martes, 18 de septiembre de 2018

POBRE MARÍA

Fue una muchacha pálida, alta y flacucha. Llevaba los malos nervios de su madre en la altiva mirada y la frustración del padre en los finos labios pegados. Cuando los abría era para proferir palabras de enfado y consternación. Los chicos se burlaban de ella y las chicas la temían. A veces su desgarro era tan grande que las abuelas del barrio tenían que tranquilizarla mientras alguien iba a buscar al padre a algún bar de la plaza. La madre rara vez se dejaba ver fuera de casa. La hermana pequeña lloraba asustada a su lado. Luego todo se calmaba, los chicos sentían un cierto sentimiento de culpa ante los reproches de sus abuelas y las chicas reían nerviosas por lo bajo. La noche caía, los niños se recogían y los viejos salían a la puerta de sus casas para tomar el fresco de otro sofocante día de verano. Entonces el viejo barrio, tan agitado durante la tarde, recuperaba su eterno y antiguo aspecto de lago con letreros de prohibido echarle comida a los patos.

María no era la única persona especial de allí. En aquel tiempo todo el mundo tenía hijos y todos nacían. Algunos no dejarían de ser niños toda su vida; otros, pobres, no podrían llegar ni a serlo. Las propias familias hacían por evitarse cualquier situación enojosa. La Iglesia, siempre presente, decía que todos éramos hijos de Dios pero eso no llegaba a quitar la vergüenza en un pueblo temeroso de Dios al menos entre sus mujeres: los hombres creían a su manera y aquellas en la que decía el señor cura.

Había niños especiales, pero lentos, que jugaban con los que no lo eran casi que como fueran uno más hasta que la pubertad empezaba a llamar a la puerta. Entonces la cosa cambiaba pero sin dramatismos; los chicos se daban cuenta pero detrás tenían un pasado común y no había crueldad. Era como decir adiós a un amigo que se queda en puerto. Él te sonreía y tú montabas en el barco. Más tarde volverías a verle en el mismo sitio, él seguiría sonriéndote y tú, mejor yendo solo, le devolverías la sonrisa y el saludo.

María no. María siguió creciendo sola con sus anormales nervios. Sólo era eso, nervios. No había retraso, ni idiotez, ni deformidad, ni nada que la hiciera tan diferente del resto. Quizá lo único que le hiciera saltar la regla fuese la fuerte religiosidad que exhibía. Iba a misa a diario con su madre y era muy devota de todos esos carteles tan rimbombantes que anunciando novenas, triduos y demás cosas extrañas que exhibían las panaderías, estancos y tiendas de comestibles del barrio. En Semana Santa era algo digno de ver. Era como si dijera: "¡Ahora os jodéis, hijos de puta!" No es que estuviera guapa, no lo era, pero todo aquello, toda esa altivez, le sentaba bien en ese momento.

Los años siguieron pasando y todo el mundo se perdió de pista. Los amigos de entonces se transformaron en adoquines en el mejor de los casos y el viejo barrio llegó a hacerse tan aburrido como siempre lo fue cuando uno deja de ser un niño.

Un día, hace unos años, María pasó al bar en compañía de un hombre. Hacía semanas que la había visto cruzar mi paso de cebra agarrada del brazo. Me sorprendí. El tío era uno, más raro que un buen disco de U2 después de Achtung Baby, que de vez en cuando pasa a mi bar para echar un par de monedas en las tragaperras y nunca pide nada pero no dejó de parecerme algo hermoso. "He ahí -me dije con otras palabras- que finalmente ha encontrado a alguien parecido a su padre"

María entró con su novio, maquillada como lo haría una abuela, y mirando el bar y mi persona como si fuera un un triduo del padre Ángel pidió un Aquarius de limón.


Estaba hoy a lo mío cuando ha llegado mi tío.

- ¿Sabes a quien le han sacado un cáncer?
- ¿A quien?
- A María, la loca del barrio. La hija de...

Ya, ya, ya...


De pulmón. Y metástasis en la cabeza. Fumando lo mismo que yo cuando la abuela decía que no nos riéramos de esa pobre chica.


Luego, en aquellas noches de verano, mi hermano y yo nos acostábamos con ella y acurrucados entre sus grandes tetas nos contaba historias de miedo hasta que los nervios conseguían que el abuelo nos gritara desde la habitación de al lado que calláramos de una vez.


Pobre María.


sábado, 15 de septiembre de 2018

SOL DE AGUA

- Es un sol de agua -dijo el cliente
- Sí -respondí por decir algo que mi silencio no provocara hablar más y peor después- El aire huele húmedo.

