domingo, 25 de noviembre de 2018

E4

Puse "El señor de los anillos" y a los diez minutos estaba preguntándome qué coño hacía viendo eso. Un cuarto de hora antes había terminado con el primero de "Lunas de hiel", cuando me di cuenta de que aquella historia que tanto estimulara la imaginación en mi juventud ahora que tenía la edad del protagonista estaba viéndola con disgusto: no vivo en París, no tengo dinero, no he escrito ninguna novela y no puedo siquiera fantasear con tener una relación con una mujer parecida a Emmanuel Seigner. De hecho, ahora que ya tengo cuarenta y cinco años, casi he olvidado soñar con algo. A veces, cuando me voy a la cama y apago las luces, imagino cosas como antes; pero ahora sólo es para intentar que el sueño me venza hasta dejarme en negro. Luego hay mañanas que despierto recordando cosas que nunca son agradables. Pero al menos estas las olvido pronto.

La tarde en el bar había acabado de forma un tanto extraña. Ayer era sábado y sus tardes son un tanto diferentes a las de los otros días. Viene más gente, pones más copas, das más volumen a la música pero las ganas de irme a casa en cuanto llegue el relevo son las mismas que todos los días. Apenas faltaba media hora para que esto sucediera cuando entró alguien como buscando caras conocidas. No vio ninguna, se acercó a la barra y mirándome raro pidió un café. Era un tío de mi edad, más alto y de hombros más anchos, todavía con todo el pelo y de mandíbula cuadrada. Estaba muy pálido y esto es algo que choca aún más cuando todo lo demás parece ser lo perfecto. Tuve la sensación de que me conocía y de que yo lo conocía a él. No dijimos nada y le puse lo que pidió. Al rato llegó un cliente, se acercó al desconocido y se fundieron en un gran abrazo, cosa a la que no le di mayor importancia al ser este uno de una pandilla de viejos amigos entre los que no es extraño verlos saludarse de forma tan efusiva. Poco después, uno a uno, fueron viniendo más con el mismo saludo. Y para cuando llegó el cuarto o el quinto yo, que estaba en mi rincón de la barra a no más de un metro de ellos viendo en el móvil los disturbios de París, no pude menos que enterarme de que al desconocido le habían detectado un tumor y acababa de terminar con el primer ciclo de quimioterapia.

El asunto parecía estar yendo razonablemente bien, según contaba su protagonista. Los médicos lo habían detectado en una fase temprana y esto es algo muy importante en tales circunstancias. Del ciclo de quimio decía que, por ahora, más que debilidad le había dejado un cierto malestar a la hora de comer: no era que la comida no le supiera a nada sino que le sabía mal, como a metálico. Todo esto lo decía con ánimo, bromas incluidas para sus amigos, muy alejado del semblante con el que me había obsequiado aunque ahora sólo viera su espalda. Con todo yo veía las caras de las otros y eran como si su amigo del alma se hubiese transformado en otro Kufisto. Yo lo he notado toda la vida. Supongo que el desconocido estará empezando a sentirlo.

Y al llegar el relevo me despedí rápidamente de todos dando palmadas en las espaldas más cercanas del cada vez más numeroso grupo, las más alejadas de la órbita que tocaba en esa tarde de sábado.

Llegué a casa cuando faltaba poco para que anocheciera. Salir a andar de noche ha dejado de tener sentido para mi. Antes, cuando todavía tenía abuelos, me gustaba salir por ahí a cualquier hora. El día, la noche, el sol y la luna eran cosas sin importancia. La lluvia, el calor, la niebla o la nieve eran cosas a vencer. Ahora llega noviembre y hago como los osos en su cueva, sólo que como ya París parece Plutón y Emmanuel Seigner el puto Big Bang me ha dado por ver series en el ordenador.

