miércoles, 8 de noviembre de 2023

EXTRAÑA MAÑANA

La bien iluminada oficina bancaria permanecía cerrada al público a las 8:31 de la fría mañana. Miré a un lado de la puerta automática y vi un cartelito con el horario: "hora de apertura de lunes a viernes (invierno) 09:00" El horario era el mismo para el de "verano", al menos en lo referido a la apertura de puertas. El otoño y la primavera (los verdaderos afectados por el cambio de hora) parecían no existir para el "ordeno y mando" 

Con media hora por delante no tardé mucho en decidir que lo mejor sería pasar el rato en la cercana biblioteca municipal. Al menos allí estaría calentito. 

Cuando llegué la puerta estaba abierta pero dentro era como si estuviese cerrado. Cierto es que todo estaba tan iluminado como en el banco pero la sensación era esa. Miré el cartelito con el horario y todavía faltaban veintitantos minutos, pero la puerta interior también estaba abierta y pasé.

Nada más entrar me topé con uno que supuse era un trabajador, un hombre joven, serio, agraciado, alto, barbado y de media melena, con gabardina y bufanda, que desprendía cierta aura de intelectualidad. Nos saludamos y no viendo más impedimento me encaminé hacia la sala de lectura, tan visitada por mi en otro tiempo. 

No había nadie, ni las bibliotecarias. Curioseé sin mucho entusiasmo por algunas estanterías de libros de carácter generalista: filosofía, sociología, educación, cómics...había hasta un pequeño reservado "violeta" para material feminista. De todas formas la calefacción estaba a buena marcha y poco más se podía pedir.

Donde más fijé la atención fue en la bien nutrida videoteca, acristalada y cerrada con llave. Y como no, busqué "Mulholland Drive" No la encontré, pero pensé que de haber dado con ella quizá hubiese intentado forzar la cerradura para llevármela sine die. Romper el cristal con un buen codazo quizá llamara la atención, aunque no estoy seguro. Lo que sí tenía claro es que de haber entrado con un saco habría podido llevarme todos los libros que hubiese querido. Los libros no tienen vigilancia alguna. Lo tengo más que comprobado. Faltaban cinco minutos para las nueve cuando salí. En todo ese tiempo no di con persona alguna.

En la entrada al banco coincidí con un buen amigo, un señor mayor, ya jubilado, que dedicó toda su vida laboral a la banca hasta llegar a ser director durante muchos años de esa misma sucursal. Nos saludamos haciendo las preguntas de rigor tras dos meses sin vernos y me dijo de ir a tomar algo en cuanto acabara la gestión.

- ¿Vas a tardar mucho? -le pregunté.
- No, sólo un momento -respondió.

Y tanto fue así que aún estaba acabando yo de hacer el ingreso en el cajero automático del interior cuando él ya salía con unos papeles en la mano. 

Fuimos al pequeño bar de la esquina. Conocía al dueño, un cliente que lo fue del mío. Se sorprendió al verme pero tuvo la delicadeza de no preguntar, aunque también es verdad que andaba algo atareado con los desayunos. La barra estaba a medio ocupar y pedimos un par de infusiones. A un lado estaba el director de la sucursal con dos clientes, nos saludamos sin más y mi amigo y yo retomamos la conversación. Me preguntó por lo que estaba haciendo, le dije que nada y que tampoco tenía intención de hacer mucho más mientras aguantaran los ahorros.

- ¿Te ha quedado paro? -preguntó.
- No -dije yo- Al ser un cierre sin causa económica no tengo derecho a él.
- ¿Y qué tal estás? ¿bien? ¿qué haces?
- Nada. Salgo a pasear por el campo, hago ejercicio en casa, veo películas (casi que una película), leo libros...
- ¿No te vas unos días por ahí?
- No, no...

Mientras hablábamos puse atención en la puerta de entrada, casi cubierta en la totalidad del cristal superior por diferentes cartelitos: horario, "servicios sólo para clientes" (buena idea), promociones...Nosotros nunca pusimos ningún cartel en la puerta de nuestro bar. Mi amigo pidió la cuenta y el dueño nos dijo que estábamos invitados por el director de la sucursal. Agradecidos nos despedimos y salimos a la calle peatonal, la principal arteria comercial de la ciudad.

Encendimos un cigarrillo y con tranquilidad echamos a andar calle abajo, hacia la plaza, allí donde algunos de sus hijos manejan una oficina inmobiliaria. El ajetreo de la mañana me alteró un tanto. Casi lo había olvidado. Han pasado dos meses y ni un sólo día lo he echado de menos. 

Apuramos los cigarrillos junto al semáforo.

- Tengo que dejar de fumar, Kufisto -me dijo muy poco convencido- No sabes lo que me cuesta ya sólo andar.

Allí nos despedimos. Un tanto aturdido atravesé la plaza de vuelta a casa, sorprendido de estar entre la gente. Ya en el piso me cambié y le di al saco. 


Todo volvía a estar en su lugar.

domingo, 22 de octubre de 2023

LA ANCIANA FELIZ

 La anciana miraba a uno y otro lado de la calle vacía como si algo maravilloso estuviese aconteciendo ante sus ojos. En bata y pantuflas, agarrada con la mano derecha al pomo de la puerta medio abierta se apartaba con la izquierda los ralos cabellos que agitados por el viento entorpecían su visión. Sonreía con la boca abierta.

Era una tarde gris, fresca, callada, rara. Los pocos automóviles que circulaban parecían hacerlo al encuentro de sus garajes. El viento mecía el ramaje de los arbolillos plantados en las aceras y algunas hojas, pocas, separadas de sus ramitas planeaban como si lo estuvieran soñando. Escaparates en penumbra, hilos musicales apagados, cierres echados, toldos recogidos: juguetes y bicicletas, sanitarios y muebles de madera, fotografías de paraísos y de sonrientes parejas de jubilados.  

La anciana seguía mirando con la boca abierta a uno y otro lado. Y sonreía.

sábado, 19 de agosto de 2023

"I¨M IN LOVE WITH YOU..."

 "Estoy enamorada de ti" le susurra por dos veces al oído en el crescendo de la melodía. No hay respuesta. Y vuelven a besarse ya en la descendente de las cuatro notas.

En la cocina del bar, abriendo los panecillos, tarareaba una y otra vez el momento culminante. Un poco de tomate triturado, algo de aceite y embutido, queso o atún. En la barra, Paco desayunaba a tientas.

Acostado en la cama, apagada la luz, fantaseé con ella durante horas. Quizá así la viera en el sueño. Nunca la he visto en sueños.

- ¿Puedes salir un momento, Kufisto? -dijo Paco.
- Dime.
- Ahí tienes el dinero.

Cogí las monedas tras la vitrina. 

- Te sobran cincuenta céntimos -dije extrañado. 
- ¿Como? -respondió un tanto atónito.
- Sí.

Echamos cuentas. Por una vez yo tenía razón. Él pareció decepcionado. Era la primera vez que se equivocaba. 

Ni rastro de Sonia. Mi padre muerto, llorando, enfermo, me hablaba por primera vez. Estábamos en casa de los abuelos. Había más gente, mi madre entre ellos arrodillada a los pies de su esposo, mirándome con lágrimas en los ojos. Salí de allí espantado y subí a la azotea. Entonces desperté. Todo estaba oscuro. Miré el móvil. No había pasado ni una hora desde que me había dormido pensando en Sonia.

Sobró casi todo el arroz. A veces le guardo un buen plato a mi madre cuando pasa esto. Voy a su casa y estoy un rato con ella mirándola ver Telecinco. Lo tiré todo a la basura.

Hacía calor ahí fuera. Encendí un cigarrillo. Una paloma planeó desde lo alto del ciprés de la rotonda hasta plantarse entre los ramajes de uno de los árboles de la mediana. Le bastaron un par de enérgicos aleteos. Estupefacto pasé adentro, me serví un whisky y una botella de agua y volví a salir afuera, esta vez para sentarme.

Desperté cansado. Todavía estaba oscuro más allá de la ventana. Miré el reloj. Todavía tenía una hora por delante. 

Bajé la persiana, apagué el ventilador de pie, volví a acostarme, la gata maullaba tras la puerta del dormitorio.

Dejé enfriar el whisky. Bebí agua.

En la sombra se podía estar. Apenas un par de horas de sombra son suficientes para poder estar.

Vi pasar algún que otro coche. Algunos pitaban a modo de HAL 9000 y yo les devolvía un gesto mecánico.

Eché un trago.

Una tipa, una sudamericana, pasa delante de mi diciéndose a sí misma que necesita un papel. Por un instante pienso que es de fumar y estoy a punto de decirle que tengo mil. Pero ella no hace ni el amago.

Los coches pasan. Algunos ya llevan la música fuerte, aceleran.

Apuro el whisky y tiro el cigarrillo.

"Estoy enamorada de ti..."






sábado, 15 de julio de 2023

A IBÁÑEZ

 Filemón se había comprado un jarroncito chino. Muy contento por la adquisición volvía a casa con la idea de restregárselo por la cara a Mortadelo pero antes de llegar ocurría la primera de las tragedias sucedidas en apenas una página: sin quererlo ni darse cuenta, el calvo miserable destruía accidentalmente el delicado jarrón. Por tres o cuatro veces (no lo recuerdo ya) y a cual más indignante el pobre Filemón no conseguía alcanzar su pisito con el jarrón intacto. En la última, ya con los bolsillos del pantalón vueltos, la cabeza sobre el jarrón y no sabiendo que más hacer para protegerlo del ignominioso fatum en forma de calvo pelado cae un objeto sobre su cabeza (creo recordar que una maceta) y del golpe destruye por cuarta ocasión su tesoro. Arrebatado de furor y con colmillos salientes, como de vampiro, echando llamaradas hiroshímicas por la cabeza, corre escaleras arriba: "lo mato, lo mato, LO MAAATOOO!!!!!!" Y todo acababa como de costumbre, persiguiéndose el uno al otro por el desierto de Gobi, la Antártida o la Gran Muralla China. 

