miércoles, 27 de mayo de 2020

TABURETE

Llega la noche, sus parejitas, sus cuadrillas y sus solitarios. Toca fijarse en estos, copa en una mano y teléfono en la otra, mirándolo como si fuera una estampita de aquellas que adoraban nuestras abuelas, esperando no se sabe qué, quizá introduciendo la secuencia correcta aparezca la Pataky deseosa de hacerte una mamada por la cara. Un trago, una mirada alrededor, nadie mira a los capullos solitarios con móvil en la mano, "ponme otra", y venga a teclear en la máquina, a levantar la mirada, a ver que nadie te mira. Al final, aburridos y decepcionados por otra noche más sin dar con la clave, se largan a sus cuchitriles para meneársela antes de dormir, ahí no hacen falta códigos ignotos, únicamente la mano y que aún se te ponga medio dura. Al sobre, a soñar que eres el que muchas veces soñaste llegar a ser.

Estoy recogiendo cuando entra uno de esos solitarios que se había largado media hora antes. Lo conozco, un cuarentón soltero, apocado, obeso, calvo, feo y vicioso. Hacía tres o cuatro años que no lo veía por mi bar. Es el típico desgraciao que se pone a todo lo que da porque no se soporta a sí mismo. Algunos lo llevan bien pero este no pertenece a esa categoría. No es peligroso cuando está pasado pero molesta. Me hizo las estúpidas preguntas de rigor, contesté en modo "pasando del tema", se bebió su copa y se marchó. Por eso me sorprende verlo otra vez. Aunque ahora no parece él.

Sí, es el mismo tipo que se había ido normal media hora antes, pero ahora tiene las pupilas tan completamente negras y brillantes que me asusto: son iguales a las de los demonios en forma de niños que atormentan a Judas poco antes de ahorcarse en "La Pasión" de Gibson. Enseguida me doy cuenta de que a ese tío le va a pasar algo. Para más inri me hace exactamente las mismas preguntas de antes. Yo lo miro y me quito de en medio esperando que le pase cualquier cosa en un breve.

Al minuto cae rodao del taburete. El nota está tirado en el suelo boca arriba, cerrados los ojos, un hilillo de sangre sale de su cabeza. Una tía que es bizca y enfermera, puta rematada, borracha como una cuba, se acerca a él. Nos aparta a los seis o siete que estamos alrededor del caído y empieza a hablarle, "¡¡¡LLAMAD A UNA AMBULANCIA!!!" El tipo consigue abrir los ojos y farfulla cosas ininteligibles. Se reanima un tanto y abraza como puede la cabeza de la chica:

- ¿Me...me quieres? -le pregunta
- ¡¡¡SÍ, TE QUIERO, ABRÁZAME FUERTE, NO TE DUERMAS!!!
- Yo...yo te quiero mucho...
- ¡¡¡Y YO A TI TAMBIÉN!!! ¿HABÉIS LLAMADO A LA AMBULANCIA!!!
- Sí, coño

Saco un paño limpio y se lo coloco bajo la cabeza. Llega la ambulancia. La enfermera de todos nosotros conoce a la doctora de guardia, una mujer bajita, consumida, que la hace a un lado en cero coma dos. Se agacha sobre el caído y le habla mientras apunta una luz sobre sus pupilas. El tipo va recobrando el poco conocimiento que le queda y habla, dice su nombre, su dirección, que siente mucho todo aquello, que lo dejen ir...Se lo llevan.


- Ponme una copa, Kufisto -dice ya más tranquila la buena samaritana llegándose a mi rincón-
- Vale, pero bébela rápido que voy a cerrar.

- ¿Vamos a tomar la última por ahí, no? -dice-
- Venga

Subimos en mi coche y nos vamos. Acabamos la noche en el último bar abierto, el primero en abrir allí cuando todos los demás por fin cierran. Ahora sí nos tomamos la última, la dejamos casi entera  y conduzco hasta el cercano polígono industrial para ver la salida del sol. Aparco, me besa y me echa mano a la bragueta.


