sábado, 28 de mayo de 2022
CUATRO NOCHES BLANCAS
sábado, 21 de mayo de 2022
ESCUCHA, HERMANO
viernes, 20 de mayo de 2022
ACNÉ JUVENIL
Salí a fumar a la puerta del bar. El viento, el ardiente "solano" tan típico de La Mancha, corría con toda la fuerza de un nuevo amanecer; un poco más tarde, cuando el sol empezara a remontar el cielo, se calmaría. O no. Hay días en los que no deja de soplar, como ayer, y entonces la gente, sobretodo las mujeres, se quejan de dolor de cabeza.
La chavalería pasaba de camino a los institutos cargados con sus mochilas, ellas en grupo o en parejas y animadas charlas y ellos no tanto, algunos solos, los auriculares puestos, el móvil en la mano, la mirada dubitativa. Me fijé en uno que cruzaba solo el paso de cebra del otro lado de la avenida. Andaba cabizbajo, sin teléfono en la mano. Ya en el que da acceso a nuestro bar vi que tampoco llevaba auriculares. Pasó a mi lado, la mirada fija en el suelo, el semblante serio, tenso, reconcentrado...tenía las mejillas llenas de granos.
Una infinita ternura conmovió todo mi ser mientras le vi alejarse calle abajo. Era guapo, de buena estatura, pelo fuerte, complexión atlética pero...le esperaba otro día en el infierno. Las chicas no quieren besar a quien tiene esas mejillas. Las chicas ven eso con ojos de asco o, en el mejor de los casos, miran hacia otro lado; y los chicos...bueno, te humillarán todo lo que puedan, se vengarán en ti de sus miserias.
sábado, 14 de mayo de 2022
LATELY
miércoles, 4 de mayo de 2022
EL ÚLTIMO PEÓN DE BOBBY FISCHER
Cuando le vi tomar asiento en la barra supe que hoy venía solo. Pidió su primera cerveza y empezamos a charlar. Enseguida, tras la cuestión del tiempo, salió a relucir nuestro común amigo, su compañero habitual en la mesa del fondo. Hace unos días de su cumpleaños y recordé que el lunes me contó un tanto abrumado la festiva semana que le esperaba con dos cumpleaños más del grupo de amigos; uno fue ayer y el otro será mañana. El cliente se extrañó de este último, algo que me inquietó un tanto por si había metido la pata, pero pronto cayó en la cuenta de que era un tema del tiempo, de la lluvia, del sitio donde iba a celebrarse. Y con esto pasamos a charlar de este último celebrante, un hombre adinerado del pueblo, como todos los de la cuadrilla, aunque puede que sea el que más.
Me habló de la reciente venta de un pisazo en pleno centro de Madrid, del dinero que había sacado y de su voluntad de liquidar casi todas las propiedades o terrenos por efectivo, con el consiguiente embrollo familiar. El hombre, que siempre ha sido de fuerte constitución, lleva un par de años con problemas de salud y parece tenerlo claro. Oí unos cantidades de dinero que me dejaron atónito.
Poco más tarde llegó al bar otro integrante de la cuadrilla, el que ayer cumplió años, y la conversación derivó hacia la reapertura de un conocido restaurante de la localidad que llevaba cerrado por reforma desde primeros de año.
lunes, 2 de mayo de 2022
Y NO DIRÉ QUE NO MIRÉ ATRÁS CUANDO LLEGUÉ AL LLANO
El tío que se plantó en la puerta del bar parecía salido de las entrañas de Chernobyl: bajito, escuchimizado, de tez colorada, con cuatro pelos ralos colgando de la pequeña calavera, que eso ya no era ni cabeza, y más feo que un dolor repentino en el brazo izquierdo. Se quedó allí, mirando al interior, como esperando que alguien tocara la trompeta. "Si cree que voy a darle las buenas tardes -pensé- va listo" Eran casi las tres de la tarde y apenas había cuatro clientes en la barra y una pareja en el salón. La festiva mañana no había sido mala pero tampoco nada del otro jueves. "Joder -volví a pensar ante su inexplicable persistencia-, el pueblo lleno de gente y me toca este subnormal para acabar" Un odio instintivo, ese que pocas veces falla, vino a mi acompañado de un asco indecible. Y no es que fuera mal vestido, o borracho, o algo de eso; era él, él. Por entero.