Me reí tanto que nuestra madre vino del salón a ver qué pasaba. Y yo, entonces niño, con lágrimas en los ojos, no podía ni hablar. Y aquella noche releí aquella historieta una y otra vez hasta hartarme. No podía soportar la risa en aquella viñeta de Filemón desatado. "¡Pero cállate ya! -gruñía mi hermano" Pero yo no podía. La última vez que mi madre se acercó a vernos lo hizo con una gran sonrisa de su hermosos labios.


Gracias, Maestro. 

jueves, 22 de junio de 2023

¿OS QUEDÁIS?

 Esos tipos hundidos en el mar, inhumados en una cápsula de titanio reforzado por los siglos de los siglos junto al objeto del último de sus deseos cumplidos


- ¿Queríais verme? ¡Ah, qué honor! En verdad os lo agradezco, en serio. Aquí sigo, solo, en el mismo sitio donde caí por primera y última vez. Pero eso fue hace mucho tiempo...Dejadme que os cuente.

Al principio todo estaba bien; tan bien que fui creado. Nadie crea nada si no está bien. Bueno...quizá sí, seguro que sí, pero sin amor no es lo mismo. Y conmigo hubo mucho amor.

¡Deberíais haberme visto mientras me construían! Yo ya estaba hecho por entero en la idea del ingeniero, tan sólo faltaba darme forma. Y a ello se puso con todo el amor del mundo.

Yo entré en el mar tan contento...No podríais imaginarlo. Sí, era como ser el señor del mundo, era como ser su segundo padre, que no es poco. Dentro de mi todo era alegría, esperanza y felicidad. Yo era casi tan perfecto como la idea que me creó. Casi.

Pero hubo un día en el que todo se torció. Yo no supe verlo en el momento, caí en ello más tarde, ya cuando hacía tiempo que dormitaba en este abismo, pero puedo aseguraros que sí que sentí una extraña sensación previa. Sí, la sentí. Pero me equivoqué. O no. Quizá fue que tan sólo pasó lo que tenía pasar.

Yo, tan joven, caí partido a la mitad hasta el fondo del mar mientras la gente se agarraba a mis restos para salvarse.

Yo supe que (por alguna razón que no podía entender) me dirigía al fondo del abismo. Y entonces, ¿para qué conservarme a mi mismo, entero, sin despedazarme todo lo que pudiera? 

Muchos se agarraron a mis restos mientras yo descendía hacia el abismo...


Y ahora vosotros estáis aquí.


Estoy tan solo...¿No queréis quedaros un rato conmigo? Sí, antes de vosotros han habido unos cuantos que vinieron a verme, pero pronto se fueron, no podían soportarlo. Y yo estoy tan solo y os quiero tanto...


Cuando yo estaba allí arriba y no aquí en el fondo, flotando a la orilla del mar, todo era tan...¿Os quedáis?

viernes, 16 de junio de 2023

STRONG ARM OF THE LAW

 - ¡Jajaja!...¿Sabes? -le dije- Tengo un cliente que hizo la mili conmigo. Es un buen tío, es decir, un hombre de familia con un par de hijos adolescentes. Gana pasta con su negocio, su mujer está buena y los chicos van a colegio privado. No bebe en demasía, nunca ha fumado y de droga ni hablamos. Ya entonces, cuando éramos jóvenes y la Patria unió nuestros caminos, era un chico responsable, de fiar mientras no la liaras muy gorda, cosa que no llegó a suceder estando él. ¡Y no por nada! No es que fuese especialmente grande o violento, no...sólo que no salió en el momento. Recuerdo su mirada...Tomaba distancia. Era amigable pero se notaba que no quería saber nada de nuestras historias...Me doy cuenta que paso al plural, ¿pero quien no lo pasa al rememorar su juventud? Por supuesto nos perdimos de vista tras cumplir con la Patria, pero con los años empezó a venir al bar y retomamos la relación de una forma adulta...
- Sigue
- A principios de año, todavía con los rescoldos de la Navidad a cuestas y ya a las puertas de nuestros cincuenta años, me comentó de hacer algo entre todos los chavales de aquel remplazo. Una especie de cena o algo por el estilo. 
- Joder.
- Sí. Asentí, ¡como no! Es un buen tío y viene por el bar...
- Jajaja
- Jajaja, sí...Bueno, pues eso. Llegó febrero y se presentó con uno de aquellos, uno que si puede evita saludarme en las contadas ocasiones en las que desde hace un par de décadas nos encontramos por la calle...
- Jajaja
- ¡Y me llevaba mejor con ese! En fin...que el nota me saluda como si estuviéramos con el Cetme al hombro y yo igual y bueno...
- Ya
- ¡Bueno! pues quedamos en que sí, en que todos nos pondríamos en contacto y tal. Sólo era cuestión de tomar interés y hablar con los camaradas; claro que aquí surgía un problema, al menos por mi parte, pues no conservo relación con ninguno de ellos.
- Me lo imagino.
- Mejor así. Menos que hacer...Pero bueno, bien, vale. Sería en mayo, antes de las vacaciones con los chicos y todo eso.
- Jajaja...
- Jajaja...Pues desde entonces, tronco. Estamos en junio y no se ha vuelto a hablar.
- Jajaja...
- Se ve que no había mucho entusiasmo, cosa de la que me alegro infinito. Mira, ya llega mi hermano. Recojo las cosas y nos tomamos la última en la terraza.

Salimos afuera, él con su segundo pacharán reglamentario ya mediado. 

Entre carcajadas, regresamos al tema de los heavys ancestrales; de cuando nosotros éramos heavys ancestrales y de los contados que siguen siéndolos. El segundo whisky se quedó corto y pasé por un tercero.

- Tómate otra, te invito.

Y entonces, todavía entre carcajadas, la cosa derivó hasta nuestros padres. 

Hablamos de ellos con adoración, en mi caso extensible hacia mi madre pero no así en el suyo. Callé. La tercera copa estaba haciéndole efecto. Dos copas son dos copas.

Echamos a andar calle abajo. Hoy no tenía el coche.

- ¿Y el tuyo, Kufisto?
- Algún día el taller me lo devolverá.

Iba jodido. Iba bien jodido. La tercera copa le había reventado.

- ¿Sabes, Kufisto? -dijo con lengua trabada y paso incierto- Mi padre aguantó lo que no está escrito.
- Bueno -respondí- tú, aunque divorciado, lo eres de tres hijos y algo sabrás del tema.
- Nonono...Yo quería mucho a mi padre.

Pensé en mi madre y lo que pueda pasarme cuando también ella esté muerta.

Me arrepentí de haberle invitado a una tercera copa.


Llegamos a mi casa, nos dimos un abrazo y le dejé ir.


miércoles, 14 de junio de 2023

TÚ NO ERES GRACE KELLY

Jimmy Stewart ahora duerme con las dos piernas escayoladas. Cerca de él, tumbada sobre un diván, Grace Kelly alza la vista, deja a un lado el libro del Himalaya, coge una revista de moda y sonreímos. Es el último plano de la película. Apago el ordenador, no quiero ver nada más. Me lavo los dientes, me pongo el pijama, entro en la cama y apago la luz. Oigo un lastimero maullido de la gata tras la puerta cerrada del dormitorio. 

- Tú no eres Grace Kelly -respondo a media voz.

Y me duermo.


Son las seis y treinta y tres. Apenas faltan siete minutos. Es demasiado poco tiempo y me levanto de la cama. Voy al water y meo sin tirar de la cadena. Salgo del dormitorio, la gata está esperándome.

- ¡Mau! -aúlla con un nervioso brinco.

Voy a su habitación y compruebo que tiene agua y comida. Se restriega entre mis piernas.

- Mauuuu....

En la cocina pongo agua a calentar y regreso al dormitorio para lavarme y vestirme.

Oigo a la gata corriendo como loca de acá para allá.


Son las cuatro y media de la tarde, hora del relevo en el bar. Recojo mis cosas y me sirvo un buen whisky. Salgo a la terraza, me siento en un taburete y enciendo un cigarrillo.

La mayor parte del cielo está azul. Hay nubes, algunas grandes, pero todas blancas. Fumo en cadena y bebo a pequeños tragos, aunque no tan poco como para pasar adentro por otra copa. 

Los árboles de la mediana siguen verdes. Los gorriones vuelan hacia ellos. Algunas palomas buscan la altura superior de las farolas. Los vencejos están liándola parda sobre los tejados de los edificios de enfrente.

Paso adentro para servirme otra copa. Es un buen whisky. 


Veo a los gorriones picando sobre el asfalto. Comen y vuelan ante la llegada de un coche. Una vez vi atropellar a uno de ellos. Todos, como siempre, levantaron el vuelo a tiempo menos él. Lo vi morir delante de mis ojos. Yo iba paseando, hacia los molinos, cuando aquel imbécil lo mató con su coche.


Saltarín se acerca a mi. Es una gracia muy grande ver andar a un gorrión. Tenéis que verlo.

Saltando sobre sus patitas, picoteándolo todo, elevando la cabecita como si alguien lo estuviera mirando, alerta, "¡no tontería!" que diría mi buen amigo Kamel, jajaja...


Estoy en casa. La gata ya está tranquila de verme otra vez.

