lunes, 24 de octubre de 2016

ESCALERA AL SÓTANO




Estaba lloviendo y tuve que aparcar a tomar por culo. Eran las 9 de la mañana y las mamás y los papás estaban dejando a sus hijos en el colegio antes de irse a desayunar y cotorrear. Me fijé en la moderna iglesia de enfrente y pensé que si yo fuera Jesús me volvería otra vez a mi tumba. Un grupo de mujeres (no vi ningún hombre) fumaban como carreteras en la segunda entrada al hospital. Las puertas de la primera se abrieron sin necesidad de tocarlas y pasé adentro buscando el salvoconducto en el bolsillo del abrigo: no hacía diez minutos que lo había  metido dentro y ya se había confundido entre los tickets del super, décimos de loterías y recibos de bonolotos, primitivas, euromillones y cupones de la ONCE.

- Buenos días -le dije al recepcionista. Y le alargué su papel
- Sí...El pasillo de la izquierda, hasta el final. Y allí pregunte.

No me gustó la primera tipa que había tras el mostrador, una cuarentona que conozco y que está medio quedá, así que fui un poco más allá y se lo dejé a la otra, una que no conocía.

- Sí, vaya a esa máquina y pase el código de barras por el lector.

Fui y no me lo reconocía.

Volví al mostrador y antes de llegar apareció la gobernanta, una cincuentona teñida de rubio a la que no me hubiera importado metérsela hasta la tráquea.

- ¿Qué le sucede?
- Sí...ehhh...Me dice que no tengo cita. Quizá sea porque le cambiaron la fecha.

Miró el papel.

- Venga conmigo -tecleó algo- Ya está. Su nombre aparecerá en las pantallas 4, 5, 7 y 6.
- Muchas gracias.

Y me senté en la del cinco pensando en el orden de pantallas que me había dicho. ¿Por qué no 4, 5, 6 y 7?

La sala de espera aún no estaba demasiado concurrida. A mi lado, junto al ventanal que daba a la calle, había un viejo. Enfrente, más, y sillas vacías que poco a poco iban dejando de estarlo. Miré mi pantalla y leí las instrucciones que en un sinfín salían de su parte inferior. A la tercera vez de leerlas creí entenderlas.

- Oiga usted -me preguntó el viejo- Yo me llamo tal y tal, ese que está ahí, ¿lo ve?
- Sí - respondí dejando a un lado el móvil donde seguía una discusión acerca de la supuesta invención del Cristianismo en el 303 d. C
- Entonces...¿qué tengo que hacer ahora?

Bueno, yo ya lo había entendido, así que se lo dije.

- Ah, pues muchas gracias.

Y pasó para dentro. Recordé una conversación que tuve con alguien hace algunos años sobre lo bien que se siente uno haciendo el bien y volví a lo mío, a Lactancio y Eusebio de Cesárea.

El lugar del viejo pronto fue ocupado por una chica de mi edad, o eso me pareció. Cambiando página levanté la vista y vi a una adolescente preocupada junto a sus padres. Era tan hermosa que la miré cuando ninguno me veía. La belleza es aún más grande cuando no se refleja en nadie.

Alguien preguntó lo que antes me habían preguntado a mi y otro le dijo que había que pasar cuando el nombre estuviera parpadeando. Poco después vi salir a mi viejo, que esta vez se sentó en otro sitio. Ganas tuve de ir a pedirle disculpas, pero me reprimí. Al poco rato volvió a entrar. Tampoco estaba tan equivocado.

La chica que estaba a mi lado también pasó y esto me mosqueó. Saqué mi papel y vi que la cita era para veinte minutos más tarde. Si me hubiera jugado mi salvación con la hora lo hubiese apostado todo. Dos semanas con ella en mi poder y no había sabido leer lo único que importaba.

Y salió mi nombre con las iniciales de sus dos apellidos. Y me dije: "mira, ahí estás, nadie te conoce menos tú" Y una agradable sensación vino a mi cabeza. Un nombre y dos iniciales son suficientes para sentirse un individuo entre la multitud.

Pasé. El pasillo estaba silencioso, bien iluminado por un patio interior en el que se podía ver caer a la lluvia sin oírla, como en un documental de alguien que no te gusta. Esperando su entrada a cada habitación estábamos los llamados, no muchos. En la espera pasó un médico que creí reconocer junto a su enfermera, una chica joven y rubia. Él me reconoció y nos saludamos. Me dio la impresión de que ya no estaba casado. Aquella mujer con la que tan a menudo iba por el bar llevaba en la cara el "ya te he pescado". Y, todo sea dicho, era su enfermera de entonces. Ten hijos para esto, Lactancio...