- Me voy, Kufisto -me susurra al oído recién duchada-
- Mmm...
- Que me voy a trabajar
- Ehhh...¿Qué hora es?
- Las doce y media
- Joder...Quédate un poco más, ¿no?
- No, tengo que irme -dice mientras me besa en los labios- Tengo papeleos que hacer antes de ir a trabajar. Eres un encanto
- Ohhh, joder...¡quédate un poco más! ¡te quiero!
- No...otro día, de verdad. Adiós, Kufisto


Oigo la puerta cerrar, me levanto, me doy una ducha, me afeito, me lavo los dientes y me miro en el espejo.


Jodeeer...




sábado, 23 de mayo de 2020

PIEDRAS

El sol pareció llegar como quien tiene prisa para irse a otro lado. Un cielo azul casi ocultado por grandes y perezosos cirros lo precedía. Por debajo de ellos la habitual procesión hacia el mismo destino de todas las mañanas, aunque ahora toca llevar los capirotes sobre la boca. No importa. Antes no era así y tampoco nuestra estrella varió su marcha. Le da igual. También a nosotros, claro: nadie le canta ya canciones. Está ahí, siempre ha estado ahí, y punto. Da su luz y nosotros andamos en ella, olvidados de él y absortos en lo que nos muestra. Es como poner la tele o la radio para que hagan ruido. Muchos sólo consiguen dormir así.

Flores que nadie ha plantado exhalan susurrantes alientos de vida para algunos y malestar para otros. Pequeñas mariposas blancas revolotean errantes entre ellas. El viento que nosotros no vemos y apenas sentimos las lleva como alcohólicas hacia nuevos bares. Hormigas enfiladas cruzan los caminos ajenas a los peligros que en ellos las acechan, aunque tal vez sean menores a no hacerlo. Es el instinto. Tienen que hacerlo como harían otra cosa si tuvieran alas blancas.

Malas hierbas crecen exageradamente junto al terraplén de la autovía vallada. Entre el espacio dejado por sus alambres se retuercen formando figuras grotescas, desafiantes. El breve alquitrán detiene la conquista y más allá quedan las tierras labradas y la perpetua lucha de quienes cuidan de ellas. Después, a lo lejos, la sierra ignota, todavía azulada, siempre azul.

Árboles salvajes junto a las valladas vías del tren hacen de urinario para los caminantes y cagadero para algunos perros sin dueño. Piedras de vía, piedras que sobraron, piedras caídas en el último momento, piedras volcadas por alguien que quizá volcó la noche anterior, piedras iguales o mejores a las que están allí arriba, en su sitio, entre las vías, sujetándolo todo unas contra otras, en la vibración, en la onda correcta. Piedras.


El chico estaba hoy un poco serio, o quizá sea mejor decir que no tan alegre como antes. Pronto hará un año y ya se le va notando. En sus ojos, en su intensa mirada azul, en la inteligente fijeza que ya demuestra, se ve que va dándose cuenta de que está dejando de ser un juguete en brazos de su tío o de cualquier otro. La memoria llegará más tarde, claro, pero el instinto ya está ahí: el instinto nace cuando puedes mover tus piernas y mantenerte sobre ellas, aunque todavía sea tan complicado como para necesitar la ayuda de su tío, de uno de ellos, aún de ese que habiendo andado mil caminos sigue meando fuera del tiesto.




martes, 19 de mayo de 2020

BABY BLUE

Mi padre apoyando las manos sobre la cámara frigorífica que estaba junto al ventanal, esa en la que enfriábamos las jarras de cerveza. Desde allí se veía el bar de enfrente. Él miraba y callaba. El nuestro casi vacío y aquel casi lleno. Una noche cualquiera. Otra noche de aquellas. ¿Cuantos años tendría él entonces?

Ni se miraban cuando hacían la caja, qué decir de hablar. Él y su socio, su primo hermano. Mi padre cogía las cuatro perras y luego nos íbamos a casa, andando. El trayecto era corto, apenas cinco minutos. Me gustaba andar junto a mi padre después de trabajar, de vuelta a casa. Hablábamos de cualquier cosa menos del bar de enfrente y de mi tío. Entrábamos en casa y mi madre preguntaba qué tal nos había ido. "Bien" era la respuesta de siempre, como cuando iba a ver al abuelo y me preguntaba por como iba el bar. Él lo dejó antes de cumplir cincuenta años, apenas cuatro de los que yo ahora tengo.