Vi Breaking bad en poco menos de tres semanas. A su relance, y no porque me subyugara, acabé con Better call Saul en dos. Poco más o menos cien horas delante de la pantalla. Antes, cuando yo era chico, bastaban diez minutos de revisión del Padrino para apagar la luz y dormir convencido de todo. Ahora pasan horas hasta que el sueño puede conciliarse conmigo.

Antes de ayer empecé The young Pope. Hace tiempo que había leído algo por ahí, lo recordé y la puse sin muchas esperanzas. A mitad del segundo capítulo la quité.

Sigo el mundial de ajedrez. He visto en directo todas sus partidas. Mañana se jugará la última de las doce previstas. Van once tablas. En los tiempos de Fischer y Tal esto sería un mal chiste. A propósito de esto me pasó una cosa muy divertida...Era el día anterior al inicio del match. Yo estaba ahí, en el bar, hablando con un colega que me pilla las camisetas por Internet, cuando se me ocurrió que por qué no seguir el acontecimiento en su página oficial, con cámaras individualizadas a placer, es más, con imagen, porque de un tiempo a esta parte hasta cobran para ver ajedrez. Bien, apenas eran treinta y pocos euros, una miseria hasta para un pobre colgado como yo y un pastonazo para los millonarios que los cobran y en fin, que le dije al nota que tirara de su tarjeta a cambio de mi metálico para acceder a su servicio.

- Dame tu email, Kufisto
- ¿Para qué? -dije yo
- Pues para que recibas el código de acceso

Y por no descubrirme le di el secundario. Y por eso he tenido que aguantar al par de idiotas de Chess24.

No recordaba la contraseña, eso fue todo. Tengo muy mala memoria para todo lo que dejo atrás.


Pronto llegará la Navidad. En esos entrañables días vendrán al bar muchos parecidos al desconocido, aunque estos sí todavía recordados por cosas como ver "Sexy vacaciones en el mar" en comunidad. Vienen de por ahí fuera, nos abrazamos como si fuésemos aquellos que fuimos y les pongo copas. Lo bueno es que yo también bebo, que todo se hace más llevadero y que a mi ya me sudan la polla los recuerdos de mi memoria.


A veces pienso que es por eso lo regular de la vida que llevo, aunque pensar sea decir mucho. No pienso en nada. Veo series de mierda y campeonatos de ajedrez que son una puta vergüenza. De vez en cuando me hago una paja. A veces me sale una verruga en el bigote y voy al ambulatorio. Me dicen que vaya al dertamatólogo dentro de tres meses y cojo el papel y me voy con la música a mi parte. Hasta hace uno paraba en la biblioteca y pillaba algún libro que leer. Algunos fueron realmente buenos pero al final no empezaba a leer más que basura, con todo lo grande que es ese magnífico laberinto de ahí arriba. No sé, será que estoy perdiendo más visión de la que en verdad veo estoy perdiendo.


Los hobbits, los elfos, los magos, los monstruos y los machos alfa iban por ahí, todos corriendo dos horas y media tarde de haberlos puesto. Todavía quedaba otra hora y media, supongo que se trataba de la versión extendida para el frikismo, pero cuando Aragorn llegó malherido al abismo de Helms y aquella angelical rubia le miró como si acabara de ver resucitado a su amado muerto yo ya no pude más y me fui a acostar.


Una hora y media después me levanté, me hice una paja mirando a una guarra y al rato dormí fantaseando con hacerle la Alekhine a Carlsen.








viernes, 2 de noviembre de 2018

FOOL IN THE RAIN

La mujer hablaba por teléfono preguntando por un número de teléfono. Miré su tarjeta de identificación y vi que se llamaba Vanessa. Extrañado eché cuentas y supuse que poco más o menos tendría la edad de la hija de Manolo Escobar. "Bueno -pensé- ahí tienes una posible respuesta a un nombre tan inusual para alguien de su edad. Por entonces Manolo era famoso y supongo que los padres de esta pensaron que sería una buena idea"

