sábado, 28 de octubre de 2017

¿SEIS? Y CUATRO




Las hojas muertas caen del árbol como los días del preso viejo...La brisa más imperceptible es suficiente para darle el golpe de gracia a la hoja seca...El raro calor con los muertos a las puertas no es bastante para mantener a las hojas colgadas de las ramas de los árboles; como si las noches, todavía tibias pero cada día más largas, las consumieran sólo con su oscuridad...

Es importante empezar bien; si no lo haces, luego nadie te hará caso. Pero estoy cansado y no quiero beber. Voy a tumbarme en el sofá. Son las cinco y media de la tarde y ya estoy con el pijama puesto. La gatita que hará un mes recogí tras entrar desesperada cuatro veces al bar se viene conmigo. Siempre lo hace. No puede estar sola. No sé qué hará cuando yo no estoy. Haga lo que haga quiere mi cercanía. El otro gato que tuve no era así. Dormía más y nos dejábamos tranquilos. Murió por un descuido mío, creo. No lo sé con certeza, jamás lo sabré, pero estoy casi seguro que yo tuve la culpa. Pero al menos esta ya no tiene los ojos tristes, asustados todavía, que tuvo durante los primeros días.

Leo que hace unos días un astrónomo vio un raro objeto de impronunciable nombre cruzar la órbita de Mercurio y hacer un giro extraño a la altura del Sol para continuar hacia Pegaso. Hay un gif que acompaña la noticia. En el se ve un puntito fijo haciendo de Sol en una ínfima parcela del infinito Universo y otros cuatro aún más pequeños girando a su alrededor a diferentes velocidades. Son Mercurio, Venus, la Tierra y Marte. Me fijo bien y en la parte de arriba aparece Júpiter por un momento. Entonces el raro objeto entra en escena y hace lo que dice la noticia. Lo veo diez, quince, veinte veces. "Va a Pegaso -me digo-, a Pegaso..." Y miro el punto en el que estoy girando en torno al Sol y oigo las voces de la calle y me tiro otro pedo. La gatita ni se inmuta. Estamos girando en torno al Sol mientras un raro objeto va hacia Pegaso. Qué importa. La gatita se acurruca aún más entre mis piernas y me mira con las pupilas dilatadas. 

El reflejo del sol cae sobre el suelo del piso y alcanza mi ojo izquierdo. Bajé la persiana antes de tumbarme pero no tanto como para que no encontrara el último hueco. No me quiero levantar. Tampoco quiero molestar a la gata. Pronto se marchará. También yo podría marcharme, pienso. Levantarme, coger un tren e irme a Madrid. Quizá allí haya algo para un raro objeto como yo. Pero cierro los ojos y veo que no.

¿Dormir un poco? Son las seis y media. A estas horas no me duermo aunque quiera. Luego despiertas y cuando tienes que dormir todavía puedes hacerlo menos. Es mejor seguir las costumbres. Es mejor no salirse de la órbita. Luego haces extraños giros, acabas en Pegaso y al despertarte no recuerdas ni como te bautizaron.

Las monjitas de la maternidad me llevaron a la capilla cuando nací. Me moría y fueron a bautizarme o algo para que no me quedara en el Limbo, supongo. Pero eso no pasó. Luego en preescolar recuerdo que había una que me quería mucho. Sor Rosa se llamaba. Era vieja, alta y delgada. Siempre me miraba sonriendo bajo sus gafas. Yo ya era arisco por entonces, creo. Nunca me gustaron las cercanías. Pero ella me cogía en brazos y se reía dándome besos. Quizá sabía algo que yo entonces no sabía. A veces pienso que todo esto no es más que los recuerdos de otro.

Abro los ojos y la gatita sigue donde estaba, tranquila pero mirándome igual que antes. Pensaba que estaba dormida. Es raro. Vamos a levantarnos. Hay que hacer algo.

Voy a la cocina y cojo un vaso grande. Le echo unos cubitos de hielo y un chorreón de whisky con agua del grifo. Me siento ante el ordenador, abro el blog y rulo el primer cigarrillo. Caerán más de los dos, seguro.

Las hojas que aguantaron los fuertes vientos de la primavera caen muertas de las ramas de su árbol por una suave brisa que es incapaz de variar el quieto vuelo del abejorro que tengo a dos palmos por encima de la mesa. Si yo fuera más pequeño podría ver si está mirándome, aunque creo que él también estará mirando sus cosas pequeñas. De pronto, como un rayo, sin darle tiempo a mi ojo, baja y se posa sobre el amarillo. Empieza a mover sus patas delanteras. "¿Qué hay ahí? -pienso- ¿estará comiendo? Sí, estos bichos todo es comer, no van a estar escribiendo algo..."

Y de pronto, como un relámpago, regresa a la memoria de Dios.

lunes, 23 de octubre de 2017

PASSWORD: DULCINEA

Hace muchos años ya, en la calle Dulcinea, dentro de mi coche, junto a un contenedor de basura, me hicieron la mejor felación de mi vida.

