miércoles, 8 de junio de 2016

EL SUELO DEL VIEJO




Ayer, por fin, me decidí a regalarle un paquete de tabaco; un Philip Morris, el más barato.

Lo vi llegar como todos los días, las manos a la espalda, mirando al suelo en busca de colillas, fija la vista en el de la terraza de mi bar donde yo estaba sentado disfrutando de la mañana, ya que no poniendo cafés. Unos pasos más allá, junto a la ortopedia, ha rebuscado en la papelera. "Ahora" pensé; y pasé adentro a por el tabaco.

Salí y se lo dí.

- Tenga, para usted
- ¿Y esto?
- Se lo doy...se lo regalo...es tabaco del bueno

No me dio ni las gracias. No me importó. Poco antes de todo esto mi padre había venido a decirme que los médicos le habían dicho que todo estaría bien durante al menos otros tres meses: el dragón que duerme en su pulmón sigue aletargado, como la sabandija con su huésped, viviendo de él sin estrujarle demasiado. También a estos les va la vida en ello.

Hoy he vuelto a sentarme en mi desierta terraza. Estaba mirando el hábil vuelo de los vencejos en el edificio de enfrente, oyendo sus canciones, cuando ha vuelto a llegar el viejo de ayer. Ha pasado por delante de mi sin decir nada, las manos en la espalda, mirando al suelo con ojos de pajarillo en tierra sin fuerzas ni para cobijarse a la sombra del árbol, vencida su nariz aguileña ya sin el apoyo de esa boca vacía de dientes. Unos pasos más allá ha vuelto a detenerse ante la papelera de la ortopedia. Le he visto rebuscar torpemente. Y mientras lo hacía me he fijado en que va demasiado arreglado como para hacer esas cosas. Puede que simplemente no le dejen fumar en su casa y no le den dinero para nada, no sea que se lo gaste en eso.

Y ha regresado sobre sus pasos, sin ni siquiera mirarme, para irse por donde había venido.


Y volviendo a mirar a los vencejos que bailaban acrobáticamente en el cielo azul no he podido más que preguntarme como será posible que se entiendan tan bien como para no atropellarse los unos a los otros.


Puede que sea porque hablan el mismo lenguaje en el mismo tiempo.

miércoles, 1 de junio de 2016

ES LA FALTA DE AMOR LA QUE LLENA LOS INFIERNOS




Está cerca de cumplir los 40 años. Vive solo en el viejo piso de sus padres. Su madre murió cuando él todavía era un chiquillo que aún iba al colegio, o puede que al instituto. Poco después dejó de estudiar y empezó a golfear por ahí. Su padre tardó no mucho más en rehacer su vida con una mujer de otro pueblo. Y el hermano mayor se marchó a la ciudad, de donde regresaría algún tiempo después convertido en un hombre influyente para la comunidad.

Una vez acabada la mili encontró trabajo en unas gran empresa dedicada a la construcción. Allí le hicieron fijo y empezó a ganar un buen sueldo. Su padre terminó por irse de casa y todo parecía ir sobre ruedas. No le faltaban los amigos, tampoco las follamigas ni las bolseras, y los fines de semana se lo pasaba todo lo bien que puede pasárselo un chico joven que sale de fiesta sin cargos de conciencia por el hambre en el mundo y todo lo demás: él no tenía la culpa de nada.

Llegó la crisis y fue de los primeros en ser licenciado. Le quedó una indemnización y un par de años de paro. No se preocupó mucho y se lo tomó como unas vacaciones pagadas, al igual que tantos otros. Pero eso se acabó. Y cuando quiso volver a entrar en la rueda ya no había sitio para él.

Trapicheos, trabajillos, algún dinero de su padre, puede que también de su hermano...Poco a poco casi todos sus amigos acabaron por casarse y formar una familia; y los que no, ya no tenían humor para estar por ahí, donde cualquier gilipollas te puede buscar un problema en una noche loca. Y ya sería de los gordos. Así que mejor en casa, con la Play o el vídeo, juegos y películas, whisky y hash, un poquito de farlopa, algo de música, quizá alguna guarrilla en busca de algo que pueda pagarse sin dinero...Pero esto ya no era como había sido.

Ya muy al límite, tan quemado como una fiera enjaulada en mitad del Serengeti, solía fantasear en voz alta con agarrar una escopeta y salir a matar hijoputas. Tanto énfasis le ponía que a nadie de quienes le conocemos nos hubiera extrañado verlo en las noticias de las tres. Y en esas andaba, bailando con sus demonios, cuando su hermano le consiguió un trabajo en un centro comercial. Era cosa de poco, pero era algo. Y poco después empezó a salir con una divorciada, una de su cuerda, pero tenía una hija pequeña y esto hacía un tanto de freno de mano, y de nariz, por lo que puede que llegara a pensar en hacer algo más con ella, en ser como los demás, en convertirse en otro hijoputa feliz...

Pero tanto lo uno como lo otro duraron poco: un trabajo de mierda siempre será un trabajo de mierda aunque te lo proporcione tu hermano mayor y una puta siempre será una puta aunque tenga una hijita adorable. Y se quedó sin nada y se encerró en el viejo piso de sus padres. Hoy alguien lo ha visto por ahí.

Y por tres veces, entre lágrimas, le ha dicho que se iba a echar la soga al cuello.


Quien lo dice no lo hace.


O eso es lo que dicen los otros.