Al final entró y, como no, se puso tras el grifo de cerveza.
Pidió un botellín, le dije que sólo tenía tercios y aceptó. De cerca era todavía más feo: la boca grande, las orejas colgantes, los ojos grises, hundidos, una nariz casi descarnada y una especie de joroba a sus espaldas. La ropa colgaba de él como la de un espantapájaros en un granja bien. Enseguida empezó a hablar en voz alta, algo que no soporto. Uno que había cerca le haría de oidor durante casi toda la larga media hora que estuvo allí, pues lo que era yo no iba a decirle ni Dios es Cristo. ¿Qué clase de hombre entra así a un bar en el que no lo conocen? Ante mi sorpresa, pues lo tenía por un chaval con los cascos bien herrados, le dio palique a sus desatinos, imposibles de obviar hasta para la pareja del salón, que sonreía. Con todo hubo un momento en el que mi cliente se amohinó un tanto por un comentario mariconil, hasta que se fue. El engendró pidió otro tercio con el primero aún casi entero. "Se ha calentado (a ver, hijoputa, si no has parado de hablar) ¿no tendrás un vaso frío?" Se lo puse y pasé de él. Lo vio claro y salió a la terraza. Luego volvió a entrar, pagó los dos tercios que apenas había bebido y se fue dejándome con un malestar indescriptible.
Media hora más tarde salí del bar poco menos que enfermo. Llegué a casa y me tumbé en la cama. Ese trol me había sorbido la energía. Dijo que tenía cincuenta y cinco años aunque aparentara noventa pero yo creo que tiene diez mil y va arrastrándose por ahí, vertiendo partes de su enfermedad sobre la salud de los otros.
Eran casi las siete cuando eché a andar. Apenas había dormido, ¡quien podría!, pero tras comer algo y vislumbrar el panorama para lo que quedaba de día decidí que era lo mejor. Algo ligero, breve, una horita.
Uno de los vecinos salía por la rampa de la cochera empujando el patinete de una de sus hijitas. Saludé y creo que no recibí respuesta, pues iba con los auriculares ya puestos, sino una bien cierta mirada hostil. No sé, quizá en una de mis recientes borracheras puse la música demasiado alta y empecé a cantar o algo, no me acuerdo, pero el tartaja del Audi A8 no respondió a mi saludo, no.
Poco después, ya transitando el acceso hacia la periferia del pueblo, vi un perro suelto y una parejita empujando un carrito de bebé. Bebé y perro. Este no parecía peligroso; no era pequeño, tampoco grande, pero paró el trote y se me quedó mirando. Me joden los perros. Seguí caminando y ¡oh, sorpresa! la del carrito era una prima mía, una que parió hará un par de meses. Tuvimos que pararnos a hablar, aunque no por mucho tiempo. Ni se me ocurrió tocar a la criatura; me conformé con preguntar el nombre que le habían puesto y tras decirle otra vez a mi prima que estaba dando un paseo después de haber acabado otra gloriosa jornada en el bar marchó empujando el carrito que contenía al fruto de su potentado y simpatiquísimo marido.
Con estas y Lovecraft iba, ya en la avenida de circunvalación, cuando casi al final de ella alcé la vista, vi los molinos y decidí subirlos una vez más.
Por el otro lado de la carretera, adelantada, se veía a una mujer con una mochila a la espalda. Tenía el culo muy gordo y no le hice mucho caso, pero cruzó y se encaminó hacia donde yo iba, un camino de tierra justo al lado de algunas naves industriales que es previo a la maleza que viene después. Quizá nos separaran cincuenta metros y ella iba a buen paso, así que no lo más probable es que no hubiese problemas. Pero se paraba, miraba algo en su mano y seguía andando. Y en una de esas, claro, sintió que alguien iba detrás de ella, yo, con la melena al viento y todo lo demás. Y justo cuando llegó al descampado, y tal y como era previsible, se paró mirando lo que ya supuse era un teléfono. Y como será normal, tan solos como estábamos allí, cuando llegué a su altura, me preguntó algo acerca del camino que según su teléfono llevaba a los molinos y sin embargo ella no podía ver. Yo se lo indiqué y seguí adelante, entre la malas hierbas, convencido de no volverla al ver; pero al poco me superó, aunque no tardó en volver a parar, despistada.