí, sí...algo de eso, siempre hay alguna historia. ¿Tienes leche desnatada o semi?
- Nooo
- Pues ponme un cafe con poca leche
- Marchandooo

Le quedan un par de años para jubilarse. Hará doce que empezó a perder visión y tuvo que dejar de trabajar el bar que llevaba junto a su mujer en un lejano pueblo de la ancha Mancha. Se metió a la ONCE y lo mandaron para acá. Los fines de semana va a ver a su familia. Hace poco casó a una hija. Es padre de tres y una de ellas es su tesoro especial, muy especial, y está casado con una mujer que ha caído en una depresión desde hace unos meses. El anterior a la boda de su otra hija estaba tan nervioso que perdió hasta peso. Todo acabó saliendo bien. Él fue quien me hizo la mejor foto que me han hecho en la vida. Fue una mañana en la que yo estaba de resaca criminal. Llegó y pidió algo. Se lo puse y me senté ante el ordenador, mudo. Entonces él, sin decir nada, me hizo la foto.

- Mira, Kufisto
- ¿Qué, coño?
- Miiira, don Cabreos.

De mala gana le cogí el teléfono esperando ver cualquier gilipollez de vídeo. Y entonces me vi. Me vi por primera vez en mi vida en una fotografía. Ese era yo. Ese. Ese y no otro. Le dije que la pasara a mi teléfono y la puse en el wasap. Ese soy yo. Ese seré yo si algún día llegáis a verme. Y es que Domingo, antes de ir perdiendo visión y tener que hacer cosas de ciego, fue un fotógrafo aficionado. Y eso se nota.

- ¿Como ha ido la venta, petardo? -le he preguntado
- Mal, mal...No hay nadie. Está todo el mundo por ahí. Luego dicen que hay crisis
- Pues ya somos dos.
- ¿Y Paco? ¿no ha bajado a tomar café?
- No tardará -dije. Paco es el ciego oficial del bar. Está jubilado y pasa de todo. Si mañana saliera el sol por el oeste él estaría esperándome en la puerta del bar a las siete y cuarto de la mañana, bastón en mano y pito en la boca.
- Pues toma el cupón que me voy. Dale recuerdos al neonazi.
- De tu parte
- Paz y amor
- Dijo el Señor
- Eso

La tarde se iba. Mi día laboral se acababa cuando llegó un buen hombre que sólo viene cuando tiene a alguien muy enfermo. Esta vez es su anciano padre. Ya va para una semana que nos vemos. El sábado pasado cambió su eterno tubo de cerveza por tres Larios con cocacola. El día anterior me había enseñado un mensaje de su ex. Estaba con su "amigo", decía, y no se había enterado hasta ese momento, dos días después. No podía haber dicho que había estado de compras, o de peluquerías, o en un concierto de cámara en Baden-Baden, o vendimiando en la Toscana, no...Tenía que decirle que estaba con su "amigo" Entonces, al relance, que es como pasan las cosas en los bares, me contó que tiene un hijo en la cárcel por "subnormal" (drogas) y otro que "sigue estudiando con 27 años" y al que todavía tiene que mantener.

- ¿Qué tal? -le he dicho
- Bueno...
- ¿Qué te pongo?
- Un tubo, como siempre. Lo del otro día fue el otro día.

El asunto va a mejor. Las pruebas de la alarmante anemia que ingresó a su padre están dando resultados negativos y ya no hay más orificios donde rascar. Todo está medio correcto y probablemente le den el alta este fin de semana. Anemia y cáncer son cosas que suelen ir juntas y parece ser que esta vez ha habido suertecilla.

Estábamos hablando del tema cuando ha llegado Paco dando bastonazos a diestro y siniestro.

- Ahí, Paco, ahí, donde estás -le he dicho
- Ponme un café
- Recuerdos de tu amigo Domingo
- Pues bueno. ¿Qué has comido? -ha preguntado como todas las tardes desde que el mundo es mundo, o eso recuerdo.
- Pues algo que te hubiera gustao
- ¿El qué?
- Tus mejillones a la vinagreta con un bote de judías que he comprado en el moro. No he dejao ni uno.
- ¿Ni uno?
- Ni uno
- Cabrón
- Bueno, tú te comiste diez este mediodía
- Ya, ya...¿Sabes donde va a ir la botella de agua hoy, no?
- Me lo imagino
- Pues eso

De un tiempo a esta parte ha cogido la costumbre de tirar la botella vacía de agua tras la barra. Entonces yo me agacho, la recojo, le digo cabrón y la tiro a la basura. Bueno, no ve nada desde los veinte años, su padre está inconsciente en la cama desde hace ocho y la anciana madre se encarga de los dos. Sus hermanos están pendientes pero tienen sus familias y sus vidas. Ayer vi a uno de ellos y lo reconocí cuando estando en la calle fumándome un pito me saludó de refilón al pasar por la puerta con su rubísimo hijito.