Dormí mal y salí a pasear. La mañana era espléndida pero yo no. Una vieja con mascarilla me dijo que yo no la llevaba y poco me faltó para mandarla a la mierda. "Todavía no es obligatoria, chivata" respondí. Ya son muchos días solo y hasta yo me sorprendí de la acritud de mi voz. La verdad es que me dieron ganas de partirle la cabeza. Puta vieja estúpida.

No tenía ganas de andar más y recorté. Bajé por el centro del pueblo y vi que algunos bares empezaban a sacar las terrazas, terrazas grandes, de esas que aún partiéndolas por la mitad todavía pintan algo. Pasé junto a la casa de mi madre y poco después llegué a la mía tras comprar algo en la tienda de la mora.

Me eché en la cama y miré el reloj: todavía faltaba un buen rato hasta las diez. Habría podido estar por ahí pero ya estaba aquí. Intenté dormir y no pude. El cansancio de la mala noche seguía, pero el sol ya estaba ahí aún con la persiana bajada. Abría los ojos y veía claridad. Era de día, era el día, y no se puede dormir así. Si ya es complicado de noche qué decir de día. Me levanté y comí antes del mediodía.

Volví a la cama y unos poceros me sacaron del sueño que llegaba. No pude volver a cogerlo por más que lo intenté. Cuando se fueron a eso de las dos yo ya estaba totalmente desvelado.

Pasé la tarde viendo una serie que ya he visto. No es mala pero tampoco buena. Demasiado larga. Las cosas deberían guardar el sentido de la medida, el tempo justo, la posibilidad de una isla donde pararse en mitad de un océano. Pero sigo viéndola, reviéndola, y ya no queda mucho para acabarla. Sé como acaba pero llegaré hasta el final. Y la verdad es que la parte final es lo mejor de todo: allí, con todo lo pasado, junto a todos los ventanales y vueltas a los refugios, entre sueños, cánceres y pajas a medio hacer, al final, suena una buena canción que medio te salva.


Y no es poco.




martes, 12 de mayo de 2020

EL PODER DEL ACERO

Conan. No tengo un recuerdo claro de ella. Sí de muchas otras...quizá "Karate kid" sea el más grande de todos aquellos años en los que las películas sólo podían verse en el cine. Esa patada a la pata coja del final nos puso a todos en pie, gritando como posesos. Era lo que habíamos estado esperando. Queríamos eso, que se cargara a ese chulo de mierda, a ese rubito de los cojones. Oh sí, aquello fue una auténtica explosión de felicidad por la justicia: el chico bueno vencía al chulo de mierda. Sí, me acuerdo bien. Pero Conan...no sé, no consigo recordar nada de entonces. Quizá lo viera como a un chulo de mierda. Todos esos músculos, toda esa fuerza, toda esa determinación estaba tan lejos de mi que no podía simpatizar con ello ni aún siendo el bueno. Para mi no había mérito en eso, supongo: Conan era demasiado grande y fuerte como para verme reflejado en él.

Hoy puse "Conan" Leí algo en algún sitio y la puse. Nunca vería "Conan" sin que otro me la recordara. Y aún así tampoco la vería: ¿para qué ver Conan a mis 46 años? Hay gente de mi edad que sí la ve, como ese que leí antes de hacerlo yo; será que para él si fue importante. Yo no he vuelto a ver "Karate kid" nada más que alguna escena suelta en televisión. Había muchas películas que ver en aquellos años y yo estaba creciendo. Pronto "Karate kid" me pareció algo ridículo. Pero una vez me hizo saltar de la silla y gritar de felicidad. Entonces uno salía de allí creyendo que al final todo acabaría por estar en su mano: los aplausos, el coche rojo y la buena chica no rubia.