Era domingo y acababa de cerrar el bar. La resaca de la noche anterior aún me tenía en ese estado de nervios que te deja al no darle aunque sea un poco para lo suyo. Ya entonces no era hombre de dos borracheras seguidas nada más que en ocasiones muy puntuales. Puse una televisión local y me fijé en sus anuncios. Salió el de una chica y la llamé. Quedamos en su pensión y la recogí. Era joven y parecía simpática. Estaba un poco gorda pero eso no importaba. Le dije lo que quería y me pidió 30 euros. Yo iba tan acelerado que ni enfilé a las afueras. Paré en la primera calle que vi discretamente iluminada, eché atrás el asiento y me bajé los pantalones. Ella se sacó el chicle de la boca y empezó a chupar con ganas. Estaba a punto de correrme y ella seguía bombeando. "¡Que me corro, que me corro...QUE ME CORRO!!! ¡DIOSSS, DIOSSS!!!" Lo hice en su boca. Ella seguía como esperando la segunda venida. "¡Para, para, para...ay, Dios!" Me dieron hasta calambres en las piernas. "¡Para joder, para!" Paró, abrió la puerta y escupió en la acera. Me miró y sonrió. Cogió el chicle y volvió a masticarlo. Y yo al final pude subirme los pantalones, pagarle y dejarla en su habitación.

Iba caminando esta tarde por las afueras, haciendo el paseo grande que suelo hacer en mi día descanso, pero a pesar de la buena tarde yo no lo estaba tanto. El sábado enganché una de esas que ni recuerdas como terminaron. La mañana amaneció aún más incomprensible de lo normal.Y hoy, pasado el día crítico, tocaba el turno de preguntas: ¿como? ¿cuando? y ¿donde? Sobretodo esta, "¿donde?" No recordaba haber salido de casa nada más que para comprar otra botella. Y volver con ella. Después...amnesia. Y así, sin memoria, es difícil andar por los montes que salen a tu paso. Aunque el sol, el cielo, los caminos y los coches en dirección contraria te digan que vas bien, que estás bien.

Ya dentro del pueblo he recortado para volver a casa. No tenía ganas de seguir por ahí. Y haciendo eles irregulares, fuera de mi órbita extrarradial, he dado en salir a esa misma calle donde aquella chica me sacó hasta la última gota.

- Dulcinea -me he dicho al levantar la vista y ver el nombre de la calle- ¡Dulcinea! Se llama Dulcinea la puta calle...Joder.

Sí. Esa era. Estaba hasta el contenedor, aunque ahora en compañía de otros de diferentes colores. Las plazas de aparcamiento son hoy peatonales. Donde yo aparqué ahora hay baldosas. Y bajo ellas yace aquella memorable noche otoñal.

Estaba llegando a casa dándole vueltas a todo esto cuando al levantar la vista he reparado en la pareja de vecinos que con sus dos hijitos iban delante de mi para entrar en el portal. La distancia no era tanta como para darles tiempo a hacerlo sin mi y no había más opciones que entrar con ellos o dar una vuelta a la manzana. Ayer me los crucé cuando regresaba de mi paseo tras salir del trabajo y parecían aún menos entusiasmados de lo habitual. Pero hoy yo ya estaba tan harto de calle que no quería ni media manzana más. Y he pasado con ellos.

La niña, una rubita que tendrá cinco añitos, estaba sujetando la puerta de acceso. He saludado bajo los cascos y he pasado adentro. El padre, un buen chico algo más joven que yo, estaba buscándose las llaves en los bolsillos. Le he saludado.

- No las encuentro -ha dicho nervioso.
- Pues yo llevo las de la cochera -he dicho- He pasado por aquí porque te he visto.

En estas que habla la mujer desde la verja y dice que las tiene ella. Se las da a su angelita rubia y, corriendo, viene con ellas. El padre las coge, abre la puerta y pasamos los tres para adentro. "Habrá olvidado algo" pienso. Llama al ascensor y esperamos su bajada.

- Era yo el del otro día -me dice
- ¿El de qué? -digo
- El del sábado

Coño

- ¿El del sábado?
- Sí, el que llamó a tu puerta -dice un tanto azorado.
- ¿A mi puerta?
- Sí. Tenías la música muy alta y ya era tarde...y subí con la niña para decirte que la bajaras un poco...

Llega el ascensor. Pasamos adentro y pulso el dos pensando que es el suyo.

- No jodas -digo- No me acuerdo...
- Pues sí...Estabas cantando y voceando. Gritaste algo desde dentro y pensé que lo mejor era irme no fuera que encima me llevara dos hostias.
- Joder...Perdona, tío, perdona...
- Ná, ná, si no pasa nada...Pero es que las niñas tenían que dormir...Menuda fiesta, ¿eh?
- Sí, sí...