Salieron los que estaban antes que yo y entré tras la indicación de una panchita que bien pudiera ser mi abuela en su respetable cultura.

- Buenos días -dije
- Buenos días -dijo el doctor

Era un tío joven, de mi edad, unos cuarenta, me cayó bien. Nos dimos la mano y me preguntó. Yo le expliqué lo de la muñeca y, sobre todo, lo de la maldita rodilla izquierda. Me la cogió e hizo algunas preguntas. Yo le dije que suponía era por mis ejercicios con el saco de boxeo y tal, aunque dejé caer lo de camarero con cafetera por no parecer demasiado subnormal.

- A ver la rodilla

Me subí la pernera del pantalón, me senté en la camilla y estuvo tocándomela un rato.

- Bueno -me dijo tras explicarme algunas cosas mientras me examinaba- se va a ir a Radiología y cuando salga vuelve aquí.

Apenas tardé nada en mi visita a Rayos. Claro que nada y mucho es muy relativo cuando de hospitales y Biblias se habla. Una tía fea y gorda me dijo que me quitara los pantalones. Claro que el anterior había sido un gitano de 80 años. Me colocó la rodilla en el chisme tres o cuatro veces, hasta que estuvo a su gusto, y después se pasó para adentro. "No te muevas" No me moví. Después hizo lo mismo con mi muñeca. "No te muevas" Coño, hacía frío allí. ¿Por qué no primero la muñeca y después la rodilla?

- Tiene una rodilla muy hermosa -me dijo el doctor ya de regreso a su consulta. Me acordé de "Un genio con dos cerebros"- Bueno, no es nada. Esto tal, esto cual...
- Esta puta mierda es la que me ha hecho volver a fumar -le he dicho ya en confianza. Él se ha reído diciendo que eso sí que lo tenía que dejar, pero que lo demás era no forzar ni olvidar que tengo 43 años. "Ya, 43...Me están jodiendo vivo los 43, no sé porqué...¡Ni cuando cumplí los 40!" Nos hemos dado otra vez la mano y la vieja panchita ha intentado abrirme la puerta un tanto escandalizada. Un tío listo este doctor.

Ya en casa no me ha quedado más remedio que hacerme un pito mientras seguía leyendo a los exégetas de Pablo de Tarso, Lactancio, Eusebio de Cesárea y demás. Entretanto he puesto algo de Led Zeppelin para no rayarme y al final he determinado tirar a la mierda el puto tabaco en cuanto saliera a por las garrafas de agua mineral. Ducha, afeitado y a por ello.

Lleno de buen rollo gracias a todo y a todos, un perro de mierda me ha ladrado nada más salir de la cochera. Al bajarme para depositar la basura en el contenedor he visto que su dueño era el prejubilado de cincuenta años con joven rusa rubia a su vera. Me he cagado en sus putas madres. "No pasa nada, venga"

En el super he saludado sonriendo sin ton ni son, como si todos ellos supieran que Lactancio y Cesárero tuvieron razón en hacer lo que hicieron y el Cristo no fuera más que el Logos que une a la Divinidad con el Hombre, cual Monolito Benevolente, Kubrick Mediante. Lo importante, lo único, es no hacer daño.

No hacer daño, Kufisto, cojones, no hagas daño. Ni a ti mismo. Hacer daño es de monos. Y hacérselo a uno mismo, de gilipollas.

Hoy era la comida en casa de mis padres. Allí estaban mis hermanos y sus mujeres. Hemos preparado los aperitivos mientras le decía a uno de los míos que hoy mismo volvía a dejar la mierda del tabaco que me lleva a Johnnie y todo lo demás...Nos hemos echado un vinillo, dos,  y se me ha endulzado el paladar.

Y comiendo me he bebido otros tres.

Estaba arrancando el coche y por un momento he pensado en ir al contenedor. Pero al final he pensado que mejor comprarlo en el 24 horas.

- Golden Virginia, boquillas y papel.


Y mientras escribía esto he tenido que bajar a por otra botella de Johnnie.


Puto perro.