La quité antes de acabar, justo después de incinerar a su walkyria, una rubia como todas las rubias de mi vida. De todas formas ya la había visto entera no hace tanto tiempo, también leyendo a otros, puede que a los mismos, no es que me mueva mucho ni en Internet. Hablaban del rollo nietzscheciano de la peli y bueno, yo soy nietzscheciano, ¿no? Sí, te la explican, la ves con su música y dices "sí, ecce Nietzsche" Pero no acabas de verla, o la ves entera entre miradas al reloj, o te olvidas de ella a los cinco minutos. Una cosa es leer a Nietzsche (que está bien), otra oírlo mientras haces algo (que es lo mejor) y otra muy distinta verlo.

Eran casi las cinco de una tarde lluviosa. Estamos confinados y salir a la calle es un riesgo hasta los ocho. Y además, ando por la mañana, entre las seis y las diez; prefiero ver el sol cuando sale y sube hasta arriba. Claro que no siempre aprovecho todo el tiempo permitido, de hecho sólo lo hice el viernes pasado y eso bajo el signo de una buena resaca que me sacó pronto de la cama. Lo normal es a las ocho, ocho y media, y a las diez o así en casa. Y ya no salgo. Aparte que a las ocho de la tarde están todos los vecinos cantando abajo en el patio y me da cosa pasar entre ellos. Bueno, no todos, serán algunos, pero cada vez que paso al water en esos momentos los oigo cantar por la ventanilla ciega canciones folklóricas, algo a lo que le tengo un asco indecible desde mis tiempos de chaval en la terraza del viejo bar: aquellas tardes de festivales eran las peores, un completo horror en todos los aspectos, nada más que viejos y viejas atrincherados por horas en nuestras sillas con un puto trinaranjus o una leche manchada. Joder, madre mía, qué tardes aquellas...De todas formas las juntas de las ventanas del piso son buenas (no así las puertas) y aparte no hacen mucha falta con esto, ninguna en verdad, pues sólo se oye ahí, en el water, y tampoco tarda tanto uno en mear. Pero siempre que los oigo me acuerdo de toda aquella mierda.

No dura mucho. La verdad es que ya nada dura demasiado. Pronto lo olvido y a otra cosa. Aunque sí, hay veces que uno se emociona al encontrar algo nuevo y enseguida vuelva a él aquella patada a la pata coja pero no, no es lo mismo. Es un rato, un ratín. Por entonces te dormías pensando en eso que acababas de procesar. Ahora lo único que quieres es quedarte en blanco para dormir.

Fregué los platos y las sartenes de ayer y hoy, limpié un poco la cocina. Pensé en fregar el piso del salón. Hace unos días que fregué la habitación y la cocina y el cubo todavía está ahí, en el pasillo. Volví a dejarlo para otra ocasión. La lejía aguanta.

Era otra hora y ya no sabía que hacer. Leer ya me tiene harto, no leo más que libros de mierda. Ayer acabé de un tirón con la biografía de David Mustaine. Y no porque me gustara sino porque no di para otra cosa: leí algo en algún lado, vi que se podía descargar y...en fin, lo de siempre. Nunca fui fan de Megadeth pero bueno. Es un gilipollas y el libro es basura pero el tiempo muerto está dilatándose tanto como el culo de esa chica de la que el otro día hablaban en la Red: joder, se mete cualquier cosa por el culo. Intento recordar su nombre pero no lo consigo. Cuando acabe esto pondré una foto suya, sé donde tiene que estar, me muevo muy poco en la Red. Pero ahora estoy escribiendo.

"True detective" Ya la he visto entera dos veces. Jamás hubiera caído en que ese mamón fuese capaz de hacer un papel como el de Rusty. Jamás hubiera pensado que un chulo de mierda como él, el tipo al que en mi adolescencia le habría hecho un karatekid de haber podido, treinta años más tarde iba a transformarse en algo tan cercano como lejano: el tiempo es relativo, sí, pero también lo es el espacio.

Ahí estaba el dolor del chulo de mierda, el de la patada final. Jodido y demacrado, tan jodido y demacrado como cualquiera, castigado al fin por la vida. Pero aún así hablaba con los polis de otra manera a la imaginada alguna vez por ti: todavía en la mierda era claro que aún diciendo lo mismo que tú imaginas decir a alguien, él lo hacía de otra forma, mejor, más creíble, más todo.