Yo no sabía qué era ese "sol de agua" del que hablaba el amigo, pero por el contexto colegí que se refería a la posibilidad de lluvia. Estábamos en la puerta del bar y él dijo eso y bueno, qué iba a decir yo, pues que sí, que a pesar de las pocas y ligeras nubes olía a humedad y todo eso, que era muy posible que lloviera durante la tarde y todo lo demás, que ya llega octubre, el otoño, las hojas caen, los días se hacen más cortos, el cambio de hora y la Navidad...El colega quedó satisfecho y pasamos para adentro. Pronto llegó otro y se hizo con él, le vale casi cualquiera. Yo me liberé otra vez de toda mala conciencia por mi perpetuo desinterés en público y empecé a recoger la barra. En media hora, si no había ningún imprevisto, estaría solo en casa para no hacer nada que no quisiera hacer.

En el otro extremo de la barra había dos currantes hablando de las cosas del trabajo, criticándolas. Uno de ellos, el más viejo, me dijo una vez que si no sabía quien era él; empezó a darme explicaciones de sus hermanos, amigos y familiares, bares antiguos en los que por fuerza tuvimos que coincidir de jóvenes y de los que yo apenas recordaba nada. Con todo a veces decía que sí, o "ahhh, ya...ese que", respuestas abiertas que daban a entender mi conocimiento de la cosa en cuestión aunque en verdad fuera un subterfugio para salir del paso cuanto antes. El contexto ayuda bastante en todo esto. No sé qué sería de mi sin el contexto. Seguramente haría bastante tiempo que estaría en prisión.

El contexto apareció en mi vida cuando dejé de estudiar y algún tiempo después empecé a trabajar. Hasta entonces yo no sabía lo que era tal si no quizás por los libros que leía: uno no podía estar cada dos por tres mirando en el diccionario por las palabras que no conocía. Bastaba con encontrártelas en un párrafo para más o menos situarlas en sus márgenes. Los escritores son una gente bastante coñazo; como no son habladores, escriben y escriben conteniendo el aliento; buscan palabras con las que amartillar sus frases, adjetivos y sustantivos que poco o nada añaden a lo que están contando y que causan en el joven e impetuoso lector unas ganas enormes de darle un puñetazo en el estómago. Luego, como en la vida, recuerdas que siempre te quedará el contexto y te calmas. O sino otro libro o el fin de tu turno.

Ya se habían ido los dos currantes (les invité a un par de cañas que agradecieron casi tanto como yo dejar de escuchar sus tonterías) y sólo quedaban el colega y el otro tío de cara rara. Es este un cuarentón divorciado que se ha quedado en el paro. Es callado conmigo y hablador con otros, como el colega, otro que le gusta hablar. Y ahí estaban, hablando de sus cosas mientras yo terminaba de limpiar la barra, bajar los toldos y apagando la maldita televisión. Bajé la música (country de mierda pero que al menos no me subleva) y estaba a punto de cerrar la puerta cuando llegó el último cliente, uno con el que me fumé unos cuantos petas en mi juventud. Le dejé pasar, cerré la puerta, le puse su café de rigor y se quedó enzarzado con el As. Le chiflan los deportes. "Kufisto, ¿no pones el...?" lo que sea, me dice algunas tardes de verano. Y entonces cojo y lo pongo; sin voz, claro. Y él va echándoles vistazos entre página y página del deportivo. Una vez le pregunté a uno de sus amigos sobre su trabajo. Se rió y me dijo que no trabajaba en nada, que ese no sabía lo que era trabajar. Está casado con uno de mis primeros amores platónicos y parece ser que eso y cuidar de su hijito le basta. No me disgusta. No es tonto y sabe estar callado. Pero yo le he visto esa mirada y esas palabras de loco por tonterías difíciles de entender. Una pequeña broma de este su amigo que os digo le llevó una tarde a una especie de paroxismo que nos dejó a todos petrificados. Se ve que el fuerte contexto familiar que padeció en su infancia dejó eterna huella en su genio. Y viendo que podía vivir de una mujer pensó que lo mejor para él era no trabajar.