Son muchos años, lo menos cuatro. Y ella era una cría asustadísima cuando la recogí de la calle.

Pero ni tú eres Grace Kelly, ni yo soy Jimmy Stewart, ni quien dirige esto es Alfred Hitchcock.


Qué guapa.


Qué guapa.

viernes, 26 de mayo de 2023

JAJAJA

Jajaja...¡Qué cara tenía! Fue como si no sólo quisiera matarme sino estrangularme, hacerme picadillo y echarme a los cerdos. Jajaja...Claro que en aquellos días yo todavía era menor de edad y él tendría...echemos cuentas: su hijo mayor, mi compadre, acaba de decirme que está a punto de cumplir 68...digamos ¿36? Joder, la madre que me parió. Estoy a punto de cumplir 50 y casi no lo entiendo.

El caso fue que le quité las llaves del coche a mi padre y al salir de la cochera le di un golpe al suyo aparcado en la calle con la mala fortuna de que él estaba dentro. Y salió tras de mi echándome bocinazos y las largas aún con el veraniego sol en casi todo su esplendor.

Era un acoso, yo era un chico, me asusté y me eché a un lado antes de llegar al final de la calle. Pero cuando le vi bajar con tan mala hostia me vine arriba. ¿Quizá esperaba que yo fuese mi padre para liarse a hostias? No recuerdo mucho más. Le dije quien era por si no lo tenía claro y volví a casa, dejé las llaves y me fui por ahí.

Pero lo mejor de todo era que sus dos hijos adolescentes eran amigos nuestros y siempre andábamos de casa en casa. Qué cruz ser padre. Qué cruz. Ellos no se podían ver y sus hijos éramos colegas de heavy metal, drogaporro y todo eso.

Pasaron todos los años sin verle nunca por nuestro bar. 

Y un día, hará año y medio, o lo que sea, ya con mi padre muerto y remuerto desde hace seis inviernos, apareció en compañía de uno de sus hijos. Estaba demacradísimo; dolía mirarle: evidentemente, cáncer. La quimio arrasa. Lo vi en mi padre.

No lo negaré: me tenté el ánimo. ¡Y no por mi, sino por él! Yo, sin saberlo, intuía lo que había habido entre ellos. Eran muy diferentes, mucho...Mi viejo era de una manera y él de otra. Pero sus hijos habían sido amigos desde siempre.

Y poco a poco, sesión tras sesión, al principio en compañía de uno de sus hijos y poco después ya él solo, de la manera en la que los cancerígenos ya lo tienen más claro que el agua...hemos hecho tanta amistad que viene al bar a desayunar le toque o no lo toque.


Son las ocho de la mañana y el bar ya lleva un buen rato abierto. 

- Kufisto
- Juan...¿Qué te apetece hoy?

Todavía no ha llegado el panadero; tenemos tiempo para hablar de cualquier cosa.

Le encantan los coches. Han sido su vida, su trabajo, su pasión, su sueño. Escucho. Pregunto.


Ayer no estuvo en el bar. Lo extrañé.


Un ictus mientras comía con uno de sus hijos, mi compadre.


Ánimo.


¡Ánimo, joder!











martes, 23 de mayo de 2023

NI UNA PUTA GOTA

 Era una pareja joven, extranjera, del Este, puede que rumanos. Con impecable español él pidió para los dos, recalcando su café en bar extraño: un cortado largo en taza de café con leche. El café (y más de buena mañana) es algo de importancia para quienes lo toman.

Alto, fuerte, guapo, decidido, con pelazo y de tez muy blanca no parecía el típico currela que anda a la intemperie. Ella llevaba el pañuelo en la cabeza. El pañuelo.

- Ella no puede comer nada de lo de aquí -dijo con total tranquilidad- ¿Te importa si se toma lo suyo?
- No, en absoluto. 
- Gracias.

Y tras un último recuerdo para su café fueron a sentarse junto al ventanal.

Ella me vio llegar con la bandeja. Me miró mientras bebía de su batido farmaceútico como si no llevase el pañuelo en su cabeza. Yo no. Yo veía el pañuelo. Y ella lo vio.

Asombrado por su naturalidad regresé a la barra. Era la primera vez que veía algo así. 

¿Cuantos años tendrían? ¿Treinta? ¿treinta? Ni eso. 

Poco después llegó mi hermano para el relevo y allí los dejé.


Regresé al bar a eso de la una menos cuarto, un poco antes de lo habitual. Había despertado de la siesta antes de tiempo y sin la sensación de haber dormido, aún bajo el certificado del nabo. De todas formas tenía que comprar tabaco en el estanco y ducharme y afeitarme y echarle de comer a la gata y coger mis cosas y el paraguas y...

Mi hermano se fue y allí me quedé. Abrí la caja. Una buena mañana. 

Pero las cañas no fueron ni buenas ni malas; simplemente no existieron. "Materia oscura" llaman los científicos a aquello que no comprenden. Yo no llamo de ninguna manera a estos días. Sólo sé que a veces pasa.

Y no es por el cielo nublado, el viento, la lluvia ocasional...no. En ocasiones esos son días buenos (incluso muy buenos) para las cañas; pero por la razón que sea hoy no fue uno de esos. 

De puro aburrimiento abrí un tercio de cerveza a eso de las tres, uno bien frío. Eran las cuatro cuando lo terminé viendo pasar coches y gente desde el ventanal.


Un amigo como yo entró al bar quince minutos antes del relevo. Y bebimos y hablamos de cine, de música y de todo lo que siempre hablamos. Mi hermano llegó justo cuando apuraba la segunda cerveza. Salí de la barra con un whisky en la mano.

Estábamos fuera, en la puerta, yo echando otro cigarrillo, hablando de mi puto coche en el taller mientras veíamos llover. Ya eran casi las cinco.

Un coche paró antes del paso elevado. No le dimos importancia. Seguimos en lo nuestro. Alguien voceó desde el coche. Era para él.

- ¡Hostia, ya están aquí! -dijo mi colega
- ¿Quien?
- ¡Joder, los amigos de mi hijo! ¡Me voy a Toledo a celebrar su cumpleaños!

Y rápido pasó adentro para pagar. 

Agarré mi bolsa, me despedí sin esperar y abriendo el paraguas eché a andar de vuelta a casa.


No estoy acostumbrado al paraguas. Cuando yo era joven me parecía lo más ridículo del mundo. En La Mancha llueve poco. Y cuando lo hacía en mis paseos prefería ponerme un impermeable antes que ir cargado con esa mariconada. 

El viento soplaba fuerte y cerca estuvo de desparaguarme. No era la primera vez, pero me sentí un tanto ridículo andando con un paraguas por la calle. 

Dejó de llover poco antes de llegar a casa. Plegué el paraguas y vi que era de Johnnie Walker. Sonreí.


- Hola.
- ¡Mau! -respondió nerviosa.

Era raro ese recibimiento. Miré en su habitación. No tenía ni gota de agua. Ni una puta gota. 

domingo, 21 de mayo de 2023

¿Y POR QUÉ NO LLUEVE SI HAY TANTAS NUBES?

Apuré la cerveza, cogí la bolsa de trabajo, me despedí y dejé el bar y a Rob Halford cantando a grito pelado un impactante "Victim of changes" en el festival de San Bernardino. La tarde era fresca, nublada y seca. 
 
- Ese perfume es bueno -le había dicho a una clienta unas horas antes.

Caminé bajo un cielo lleno de nubes estériles que trajeron a mi memoria aquellas tardes frescas, nubladas y secas de mi infancia. Saliendo del colegio, de regreso a la casa paterna, cargado con la cartera en la espalda bajo aquel cielo tan feo. "¿Y por qué no llueve si hay tantas nubes?" me decía con tristeza. La lluvia era divertida, uno tenía que correr con el corazón acelerado, refugiarse en algún extraño sitio cuando no quedaba más remedio y ver casi hipnotizado la caída de la lluvia sobre el asfalto, la formación de los charcos y las gotas de agua que, cual saltarina cama elástica, dibujaban pequeñas ondas superponiéndose unas a otras con la rapidez del rayo. Allí, refugiado en el portal de una casa señorial, una de esas que sobre su altísima puerta lucía un escudo de piedra, un niño empapado miraba la lluvia con la cartera a sus pies. 


- Ese perfume es bueno.
- ¿Sí?
- Sí. 
- ¿Por qué?
- Porque está bien en su sitio.


domingo, 14 de mayo de 2023

TODO ERA LA MANCHA

Era una tarde primaveral cuando un joven salió de la casa paterna para montarse en el coche de segunda mano que compartía con uno de sus numerosos hermanos. Soltó la bolsa sobre el otro asiento, introdujo la llave y sin esperar el apagado de testigo luminoso alguno lo arrancó.

El Renault 7 no protestó. "Espera hasta que se apague el testigo, espera hasta que se apague el testigo...¡Qué testigo, viejo gilipollas!" Y con una sonrisa burlona apuró las dos primeras marchas.

"¡Jódete!"

Una vez arriba, ya en la cima de la manchega montaña y apartado en su lado más solitario, echó mano a la bolsa y se lió un canuto de hachís. Una vez encendido cogió el libro y empezó a leerlo entre caladas y tragos de agua.

Era un libro de los llamados clásicos, uno de los difíciles, y por encima de todo en forma teatral, cosa que el joven odiaba. No podía creer en el teatro. Era superior a sus fuerzas. Para él todo aquello era mierda. Nadie hablaba así. Eso no era real. Teatro era la vida de lo teatreros; en cierto sentido también la suya; y estaba hasta los huevos.