La niña me mira tapándose la boca con una manita. Sonríe. La puerta del ascensor se abre y nadie sale. Yo vivo en el 3º y ellos en el 1º. No me acordaba. Me bajo y vuelvo a pedirle disculpas. Subo a pie los últimos peldaños de la escalera al piso. Podría haber sido peor.


Dentro de cien años no habrá más que ladrillos sobre todos nosotros.

sábado, 21 de octubre de 2017

EL BAR ES EL MUNDO

El bar es el mundo. Por él y ante su puerta desfilan todas las criaturas. Una gatilla asustada pasó cuatro veces hace un mes y hoy está en mi casa mirándome mientras escribo esto. Ayer la llevé a la veterinaria para su primera vacuna. "La encontrarás un poco tonta durante la noche -dijo la chica- No te asustes. Mañana estará bien" Llegamos a casa y a la media hora, enfebrecida, fue como si se derritiera entre mis manos que vino a buscar. Pensé que se me moría ahí mismo del calor que la pobre me estaba pasando. Pero una hora después empezó a perder temperatura, se espabiló y poco a poco le volvieron las ganas de morder y arañar. Le di un golpe cuando sus muestras de cariño fueron excesivas para mi y ya en el suelo se fue a comer algo a su habitación.

El bar es el mundo, sí. En él también he visto entrar a mucha gente. Podría escribir una enciclopedia entera con todos ellos. Todos tienen su historia, hasta los que no repiten. Quizá estos más que nadie. Hace poco vino un viejo de Suiza. Nació aquí pero se fue con veinte años. Ahora tiene ochenta y ya está solo. Parecía joven para su edad, pero decir setenta en lugar de ochenta no es gran cosa si hablamos de los años del hombre. Él me contó algunas buenas cosas de su viajada vida durante las tres o cuatro tardes que vino por el bar. En la última, sin darse cuenta, se llevó mi teléfono. Yo estaba recogiendo los toldos cuando vi llega a una muchacha con un buen par de tetas. Ella también me miró y yo pasé para adentro.

- Hola -le dije
- Hola -me dijo ella- ¿eres el jefe?
- Sí
- Entonces este teléfono es tuyo
- ¿Qué?
- Sí. Este teléfono tiene que ser tuyo. Me lo acaba de dar un cliente del hotel.
- Nonono...pero qué coño

Me enseñó el teléfono. Llevaba mi salvapantallas. Era el mío. "¿Pero qué coño?"

- Se lo ha llevado sin darse cuenta el señor que viene por aquí y está alojado en el hotel donde trabajo. A mi me pillaba de paso y le he dicho que se lo traería yo...
- Joder, pues muchas gracias
- De nada
- ¡Tómate algo!
- No, no, me voy que tengo que comer
- Bueno...

Y ya no he vuelto a ver a ninguno de los dos. El discreto señor suizo ya estará en Suiza o en Torremolinos y ella seguirá dando de comer a los que tienen más hambre que yo.

El bar es mi mundo por muchas historias thailandesas que me cuenten. A él vienen a contarlas. Yo las escucho con atención, pero siempre deseando irme a mi casa. No hay nada como estar aquí. Nada. Nada más que cuando sales a andar con los auriculares puestos en las zonas sonoras.

El bar es el mundo. Y hoy llegó un gemelo de mi padre con su lejano hijo, un buen amigo mío, y otro tío, un compadre, que es un puto lobo solitario como yo, aunque se lo monte mil veces mejor.

- Kufisto, ponnos de beber, me cago en Dios
- No hables así, joder -dijo el viejo

Les puse de beber y me puse con ellos. El mediodía ya estaba vencido y me gustó ver a ese viejo que tan buenos ratos echó con mi padre. Es casi clavao, el cabrón...sólo que él, siendo más viejo, todavía sigue vivo aunque hoy, ya siete meses después de la última vez que lo vi en el funeral de mi padre, lo he visto más deteriorado. Se nota la puta muerte, joder, se nota...

- Yo me acuerdo mucho de tu padre, Kufisto -dijo el viejo-, sí...Cuando iba por ahí, por el bar de mi barrio con tu tío...Me acuerdo mucho de él...De su Athletic y tal...Como nos reíamos...Joder...Iba con tu tío. Ahora lo veo pero es como si no estuviera a gusto, se va enseguida...
- Sí, mi tío está como pollo sin cabeza, el pobre.
- Sí...qué lástima, coño
- Pues sí. Es una lástima.

El bar es el mundo. Y el mundo se va muriendo mientras nos reímos.

Estos se fueron y llegó otro. En la acera de enfrente un coche de la Guardia Civil estaba reteniendo a un tío. Salí a fumar y miré bebiéndome una cerveza. El colega de adentro tenía ganas de hablar por primera vez en un año. Supongo que estaría medio pedo. Nos puso por las nubes y más allá. A la gente le encanta nuestro bar.