Y puto amo.








miércoles, 19 de octubre de 2016

NO HACE FALTA IRSE AL HIMALAYA




Apenas había abierto el bar cuando llegó. Pronto me di cuenta de que era un tío raro, aunque esto sea algo que pienso de la mayoría de los desconocidos. Se quedó en un extremo de la barra, junto a la puerta, y con una voz apenas audible me pidió algo.

- ¿Qué? -dije
- Un belmonte...
- Ah...eso lleva...-no me acordaba
- Café con leche condensada y coñac

Sí, no es bebida de aquí. Como él.

Era un tío de un metro noventa, de unos cuarenta años, ancho de espaldas y con unas gafas que enseguida me recordaron a Supermán. Le puse su café sabiendo que iba a quedarse un rato demasiado largo. Llegó el ciego con su tío y pidieron lo de siempre tras quejarse del oscuro y lluvioso día que estaba amaneciendo, "hoy se nos ha fastidiado el paseo"; el médico acabó de desayunar su café con 3 porras y me pagó pidiéndome cambio para tabaco; la mujer de la tragaperras estaba a su tarea y en la tele había uno muy sonriente vendiendo una faja mágica para las gordas que fueran lo suficientemente estúpidas de pagarlas; muchas, podéis creerme. Poco después apareció el afilaor y le mandé a por los periódicos que todavía no habían llegado una hora antes. A veces pasan estas cosas. Es raro, pero pasa.

Se fueron todos menos él. Me pidió una copa de coñac y continuó saliendo a la puerta para fumar. El tío apestaba a tabaco. Me preguntó por la Oficina del Paro y se la indiqué; "tenía que haber venido ayer...-decía como el niño que dice las cosas después de haber sido regañado-...¿pasará algo?", "no, no creo..." Yo no entiendo de eso, pero bueno: él parecía preocupado, yo no sé como va ese rollo y siempre es mejor dejar abierta la puerta de salida cuando no quieres estar con alguien.

Al rato, después de pasar un par de veces al servicio, pidió la segunda copa.

- Cinco ochenta -le dije antes de ponérsela.
- Pero...¿la copa?
- No, con la que te ponga
- Ahhh..., perdona

Pagó y se la puse.

Siguió fumando tabaco de liar.

- ¿Pones música? -me dijo una de las veces que estaba por ahí cerca.
- Después
- Música alegre...

A eso de las diez ("¿crees que ya estará abierta?", "seguro") se marchó igual de acabado que cuando llegó.

Eran las seis menos cuarto de la tarde, ya estaba a punto de irme, cuando una de las mil veces que he salido a la puerta he visto a alguien que subía calle abajo. Me he fijado y era el tío raro. Llevaba una bolsa de plástico y caminaba dando bandazos. Me he pasado para dentro. Él ha seguido para arriba, ya por la calzada, siempre a punto de caer en el mar de alquitrán, sin mirar quien iba y quien venía por muy coche o camión que fuera. Ha tenido suerte: por no haber no había ni tráfico. Ya en la otra acera, más escalando una montaña de hielo que subiendo una puta calle, ha conseguido apoyarse en una pared. Ha intentado liarse un cigarrillo y no lo ha conseguido. Ha sacado el tetrabrick de la bolsa y le ha metido un trago de espanto. Después le ha pegado un manotazo a la pared y ha proseguido su ascensión hasta el primer vivac de madera. Allí se ha sentado intentando hacerse otro pito. Creo que tampoco lo ha conseguido esta vez. Se ha vuelto a levantar. Cincuenta metros más allá ha alcanzado el segundo banco. Ya apenas lo veía. Otra vez arriba. Otra vez andando sobre el hielo. Otra vez cualquiera apartándose de él...


Y al final ha conseguido doblar una esquina.




viernes, 14 de octubre de 2016

ADIÓS, SUERTE

- ¿Nicéforo, Nicéforo?...-he preguntado al entrar en casa. Cuando estoy de buen humor siempre le llamo por otro nombre, a cual más feo. Este creo no habérselo dicho nunca. He pasado a la cocina para dejar algo y he cerrado la puerta al salir, como siempre. No me gusta que entre solo allí; tengo demasiadas bolsas de plástico colgadas de la silla y al muy tonto le gusta jugar con ellas, arañarlas y morderlas; luego le vienen esas angustiosas toses y parece como si fuera a quedarse en el sitio, aunque siempre acaba por regurgitar la mierda de bolas de pelo o lo que coño se trague; después se queda un rato parado, como diciéndose nunca más, y a otra cosa. Mi habitación también está cerrada para él, así como el cuarto de baño del pasillo, aunque este no sé para qué. El resto del piso, su habitación, la otra llena de trastos y el salón están a su entero antojo y al de su hermoso y abundante pelo, tan naranja y blanco como la primera luz de la mañana.