Yo había leído a Julio Verne y todos esos; yo creí con todas mis fuerzas en los Reyes Magos hasta el último momento.

El costo era tan bueno como de costumbre y tuve un globo del cojón. Y me metí en la historia. Tanto que aún hoy, treinta años después, lo recuerdo.

Había un erudito viejo desesperado por su malgastada juventud; había un demonio y la promesa del amor de una mujer joven y hermosa...

Y no sé como fue pero tuve que salir del coche para coger aire. 


La Mancha se expandía hasta el infinito. 

Cogí aire, cogí aire...


Y de pronto vi una cosa enorme.


Todo era La Mancha.




martes, 9 de mayo de 2023

¿SABES QUÉ ES LO PEOR?

 - ¿Sabes qué es lo peor de descansar bien, dormir bien y sentirse bien?
- No.
- Pues descansar bien, dormir bien y sentirse bien.
- Jajajaja...


En la crítica primera hora de los contados desayunos llegó también el viejo, por primera vez sin compañía alguna. Tomó asiento en una de las mesas y ya bien encajado de frente a la barra esperó su turno sin quitarme ojo. Y no es que fuesen muchos, tan sólo había dos por delante suya, dos para llevar, sí, con todo lo que eso conlleva. Tostadas, cafés, portas, cobrar y tal...En fin, un lío. El primer lío de la mañana.

En una de esas idas y venidas le miré; permanecía impertérrito. Y me reí.

- Hoy estás alegre, Kufisto -dijo la cuidadora de la anciana que vive arriba.

- Buenos días. Dígame -le dije alzando la voz. Es algo duro de oído.
- Un café con leche y una porra -voceó

Apenas eran las nueve y media de la mañana cuando abrí la puerta del piso. Encendí el ordenador y otro cigarrillo. Poco después me puse a preparar la comida. Comí, me fui a la cama y volví a dormir hasta el mediodía.

Abrí los ojos, miré el teléfono. Todavía había media hora en la reserva. ¿Pero cuanto sueño atrasado tenía? Cerré los ojos y babeando estaba cuando sonó la última alarma. 

Llegué al bar casi a saltos. Después vino el cambio de turno.


Estábamos en la terraza echando el último trago, ya medio borrachos.

- ¿Sabes qué es lo peor de descansar bien, dormir bien y sentirse bien?


miércoles, 3 de mayo de 2023

DEL MEJILLÓN

- Venga, daros bulla.

Era nuestro último día en la Cola del Caballo. Tres días antes, y tras ascender un peligroso sendero, habíamos acampado justo encima de ella. Allí, solos los tres, inspeccionamos cuevas naturales que pronto nos parecieron no tener fin. Allí vi por vez primera y última las famosas estalactitas y estalagmitas, palabras casi mágicas en mi niñez y que aún hoy, tantos años pasados de aquella aventura, conservan toda su belleza misteriosa ante el imposible recuerdo visual. Sí, las vi una vez; las toqué, las tocamos emocionados, nerviosos, riendo como sólo se ríe en la juventud. 

Allí arriba, apenas cien metros por encima del resto de veraneantes acampados a las patas de la Cola del Caballo, ya casi no se veía vegetación. A lo lejos, el Monte Perdido e inaccesible desde el primer instante hasta para nuestros veinte años.

Dos veces al día bajábamos de nuestra guarida para bañarnos bajo aquella magnífica cascada de agua. Nos hicimos fotos que, milagrosamente, todavía conservo.

Aquella mañana desayunamos mejillones en lata, a pelo; era lo único comestible que nos quedaba. De todas formas tampoco habíamos conseguido mucho más cuando llegamos a Biescas. Estábamos a mediados de agosto, era temporada alta y el pequeño súper andaba en las últimas, aunque no tanto de "Four Roses" Y el costo ya lo llevábamos de origen. 

Bebíamos a morro (ni vasos de plástico quedaban en el súper) y fumábamos canutos sin parar. No exagero si doy fe de un consumo de una botella diaria para cada uno; de los porros ni hablo. Y sólo nos sentíamos vencidos antes de caer reventados sobre los sacos en carcajadas que entre sonrisas se apagaban. Quizá fuese cosa del aire de la alta montaña, tan lejana hasta esos días, la falta de oxígeno mesetario; o tal vez la fuerza de la juventud, ¡quien lo sabrá!...No era nada de eso. Ya no me acuerdo. Pero sí del cielo estrellado.

Era un cielo inmenso, sin luna ni nubes y lleno de estrellas. Tumbados ahí, fuera de la tienda de campaña, pasándonos el canuto y la botella de "Four Roses"


- Venga, daros bulla.

Y pronto, nada más bajar el sendero y tras arrancarlos de su dejadez, estalló la tormenta. Una tormenta eléctrica en su principio, una tormenta de rayos como no he vuelto oír, una tormenta capaz de acojonar al más pintado, una tormenta eléctrica que me recordó a mi abuela y su ridícula plegaria a mis ojos de niño manchego de los años ochenta del siglo pasado "Santa Bárbara bendita que en el cielo estás escrita..."

- Vamos.

Empezamos el peligroso descenso. La peña corría valle abajo. Todavía no había empezado a llover. El día se había noche en cero coma. Era la montaña. La montaña mágica. Y entonces empezó a jarrear.

- ¡Vamos!

- ¡Yo no puedo más, Kufisto! -dijo- Dejadme aquí.
- ¡Vete a la mierda! ¡Vamos!

Hacía frío. En no más de quince minutos se había presentado una especie de invierno curioso.

Lo enganchamos entre los dos y tiramos de él montaña abajo. 

Encontramos un vagón abandonado en Biescas y allí pasamos la última noche dando buena cuenta de las últimas reservas. Olía a muerte en descomposición.

- ¡Estoy hasta los huevos de mejillones en escabeche! -grité atronado entre la furia de la lluvia y el viento.


Volvimos a nuestro pueblo manchego. Hicimos una última parada en el garito cercano a la estación de tren que tanto frecuentábamos, o al menos yo.

- Tres chupitos de Cuatro Rosas.
- ¡Joooder! -exclamó mi compadre- ¿De donde venís? ¿De Vietnam?


Treinta años y un cielo estrellado hasta la exageración. Es lo que queda.




domingo, 30 de abril de 2023

BEGOÑA PREGUNTA POR TI

Éramos adolescentes viviendo sus últimos años de estudios sin saberlo todavía. Muy pronto, tal vez dos o tres años más tarde, a las puertas de la Universidad, los dejamos para siempre. Ya para entonces nos habíamos separado. Después de todo pasaron cosas: yo repetí 2º de BUP, Jose pasó a tercero y creo recordar que a Juan (un chico de otro pueblo) lo sacaron sus padres del régimen de interno en aquel colegio de curas. Apenas dos años de amistad de colegio. Pero dos años adolescentes.

No sé decir si fue por un accidente de moto o por jugar al fútbol pero el caso es que durante algunas semanas (no muchas, diría dos o tres) hube de quedarme en casa por una lesión en el tobillo. Reposo absoluto al principio, vendaje compresivo, nada de escayolas...Los primeros días de convalecencia pasaron entre un ir y venir de mi pobre madre para abrir la puerta de casa a mis buenos compañeros de colegio que, intimidados como cualquier adolescente en casa ajena, preguntaban por mi. Mi vieja les acompañaba y después nos dejaba solos para bajar a la tienda. Esto duró dos o tres días; cuatro, como quien dice: nadie quiere pasar la tarde con un impedido cuando son quince los años que hierven su sangre. Pero Juan (el peor de todos nosotros según los maestros) no dejó de ir a verme ni una sola tarde.

Era un chico alto, delgado, fibrado, de marcadísimo rostro anguloso, nervioso, activo, incapaz de quietud; hoy en día lo catalogarían como hiperactivo, serial killer o algo así, estoy seguro; a pesar de su no tan leve problema de habla no se callaba ante ninguna circunstancia, tanto en la clase como fuera de ella. Más de uno se comió sus hostias sin consagrar. Muchos más de uno. Y mucho mayores y más grandes que él. Pronto lo dejaron a su aire. "Ese chico está loco"

Y era un sol. Mi pobre madre flipó con él durante mi convalecencia: tan educado y al mismo tiempo tan bromista, y ya entonces tan sin miedo a hablar con mujeres...Todos los demás chicos eran eso, chicos asustados en casa ajena.

Juan llegaba al salón con todo su ímpetu natural, "¡qué tal va eso, Kufisto!", y sentado a mi lado, fumando cigarrillos, me contaba las últimas novedades de los días, de como aquella había preguntado por mi y todo eso. Día tras día sin fallar ni uno.

Llegó el día de su forzada marcha (me doy cuenta de que lo recuerdo conforme lo escribo) y nos juntamos los tres amigos abrazándonos entre lágrimas. Lloraba Juan sin solución; no podía pronunciar palabra sin romperse a llorar y a moquear hasta la asfixia.


Hay días en el bar que funcionan tan al revés como uno de esos estados próximos a la muerte. Son muy raros, no diré la contrario, pero los hay. Es una especie de rebobinamiento comunal en el que por alguna confluencia astral todo se alinea a última hora en tipo "2001"

En verdad el mediodía había pasado bajo el signo previsto de todo el finde: poca gente, muchas fiestas lejanas y todo lo demás. Lo bueno de tener casi cincuenta años es que ya nada te pilla de sorpresa; si es que bueno no sea más que algo que no te pilla por sorpresa.

