miércoles, 1 de marzo de 2023

DOUBLE BLACK

 El tipo aquel empezaba a trasegar su tercer gin tonic a pelo en la tercera escapada al bar cuando prestó oído al intercambio de pareceres del otro extremo de la barra. 

Mi amigo había llegado poco antes y nada más entrar hizo un comentario que me la dejó a huevo, para empujarla. Y así lo hice, en contra del plan que me fijé anoche mientras intentaba conciliar el sueño tras haber visto por fin la película tan recomendada por él; una película con demasiados peros que empezó a incomodarme poco después de su inicio y que sólo acabé de puro aburrimiento y por el tonto sentido de la lealtad que me ha acompañado durante toda la vida con tan excelentes resultados.

La verdad era muy simple: una basura de película de la que sólo salvaba el papel de la joven puta. Pero él, mi amigo, había terqueado tanto con que la viera que no resultaba prudente soltar las cosas de esa manera. ¡Ah, qué tiempos aquellos en los que uno era joven y tenía fuerzas hasta para discutir a calzón quitado por una película! Pero aquello acabó hace mucho tiempo.

Respeto a mi amigo de bar; sabe de cosas que yo no sé ni sabré y de las que compartimos andamos parejos en algunas, aunque su vida ha sido tan diferente a la mía que las preferencias no pueden ser las mismas, algo de lo que enseguida me di cuenta. Pero era tal su insistencia con la jodida película que ayer me decidí a verla de puro aburrimiento.

Como digo, fue que él entrara, dijera eso y sin querer dejármela a huevo. El plan era no decir nada si él no volvía a preguntarme. "Ver, oír y callar" primera regla del camarero. Lo que a mi me mató fue ponerme a trabajar de cara al público. 

Empujé la pelota, nada de pelotazos, besó las mallas pero en cero coma dos cambió de película, cosa que respeté. Todo el sesudo análisis mental que hice anoche para explicarle mi opinión acerca de esa mierda tan querido para él se fue a tomar por culo en la primera objeción. ¡Y no es que fuera un ataque en toda regla, no, nada de eso! Fui cauto, poco más que un pellizco de monja previo a lo que vendría a continuación, pero ya no hubo lugar. Rápido cambió de peli y actores a comentar y pronto nos enredamos en lo de siempre, "a mi...a mi...a mi..." Por cierto, gran canción de los Beatles.

Ahora que lo escribo creo que subconscientemente fue por este amimismo unido a la decepción del nocturno plan deshecho a la primera frase que me di cuenta de lo ridículo que había sido todo, de lo absurdo que ha sido todo. Pero en fin, la cosa ya había derivado hacia la música cuando aquel tipo entró al bar por tercera vez. 

En la primera no le hice ni puto caso; o, para ser exactos, pasé de él. Yo acababa de iniciar mi segundo tiempo en el bar, era la una del mediodía, y apenas me había quitado el abrigo, la bufanda y el gorro y andaba anudándome la melena cuando vi entrar a un tipo con la mascarilla puesta. 

- A ti no te conozco -dijo quitándose el bozal- Eres el tercero que veo esta mañana tras la barra.
- Muy bien, ¿qué quiere? -respondí. Era verdad.
- Un gin tonic. Sin hielo ni limón. En vaso de tubo.

Si un tío que no conozco, con ese aspecto, me pide un gin tonic apelero a esa hora le digo que no sirvo alcoholes hasta la tarde, pero ese dato lo evitó. Le atendí, pagó el precio justo como una especie de prueba de que sabía lo que valían las copas y me olvidé de él tanto que enseguida se salió afuera para fumar. Todavía daba el sol en nuestra fachada.

La segunda vez fue una hora más tarde. En esta ocasión charlamos un tanto. El mediodía del bar estaba pasando tal y como poco más o menos han pasado los últimos treinta años de mi vida laboral. Habló de su nonagenario padre estabulado en una de las plantas del hospital, del coñazo que eso supone siendo de otro pueblo, de sus tres hermanos, todos lejos de su pueblo, y de que era él, jubilado y pueblerino, quien tenía que encargarse del marrón, aunque llegadas las cuatro de la tarde cogía el auto y se iba a dormir a su casa. 

Eran las cuatro menos veinte de la tarde cuando mi amigo entró al bar diciendo una arquetípica frase del gran Lebowski. Y le respondí con otra en la misma onda pero de su película.

- ¡La has visto!

Si yo no hubiera visto treinta mil veces "El gran Lebowski" el plan hubiera seguido adelante, en reserva, o quizá, más allá, incluso hasta Júpiter y Mota del Cuervo.

Creo recordar que el asunto empezó por Pink Floyd, aunque más por el otro que por nosotros, que cinco o seis metros más allá andábamos de King Crimson y derivados y quizá, sólo quizá, los Pink Floyd de Syd Barrett.

Y entonces el paleto metió su pata y habló del amor que sentía hacia los Pink Floyd y todas aquellas grandes bandas.

Mi amigo, ante la cataratírica tararea que allí estaba desparramándose en loor de nuestras bandas de perpetuo amor, se bebió los restos de la segunda copa y se marchó. La conversación era imposible. No es que se tocara un tema delicado, no...El paleto, como todo los paletos, estaba sordísimo.

Y tuve que comerme toda su puta vida durante veinte minutos. Entera y bajo la amenaza de volver al día siguiente.

- ¡Kufisto!

Un camarero en su día libre. Puestísimo. "Jodeeerrr"

- ¡Un café! ¡y un whisky de esos buenos! ¡el que tú bebas!
- Yo diría este.

Y le puse un Double Black de Johnnie Walker hasta la extremaunción.

- ¿Sabes? -le dije- Estaba a punto de echarme un chupito. Si hubieses llegado un par de minutos más tarde no habrías tenido para una copa.
- ¡Me cago en Dios! -dijo- ¡Bébela tú y ponme otra cosa! Te invito.
- No, estoy a punto de irme. Mejor la cerveza.
- ¡Hostia, tómate una copa conmigo!
- ¡Que no, coño!

Pasé de preguntar por su mujer y su hija. Venía de comer de un asiático y me lo explicó a base de bien.

Mi hermano llegó.

- Me voy, colega.
- Me cago en Dios, Kufisto...Vamos a meternos una.
- No.


Joder.





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