- ¡Coño, como te llamas, hostias!
- Jorge
- Yo soy Kufisto
- Joder, coño, Kufisto, si es que sois la polla, los mejores...
- Pues sí, lo somos, pá que nos vamos a engañar...
- ¡No, de verdad! que yo ando pá allí y ando pallá y no hay un bar como el vuestro, joder...
- Gracias
- Nonono...De verdad te lo digo, Kufisto...
- ¿Como te llamas tú, joder? Vienes viniendo por aquí un año y todavía no sé como te llamas
- ¿Jorge?
- Bueno, pues yo soy Kufisto
- Ya, si ya sé que eres Kufisto...

El bar es el mundo. El bar te reconoce. Kufisto puede tener un mal día pero luego se le va.


El bar es el mundo que espera, el mundo que aguanta, el mundo que trae y el mundo que lleva; el mundo de las fiebres gatunas y el del padre que no te conoció más allá de atarte los cordones, el de tu puerta abierta a una gata callejera y cerrada a toda que no lo intente, el de la...


El bar es el mundo. Sí, lo es.


Y esta hija de puta de gata me está jodiendo otra vez...

miércoles, 18 de octubre de 2017

OSCAR

De frente estrecha y mirada fija, pequeña cabeza y sonrisa torcida, Oscar era uno de esa clase de tipos a los que la gente prefiere evitar aún sin conocerlos.

Cuando tuve que tratarle él andaría por los treintaipocos. Ya estaba divorciado y su hijo vivía con la madre. Por entonces andaba de pastor, cosa que casi podría advertirse a simple vista por su cara curtida por el sol. Extraña cara aquella, pues pareciendo mayor de lo que en realidad era seguía conservando un acusado tono jovial, travieso, que unido a su pequeña estatura y a la falta de corpulencia habría podido llevar a error a cualquiera que pensara vérselas con él: hay lobos que a la hora de la verdad maúllan y gatos que llegado el momento rugen. Y Óscar era uno de estos.

En el viejo bar todos lo conocían menos yo. Venía poco y siempre por la tarde, a la hora del café. Llegaba, pedía el suyo y se quedaba ahí, solo, acodado en la barra con su sempiterna media sonrisa, mirando a los viejos jugar a las cartas. A veces se sentaba con ellos como mirón. Y si algo no le había cuadrado una vez finalizada la partida lo decía bien alto, con aquella voz brutal tan acostumbrada a tratar con bestias. Los viejos no solían hacerle mucho caso y empezaban otra tras el breve intercambio de comentarios. Se jugaban cuatro perras que según como y de qué manera parecían millones: el orgullo de un hombre es lo último en morir; como si tu sombra, ya tan alargada por el sol de poniente, se riera de ti desde el otro lado del seco canal, quince o veinte metros más allá, viendo tu pesado andar mientras ella se desliza entre tierra, hierbajos y chinarros tal que tú cuando tenías diez años y no había más sombras que las chinescas de tu abuela en la pared de su dormitorio...Luego se apagaba la luz, todo era sombra y había que dormir.

Oscar llegó una tarde y me vio con el tablero de ajedrez.

- ¿Juegas al ajedrez, Kufisto?
- Sí
- ¿Y estás jugando solo?
- No, coño -dije yo- Estoy viendo una partida de maestros

Me miró extrañado, como sin comprender.

- ¿Echamos una? -dijo
- Vale -dije. Y se sentó conmigo en una de las mesas de la terraza del bar.

Le gané varias veces. No jugaba del todo mal. No tenía ni idea de teoría pero tampoco hacía jugadas estrambóticas. Era como si tuviera claro que las piezas están para algo, no de adorno. Y él las desarrollaba y las ponía en marcha, aunque no siempre en las casillas correctas. Pero les daba vida, que es lo que hay que hacer aunque no sepas como lo hicieron otros antes que tú.

- ¿Pero ese sabe jugar al ajedrez? -me preguntó mi tío, con aquella pachorra que tenía, una vez que hubimos acabado.
- Pues sí
- Anda con Dios...¿y te ha ganao?
- No, coño
- Ahhh...-y dio como un suspiro de alivio. En los pueblos se suspira mucho.

Oscar se picó y empezó a venir más a menudo al olor del tablero. Se olvidó de los viejos y se venía conmigo. Había una hora en la que podía dedicarme a ello y eso hacíamos. Trabamos una cierta amistad. Yo no lo veía tan malo como lo veían los demás. Jugábamos y charlábamos. Sí, podías sentir su mala leche, su mala follá, pero jamás me montó ningún número como a veces lo hacía con las partidas de cartas de los viejos. Él perdía una y otra vez, yo le explicaba donde se había equivocado y volvíamos a jugar. Y cada vez me costaba más.

Hasta que una tarde me ganó.

- ¡Te gané! -dijo- ¡TE GANÉ! JAJAJA...

Me alegré, de verdad lo digo. Me alegré porque me ganó bien, sin concesiones por mi parte. Pero cuando vi la cara de mi tío ante las exclamaciones de Oscar fue como ver a mi maestro de Matemáticas cuando le dije que iba a escoger Letras Puras en BUP.