- Hoy me voy de cena con mis hermanos, Kufisto -ha dicho
- Muy bien, Paco
- Vamos a aprovechar que estamos todos por aquí
- Claro...¿Y la mama?
- La mama se queda con el papa
- Bueno, pues nada, a hincharse, figurín
- Y mañana pesaje con la dietista
- Pues a palmar
- Pues que le den
- Haces bien, Paco, haces bien
- Pues claro. ¿Qué te debo?

Paco se fue y el otro se quedó un poco más. Me pidió un par de sandwichs para su padre y su tercer tubo. Y un rato más tarde me quedé solo.


Salí a la calle. La tarde estaba perfecta para dar un buen paseo. Sólo faltaban veinte minutos para el cambio del turno. Consideré el tiempo y la posibilidad de beberme una cerveza helada y fumarme un pito. Dudé un tanto y pasé adentro. Cogí una copa del congelador y me serví una cerveza al gusto. Rulé un cigarrillo del frigorífico y salí afuera. Una mujerona pasó delante de mis narices para sentarse en la terraza que hay en la otra manzana.


Y entonces pasé adentro, pillé una bolsa de hielo, la metí en el coche y esperé un poco más.


Todavía no he olvidado que Johnnie Walker y Golden Virginia siguen esperando que llegue a casa.

domingo, 6 de agosto de 2017

LA CORTINA METÁLICA

Tengo una cortina metálica en la puerta del bar. La pongo cuando llega el tiempo de las moscas y la quito cuando se les acaba. Entonces la enrollo, la meto en una bolsa de basura y la guardo. Ya son muchos años y le faltan algunos eslabones por abajo. A veces, con el paso de los años y de los niños (los únicos que reparan en ella), ha perdido algún hilo que he sustituido por otro de la perenne que tengo colgada a la entrada de la cocina. Al mediodía, con el calor extremo, la estrangulo y cierro la puerta. A veces, con el paso de la gente, tiende a desatarse y tengo que volver a hacerle el nudo. Pero esto es algo que ya pasa muy pocas veces. Que yo recuerde, este año todavía no ha sido necesario. Y no es que haya aprendido a hacer nuevos nudos. Puede que sólo sea que la ato más fuerte. O que alguno de mis hermanos lo haga por mi. No lo sé.

Por ella ha de pasar todo aquel que quiera vernos a mis bebidas y a mi. Ya sea a puertas abiertas o cerradas el roce es inevitable. Y ya sea como sea tampoco te salvas completamente de visitas no deseadas: lo pequeño o momentáneo para nosotros es grande y casi infinito para lo minúsculo. Aunque ya dentro les espere otra trampa en forma de luz incandescente. A veces suena y sabes que algo ha muerto. No deja de ser una buena forma de irse de este mundo: "crucé la cortina y fui hacia la luz" Morir por el odioso bayetazo de cualquiera habiendo una luz que te espera con los brazos abiertos es algo todavía indigno para cualquiera. Esto lo saben hasta las buenas moscas.

Mucha gente ha pasado por mi cortina, mucha...Pasan y se van. Algunos vuelven y otros no. Lo que yo tengo lo tienen muchos otros. Y mis ojos suelen dar para darse una prórroga a casi todo aquel que no sea ciego.

El hombre de ayer ha vuelto a venir hoy. Yo estaba cagándome vivo y ya me iba para hacerlo en casa cuando ha cruzado la cortina.

- ¿Un tubo? -le he preguntado ya con el vaso en la mano y casi que cogiendo el grifo de la cerveza.
- No. Hoy no que vengo hasta los...Ponme un Larios con cocacola.

Y mientras se lo ponía ha empezado a contarme otro capítulo de la odisea con su familia. Yo me he ido y ahí lo he dejado con mi hermano y un par de clientes. Al volver veinte minutos después lo he visto subir calle arriba, las manos en los bolsillos, uno de sus hijos en la cárcel "por subnormal", su ex jodiéndole con mensajitos de móvil y su padre medio muerto en el hospital.

- ¿Y este tío? -me han preguntando entre risas al cruzar la cortina.
- Pues ná -he dicho- Un hombre con problemas.
- Jajaja...

No sé lo que les habrá contado pero sí que se ha bebido tres copas.