No estaba en el salón a pesar de ser mediodía, hora en la que le gusta tumbarse frente al gran ventanal que da a la calle para tomar su baño de sol y quizá, sólo quizá, mirar lo que pasa fuera: gente, coches y niños jugando y gritando en el colegio de enfrente. Me he quitado la bufanda acordándome con una sonrisa del vídeo que poco antes había visto en Youtube sobre como anudársela de diez maneras diferentes (ayer la saqué del armario) y yendo a dejarla en el perchero le he visto tirado en su habitación, junto al plato de la comida húmeda.

Él nunca se había dormido ahí. Él jamás se dormiría así.

- ¿Nicéforo?

Y antes de tocarle ya sabía que estaba muerto.

Sus ojos, del color de la miel que no tiene que pasar lectores de barras, ahora estaban negros. Tan negros, tan oscuros, como sólo están las cosas que dan miedo. Su pequeña boca, siempre tan elegantemente cerrada, ahora permitía salir un pedazo de su rosada lengüecilla. Le he acariciado la cabeza llamándole por su nombre. He cogido una de sus patitas y la he dejado caer inerte el suelo. Su lomo, aún tibio, se notaba pesado, como si ya todo estuviese parado por dentro. Me he incorporado y me he quedado un rato mirándole. Después he ido al salón y he mirado por el ventanal: gente, coches y niños jugando y riendo en el colegio de enfrente. He vuelto a su habitación y en la puerta he visto, ahora sí, los restos de su último devuelto. Los he recogido y los he tirado en una de las mil bolsas de la silla de la cocina. Y me he tumbado en el sofá.

Mirando al revés el título de un libro que tenía un poco más allá de mis pies he estado pensando sobre lo que había hecho esta mañana: echarme un poco de pomada en el pelo para curar unas pequeñas heridas que hacía más de un año que no me salían, comerme unas nueces que compre ayer después de meses sin hacerlo, ese rato loco, esa extraña hora loca, nerviosa, que había tenido en el bar de puro aburrimiento por no tener a nadie, las ganas que me habían entrado de fumar tras la copa de vino del almuerzo, el vídeo de la bufanda...Todavía estaba caliente cuando lo he encontrado.

He llamado a mi madre. "¿Qué hiciste con tu gata cuando se murió?" Luego vendrá con su hermana a por él y lo enterrarán en su casa de campo. Yo tengo que volver al bar. Una ducha, un afeitado y una despedida antes de irme. Y acariciándole como le gustaba, en la cabeza, por las orejillas, le he dicho adiós sin abrir la boca.

Cuando hace diez años una dulce muchacha me lo trajo en tren desde el Levante me sobraba palma de la mano para sostenerlo. Hoy lo he tenido que coger con los dos brazos para meterlo en una bolsa grande de basura. Hace días que se me acabaron las pequeñas. Y anoche pensé en no comprarlas hasta utilizar las que cuelgan de la silla.


Y hace un rato, volviendo a casa después de ver a mi padre en la suya explicándome como podía el nuevo tratamiento para su enfermedad mientras mirábamos una película de Bud Spencer, he pensado que quizá todavía estaría abierto el estanco donde compro el tabaco para el bar. Iba sin dinero y pensaba dejárselo a deber. Seguro que no habría problema alguno. Antes de llegar he visto otro abierto. Un poco más allá, el mío estaba cerrado. Pero el frío me ha hecho meter las manos en los bolsillos y he encontrado monedas. Suficientes.

- Mañana me voy a verlos de jugar -le estaba contando al que estaba delante de mi, un padre con su hijo.
- ¡Pero si son cuatro horas de viaje!
- Es igual

- Dame un Sweet Virginia...un Golden Virginia de 25 -le he dicho. Llevaba lo justo, poco más.


El whisky lo tengo en casa desde hace dos semanas.


Por los viejos tiempos, Suerte...


Por los viejos tiempos que parece que van a volver.



Pero ya sin ti.