Después de aquella derrota jugamos poco más. De hecho no sé si volvimos a jugar. Ahora que lo pienso creo que no. Ganó y se retiró. Como Fischer.

Luego yo tuve una mala racha en la vida y volvimos a encontrarnos en algunos tugurios que jamás hubiera pisado de no ser por estar como estaba. Y a no ser por él no hubiera salido con bien de alguno de ellos.

Una noche, hace años, ya en el nuevo bar, Oscar apareció bien pedo. Hacía tiempo que no lo veía y más´que hubiera deseado no verlo. Estábamos a punto de empezar con el jaleo de las copas del sábado noche.

- Hola, Kufisto
- Hola, Oscar

Fue la primera vez que lo vi borracho. O la primera en verlo sin estarlo yo.

- Ponme un cubalibre

Se lo puse. Él se acodó en mitad de la barra y empezó a soplar. Intenté ignorarlo pero él tenía ganas de hablar. Seguía teniendo aquella voz brutal, bestial, impropia de aquel cuerpo, como el de un gato con lengua de dragón.

Llegó la gente. Subieron mis pulsaciones. Todos le hacían hueco; ninguno le atosigaba. Era como si llevara un letrero sobre la cabeza. "No tocar" "Don´t touch"...

Fui a mear y al salir le vi hablándole a una niña de diez años que esperaba su turno en el servicio de señoras. Era la hija de una clienta, una tía más flamenca que Rocío Jurado con veinte años. No me dio tiempo a hacer nada cuando llegó su madre y la cogió para llevársela.

- Me gusta tu hija -le dijo Oscar a la mujer
- Sí, jajaja...-respondió nerviosa ante mi más absoluta estupefacción.
- Me gusta...

El miedo hace cosas increíbles.

La madre cogió a su hija y se la llevó.

- Oscar, no me jodas -le dije
- Quéee...
- Que no me jodas

Volvimos a nuestros puestos. Nos dejamos estar. Hay veces que tienes que hacerlo así. Hay veces que tienes que hacerlo así...

Se quedó hasta el cierre, hasta que mis hermanos se fueron por indicación mía y yo hice la caja.

Nos bebimos la última y cerramos el bar.

Ya en la calle me dio otro abrazo. Y arrancando mi coche con el Highway Star lo oí:


- ¡KUFISTO!
- ¡QUÉ!
- ¡¡¡YO TE GANÉ UNA VEZ AL AJEDREZ!!!


Sí.


Y ahora que lo pienso bien creo que me dejé.






miércoles, 11 de octubre de 2017

EL LOBO MESETARIO

Un tiarrón vestido de mujer fue el primer cliente del nuevo día que estaba amaneciendo. Pidió una cerveza mejicana y un chupito de tequila. "¿Me lo puedo llevar? Vivo ahí enfrente, luego te lo traigo" Le miré, lo vi cansado y le dije que sí. Sacó un paquete de tabaco con el cambio que le devolví y salió del bar con su compra.

Ayer lo vi por primera vez. Vino al bar a eso de las dos de la tarde y se sentó en la terraza junto a una chica menuda, sudamericana también. Pidieron dos cafés con tostadas. "Piso de enfrente" pensé. Allí duermen y hacen sus extras, aunque el trabajo serio lo desarrollan en un club de un pueblo cercano, tal y como me explicara una jefa hace unos meses, una chica joven que era la encargada de traer y destraer al personal y la depositaria del dinero que iban ganando. Venía a tomar café por la tarde, cogía un taburete y se sentaba a mi lado. Supongo que le gustó mi tranquilidad. Entonces empezaba a hablar y yo a escuchar. Hablaba mucho, rápido y gesticulando sin dejar de mirarte a los ojos nada más que para recordar algo. Contaba historias del club, de su vida, del novio que tenía en la cárcel y de los chulos que había tenido que ir a visitar a la comisaría. También me habló de una casa que se estaba haciendo en la costa y del hijo que cuidaba su madre. Le daba a todo pero decía controlarse desde la meningitis que hacía un par de años la había tenido postrada en cama durante casi uno. Un leve gangoseo al hablar era una de las secuelas que le había dejado. Ella era buena pero dura, decía. Me invitó a su cumpleaños, creo que el 34. Aquella tarde se pasó por el bar en compañía de un par de chicas, dos travelos y dos muchachos. Bebieron algo y pronto se fueron. Estábamos solos y ellos tenían ganas de fiesta.

- ¡Luego venimos por la noche, Kufisto! -me dijo ella- ¿estarás por aquí?
- No sé, no creo
- Ven, ven...

Poco después dejé de verla. Supongo que a ella también la trasladaron. La vida de esta gente es un continuo traslado. Con el dinero que ganan en un mes yo vivo seis. Pero los vicios, las medicinas y las hormonas nos igualan. Y el mundo que ven no es el que yo alguna vez quise ver.

