miércoles, 21 de mayo de 2014

BASTONITO Y TRAVOLTILLO




Todo es para aprender; sino, te pasa de nuevo (leído hoy por ahí)

Lo creáis o no, estoy considerado como una especie de manitas de la electrónica en mi casa. Bueno, en la familiar, en la de mis padres, que un piso que se vacía con tu salida jamás puede ser una casa: es como congelarte y descongelarte, congelarte y descongelarte, una y otra vez, una y otra vez...Así, para cuando alguien quiera probarte, ya estarás malo. A no ser que la otra parte de la fórmula esté igual que tú. Llevamos la fecha de caducidad en la mirada. Y no en ningún otro sitio.

Pero bueno, hay procesos que solucionan esas "menudencias". Si en Mercadona le dan cinco veces la vuelta a la leche cobrando lo mismo que la primera...¡qué no podrán hacer cinco buenos soles contigo, infeliz! O cinco mil. Sólo tienes que verlos. Verlos, que no es lo mismo que saber que están. Madruga, cabrón; es la única manera de mirarlos sin que se derritan tus ojos. Y no es igual hacerlo cuando se van, no...Qué va a ser igual.

Resulta curioso como a veces (sin pensarlo, que somos nobles de espíritu) el cazado caza al cazador.

Una noche loca, una borrachera descomunal, un pierdepapelismo de primero de garito, da para tanto como quiera el co-starring; o el co-co-starring, o el cocorikó starting-morning, que uno se montaba las películas un poco a lo Kubrick: dirigidas, pagadas y adaptadas por sí mismo a la pantalla-monolito sordomudo

Aquella fue la última. En público, se entiende, que aquí, en mi frigorífico, me pongo como y cuando quiero sin que en los días siguientes mis ojos tengan que derretirse en los de cualquiera por no recordar el porqué.

Han pasado meses desde entonces, pagué mi penitencia, como tantas otras. Y sin ser la mayor ni la más pesada, sin pensarlo ni dejarlo de pensar, decidí sin saberlo que lo mejor era hacerle un lado a las excepciones para centrarme en la regla que, cada día más a rajatabla, llevo desde que empecé a escribir: si tienes que beber, no lo hagas en neveras portátiles ajenas.

En fin...que el chico estuvo ayer en el bar con aquella chica, chocamos las manos como en las pelis yanquis y tardó cero coma dos en hacer la gracia, cosa que me sorprendió grandemente, pues "aquello" fue antes de Navidad, o poco después, que no son fechas para remarcar, y yo qué sé...Vale que metas bien la puya para ahormar al toro, para adornarte después ante la jodida concurrenta, sí, lo entiendo...pero quien nace becerro muere toro. Y más cuando ya sólo es otra muesca en su Columna Vertebral. Babas.

- Sí...ya...Oyes, ¿por qué no le echas un vistazo a la conexión del televisor? Es que el sábado es la final de la Copa de Europa, el Mundial está a la vuelta de la esquina y no es cuestión de tener esta tele muerta (la de la barra)

Lo dije sin pensarlo, sin recochineo, sin derretimiento de ojos, ya hace más que suficiente tiempo de aquello, al menos para mi...Sólo que me salió. Y coló: soy noble, un poco estúpido, pero no tonto. También sé dar en el sitio correcto a quien, por orgullo, no sabe olvidar.

Y para allá que se fue, a mirar y remirar aquel laberinto de cables que este pobre gilipollas vuestro miraba alguna que otra tarde como si fuese un Valladolid-Osasuna.

- Ya está -me dijo treinta minutos después mientras sudorosamente abrazaba y besaba a "su" chica y le echaba un trago a la cerveza, un tanto bastantes mohínas.
- Estupendo -dije yo-
- Sólo tienes que...

Me lo explicó.

- Cóbrate
- No, estáis invitados
- No, joder...Kufisto...
- Que no, de corazón

Jijiji...

Esta mañana, antes de echar el arroz, he abandonado el bar para ir a la búsqueda del sólotienes, "una T de antena" Para el repartidor de la señal.

Y ya está hecho.

Como esto.

- Ahora podéis sacarme a hombros -le he dicho a mi padre y a mi hermano pequeño.

"¡Cuanto sabe! ¡Qué listo es!" habrán vuelto a pensar los dos.

Y es que cuando me pongo, me pongo.

Como estos, cualquiera de ellos:




lunes, 19 de mayo de 2014

CARNE Y VINO




Escuchábamos una y otra vez aquellas duras canciones en lenguas bárbaras,
en casas, en garajes y en tabernas fantásticas,
mientras otros besaban y metían mano a las chicas que deseábamos,
oyendo a Loquillo cantar en el estéreo de la discoteca de moda.

"Esta es la buena música" decíamos entonces,
como si la vida fuera cosa de ondas acústicas,
cuando tienes catorce años.

Ninguno de aquellos tempranos folladores del ayer,
ahora es un gran musicólogo.
Nosotros tampoco.

Hoy montamos otras ondas. Todos.