Se fue al poco y me quedé con los otros dos ya a puerta cerrada. Era mi nuevo amigo quien estaba en el uso de la palabra tras el largo soliloquio que el otro había escupido mientras yo andaba de acá para allá. Retazos de odio y mala leche por su última experiencia laboral quedaron en mis oídos sin quererlo yo. Recordé aquella vez que tras su tercera copa escuchó el comentario mío sobre el hijoputa de Inda que le estaba diciendo a un amigo y las palabras de odio animal y la mirada aún más cerrada que le entraron al oír ese nombre. Ahora estaba escuchando el comentario de Totus tuus, que así habría que llamarlo y así voy hacerlo desde este momento, pues es increíble la cantidad de gente que conoce y más aún que le quieren. Y ya, una vez acabado todo lo que tenía que hacer, me salí para sentarme con ellos.

Totus tuus estaba repitiendo otra vez la parte más decisiva de la alucinante escena que había tenido con una jefa al principio de entrar a trabajar en lo que todavía sigue trabajando. Yo no pude menos que reírme al oírlo. Él, siempre tan simpático y comedido, tan educado y buena gente, ahora tenía la yugular bombeando sangre como si estuviera viendo a la misma puta zorra gorda que tanto le sublevara aquel día en el que por una nimiedad lo dejó en ridículo a la vista de todos.

- Luego la cogí y le dije que quería hablar con ella. Le dije que ni se le ocurriera tratarme otra vez como lo había hecho. Y que si lo hacía LA RAJABA. Claro que entonces todavía no estaba esta ley de mierda de las mujeres  y tal...pero es igual, hoy le hubiese dicho lo mismo.

Me reí tanto al ver ese odio saliendo por su boca que los tres acabamos por reírnos.

- Joder, Totus tuus, ¿de verdad le dijiste eso? -le dije
- ¡Que me quede muerto si no fue así!

Él, un chico enfermizo, un tío con problemas de salud, un chaval condenado desde su nacimiento no había podido evitar aquel arrebato de odio extremo hacia alguien que se había pasado de la raya por muy jefa que fuera...

Nos fuimos. Totus tuus se vino conmigo. Durante el trayecto hacia su casa, la de sus ancianos padres enfermos a los que cuida y con los que sigue viviendo, siguió explicándome toda aquella situación, como justificándose. Yo reía y él se animaba por hacerlo con trazos aún más gruesos. Él me conoce desde hace más tiempo de lo que yo a él y supongo que pensaba que eso era lo que me iba a gustar. Y así fue.

A Totus tuus lo conozco desde siempre, sólo que antes no era nadie para mi. Supongo que mi falta de contexto, la irreductible barbarie que me dominó durante mis años más tiernos, hizo que él me viera como una especie de loco peligroso. Luego coincidí con él alguna que otra vez por circunstancias más que obligadas y la cosa no fue a mejor, todo lo contrario, aunque no fuera nada de vis a vis. Y al final, hace algunos meses, ha venido a parar a mi bar y nos hemos caído en gracia. Por el contexto en mi caso, claro. Siempre por el contexto.

Yo de pequeño, cuando empecé a tener consciencia, lo primero que me gustó fue el Universo. Miraba los planetas tan grandes y luego leías que apenas eran nada con el resto y me quedaba maravillado. Yo quería hacer algo de eso. Mirar los planetas con un telescopio, viajar a ellos y ver si era de verdad todo todo aquello. Yo era pequeño y me gustaba todo lo grande, lo enorme, lo que te dejaba con la boca abierta. Leía a Julio Verne y sus veinte mis leguas de viaje submarino. "Veinte mil leguas...¿cuanto es una legua?" Era el contexto. Un viaje es algo medible, así que legua era algo que se podía medir. Todavía no sé cuanto es una legua.

- Kufisto -me decía Totus tuus de camino a casa de sus padres- yo es que no sé como puede haber gente así, tan cabrona, tan hija de puta...Mira que han pasado años y no puedo olvidarlo. Esa hija de puta trabaja desde hace tiempo en la otra oficina pero es que no puedo ni verla...El otro día vino a la mía a no sé qué y le dije que lo hiciera de la forma y manera debida. Por supuesto ni se atrevió a contestar, yo hace tiempo que soy su par y ni se atreve a levantarme la voz...Pero es que sigue siendo tan hija de puta como hace veinte años. Y no. No me da la gana. "¿Quieres esto? Bien; pero vas a hacerlo como manda el reglamento" Y se fue. ¡Se fue sin decir nada! ¡Que le jodan, maldita zorra!


Lo dejé en la casa de sus padres. Llegué a la mía y viéndome ya medio malo por el inaudito exceso físico de hace un par de días decidí que lo mejor sería salir a andar un rato. No es bueno quedarse en casa cuando uno no está bien.