Lo quité a medias del tercer episodio, en el flirteo con la potente mujer de su compañero que más tarde se follará y despreciará tras haber hecho una heroicidad, después de su pasada por la iglesia evangélica, cuando me di cuenta de que en esa serie en el mejor de los casos yo no sería más que otro sospechoso.


Héroes, Nietzsche...Conan y Karate kid...


El grupo de wasap de los hosteleros en el que estoy metido lleva unos días un tanto parado. Estamos todavía en fase cero, ya como deprimidos, a la espera de las alegres cadenas. Algunos se mueven un tanto para pillar en común gel hidroalcohólico a buen precio. Todo son buenas palabras y frases tipo Paulo Coelho.


Ninguna patada de pájaro a la rótula del otro.


Ni mucho menos algún rastro del poder del acero.


A fin de cuentas todos somos camareros.


También tú.

jueves, 7 de mayo de 2020

TYSON vs DE LA CIERVA

El día valió las tres horas que estuve andando.

Amaneció nublado y con algo de viento que en las afueras se explayó bastante más. Por él no subí los molinos ni anduve malos senderos, antes bien lo hice como todos los demás, aunque la verdad es que tampoco iba con muchas ganas. Los dejé atrás, rodeé el otro cerro y ya dentro rodeé todo el pueblo y un poco más. Casi todos los paseantes que en las calles me encontré llevaban la mascarilla puesta. Yo no, la mía es de esas de graffitero y no me la pongo para salir a pasear.

Alcancé el perímetro del parque. Miré el reloj y vi que todavía tenía algo de tiempo. Bueno, hubiera podido cortar allí y volver a casa pero no lo hice. Pasé adelante y volví a salir afuera pero esta vez por el otro extremo. Ahí me crucé con un tío y su perro. Él me saludó y yo se lo devolví sin dejar de mirar la tierra del camino. El puente de la autovía estaba cerca. Volví a mirar el reloj y vi que lo mejor era ir regresando.

A lo lejos, en la otra punta, diminutos, aparecían los molinos. A sus pies había estado hacía un rato. Parecía mentira. Tan lejos en el espacio y tan cerca en el tiempo. Tuve una rara sensación, como si no hubiese salido de casa y sin embargo ya llevaba casi tres horas fuera de ella. Ni rastro de cansancio ni idea alguna en la cabeza. Llegué a casa.

Comí, hice algo y me eché en la cama. Casi me dormí pero no llegué a hacerlo. Justo cuando estaba a punto salía de mis labios una especie de burbuja que me sacaba del sopor. Las babillas de la desconexión, supongo. A la tercera o cuarta vez me levanté. Miré el reloj y no había pasado ni una hora. Me fui al salón.

Puse un combate de boxeo en el ordenador, el Tyson-Holyfield, la primera pelea. Esa la vi en su momento con mi padre, en el viejo bar, hace muchos años. Recordaba que Tyson le había metido una hostia a Holyfield nada más dar el gong que casi lo sacó del cuadrilátero. Claro que esa madrugada yo ya estaba muy borracho. Pero sí, fue así aunque ni mucho menos tanto. Quizá todo haya sido así.

La verdad es que sólo pensaba ver eso, esa primera hostia, pero lo dejé correr para acabar viéndolo entero. Yo iba con Mike, claro. Pero perdió otra vez. Holyfield le daba gracias a Dios en la entrevista tras el combate, no hacía más que decir eso entre bufido y bufido. Hijo de puta.

Puse el segundo, el de la oreja. También lo vi entero, aunque este fue mucho más corto. Mike le mordió dos veces. Estaba muy cabreado cuando le dieron perdedor. Una nube de polis ascendió al ring para controlar la situación. Nadie podía calmar a Mike. Le entrevistaron al salir del vestuario y gruñía como una fiera herida señalando su ojo derecho que había hecho de diana para los disimulados cabezazos del buenazo de Holyfield en los clinchs. Tenía una brecha en el párpado superior que se la había abierto en el segundo asalto. Había peleado con un ojo, le decía al entrevistador. Cuando este le preguntó si se arrepentía del mordisco lo miró como si fuera a arrancarle la cabeza de un bocado.