Eran las tres de la tarde cuando salí a recolocar la terraza. Durante la mañana la ponemos junto a la fachada, bajo los toldos, y por la tarde, cuando llega la sombra, la dejamos en su sitio legal, un par de pasos más allá, al otro lado de la acera. Hay una ordenanza que no permite obstáculos a menos de dos metros de la pared por respeto a los invidentes pero bueno, se hace un poco la vista gorda y no pasa nada, aparte que yo ya tengo mi ciego oficial y controla bastante bien el tema a base de buenos bastonazos. Claro que también hay otra ordenanza que pone parecido impedimento sólo que a un metro de la calzada para que los coches puedan abrir las puertas y todo eso, pero bueno...si todas las ordenanzas se cumplieran escrupulosamente el Ayuntamiento no vería un duro. Y eso sí que no. Mejor hacerse el ciego y recaudar que ir pegando bastonazos y no sacar para las putas y los putos, la farlopa y el piso en Nueva York entre los aplausos y los vítores del personal.

"¿Cuanto tiempo llevo trabajando aquí? -pensé mientras le daba los dos pasos de todas las tardes a la primera mesa- ¿dieciséis años? ¿dieciséis ya?...Joder...ya llevo más tiempo aquí que allí. Cuando llegué aquí tenía veintiocho años. Ahora tengo cuarenta y cuatro. Dentro de dieciséis tendré sesenta y dos...Sesenta y dos...Me acuerdo en el viejo bar cuando yo era un chico e iba a echarle una mano a mi padre y a mi tío...Había dejado de estudiar y empecé a ir también durante los inviernos, no sólo los veranos con la terraza...¿qué tendría yo? ¿dieciséis años? Lo dejé en COU...sí, sería por ahi, más o menos...dieciséis años...Entonces yo llegaba con mi libro y me sentaba en la cocina después de preparar algunos pinchos para la tarde, cosa de poco, esto siempre ha sido cosa de poco...Después a leer mientras esperaba alguna voz desde la barra por alguna rara ración de algo...A veces me enfadaba, sí, jajaja...A lo mejor estaba en lo más interesante del libro y llegaba mi padre o mi tío y voceaban "¡¡¡UNA DE CALAMARES!!!", bien fuerte, para que lo oyeran hasta en la calle, si, jajaja...Y yo me cagaba en la puta, dejaba el libro, pillaba un manojo de calamares de los buenos y mis manos enharinaban aquellos maravillosos calamares antes de echarlos a aquella durísima freidora italiana...¿Qué leía yo entonces? ¿Hesse? Sí, casi seguro que era Hesse. El Siddharta, el Damian y todo aquello...¡El lobo estepario, sí! el lobo estepario...Luego lo leí y me pareció una mierda. Claro que todo lo que gustaba entonces ahora me parece una mierda, o casi...Y lo que no me gustaba, ahora lo echo mucho de menos...Yo estaba allí, en esa vieja cocina, leyendo todo aquello y haciendo gambas a la plancha y jamás pensé, jamás pensé, que veintiocho años más tarde iba a estar poniéndole una cerveza y un chupito de tequila a las ocho de la mañana a un tiarrón vestido de mujer...Aquello era algo circunstancial, nada más. Yo tenía talento, todo el mundo lo decía, los profesores los primeros...¿Qué pasó, qué pasó, qué pasó...?...Cuarenta y cuatro años...cuarenta y cuatro años...¿Recuerdas cuando en uno de aquellos locurones le dijiste muy serio a tu amado hermano que te ibas para Bilbao, así porque así? Al final no te fuiste a ningún sitio. Pero él si se fue después. Y aunque no fue a Bilbao, ahora trabaja en lo que mucho más tarde quiso estudiar y tiene una mujer y dos hijas...Hesse, Hesse...también a él le gustaba. A él le gustaba todo lo que a mi me gustaba. Yo era el mayor, yo era el mayor...¿Y mi padre donde estará? ¿y mi tío? ¿y toda aquella gente que ya no volveré a ver?...¿te acuerdas de aquel viejo cliente que esa noche, viendo el éxito que tenía el bar de enfrente, contestó suavemente a tu odio juvenil con aquella llamada a la calma y al buen sentido? Sí, sí, sí que me acuerdo...me avergoncé aún sin reconocerlo. Era muy buen amigo mío, muy bueno...me apreciaba...Yo sólo era un chico, sólo eso. Un chico que leía libros y eso, pero un buen chico. Después de todo yo era el primogénito de mi padre y él, amigo suyo, lo estaba pasando muy mal en su vejez por su mala cabeza anterior. Ángel, Ángel...llegaste a venir al nuevo bar. Fuiste de los pocos, poquísimos, que hicieron el largo paseo aún cuando tú ya estabas con el bastón que te ayudaba a andar. Poco después te moriste. Fui a ver tu tumba a algunos días más tarde. No tenías lápida ni nada. Tu nombre y tu alfa y omega, nada más. Yo iba a ver las de mi gente, con sus flores y sus mármoles, y siempre me pasaba a verte para rezar algo por ti. Y ahí seguías tú, a pelo. Ni tu mujer, ni tus hijos se gastaron más de lo imprescindible para enterrarte, Ángel. Hesse, Hesse...Hesse..."