Pero a veces hay buenas mañanas en el mare nostrum,
que con la última ola que lame tus tobillos adormecidos,
te regalan el no pedido billete,
hacia la resaca de esos años.

Y es como si te ahogaras escuchando aquellas canciones.

Las que ellos oyen.

Las que oyeron.

La que ahora has escuchado.


domingo, 18 de mayo de 2014

UN PASEO EN LA NUBE




Manococía es como llamamos al último tonto del pueblo.

Es un tipo achaparrado, de boca grande, dos dedos de frente y ojos apenas separados por la nariz, que ya debe andar por los cincuenta años más que bien cumplidos.

Yo lo conozco desde siempre, desde que recuerdo algo. Salía del colegio, iba al bar de mi padre para coger el As antes de irme a casa a comer ("dale el As al chico" le decía a cualquiera que lo estuviera leyendo) y mientras esperaba cero coma me bebía una cocacola y pillaba un pincho de tortilla. El viejo del bar que siempre estaba por la cocina me decía algo, el camarero más joven me daba un pellizco en los mofletes, yo me enfadaba y luego me iba a casa a devorar comida y periódico. Algunas veces tenía que hacer algún recado, como ir al carnicero para que me diera los buenos filetes que nos íbamos a comer: "que me ha dicho mi padre..." musitaba yo al entrar en aquella tienda, al respirar aquel olor que nunca olvidaré cuando vuelva a olerlo, al ver a ese hombre bestial con aquel mandil sangriento y esas manos enormes y peludas que sujetaban cuchillos y hachas tan grandes que te hacían temblar. Borracho redomado, maltratador de su mujer, con una cara a la que no puedo ponerle una sonrisa, tenía la mejor carne del pueblo. "Toma" me decía con su ronquísimo vozarrón alargándome la bolsa desde el elevado mostrador. Y entonces se me hacía como si fuera un gigante. Y yo cogía la bolsa y salía disparado con el corazón en las mejillas. Murió antes de que yo pudiera servirle algún vino. Y no empecé tarde, no...

Manococía siempre estaba rondando por allí. A veces lo veía en el bar, siempre sonriendo, no recuerdo que tomara nada; sólo estaba ahí y luego se iba igual que había llegado, sin que nadie se diera cuenta.

En el bar fue donde tuve que oír por primera vez su apodo. "¿Y eso?" le preguntaría a alguien, "porque siempre está dándose el ferrete" me diría el camarero más joven con un gran carcajada. "No le digas eso al chico" diría el viejo del bar. Y yo, sin saber porqué, me pondría colorado como un tomate quizá pensando que era lo que yo estaba empezando a descubrir.

Manococía siempre llevaba una mano en el bolsillo, puede que las dos, para despistar, pero una seguro. Y se tocaba disimuladamente cuando veía a alguna mujer que le gustara, que eran todas. Y cuando alguien le llamaba la atención él simplemente se reía y se iba unos pasos más allá.

Algunos años después, ya de chavales, lo veíamos por ahí y nos reíamos de él, siempre desde la otra acera, que aunque tonto no estaba flojo, y si se lo tomaba con calma al suave requerimiento de los mayores no lo era tanto con cuatro mocosos que le faltaban. Así que agitaba el puño, intentaba decir algo, hacía como si fuera a venir por nosotros y echábamos a correr muertos de la risa. Nunca nos persiguió. Él estaba en lo suyo.

Esta tarde, después de cenar como si hubiera bebido de más, pensando que todavía era demasiado temprano para dormir y tarde para casi todo lo demás, he decidido salir a andar, que ya es otra cosa a pensársela de tanto como estoy en la nube que voy montado.

Iba caminando la anochecida, sin cogerle el punto a nada, como un tonto en un museo naval, cuando ya de noche y de regreso a casa he mirado a la otra acera donde iba a perderse otro de los que no había visto desde que estaba lejos. Y la cosa ha sido que justo en ese momento se ha cruzado con él una chavala jovencísima, preciosa, de larga melena y un mini pantalón que dejaba ver unas piernas que no parecían de esta nube, de este otoño que ya dura más de la cuenta, de esta tonta pesadez de espíritu. No es el tiempo que pierdes haciendo las cosas mal, sino el que se te va intentando volver a hacerlas bien.

Me he fijado que la chica miraba para atrás, hacia el hombre con el que se acababa de cruzar. Era Manococía, que, mirándola muy quieto como se alejaba, se tocaba. Hacía años que no le veía.

Yo he seguido por mi acera, a mi paso, viendo el rápido de aquellas piernas que se iban difuminando y el continuo mirar de su hermosísimo rostro hacia atrás, hacia el de Manococía, cada vez más lejano.

Después, cuando se ha dado cuenta de que ya no podría alcanzarla, ha reparado en mi.

Y un par de giros de cabeza más tarde ha echado a correr como ojos que ven carniceros resacosos y cuchillos sangrantes.

Al llegar a casa llamé al ascensor.

Olía a fresa cuando se abrió.