Eran las tres y media de la tarde cuando a punto de acabar de recogerlo todo de una vez (en el último momento había tenido que atender unas tostas tardías) para echarme una tranquila cerveza  con mi fiel cliente dominical (un rockero que se tiñe el pelo) que llegó un antiguo compadre con la familia: sus viejos cumplían sesenta años de casados, habían comido por ahí, y ahora venían aquí a echarse las copas.

"¡Me cago en Dios! -pensé- ¿Pero este (por su padre) no se suicidó hace años?"

No. Ahí estaba. Bien derecho. Ochenta y cinco años. Gin tonic y paquete y medio de tabaco diario. Eso sí, jubilado con apenas cuarenta años. Me había confundido de suicidio.

Y entonces el bar, a última hora, de golpe, se llenó de viejos amigos míos. Y Jose era uno de ellos.

Con suerte nos vemos una vez al año. Hoy lo hizo en compañía de un compadre suyo, un amiguete mío. La conversación derivó, no sé como, hacia Juan. 

- Me lo encontré en Ibiza hace años -dijo el amiguete- Puede que fuera el 2017, por ahí...Estaba de segurata en una puerta de discoteca, pasadísimo de vueltas...Yo le hablé de aquí y sólo se acordaba de ti, Kufisto; ni de Jose ni de nadie, sólo se acordaba de ti. ¡De hecho pasé a la disco por ti! 


- Kufisto
- ¿Qué?
- Begoña pregunta por ti.
- Ya
- ¿Bajamos a la habitación y nos fumamos uno?
- Venga. Ayúdame.

viernes, 28 de abril de 2023

CUMPLEAÑOS EN EL PARQUE

 - Hace calor -concedí a los fantasmas.
- Sí -respondió mirando al cielo- Y además el cielo nublado. Al menos son nubes y no los chorros de los aviones.
- Sí, esos ya han hecho su trabajo. Malditos hijos de puta -dije echándole mano al vaso- Este bochorno jode el whisky. Jode el whisky, te jode a ti y jode todo lo que se ponga por delante, menos a los subnormales del calor. Es como Torbe haciendo porno.
- Jajaja
- Tú realizaste buenas películas porno de chaval, ¿por qué lo dejaste?
- No me gustaba el ambiente. El tío que ponía la pasta era un macarra de mucho cuidao.
- ¿Sí?
- Sí. Tenía mucho dinero, era de familia de pasta...Siempre estaba enzarpao. Él llevaba las chicas y las localizaciones, yo todo lo demás: cámaras, iluminación, montaje...
- ¿Y los chicos?
- Esos pagaban por follar.
- Jajaja. La verdad es que yo también habría pagado por follarme a esa rubia, aquella que luego vi anunciando el Jet-Extender en los promocionales de madrugada. Salía sentada en el sofá con un viejo. El viejo hablaba de las buenas prestaciones del producto. Ella sonreía como medio colocada y decía algunas frases.
- Sí, jajaja...Menuda era. La querida del productor. 
- Pero tú eras un crío, apenas tendrías qué se yo, ¿veinticinco como mucho?
- Por ahí
- La madre que te parió. Recuerdo una escena...Era por las inmediaciones del Museo del Prado...
- Sí...
- Joder, la filmaste de maravilla.
- Estaba buena.
- Era al mediodía. En un barrido de cámara ella aparecía a lo lejos con un vestido rojo muy ceñido, escotado, un escándalo.
- Sí.
- Todo el personal giraba la cabeza para seguir mirándola
- Jajaja
- ¿Por entonces no había necesidad de pixelar los rostros ni nada de eso, no?
- Nada.
- Veías a los viejos, a los hombres y a los chicos que a esa hora pasaban por allí, sus gestos, el ansia, el deseo, la memoria...
- Jajaja
- Unos primeros planos, cortos, concisos; una turista despistada y un caballero que se le acerca para ver si puede ayudarla.
- El productor. El tío de la pasta. Su chulo.
- Me gustó tu falta de regodeo en esa secuencia: insinuaste lo que había y ya.
- Sí, ¿para qué? Lo bueno vendría después. Era como un Hitchcock.
- ¿Ya lo veías en aquellos años?
- ¡Joder, Kufisto! ¿no te acuerdas de las sesiones de pelis en vuestra habitación?
- ¡No me jodas!
- ¡Claro, coño! Estábamos todos allí, dios y la madre, fumaos perdíos...Claro que tú eras mayor que yo y no me hacías mucho caso. Yo tenía más amistad con Juan, el tercero de tus hermanos.
- Sí, claro.
- Y yo estaba allí, flipando.
- Así que también veíamos Hitchcock´s...
- Claro, tío. Me acuerdo como si fuera ahora: "Marnie la ladrona"
- ¡Joder!
- Sí, tú hablabas por encima, de vez en cuando, sin pesadez, como explicando algunas cosas. Yo era un crío, Kufisto, y me daba cuenta de todo.
- Pero tú siempre has estado metido en el rollo, es decir...naciste con una cámara. Te viene de tu viejo.
- Sí. Pero aquello de bodas, comuniones y bautizos no era para mi...
- Jajaja, ¡brindo por eso!

Brindamos y bebimos. 

- No sé como puedes beberlo a pelo con este calor -le dije.
- Me gusta así.
- Ya, a mi me lo vas a decir...¿Sabes? Hace no tanto vino un tipo, un tío bien puesto, puesto en el sentido de bien, nada de historias, ¿comprendes?
- Claro.
- Bien. Pues entró al bar y pidió un café. Era más o menos la hora que es ahora. El bar estaba vacío y el tipo dio a sentarse justo enfrente de la vitrina de los whiskies. "Tienes buen material" dijo. Bueno, eso es algo que está clarísimo, cualquiera puede verlo...Aquí no me comparo con nadie porque no hay tutía, y en la provincia lo dudo. Tendrías que ir a Madrid para encontrar algo comparable. ¡Y no sólo a Madrid! si no buscar sitios en Madrid.
- Así es.
- Bien. "Me vas a poner un Glenlivet -dijo- Uno de doce años" "¿Hielo?" pregunto "No". Le sirvo la medida, lo huele y dice: "Ahora le echas una piedra de hielo" No me molesté, de verdad. No. Hay gente así. Es raro pero a veces uno se encuentra con gente así, es decir, con alguien que de verdad sabe más que tú ¡y mejor aún! no tienes ningún problema en reconocerlo. Es una especie de instinto. En fin...Cogí una piedra de hielo y lo coloqué sobre la cucharilla del café, limpia, pues no tomaba azúcar. La introdujo en el whisky, le dio unas vueltas y la sacó. "Así despierta el whisky" dijo. Luego hablamos su buena media hora. Era un enólogo de Ramón Bilbao que estaba de visita por la ciudad. Un catador profesional.
- Joder.
- Sí, hará más de un año de esto y todavía me acuerdo.
- Ya te digo, como para olvidarlo.
- Es tan raro encontrar a alguien que sabe de lo que habla que cuando ocurre das a gracias a Dios.
- ¡Y a su puta madre! -concluyó Cujo levantando su copita en ofrenda a un nuevo brindis.

Chocamos los vasos, el mío ya con la piedra de hielo casi derretida en el licor.

- ¿Y este cabrón qué coño está haciendo? -dije mirando el coche aparcado calle abajo. Veinte minutos habían pasado desde su salida del bar para coger no sé qué. 

Volvió. Bromeamos. Pagó y salió a la terraza.

- ¿Me llevas a casa? -le dije. No tenía ninguna gana de andar más. Hacía tanto calor como "La Bomba" de King África en un puto entierro.
- Claro, Kufisto.
- Adiós, Cujo.


Monté en el coche tras quitar toda la mierda que había en el asiento. "Bueno -pensé- no soy el único" Había hasta un blíster vacío de mortadela a un euro. 

- ¿Y tu coche cuando te lo dan?
- Pasapalabra.
- Jajaja

El coche. El coche. Dos meses y pico sin coche por una tía estúpida que olvidó echarle el freno de mano al suyo.

Llegamos a mi calle cantando a voz en grito viejas canciones del Evaristo. Y pasé al super adyacente al piso. Compra de bar, ineludible para el fin de semana, y ya de paso algo para mi. Un paseo militar, automático, reglado por la costumbre. Cinco minutos escasos. A las cajas. Estábamos cuatro gatos.

Ya cerca de las cajas vi a una mujer empujar su carrito hacia la indicada por la empleada, una tía gorda y muy maquillada. 

Llevaba una especie de enorme palo relleno de papel que sobresalía de un carro medio rellenado con productos que yo no le daría a mi gata. Era una chica de treinta y muchos, desmaquillada, de pelo negro y lacio, tímida, agotada. La gorda cajera me tendió el separador y lo coloqué sobre la cinta para separar mi material del de la descompuesta tiarrona que estaba tras de mi. Empecé a descargar la compra que ya iba pesando sobre mi hombro izquierdo. La sesión matinal de golpeo al saco había sido bastante buena mientras duró. Ahora era otra cosa.

La chica, nerviosa y acelerada, extrajo una tarjeta del bolso. No funcionaba. 

"Esta chica está casada y tiene hijos. Por lo menos dos. Sí. Dos."

Probó con otra. Tampoco funcionaba. Un gesto de total desesperación cruzó por su cara.

"Se lo pago yo"

Funcionó con la tercera.


Cuando pagué lo mío y salí de allí todavía tuve tiempo para a volverla a ver cargada de bolsas, calle arriba.


El gran palo de papel que llevaba a cuestas era un simple rollo de mantel para usar y tirar.


Cumpleaños en el parque.

miércoles, 26 de abril de 2023

¡QUITA, COÑO!