Me quedé solo un rato. Después alguien muy cercano me dijo que estaba amargado. Yo dije la verdad, que soy feliz, que estoy como quiero estar y que hago todo lo que puedo para no joder a los demás. Tuve que servirme una copa para aguantar sus embates. Él ya iba por la cuarta y había que hacer algo para mostrar interés:

- No pones la música adecuada, ni la tele, ni ná...¡Joder, pasas de todo el mundo! ¡Esto es un negocio, Kufisto, un negocio, joder!...¡Con lo listo que eres!
- ¡Pero me cago en Dios! ¿qué tengo que hacer, joder? Si me piden fútbol, se lo pongo; si me piden tal música mientras no sea una puta mierda, se la pongo...
- Ya, ya...pero tú antes molabas, joder, te enrollabas con el personal y tal...¿Y ahora, qué? Ahora estás ahí, pasando de todo...
- ¡Pero qué voy a pasar de todo!
- ¡ Que sí, coño, que sí, que pasas de tó, hostia, que ni te das cuenta!
- ¡Y qué tengo que hacer! ¿ponerme pedo todos los días?
- Me cago en Dios...

La conversación estaba empezando a llegar a su cenit cuando una tía atravesó la cortina y con ella cualquier intento de hacer cima. Empezaron a hablar de gilipolleces y desconecté. Será por eso que dicen que estoy amargado. Me serví otra copa y esperé el cercano relevo.

Llegó una de las putas del edificio de enfrente. La pareja se salió afuera para fumar y me fui a hablar con ella.

- ¿Qué tal el finde? -le pregunté intentando hacerme el simpático.
- Bueno...normal. La gente no tiene un duro
- Ya
- Ahora en septiembre, con la vendimia y eso...
- Claro

Lleva un par de meses por aquí. Trabaja en un club de un pueblo cercano ("sala de fiestas" como me dijo el otro día) y aparte hace sus cosas en el piso. A veces viene al poco de abrir el bar, a eso de las ocho de la mañana, toda volada, y se bebe un par de cervezas antes de irse a acostar.

- Venga, vete pá casa a dormir...
- Ya, ya, cariño, ya...

Quiere abrir un garito. Mañana se va a Valencia a no sé qué. Me ha aconsejado algunas mejoras en mi local en forma de tías enseñando cacho y poniendo cocktails. Yo la miraba como si me estuviera hablando un entrenador de fútbol. Le di algunos consejos generalistas con respecto a su paranoia de bar y me serví una cerveza en el vaso más grande que encontré. Salimos a echarnos un pito y se fue.

- Ahora venimos todas -dijo
- Vale -dije yo

Faltaban cinco minutos para las siete. Hora de relevo. Llegó mi hermano y me fui.


Abrí la puerta de mi casa. Me acordé de mi gato muerto. Maldita resaca y maldita vitamina C aguada...


Encendí el ordenador, subí un poco las persianas y abrí un tanto las ventanas.


Funciona cuando sólo eres tú quien tiene el mando.

viernes, 4 de agosto de 2017

AMIGOS PARA SIEMPRE




Éramos muy jóvenes y fuimos buenos amigos. Los del colegio eran eso, del colegio, y los del barrio ya habían quedado atrás. La pubertad había llegado y con ella el ansia por conocer gente nueva, diferente y cercana. La fiebre del fútbol empezaba a dar paso a la musical y este fue el hilo que nos unió. Nos juntábamos en alguna casa disponible y escuchábamos todos aquellos discos con verdadera devoción. Era imposible que hubiese música mejor en el mundo, aunque muy pocos estaban de acuerdo con nosotros, cosa que lejos de desanimarnos nos reafirmaba todavía más. Después salíamos por ahí y jugábamos a ser hombres. Y cuando alguno caía nunca se quedaba solo. Un par de años más tarde empezaron a llegar las chicas, tan diferentes a las que veíamos en las pelis porno, y el grupo comenzó a resquebrajarse: ya no era lo mismo con ellas en medio. Algunos acabaron por dejarlo. Llegaron más drogas que los porros y el alcohol. La música que nos había unido ahora nos tenía encerrados en una jaula. Habíamos vuelto a la casilla de salida. Pero otros no. La partida no empezaba otra vez. La partida seguía. Y ya, casi desde el principio, íbamos a remolque. Me fui cuando las pastillas tomaron el relevo de aquella música que ya estaba dejando de escuchar.

