lunes, 20 de mayo de 2013
LA LEY DE LOS FUERTES
Abrieron la primera justo enfrente de nuestro Gran Hotel, uno que lleva cerrado desde primeros de año, cubrieron con placas metálicas a puertas y ventanales en previsión de lo que pudiera pasar, aunque no tardaron ni cero coma en ser pintarrajeadas por nuestra chavalería, que ya hay que ser tonto para gastarse el dinero que le sableas a papa en esas cosas, y más aún si lo haces sobre una superficie ondulada, que ya me dirás tú qué coño puedes pintar sobre las olas, pero en fin, esto es lo que tenemos y estos serán los que paguen nuestras pensiones y todo eso.
La calle es una de las principales del pueblo, adyacente a nuestra Gran Vía, esa que ya casi tiene tantos locales vacíos como ocupados, aunque peor está la cosa en esta de la que os hablo: todo cerrado menos un bareto al que le quedan cuatro días y la frutería abierta por los moros.
No recuerdo que había antes de que llegaran ellos, a pesar de pasar por allí casi a diario. Si estoy dentro del pueblo sólo tengo oídos para mi música. Y piernas.
Pero una mañana crucé el paso ce cebra para no abandonar al sol y casi me cegó el resplandor de las naranjas perfectamente apiladas detrás del escaparate, me gusta el naranja, sería mi color de no existir el verde, pero lo mejor de todo es que estas venían con algunas de sus hojas, miel sobre hojuelas, que si no la he probado sé que quiere decir algo bueno, aunque bien pensando es un tanto estúpido tener por bueno algo que no conoces, así que no sé...mejor galletas María con Nocilla.
De tal manera llamaron mi atención que me quité hasta los auriculares, algo que sólo me pasa cuando lo hago por una tienda de animales donde los perritos apoyan sus patitas delanteras sobre el cristal mientras te miran como pidiéndote por favor que los saques de allí y los gatitos se entretienen con tiritas de papel si no están durmiendo, siempre me voy con una sonrisa. Tanto me gustaron aquellas naranjas que decidí entrar para llevarme unos cuantos kilos, y eso que todavía me quedaba casi media hora de trayecto, pero no fue esto lo que me echó para atrás sino ver que estaba lleno de marujas, es decir, seis o siete, que la tienda es poco más que una de esas soluciones habitacionales, y sólo de pensar en codearme con esas tías bestiales se me quitaron las ganas de naranjas, así que me fui para casa, pillé el coche y se las compré a los franceses. Al menos allí disfrutas de un cierto espacio vital y no tienes porqué hablar ni oír a nadie.
Un domingo, a eso de las ocho de la mañana, vi que tenían abierto y pasé, no había más que una vieja y el moro con bigotes.
- "Buenos días"
- "Buenos días, senior..."
- "¿Tienes alcachofas?"
- "Sí, mire, allí están"
Esquivé a la vieja que estaba toqueteando las manzanas a pelo, como si en alguna de ellas hubiera algo que no fuera manzana, algo como no sé, ¿un vale por cincuenta años menos?, me puse un guante de plástico y escogí unas cuantas, el moro me cobró cuatro perras y se despidió de mi con una gran sonrisa y un que tenga un buen día, senior...
He vuelto alguna otra vez, cambian de moro, el producto está bien y los precios no sé, que yo no me fijo en eso cuando compro, mis gustos son sencillos, pero se ve que deben ser bajos, no hay género pasado para colocar a algún despistado, como en una de esas detodalavida, una del terreno, donde me la metieron todo lo que pudieron y más la primera y última vez que fui.
Hará cosa de un mes que cerró una tienda de muebles que había en mi calle, el dueño o encargado era uno de mi edad, un caraflán con el que sólo he cruzado un hola, ¿qué vas a tomar? un día que se pasó por nuestro negocio poco antes de cerrar el suyo, me quedé a cuadros, ya casi estaba convencido de que nos iríamos a nuestras respectivas tumbas sin habernos dirigido la palabra a pesar de vernos centenares de veces.