 "Memoria interna casi llena" 

Lleva tiempo así, con algunas intermitencias cada vez más cortas. El teléfono está haciéndose viejo, muy viejo, y por más memoria que voy borrándole nunca es suficiente. Está cansado, muy cansado. Ocho años a mi lado quemarían hasta a mi madre.

¿Ocho? Perfectamente. En verdad no recuerdo cuando lo compré, es decir, cuando me lo dieron por un contrato a dos años. Hasta entonces esa era la esperanza de vida de todos los móviles que habían pasado por mis manos. "Obsolescencia programada" Parece el título de una canción de los Pink Floyd de Syd Barrett. 

He borrado casi todo desde que su enfermedad hizo acto de aparición, hará como dos años. No había otra: el teléfono se bloquea sin permitirte hacer nada con él. Fotos, vídeos, audios...de todo. Pero lleva un par de días en una especie de fase terminal, morfínica, con la que sólo se puede apechugar en los breves segundos que permite hasta darse cuenta del truco.

"Memoria interna casi llena"

Y lo dejas descansar. Ya no puedo eliminar más cosas de su memoria, de la nuestra: sólo quedan las fotos y los vídeos de mi sobrino y los audiolibros de Spotyfi. 


Decidí ir al tanatorio antes de mi regreso al bar. Era mediodía y hacía calor. Llegué sudado, apenas había gente. Todavía era temprano, no haría un par de horas que mi viejo cliente estaba anunciado en la reja de entrada. Me lo había dicho uno de sus yernos a eso de las nueve de la mañana, un tío todavía joven, un chaval excepcional. Pidió tres cafés y una tostada para llevar mientras me contaba lo que habían sido sus últimas horas, tan parecidas a las de mi padre. 

Era en la sala más grande, la misma de mi padre, la primera a la izquierda conforme se entra, esa que se alcanza tras bajar una escalera. Allí, todavía arriba, me encontré con una de sus hijas, la segunda, la mujer de aquel chaval, que lloraba rodeada por tres amigas.

- Hola.
- ¡Kufistooo! - y se echó a mi cuello y lloró más.
- Lo siento mucho, Gema. Lo siento mucho...

Era una niña cuando la conocí. Una niña que venía al bar con sus padres. Hace veinte años de esto.

- ¡Kufisto! Has venido...
- Claro...Lo siento mucho, pequeña, lo siento mucho...Tu padre fue un buen hombre -le dije al oído.

Y rompió a llorar. 

Bajé las escaleras, entré en el salón y en un primer momento no reconocí a nadie. Pero vi a otro de los yernos sentado en una mesa secundaria, un compadre, y fui a él. Pronto se acercaron la hija mayor y después la esposa. Han sido tantos años, incluso durante su enfermedad...Abrazos emocionados, besos...La muerte no deja de ser terrible en ningún caso. Demasiados recuerdos, demasiada memoria.

Dije lo que pude y salí. Gema estaba afuera y volvimos a abrazarnos. Ella está muy delicada de salud. Lloraba.

- Aguanta, Gema. Aguanta hoy, es el peor día...-le dije besándola.
- ¡Ay, Kufisto! ¡Y como le quería!

Es la más parecida a él. En todo.

Salí de allí trastornado y eché a andar para mi segundo turno el bar.


- ¿Qué tal, Kufisto? -dijo a modo de saludo mi más antiguo compadre.
- Bien.

Aparte de él y mi hermano pequeño poco más había en el bar. Comenté la noticia, hablamos un poco de ella, mi hermano se fue y pronto entramos en otros temas.

Mujeres. Mujeres que follan como locas, mujeres idas de la cabeza, mujeres que te comen los huevos y el ojo del culo; mujeres casadas o divorciadas como él; pivones; mujeres de treinta, cuarenta, cincuenta años para las que nada es demasiado guarro.

- Ahora que estoy controlando el bebercio, Kufisto -dijo-, me doy cuenta de lo locas que están.
- Ya. Pero tú tienes pasta, yo no.
- Sí, bueno. Es verdad...Oye, ¿te vienes el viernes a la fiesta de mi cumpleaños?
- Sabes que no se me dan bien las fiestas.


- Era mi hija pequeña -dijo otro de mis compadres, también divorciado, quitándose el sempiterno auricular de la oreja. El mediodía de hoy en el bar, como tantas otras veces, se había transformado en la resaca del de ayer- Está de tele-operadora. Estudió Bellas Artes.

No pude sino reírme. Él también. 

- ¡Joder, tío! -respondí acordándome de la re-lectura de "Sumisión" de la tarde anterior, esa que al final de la tarde me había dejado con el cuello roto al creer que había encontrado una nueva y más cómoda forma de leer. Antes había terminado otra vez "Ampliación del campo de batalla"- ¡Esa es un carrera...! ¡Qué sé yo! O te haces maestro en la Universidad o te comes los mocos.
- Ya, ¿pero qué haces, Kufisto?
- Ya...

Bebimos. Mi hermano regresó y salimos a la terraza. Nos sentamos en una mesa alta y bebimos algo más hablando de música y pelis.


- ¿Vas andando? -le dije.
- No, hoy tengo el coche.
- Pues acércame a casa.


Todo en orden. La gata dormitaba en las cercanías de la persiana medio bajada. El calor la puede. El calor cae sobre el piso como un saco de harina bajo la promesa de un futuro pan.

- ¡Ey, nena!


Pronto cumplirá seis años. El gato que tuve duró diez; claro que su muerte fue circunstancial, o eso quiero recordar; hay gatos que viven casi veinte años, si no más, como la que tuvo mi vieja.

- ¡Hola, pequeña! -le dije otra vez.
- ¡Mau!

Es arisca. Es arisca porque vive conmigo. También es verdad que fui yo quien la recogí de la calle cuando desesperada, siendo una cría, una tarde entró al bar una y otra vez. Estaba tan asustada, tan aterrorizada de la vida...


Ayer se ovilló sobre mis piernas mientras yo acababa de leer en mi nefasto nuevo sitio de lectura el final de la "Ampliación del campo de batalla"

Me jodió levantarme del sillón. Todavía no me dolía el cuello; eso vino después. Pero parecía tan feliz...

"Vamos, nena -pensé-, despierta suavemente" Pero estaba derrotada y yo tenía que mear.


- ¡Mau!
- ¡Quita, coño!


Después de todo aún es joven. Y su memoria interna todavía tiene suficiente espacio.


- Voy a cambiarte por un teléfono nuevo, pequeña.
- ¡Mau!
- ¡Que no, que es broma!
- ¡Mau!

sábado, 22 de abril de 2023

LAS VEGAS

Una mañana cualquiera tuvo un buen susto conduciendo la furgoneta de la panadería en la que trabajaba; estuvo a punto de llevarse por delante a una mujer que cruzaba el paso de cebra. 

- Ya no puedo conducir, Kufisto -me dijo días después en el bar. 

Lo raro era que hubiera podido hacerlo durante tantos años. De hecho él no tenía coche propio desde su juventud. Con mala visión de nacimiento, el asunto había ido degradándose con el paso del tiempo, hasta el extremo de no reconocer una cara a dos metros de distancia. Que todavía entonces siguiese al cargo del reparto de pan al mando de la furgoneta sigue siendo otro de los misterios inexplicables de España.

Nos conocimos de chicos, en el barrio, aunque de calles distintas: las fronteras estaban marcadísimas cuarenta años atrás. Algunos mayor que yo, era el más feo de todos. Y daba fe de ello con su mirada llena de odio. "El Pirata", lo llamábamos cuando aquellas bestiales peleas callejeras en la que siempre acababan por derivar los partidos, los juegos, los "desafíos" de cualquier tipo. Se volvía loco repartiendo palos y encajándolos. Luego vino la terrible adolescencia y dejando de ser niños todos nos fuimos separando. El Big Bang había llegado.  

¿Cuanto tiempo hará ya desde nuestro reencuentro? Lo menos quince años, sin duda, por no decir veinte. El tiempo personal es una cosa difícil de calcular cuando el espacio creado empieza a alejarse de ti, tan de la mano hasta entonces.

Al principio, lo recuerdo, empezó a venir al bar en compañía de un amigo al que ahora no consigo ponerle cara, tal vez porque no lo siguió siendo durante mucho más tiempo. Y ahora que lo pienso, y tirando de memoria, fue porque consiguió hacerse tan novio como para casarse. Pero "el Pirata", ya para entonces amigo mío, no dejó de venir a nuestro bar en las noches de los sábados. Era un buen tío, estaba solo y no metía la gamba al beber. Muchas veces cerramos el bar en compañía de mi novia o sin ella.

- Kufisto -me decía cuando estábamos solos- Tú y yo tenemos que ir a Las Vegas.
- ¿A las Vegas?
- ¡A Las Vegas! ¡A hincharnos a putas y casinos!

Y el tiempo se fue yendo al igual que aquella novia mía que tanto nos gustaba. 

- Kufisto 
- ¡Qué, coño!
- Tenemos que ir a Las Vegas. No lo olvides. Venga, te acompaño a casa.

- ¿Sabes lo que me gustaría de verdad? -le dije en una noche de aquellas.
- ¿Qué? -respondió él.
- Trabajar en un faro.
- ¿En un faro?
- ¡Sí, coño! ¡un faro en mitad del mar! ¡Solo! 
- Joder

Y de esa ¿broma? hicimos motivo de risión durante mucho tiempo.


Le quedó una buena pensión, total. Apenas tenía 49 años cuando el tribunal médico certificó que era inútil para trabajar por problemas de visión. Lo celebramos tal cual puedan celebrarse cosas tan jodidas como pasar un tribunal médico.

Pero Jose, en verdad, es que ya no veía una puta mierda.