Algo chocó con algo. El bastón de Paco había topado con las sillas de la mesa de la entrada del bar.

- ¡Me cago en la puta, Paco!
- ¡Qué!
- ¡Pero qué coño haces ya aquí!
- ¡Pues aquí estoy!
- ¿Y eso? ¿y la siesta?
- ¡Que hoy no ha habío siesta!
- ¿Pero qué te ha pasao?
- ¡Ná, que he discutío con mi madre! Vamos pá dentro, anda
- Anda con Dios...
- Sí, anda con Dios pero ponme un café


Pasamos y le puse su café con hielo y sacarina. Después me contó su historia.


Pero esta la dejo para otro día.

viernes, 6 de octubre de 2017

ESTRELLA FUGAZ

La muchacha entró al bar apartando la cortina metálica casi que con violencia. Por un momento se quedó allí, en la entrada, quieta, seria, con la cabeza un tanto baja y mirando al frente, hacia el muro azul que tapa los servicios y esconde las cajas de botellas vacías. Apoyado en él, mirando su teléfono, estaba un arquitecto que suele venir los viernes a tomarse unas cañas. Después de unos segundos ella dejó de mirar hacia allá, lo hizo fugazmente hacia el salón y vino hacia la barra encontrando sitio detrás del grifo de la cerveza.

La reconocí, aunque estaba algo cambiada. Llevaba el pelo muy corto. Parecía como si se lo hubiese rapado o algo. Iba maquillada como siempre, de una forma un tanto infantil: los labios de un rojo intenso y las uñas, muy comidas, del mismo tono. La noté más delgada que otras veces. Había perdido esos kilos que le sobraban y su carita resultaba agradable de ver aún estando enfurruñada. Tímidamente, sin mirarme a los ojos y después de dudarlo un tanto, pidió un café solo.

- ¿Puedes ponerme un pincho de tortilla? -me dijo
- Claro. ¿Así? -le dije enseñándole uno que venía a ser la tapa normal
- ¡Oh, no, no, no...! La mitad, la mitad

Se lo puse y la pobre rompió a llorar.

Los hombres que había a los lados dejaron de hablar. Uno de ellos le tocó suavemente el brazo y le preguntó si se encontraba bien. "Sí, sí..." dijo ella llorando a lágrima viva mientras dejaba ver unos dientes blancos, preciosos, que me llegaron al alma.

- ¿Qué te debo? -preguntó.
- Uno treinta

La chica buscó en su bolso y al final logró sacar un pequeño monedero. Me pagó como pudo y cogiendo el café y el pincho de tortilla hizo ademán de salirse a la terraza.

- Jesús -le dije al mismo que le había preguntado- Haz el favor de abrirle la cortina a la chica.

Jesús lo hizo y tuve la sensación de que hubiera podido abrírsela aunque hubiese sido de plomo. Los hombres no sabemos qué hacernos cuando una muchacha joven y bonita llora sin qué sepamos porqué.

Volví con el arquitecto.

- ¿Qué pena, no? -dijo
- Sí, una pena...-respondí- La conozco de otras veces. Creo que no está bien...ya sabes, de la cabeza y tal...
- Qué lástima más grande, joder. Dame fuego, anda, que voy a salir a fumarme un pito.

Se lo di y salió. Yo me hice uno, el primero del día y más para que no se olvidara de devolverme el mechero que por las pocas ganas que me había dejado la apocalíptica noche de ayer. Al salir estaba hablando agitadamente por teléfono y me supo mal pedírselo. Miré a la chica. Ya no lloraba. Pero no consigo recordar si estaba mirando su móvil u otra cosa que tenía entre las manos. No lloraba. No lloraba, ya está. Y me pasé adentro.

El arquitecto pasó y le pedí el mechero. Salí justo cuando la muchacha ya iba por la otra acera, mirando de vez en cuando hacia atrás. Me fijé en sus pantalones vaqueros, demasiado grandes, y en la cazadora de cuero que llevaba puesta a pesar de los treinta grados. La vi bajar la calle sola, como asustada, y un sentimiento de dolorosa ternura me colocó un nudo en la garganta. Tiré con asco el mal pito después de tres o cuatro caladas y volví al trabajo.

Mi turno acabó. Quedaba mucha tarde por delante y no era plan de pasarla en casa cociendo los restos de la resaca entre malos pensamientos. Me puse los pantalones cortos, una camiseta, la gorra y una botella de agua y salí a andar el paseo de castigo, el más grande y duro, el que reservo para esta clase de días.