Eran las cinco de la tarde y todavía no había comido. Esperando en la enorme cola de paso a las diferentes cajas sentí un leve mareo que azuzado por el gilipollas que tenía detrás estuvo a punto de conseguir que le echara mano a una de esas barritas de mierda azucarada estratégicamente colocadas para niños malcriados y adultos descabezados. El joven imbécil no paraba de decirle estupideces a su madre y a la hermanita que con bastante más seso que él le pedía que la dejara en paz. Diez minutos tardé en llegar a mi caja, una atendida por una chica extraña, una mujer que parece sacada de una peli de Tim Burton, una tía que puedes imaginarla haciendo cualquier cosa sin extrañarte. Saqué las cosas del carro, casi todas para el bar, y esta vez no olvidé las cuchillas de afeitar. Pagué sin mirarla y ya más tranquilo me fui donde estaba al principio.

Miré a un lateral del mostrador y me vi en su estrecho espejo: una barba de varios días y las ojeras de siempre me devolvieron una mirada que no tuve problema alguno en sostener hasta que desviándola me fijé en la mujer que estaba esperando detrás y que con parecido aspecto al mío miraba como yo estaba mirándome en el espejo. Al instante deshicimos el deshecho nudo y volví a apoyarme del todo en el mostrador de atención al cliente. Una mujer muy gorda y uniformada con los colores de la empresa pasó adentro y Vanessa aprovechó para pedirle otro número de teléfono. La gorda le contesto que no lo sabía con cara de una gran tensión mientras se movía torpemente, rebuscaba papeles y cogía algunas llaves antes de perderse tras la puerta interior entre visibles muestras de estrés. Vanessa dejó el auricular sobre el mostrador y pasó tras ella. Poco después volvió a salir con un papelito entre sus manos, volvió a coger el teléfono y volvió a marcar otro número con mi ticket entre sus manos. "Esta chica tuvo que ser guapilla en su juventud -pensé- Aún con gafas y todo..." Me cae bien incluso desde antes que supiera de su joven viudedad al cargo de dos hijas. Tiene un semblante de concentración, de repartidora de cartas, de inteligencia aplicada al medio, de hacer bien los test de visión para renovar el carnet de conducir. Me volví para mirar a otro lado y estaba vez encontré la mirada de un tío con el que a veces me encuentro en la carnicería y siempre delante de mi, pidiendo carne como si al mundo le quedaran dos telediarios y medio. Es uno que me parece mal conozco de algo y no recuerdo qué, cosa que creo también le sucede a él. Alguna vez lo he visto acompañado por sus críos, aunque no estoy seguro. Esta mañana fueron al bar un par de tíos como este, como yo, y al oírles preguntarse por sus familias me sentí como si no hubiera entendido un chiste.

- Señor -terminó por decirme Vanessa- hoy no vamos a poder hacerle la factura, tenemos problemas con el terminal.
- Bueno, vale, no importa. Lo dejamos para otro día.
- Claro. Guarde su ticket y lo haremos otro día
- Claro

Antes de salir paré a echar una bonoloto, un euromillón y una primitiva. Un rumano estaba flirteando con la lotera, una gordita casada con otro que parece el carpintero de Norman Bates y que cuando me ve se pone como si tuviera a Harry Callahan delante. El rumano se hizo levemente a un lado, como si se fuera, y al instante metí baza dejándole con la palabra en la boca. Se había olvidado de echar algo más pero ya era demasiado tarde. Por joder le pedí a la lotera que también me hiciera una quiniela aleatoria, un gordo del domigo y una múltiple para las carreras de caballos.

Dejé la compra en el asiento de atrás, encendí una colilla y arranqué el motor. Robert Plant acababa de darse cuenta de que esa no era la esquina donde había quedado con la chica.


Y al llegar a casa, de pie y yendo de un lado a otro entre los maullidos y las acometidas de la gata, me comí una lata de magro cocido acompañado con unas rebanadas de pan tostado integral de consumo preferente en 2016 que me supieron a gloria.


Esta vez sólo me he olvidado del pan.


Creo.