En los primeros meses de completa libertad (quizá un año, no lo creo pero quien sabe) hubo días en los que incluso venía a comer al bar. Todavía estaba viva su madre, pero la apañaba y de vez en cuando se venía aquí. 

Cuidar de tu anciana madre cuando son seis los hijos que parió no debe de ser plato de gusto para el último de ellos, el más feo de todos, el único incapaz de formar otra familia. Él estaba solo, no tenía a nadie a su cargo, así que él debía atender a la madre de todos. Y la atendió. Y  se consumió.

- Kufisto.
- ¿Qué?
- No me ayuda ningún hermano. Sólo mi hermana mayor me echa un cable de vez en cuando.
- Ya.
- Y cada vez veo menos.
- Tenemos que irnos a Las Vegas, hijoputa. No lo olvides.

Y entonces arrancaba a reír como un niño, casi hasta las lágrimas.


Le perdí de vista antes de la pandemia, poco después de la muerte de su madre. Había pasado dos años a su cargo, dos años que le habían machacado hasta extremos indecibles, dos años de progresiva desconexión materna, dos años de dolor, de aceptación, de subyugación a un destino escrito desde la primera línea...


Hubo quienes preguntaron por su prolongada ausencia en el bar, pero no tardaron en olvidarlo.


Una tarde salí a andar. Lo peor de la pandemia había pasado y ya nos permitían salir a la calle sin mascarilla. 

El sol brillaba con todo su esplendor en un cielo azul, libre de cualquier nube.

Y entonces, al final de la avenida que circunvala la ciudad, le vi sentado en uno de esos enormes bancos serpeantes con vistas al cementerio. Era él. No había nadie más sentado allí. Era él sentado mirando hacia el cementerio.


Y pasé de largo, y crucé la gran rotonda por la calzada, y entré en el camino de tierra de las naves industriales hasta alcanzar el sendero de tierra acondicionado para los tractores, y poco después, entre pedruscos y hierbajos, llegué al paso de la vía del tren y lo crucé, y por sinuosos senderos, llenos de piedras y mierdas de ovejas, subí otra vez hasta los molinos manchegos.

jueves, 20 de abril de 2023

NI ESTÁ NI SE LA ESPERA

El célebre escritor aparecía en las fotos de Google como encantado de haberse conocido. Desconocido por mi hasta el mediodía de hoy sentí una instintiva reacción de antipatía. Busqué información en la Wiki y leí algunas cosas que no me gustaron. Miré por el número de idiomas a los cuales se había traducido (indicador bastante fiable) y vi que eran como cuarenta, cantidad más que significativa en un autor contemporáneo. Cincuenta y siete años muy bien llevados aún con todos los típicos excesos del oficio. Mujeres guapas a su lado. Trajeado en un cocktail o una entrega de premios; sonriente, satisfecho. Escribe durante el día y sale de fiesta por la noche. Duerme poco. Cocaína de la buena para funcionar y alcohol de baja graduación para trabajar. 

Anoche, unos diez días después de haber empezado su épico ascenso al sanatorio de la montaña mágica, dejé a Hans Castorp pegando tiros tirado sobre el barro de la I Guerra Mundial, esa que sólo pasó en Europa. Al finalizarlo vi en el Kindle que mis cinco estrellas seguían allí. Por curiosidad miré la fecha de descarga: verano de 2017. Seis años han pasado desde aquella memorable primera lectura durante mis vacaciones, casi tantos como Hans pasó las suyas en la montaña encantada. Yo lo hice en el parque del pueblo.

Es un buen parque. Iba hasta allí con la bici, cargado con una bolsa con todo lo necesario: esterilla para mitigar la dureza de los recónditos bancos, papel de cocina con el que envolver los herrumbrosos reposabrazos y todo lo circunstancial pero no menos imprescindible, es decir, tabaco, agua, la manzana y algunas nueces. 

Había gatos por allí. Gatas tricolores que a prudente distancia se quedaban mirándome tan quietas como estatuas. Yo tengo una gata. Por entonces todavía tenía al viejo gato que murió unos meses más tarde. Añadí a la bolsa pienso para gatos que nada más llegar extendía sobre el papel de aluminio cerca del canal, lejos del banco. Y al rato aparecía ella con sus crías, lo husmeaba, comía y enseguida la imitaban sus crías. Lo devoraban.

Había ardillas, también. Ardillas locas, ardillas de movimientos tan rápidos que el ojo humano sólo puede procesar a modo de película muda. Y eché más nueces a la bolsa. Pero si los gatos son desconfiados las ardillas están a otro nivel. Tenía que olvidarme de ellas y tirar las nueces en la base del tronco de un árbol muy alejado. Y al día siguiente volvía y las nueces seguían allí, enteras. 

Pasó algo parecido con la gata y sus crías. Se cansaron de aquella comida. La gata se acercaba, husmeando como siempre sin dejar de mirarme a pesar de los quince o veinte metros que nos separaban, y como ofendida pasaba adelante con sus gatitos. Había uno, un macho, que se quedaba mirándome a mitad del camino, entre el banco y el gran árbol, un inmenso olmo que empezaba a sombrearse en la copa por el sol de poniente pero todavía en todo su esplendor verde. La madre iba adelante y volviéndose hacia él nos miraba sin decir nada. El gatito nos miraba por turnos y luego se iba con la madre.

También había pájaros, también. Eran los primeros días de agosto y el calor residual del infernal julio hacía el resto. Muchas veces encontré pajarillos muertos: gorriones, vencejos y palomas yacían en las cercanías de mi banco devorados por los gusanos de la tierra. Y añadí más agua y un tupper al contenido de la bolsa.

Entre páginas y páginas de la montaña encantada, algo así como cada tres cuartos de hora, me levantaba del duro banco para estirar las piernas, mear en un árbol y echar un vistazo al canal y sus boqueantes peces, grandes y negros en el agua verde.

No. No eché comida para peces en la bolsa. 


Han pasado seis años. O están pronto a pasar. El Kindle no se equivoca.

Seis años. Dos mil días, cuarenta y ocho mil horas e incontables minutos.


Y Madame Chauchat no está ni se la espera.

sábado, 15 de abril de 2023

POR DONDE QUIERA QUE VAYAS

 - ¿Quieres que te haga un estudio numerológico?
- Vale
- Necesitaré tu nombre completo, la fecha de nacimiento y la hora si la sabes.

Me levanté del taburete, cogí una hoja de la libreta y escribí los datos solicitados, hora incluida.

- Ahí tienes, Gonzalo.
- Me llevará algo de tiempo, ando muy liado...
- Ya. Tú no tengas prisa. Cuando puedas. 
- No sé lo que te cobraré...
- Sin problemas.
- Será la segunda que haga. La primera fue a la madre de...

Y entonces, con su voz monocorde, empezó a contarnos aquella historia.

- Ya -le atajé-, no los conozco, Gonzalo, es igual, no te molestes. Tú haz mi carta y cuando la tengas me la traes al bar. Sin prisas, con calma.
- Vale, Kufisto...Oye, ¿tienes un papel?
- Claro.

Le di otro y se ruló un cigarrillo con la típica parsimonia de quien está bajo los efectos de anti-psicóticos.

- Bueno, Kufisto, adiós.
- Adiós.
- ¿Oye...te he pagado el café?
- Sí.

- Es un chaval interesante -le dije a mi amigo una vez que Gonzalo salió del bar.
- Sí.

No se le había dado mal la tarde en la tragaperras. Lo sé porque no tiró de tarjeta. Una hora antes había pagado el café con un billete de cincuenta euros que fue cambiándome poco a poco por monedas. No le gusta jugar con billetes. También tiene una peculiar manera de jugar a la máquina. Siempre con calma, a veces da un paso para atrás ante una especie de jugada decisiva. Gonzalo juega a la tragaperras como otro jugamos al ajedrez. La estudia. Piensa en ella, en su siguiente jugada. Claro que en este caso es una especie de blitz con ventaja de salida para la máquina, algo totalmente absurdo en ajedrez. Ningún ajedrecista, ni el mismísimo Carlsen, jugaría de esa manera contra una máquina a su máxima potencia. Es más, ningún ajedrecista, ni Fischer resucitado, podría jugar contra una máquina a su máxima potencia aún disponiendo de tiempo para pensar. Pero después de todo los rivales de la tragaperras son otros.

- Estabas diciendo algo acerca de la reducción de las cifras a un sólo número, Quique -le dije a mi amigo, ya completamente solos en el bar.
- ¡Qué! -dijo él
- Sí, coño. Estabas hablándome de la antigua frecuencia musical, algo más baja que la actual, de la sensación de paz que causa y ya no recuerdo porqué de Tesla y su fe en el 3, el 6 y el 9...
- ¡Ah, sí! Escucha...

Eran las cuatro de la tarde. Media hora larga más y ya estaría de vuelta a casa.


- "Quizá porque en mi niñez...¡de Algeciras a Estambul, para que pintes de azul tus largas noches de inviernooo...!
- Qué contento estás, Kufisto -había dicho el primer cliente de la mañana mientras devoraba el primer churro empapado en café con leche.
- Pues sí, lo estoy. Ayer tuve un buen día. 
- Jajaja, qué cabrón. ¡Como que cerrasteis! 
- Sí, así fue. Una cosa un tanto inesperada. De un día para otro. "Mañana cerramos" dijo mi hermano. "Bien" Y estuvo muy bien; de puta madre, la verdad.
- Jajaja ¡No me digas más! -rió masticando con la boca abierta.
- ¡Y que le voy a hacer si yooo...nací en el Mediterráneo...nací en el Mediterráaaneeeooo...! Coño, voy a ponerla.