Los años pasaron y las casillas no tanto. Algunos hubo en los que existió la posibilidad de avanzar unas cuantas, pero pudieron más los errores del inicio. Hay quien aprende de los suyos y hay quien los prefiere a los aciertos de los otros. Yo todavía soy de estos.

Antes de ayer vino al bar uno de aquellos buenos amigos con un conocido. Está tan gordo que ha tenido que dejar de trabajar. Me lo contó la última vez que estuvo por aquí, hará un par de meses. Se quedó dormido con el camión y a punto estuvo de matarse. Ahora está viviendo con su madre, siguiendo un plan de adelgazamiento, durmiendo con el oxígeno para su apnea y haciendo de tripas corazón para no salir a la calle con sus amigos. Pero el martes se dio un homenaje. Salió a comer por ahí y después vino a verme para tomarse unas copas y alguna que otra raya. El otro se lío a jugar con la tragaperras cuando vio que empezaba a contarme cosas que él ya había oído. Mi amigo no paraba de hablarme fuerte y de mirarme a los ojos como si fuera a desaparecer. Nos reímos un montón con sus peripecias por Europa. Me sorprendió un tanto su tremenda humanidad escondida bajo esa brutal apariencia que siempre ha tenido. Son muchos años sin apenas contacto de vis a vis, nada más que lo típico de muy allá para cuando y siempre en compañía de otros. Me decidí a echarme una cerveza cuando pidió su segundo gin tonic. Y saqué un paquete de tabaco después de otros cuatro días sin fumar.

- Todo está en la cabeza, Kufisto, todo. Yo voy al dietista y me dice: "Mira, no te voy a volver loco con el tema del pesaje y demás. Lo importante es que tú te lo creas, que sepas donde estás y el problema que tienes, pero no te obsesiones. Lo tuyo es cosa tuya y de nadie más" ¡Me cago en Dios, Kufisto! ¿tú sabes lo que es oír eso después de estar tratando con una jodida zorra de médica que no hace más que decirte que si esto y que si lo otro, como un puto sargento? Que si deje a mis amigos, que si esto, que si lo otro...¡Pero como voy a dejar a mis amigos! ¿y qué hago? ¿me suicido? Yo cumplo, Kufisto, cumplo...Mis verduritas, mis carnes a la plancha y tal, azúcar cero, el tabaco...el tabaco no puedo dejarlo aunque fumo menos, claro, y el alcohol...bueno, soy alcohólico, bueno, medio alcohólico, y a la hora de comer mi vino con sifón y tal, pero nada más. Ni copas, ni chupitos, ni pacharanes, ni cervezas, ni nada...nada ¡Pero coño, el vino con la comida no! Luego me llaman mis amigos; que si vente, que estamos aquí, que esto y lo otro, que tal y cual...Y yo les digo que no. Que no. ¿Entiendes, Kufisto? ¿lo entiendes? ¡Les digo que no y me quedo en mi puta casa con mi madre! Bueno, sí, hoy estoy con este...pero es hoy. Un tío como yo no puede estar encerrado a tutti sin desfogar de vez en cuando, que son muchos años...Yo lo único que quiero ahora es ponerme bien, volver a trabajar ¡y agenciarme una mujer barbuda aunque sea, coño!

Pillé otra cerveza y salimos a la calle para fumar. Él siguió hablando y hablando de toda la gente y sitios que había conocido. Gente y sitios reales, fuera de toda ruta turística. Y para nadie tuvo una mala palabra, al contrario. Sólo para los "coletas" de aquí, como él los llama. Gente que no sabe una puta mierda de nada mientras dictan todo lo que les dictan. Él, un tío que si ha sido de algo es de izquierdas, cagándose en las cabezas de quienes ahora llevan sus riendas.

Llegó mi hermano y me fui. Si él hubiera estado solo me habría quedado, fijo. Pero mejor así. Y nos despedimos con un gran abrazo después de acordarnos de nuestros padres muertos.

Esta tarde ha venido un amigo del barrio. Hacía años que no lo veía por aquí. Casado en su momento, padre poco después, propietario junto a sus hermanos del muy boyante negocio que heredó de su padre...Era bueno jugando al Monopoly. Venía con otro, uno con pinta de pardillo. Después llegaron otros dos. Más copas, más risas bancospaña, más planes llenos de cigalas, gambas de Huelva y putas...Llegó mi hermano y me fui. Ni invitándome a todo eso me hubiese quedado con ellos.


Bueno...en estos casos digo lo que Botvinnik de su mítica partida con Fischer:


- ¿No hubo demasiados errores? -se pregunta en boca de otro
- Ciertamente, los hubo.


Pero ahí está.


Todavía.