El sol sería de agua pero no llovía. Más o menos todo estaba como antes de ayer y aunque yo era el mismo la cosa se hacía un poco más complicada. ¿Por qué hacer lo mismo si yo no era el mismo? ¿Lo haría si a la vuelta me esperara algo mejor? ¿Lo haría por una ilusión, por un sueño, como tantas veces lo hice cuando era menos viejo que ahora? Antes hacía cosas sólo para probarme, para ver si era capaz de hacerlas. Y cuanto peor estaba, más ganas de hacerlas tenía. La fuerza, su exceso, tiene los ojos muy juntos. Y el peligro está en que te quedes bizco.


Y vi el monte y pensé que lo mejor sería volver a casa y escribir algo antes de que al sol de agua le diera por llover.


Cosa que a esta hora sigue sin hacer.





domingo, 2 de septiembre de 2018

STREETS OF GOLD

A esta hora estarás por ahí, en otros bares, con tu novio o marido o lo que sea que fuere ese pijo tan educado que te abrazaba por detrás de vez en cuando. Tus amigas, tan compuestas ellas, tan monas, seguirán riendo contándose sus cosas y haciéndose fotos que enseñar al momento. Los chicos de tus amigas, tu novio o marido entre ellos, hablarán a grandes voces entre ellos: que si las motazos que llevan, que si las que se van a comprar, que si este coche de mil caballos o esa bicicleta para los domingos que vale más que mi puto auto. Dos meses han tardado en pasarle la ITV, algo que nunca les llegará a pasar a ninguno de tus hombres. Una mañana de descanso vi la cola que había y decidí que era mejor llevarlo al taller, a "mi" taller, para que la pasaran ellos. Y no es que tuviera urgencias que hacer, sólo soy un camarero que a veces escribe, pero no podía soportar la idea de estar haciendo cola durante horas en mi día libre. Dos meses. Tampoco es que me hiciera mucha falta...pero dos meses. Luego fui a recogerlo y pagué encima de la mano. No había necesidad, pero cuando uno vive como yo lo llevo haciendo desde hace tanto tiempo lo único que quiere es que le dejen en paz. Vivir en paz es casi como descansar en paz, preciosa. Por eso cuando ayer llegaste al bar y vi tus ojos azules hablándome de la copa que querías beber fue como si hubieses atravesado el anillo de fuego y me hubieras despertado con un beso. Es algo de Wagner y pasa al revés, pero fue así aunque tú no sepas de qué coño estoy hablando. Muchas veces es un coñazo, todo hablar en bárbaro de carros de fuego capaces de llegar al sol o de espadas de titanio reforzado tanto como para hacer llorar de miedo a los titanes que quieren el maillot amarillo de los domingos. Pero entre medias habla del amor. Y entonces soy yo el que lloro.

Tampoco es para tanto. Una furtiva lágrima de vez en cuando y fuera. No creas que soy un plancha abanicos ni nada de eso, no...Al contrario: cuanto más fuerte es el viento, más me cago en Dios. Me gusta esa sensación. Si yo fuera Dios me gustaría ver a alguien como yo. Todos esos curillas, toda esa gente que ve a Dios como si fuera tu novio, no tienen ni puta idea de lo que significa crear algo de prácticamente nada, lo que sea. Pero empiezo a hablar de Dios y esto no será cosa de tu agrado. Tú estás ahí, has pasado este fin de semana por mi bar, te he visto, y lo que quieres es alguien con un par de huevos que eche la escalera al cielo que lleva hacia ti, como Matilde con el buen Sorel. ¿Has leído ese libro? Es el último que he leído. Claro que al final lo primero es lo primero. Eso siempre será así.

De todas formas estoy echándola por ti. A mi manera, claro; ya no tengo veinte años, tú tampoco, y por la cara con la que recibías los arrumacos de tu torrelodones tampoco es que parezca ser lo que todavía puedes conseguir. No conmigo, claro, sólo soy un puto camarero más o menos bien conservado...

Ya había llegado mi hermano y yo estaba ahí afuera echándome un pito. Entonces tú has salido la primera y te has ido. Luego todos los demás. Faltaban algunas copas por pagar y he pasado adentro. Una de tus amigas, la más simpática de vosotras y bien mona, estaba pagándole a mi hermano pequeño. Hemos hablado un momento entre risas celebrando la buenas copas y el buen techno de estos días que tanto les ha hecho bailar y me ha dicho que gracias por todo.

- ¿Os vais hoy?
- Mañana a primera hora
- Ah...


Adiós.