Y la puse.


Había sido un gran día. 

Por primera vez en años me levanté de la cama cuando quise. Uno podría decir: "Mientes, Kufisto. En año nuevo, en Navidad, ¡en vacaciones! haces lo mismo. El lunes de descanso semanal no lo cuento; está claro que debes despertar prácticamente a la misma hora para ir a abrir el bar a la mujer de la limpieza y hacer la recaudación de la tragaperras...¡Pero ahí te he dejado dieciséis días como el de ayer!
- Sí, pero no.
- ¡Como que no!
- Como que no. Año Nuevo y Navidad no cuentan.
- ¿Por qué?
- Porque eso no es despertar. Y las vacaciones están programadas con antelación, ya sabes que están ahí, a la vuelta de algún tiempo, pero eso de un día para otro estar y no estar...
- ¿Qué?
- ¡Pues que es magnífico! ¿Sabes? No creas que ayer me levanté de la cama mucho más tarde de lo habitual. Eran las ocho y media cuando decidí abrir los ojos. Claro que tres horas antes ya había hecho todo el sueño profundo...; pero con todo y con eso no fue como otros días: sabía que tenía tiempo y volví a dormirme, sin soñar, no como los demás días...
- Ya.
- Es bueno saber que tienes tiempo, es muy bueno...Uno no sueña cuando no tiene porqué despertar.
- Sí.
- Sí...Verás. El día anterior había sido duro, uno de esos de recuperación, ya sabes...
- Sí
- Pues bien, una vez más ya había quedado atrás y juré antes de dormirme que el día siguiente lo aprovecharía para descansar.
- ¿Y?
- Y eso fue lo que hice: descansar. Ni bar, ni clientes, ni compras, ni bancos, ni paseo a los molinos, ni ejercicio, ni saco de boxeo, ni beber. Descanso. Descanso.

Tuve un problema con el desagüe de la lavadora que pronto vi provenía del fregadero. Lo arreglé ya sobre aviso. La primera vez que me pasó, hace muchos años, creí que poco menos era el fin del mundo, hecatombe que solucioné con la ayuda de Youtube. Me acordé de mi madre mientras lo solucionaba: "Si me viera -me dije- no lo creería" 

"Un fontanero me hubiera cobrado lo que le saliera de los cojones" -me dije pensando en mi padre y su absoluta inutilidad para todas las cosas domésticas.

¿Cuanta pasta se dejó mi padre en estas cosas?

Comí a mi hora, a eso de las doce, y poco después, en lugar de regresar al bar, me eché a la siesta y volví a dormirme en cero coma. El empalme era total al abrir los ojos dos horas más tarde. 

Todavía medio empalmado salí a la calle para adelantar cargas de material que el día siguiente necesitaría en el bar. Estoy sin coche desde hace dos meses (con un poco de suerte volveremos a encontrarnos antes del solsticio de verano si los demoníacos seguros se ponen de acuerdo, por no hablar del cabrón de mi mecánico) y de todas formas no me vendría mal estirar un poco las piernas. Así que sí, salí a la calle, llevé cosas al bar y ya que estaba busqué por putas de pago en el teléfono. Y encontré la adecuada. Estaba libre y muy cerca del bar. 

Eran las seis cuando la gata me recibió en casa poco menos que desesperada. Miré en su habitación: ni agua ni comida. Rellené los recipientes, me duché, cogí el Kindle, la botella de agua y el tabaco y me senté junto al ventanal para seguir releyendo "La Montaña Mágica"

Cuatro horas después, con la gata en mi regazo y Hans Castorp cerrando los párpados de su viril primo muerto, el soldado, el teniente, "il capitano", el pobre y tímido enamorado de la rusa Mariusja, la oriental Mariusja, la de opulente pecho a la que no fue capaz de declararle su ya imposible amor hasta la noche previa de su larga muerte, me fui a la cama no sin olvidarme que lo que dejaba para mañana era el regreso de madame Chauchat en compañía de aquel estrafalario holandés.

"Pobre, pobre Hans...lo que te espera. Otra vez"

Y volví a dormir como un extraño bendito.


- A fuerza de desventuras tu alma es profunda y oscura
- Joder, Kufisto.
- Es la hostia esta canción, tío. La hostia.




miércoles, 12 de abril de 2023

SUBE, KUFISTO

 - Ponme una copa para Miguel, Kufisto -dijo mi hermano pequeño, siempre con prisas- Ahí, en el mismo vaso.

Apenas me había quitado la camisa. "Vaya -pensé- poco le ha durado" Ayer me dijo que llevaba tres días sin beber. 

- Joder -me dijo-, ayer (por antes de ayer) lo pasé fatal.

Claro; el día previo no contaba mucho, o no tanto, sabiendo que, como casi todos los días desde hace veinte años, se habría dormido hasta las cejas de alcohol. Lo duro en su estado empieza el segundo día de abstinencia.

- Voy a dejarlo, Kufisto -me dijo- Ya está bien.
- Me alegro, Miguel.

Es un buen amigo. Un gran amigo.


- ¡Hombre, Kufisto! -dijo hoy llegándose a la barra tras la marcha de mi hermano pequeño- ¿Sabes? Sabía que habías llegado tú en cuanto he dejado de oír el televisor.
- Jajaja...¿Qué tal, Miguel?

Era mediodía, la una de la tarde, mi segundo y último turno.

Hablamos. Lo de hoy sólo era un pequeño homenaje ante el día de mañana.

- La primera copa me la tomé aquí -dijo- Y esta va a ser la última. Mañana voy a Madrid a ver un brasileño.
- ¿Un brasileño?

Y entonces empezó a contarme la historia del brasileño.

Es un tío que cura las adicciones de gente aún mucho más adinerada que mi amigo, muchísimo más. Por un contacto, uno de sus amigos de pasta, había conseguido cita y mañana estarán ante él. Pero siendo ambos gentes de posibles no habría servido de nada sin el conocimiento de gentes del otro, tal que anda en contacto con peña que maneja muchísima pasta.

- Ya me contarás -le dije tras la interrupción de otra llamada telefónica.
- Te lo contaré. 

Y se fue del bar atendiendo otra llamada.


Kámel vino no mucho después. No sé lo que yo estaba haciendo pero no le vi entrar en el vacío bar, casi que me lo encontré a las espaldas. Quizá estuviera recogiendo algo, no sé, no me acuerdo.

- ¡Coño! -solté al darme la vuelta.
- Hola, Kufito.

No sé; tal vez hubiese dicho lo mismo en el caso de encontrarme a la Mar Saura de 1999, pero de cualquier manera mi respuesta fue la de casi todos los días de estos últimos tres años:

- ¿Chupito? 
- ¡No! Un café. Cortado.

Kámel está en la mierda dese hace muchos años. Kámel está en la mierda desde que nació hace sesenta años en Siria.

- ¿Un tercio?
- ¡No! Sólo café -dijo en su extraña lenguaje- Ya no bebo. ¿Te acuerdas del otro día, del domingo?
- Sí.
- Dejé el tercio casi entero, ¿lo viste?
- Sí.
- Estoy tomando medicación...¡no me entra!
- Ya
- ¡Ya está bien de alcohol! ¡No dinero, no salud!...
- Sí
- ¡Pero ahora voy a dejarlo!
- Muy bien.

- ¿Kufito?
- ¿Qué?
- ¿Donde me siento?

Kámel es un pobre de solemnidad, un pobre de iglesia, un pobre de iglesia follonero cuando su largo alcoholismo le incita a ello.

- En la mesa pequeña, Kámel -le dije.

Estábamos solos en el bar. Kámel agarró su café con mano dudosa; le dije de llevárselo yo a la mesita.

- ¡No! -respondió. Y ayudándose de su otra mano y a modo de ostia fue a sentarse en la mesa indicada por mi.


Cujo llegó al bar unos minutos después de la marcha de Kámel. Ya eran las tres de la tarde. Pidió un whisky. Me abrí una cerveza. 

- ¿Sabes quien está dejando de beber? -
- ¿Quien? -preguntó sonriendo-
- Kámel
- ¡No jodas!
- Sí.

Echamos el rato bebiendo, hablando de películas clásicas, de música, de tías...Me pasé al whisky mientras él lo hacía al speed y salimos a fumar con el bar vacío y el "Oye como va" de Santana acabado de saltar en Spotyfi. Una tipa salió del edificio de enfrente con el pelo recogido de cualquier manera y unos vaqueros culeros. Fue perfecto. Cuando llegó hasta nosotros sin habernos hecho ni puto caso fue que Santana entonó el primer "Oye como va" Y reímos.


Fede entró cuando Cujo todavía estaba allí. Pero pronto nos quedamos solos, Fede y yo. Cujo tenía que hacer.

La última tarde que pasé con Fede, la misma del último pedo de Miguel, fue de esas que hacen raya. 


Segundo whisky, tercera cerveza. Estoy bien. Otra vez estoy tan bien que quiero demostrarlo bebiendo ante él.

Me habla de sus problemas con las mujeres; del alcohol que no debe beber mientras sigue de baja trasegando su segunda copa. Las mujeres siempre han sido su perdición. 

- Está casada -dice- Llevamos cinco años liados...pero juega conmigo -continúa- Me llama y me dice y yo estoy mal, ya lo sabes...

Escucho. Cambio de turno. Hora de irse del bar.

- ¿Oye, has venido en coche?
- Sí.
- Pues acércame a casa si no te importa.


Y entonces es como si dudara por la otra tarde en la que no teníamos coche.

- Sube, Kufisto.


Subo, sí. Siempre acabo subiendo.