Y no hace una semana que vi pegada una cartulina verde en el escaparate de su ex-tienda: Próxima inauguración de Frutería. Miré dentro y vi a unos cuantos moros yendo de acá para alá.
La han abierto hoy, me he dado cuenta al regresar a casa después de un corto paseo a causa de mi mala cabeza, ni siquiera he tenido tiempo para echar las primitivas, todavía no eran las diez, y a muchos españoles les gusta abrir tarde y cerrar pronto, décadas de sopa boba dejan su sello, aunque ahora que recuerdo...sí, han adelantado su horario a las nueve y media, que el asunto va estando jodido hasta para los castillos en el aire, el Deporte Nacional.
He comido por lo que no cené anoche y después me he dedicado durante una hora a enviar por el Wasap fotos cachondas, no han tenido demasiado eco, hoy es lunes, que se jodan. Y finalmente el cocido ha conseguido despertar a mi sueño, no sin que ofreciera una cierta resistencia el gilipollas que que se jugó todos sus ahorros (2600 neuros) a que el Madrí sería campeón de Copa: en tres días ha recibido más visitas que yo en tres años.
Hacía feo cuando he vuelto a abrir los ojos con el último sueño extraño dentro de mi cabeza. Se ha puesto a llover y poco después a granizar, me he levantado del sofá para mirar por la ventana, el gato también, y he visto como un grupo de niños del colegio de enfrente estaban haciendo lo mismo que yo, que no todos los días se ven caer piedras del cielo. Aunque su existencia sea menor que la de un mosquito. Al menos en esa forma.
Como el móvil estaba quedándose sin batería y sólo puedo recargarlo en el ordenador he decidido leer algo en papel, el día no parecía dar para más, y he cogido uno de Baroja, "La lucha por la vida", dos páginas después he añorado el último hilo de Burbuja que estaba leyendo, uno que pedía ayuda para defenderse de los gitanos. Y ya no sabía si comer otra vez o qué.
Finalmente ha llegado la hora necesaria y me he ido a hacer unos mandaos. Ya no llovía y se empezaba a ver el sol, que ciertas cosas en ciertos días es mejor verlas que sentirlas.
He tenido suerte de encontrarme la farmacia abierta, pues esta es de las que nunca estás seguro, estaba el mismo tío triste de siempre, pero esta vez acompañado por su mujer, una reciente cincuentona que las veces que la he encontrado me mira como si quisiera algo, aunque bien puede ser que sean cosas mías, no sé, el caso es que le voy a tirar los trastos como llegue a verla sola, cosa que me extraña bastante. Ha vuelto a pasarse adentro y su marido me ha servido el bicarbonato: casi cinco euros. Los franceses te lo venden a uno y medio.
Una vez validada mi mala suerte he continuado el camino hasta la tienda de golosinas, una que regenta uno de los tipos más estiraos que he conocido en mi vida, pero también vende pan, y como hoy tengo hambre me hace falta algo más que las tostadas integrales, estoy dejándolo, tanto pan embrutece el entendimiento. Solía comprárselo, lo suficiente como para que se animara a visitar nuestro bar una vez cada dos o tres meses para tomarse un cortao, "¿te queda pan?", "no", "vale, adiós" Y he tenido la sensación del que sufre una pequeña venganza. Quizá estuviera abierta esa panadería que atiende una vieja y su cuarentón hijo, ese que parece fantasear con cuerdas y cuchillos, pero no. Ya no son horas para según quién. O quienes.
"¿Venderán pan los moros?" al menos la otra sí lo hace, de muchas clases, ¡hasta se ponen un guante de plástico para cogerlo!
La puerta estaba abierta pero no lo parecía del todo, era como si aún estuvieran dando los últimos retoques que haya que darle a una frutería. Un moro con bigotes estaba justo a la entrada con una bolsa, su empañolada mujer y su hijo, uno pequeño, he asomado la cabeza y he preguntado por lo mío, olía más que a cuquillo, el moro comprador que se iba me ha mirado como miran los moros a los hijos de los vaticanistasegundos, pero el vendedor no, ha sacado la mejor de sus sonrisas americanas y me ha dicho que sí, el otro se ha despedido a lo moro y este le ha respondido algo parecido mientras me alcanzaba el pan.