Vi muy por encima algunos combates más de otra gente y luego fui al sillón del ventanal.

Había descargado una novela negra de un noruego actual, una que decían era buena. Pasé cuatro o cinco hojas con cierto cuidado y a la sexta la dejé. No, hoy no iba a mirar nada más que leer. Ya no sé que tecla pulsar. Esto empezó bien, muy bien, pero desde hace un par de semanas o tres o cuatro se ha transformado en un callejón sin salida.

Ayer fue ya la puntilla con el mamotreto que me bajé de Ricardo de la Cierva. Mi padre tenía su biografía de Franco (que leí de chaval) y cual no sería mi desesperación que al verlo citado por ahí pensé en leer algo suyo. Bueno, el día anterior y el del día de antes lo había pasado con Mario Conde y sus "Días de gloria", así que miedo ninguno. Pero no, no, no...¡Joder, me cago en la puta, no! Qué cosa más coñazo, qué rollo eclesial, qué locura de huesos pulverizados. Cinco minutos a salto de página bastaron para borrarlo hasta del ordenador. Que no quedara ni rastro.

Eran las cuatro y media y ya no había nada que hacer. Cogí el teléfono y pasé el resto de la tarde mirando Internet.


Cuando empezó todo esto llegué a ser feliz. No había otra cosa que hacer que gimnasia y leer. Leí un montón de buenos libros y la buena forma, poco a poco, volvió a mi sin necesidad de estar tres horas andando por ahí. Media hora de ejercicio y un cuarto de pegarle al saco hacen más milagros que cualquier libro lleno de polvo y mierda trasmundana. Después una buena ducha, una buena comida, una tranquila siesta con la boca cerrada y la tarde para leer. ¡Qué buenos ratos pasé! Ni me acordaba que estaba encerrado.

No sé si primero fue el pequeño dolor en la pierna que me hizo parar un tanto hasta hacerlo del todo o la paulatina escasez de libros buenos pero la cosa fue que poco a poco todo ha acabado por joderse. Luego llegó el dolor en el cuello por una mala postura ante el ordenador y eso fue el acabóse: he pasado tres noches sin apenas dormir. Ayer por la tarde (el segundo día medicado) estuve a punto de ir a Urgencias. Pero aguanté.


Ha habido un buen libro durante todo este tiempo revuelto, en este nublado que ha ido viniendo: el de Tyson. Una biografía que es un ajuste de consigo mismo. Un epílogo que me recordó las "Memorias del subsuelo" de Dostoyevski. Una cosa brutal. Un rajarse a uno mismo como pocas veces he visto. Tan fuerte que se nota le dieron el toque para que lo edulcoraran un tanto en su remate. Pero no hay que ser muy listo para darse cuenta de que ese ya no es Tyson sino su editorial.


Mañana saldré tan pronto como hoy. Puede que lo haga antes. He bebido y será mejor que ponga el despertador. No quiero dormirme. Ya no tengo libros.

Saldré a la calle y enseguida andaré por las afueras, pero esta vez entre los salvajes matorrales nacidos en esta rara primavera, allí donde no se ve más camino que el guardado por tu memoria, entre tinajas abandonadas y chamizos derruidos, imposibles hasta para el más tirado de los vagabundos; cruzaré las vías del tren y mearé en sus cunetas, aunque puede que lo haga entre aquellas; miraré hacia arriba, veré el pedregoso sendero que conduce a los molinos de viento y lo haga o no subiré hasta ellos por su cara más jodida, por su peor ladera, allí donde las viñas hace tiempo que no tienen nombre. Y cuando llegué arriba plantaré las dos manos sobre su encalado por tres veces.

Y bajaré de allí sin pararme a mirar nada, sin necesidad de respirar nada, sin la obligación de sentir nada.


Luego, desde el otro lado, los encontraré pequeños, diminutos, como tantas otras veces.


Y mañana será una más.