- "¿Cuanto es?"
- "Treinta y cinco céntimos, senior..."
- "¿Treinta y cinco?"
- "Sí, senior, aquí todo más barato"
- "Vale, gracias"
- "Hasta luego, senior"
- "Hasta luego"
Y después de dejar el material en casa he salido a andar un rato. La tarde estaba limpiándose de las nubes de la mañana.
Iba paseando cerca de la salvaje maleza que rodea al ambulatorio cuando me he acordado de los chinos de Marqués de Vadillo, de algunos de ellos, unos que en dos semanas le dieron la vuelta como a un calcetín a un enorme local que estaba a la entrada de ese barrio ¿madrileño?, fue digno de ver, hubo un domingo que regresábamos medio pedos a las once de la noche y ahí estaba un ejército de chinos trabajando, arriba y abajo, adentro y afuera, sin hablar, sólo se escuchaban las cosas que manipulaban, increíble, parecían de otro planeta, o al menos de otro género diferente al nuestro, aunque ni son extraterrestres ni dejan de ser humanos: sólo son de otro manera. También me he acordado del rumanoide que lleva el único 24 horas que merece tal nombre, los otros no llegan ni a doce, está junto a uno de los peores tugurios, me acuerdo que una noche de diario estábamos allí pedos perdidos, ya eran las cuatro o las cinco, la hez de la hez, y nos dio el hambre negra y fuimos a su tienda a comprarle pizzas y demás basura congelada, le dijimos que se viniera con nosotros pero pasó y siguió allí, en su sitio, esperando...Por no hablar de aquella madrugada de domingo navideño que nos quedamos sin hielo y fui a comprárselo viendo que el de la leyenda local ya había cerrado, "verás como el del rumano está abierto" me dije. Efectivamente: y a la mitad de precio. Y me ayudó a cargar los sacos en el coche.
Y viendo todas esas hierbas que dicen malas he pensado que lo serán, pero también que son mucho más fuertes que las otras: sólo las detiene el cemento. Y apenas necesitan más que caer donde sea y que llueva un poco.
He estado a punto de pisar un caracol, hacía años que no veía uno vivo, estaba arrastrándose por las baldosas en dirección a su Amazonas, puede que el temporal de la media tarde lo hubiera expulsado, pero ya se había ido y él se afanaba por regresar, cosa complicada a ese ritmo y en ese sitio...Lo he cogido no sin cierto asco y con cuidado lo he lanzado donde supongo que quería estar.
Y lo primero que me ha venido a la cabeza después de sacudirme las manos ha sido si no lo fuera mejor haberlo depositado con cuidado. Como si alguien que vive con la casa a cuestas esté en las tontás de quienes han dormido calentitos desde que nacieron.
Casi como sus padres.
Aunque no como sus abuelos.
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Hay una habitación con 10 manzanas al día y 10 personas en ella(Emilio Botín, un moro, y ocho más). Con media manzana al día puedes sobrevivir. Emilio Botín coge 7, porque es el más fuerte(aunque no tanto como las otras ocho personas juntas), el moro coge 1, renunciando a su turno para ir al baño. Las otras 3 manzanas, se reparten entre los 8 restantes y estos al final, pasan hambre. ¿Encuentras algún problema aquí? ¿Cual sería la solución más correcta?
ResponderEliminarEso no es lo mío, Pape...
EliminarUn saludo
Si Pape Pin. Que no sabes sumar. Aprender o un ábaco.
ResponderEliminarSi planteas que Emilo Botin coje 6 o que los restantes cojen 2 te respondo que alguien tiene que morir o salir de la habitacion. Ahí radica nuestro problema.
¡¡¡EL CUENCOARROCISMO VA A LLEGAAARRRR...!!!
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