A mitad del camino me acordé de ella y no dejé de pensar en lo que había pasado. Una tras otra pasaban canciones de Led Zeppelin mientras yo no hacía más que darle vueltas al asunto. ¿Podría haberla ayudado, hacer algo por ella? De entrada podrías no haberle cobrado el puto café, capullo, aunque quizá ella se hubiese atorado todavía más. O puede que preguntarle si podías hacer algo por ella, lo que fuera, cualquier cosa, hasta la más jodida: "¿qué te pasa, hermosa? por favor, dímelo, dime por qué lloras, quien te hace llorar, qué te hace llorar, dímelo, por favor...haré lo que sea por ayudarte, tú sólo tienes que decírmelo y verás qué pronto acabo con tus lágrimas...¿estás sola? ¿te has quedado en la calle? ¿quieres venirte a mi casa?...no, por favor, no te confundas, no quiero aprovecharme de ti ni nada de eso, sólo quiero ayudarte, ayudarte...no quiero verte llorar...no quiero que vuelvas a llorar...tengo una gata en casa, una gatita pequeña que recogí hace dos semanas, seguro que te gusta...aunque tiene las uñas muy largas y hay que andarse con cuidado...tengo poca comida en el frigo, pero compraré lo que te guste...tú dormirás en la cama grande, si quieres con la gata para que te haga compañía...yo ya dormiré donde sea...me levanto temprano...te dejaré unas llaves de casa por si luego te apetece salir...luego volveré y comeremos algo...si quieres iremos al cine o a cenar algo por ahí...lo que tú quieras, lo que tú quieras...¡Oh, joder, no haberle dicho todo esto cuando has podido, imbécil! siempre te pasa lo mismo, siempre...¡ahora estará por ahí, sola, asustada, temiendo que cualquier cabrón le haga daño, que cualquier hijo de puta intente abusar de ella! ¡Santo Dios, qué malo soy! Ojalá la viera ahora, ojalá la viera ahora..."

Bajando un puente encontré a un enorme gato muerto reventado a un lado de la carretera.


Cincuenta metros más tarde pensé que hubiera estado bien sacarlo de la calzada para que ningún otro coche lo reventara más por muy muerto que estuviera. Por un momento hice el amago de volver atrás. Pero seguí adelante.


El sol estaba declinando rápidamente hacia su ocaso. A lo lejos se veía el pueblo. Pronto estaría de vuelta a él.


Llegué. Vi gente paseando, sentada en los bancos, montando en bici o corriendo, hablando entre ellos o con los auriculares puestos, para arriba y para abajo, por los lados, en coche y en moto, en camiones, en sucios talleres y en la entrada al cementerio, en la amplia avenida llena de árboles y césped bien cuidado, en sus limpias aceras, en sus bonitas casas, en el Polideportivo, en el parque y en su merendero lleno de familias celebrando algún feliz acontecimiento, en los niños corriendo y jugando, riendo salvajemente, en la arteria principal y su frenético circular del inicio del fin de semana, en los bares y sus terrazas, en las tiendas y sus reclamos, en todos aquellos colores, en todo aquel ruido blanco...


Y no la vi.




jueves, 5 de octubre de 2017

UN LOCO EN EL BAR

- Buenos días -dijo
- Buenos días -dije
- Una copa de anís con hielo; Castellana, por favor

No he conocido ni un sólo bebedor de anís que no sea un borracho o peor. Cogí un vaso de tubo.

- En copa si no te importa, gracias.

Miré por donde los vasos de las cañas y encontré la única copa que guardamos para tales menesteres: el anís y su primo hermano el coñac ("la coñac") dejaron de ser por aquí los amos del cotarro cuando ya en tiempos de mi padre empezaron a entrar el ponche y el pacharán. Y ni os cuento con la llegada de los licores de hierbas y cremas de orujo: cero. O casi cero. Pero la pequeña coma está reservada para los más perdíos de la vida.

Cogí la botella de Castellana y le eché una copa.

- ¿Seguro que es Castellana?

Esta es otra. No es sólo que sean los más borrachos, sino que no sé qué les pasa que no pueden con otro anís que no sea el suyo: o el que beben, o nada.

- Sí, es Castellana -le dije enseñándosela. La Asturiana es muy parecida, de ahí sus reticencias.
- Ah, vale, vale...perfecto.

Le miré. Parecía aún más jodido para la edad que parecía tener. De seguro era un enfermo de hospital o algo semejante.

Y efectivamente lo era, pero no él sino su madre.

- Estoy en el hospital con mi madre -dijo ya en la distancia que hay entre el grifo de cerveza y el ordenador
- ¿Ah, sí?
- Sí. Un linfoma.
- Vaya, lo siento.
- Sí...oye, ¿sabes donde hay por aquí un sitio para comprar periódicos o revistas?

Se lo indiqué mientras de reojo miraba lo que había dejado encima de mi barra: un número de Año Cero y un libraco sobre no sé qué de los Espíritus.

- Muchas gracias, Maestro -dijo

"¿Maestro?" ¿yo? ¿Maestro? Cuando alguien que te ve por primera vez te dice maestro, o es gitano o está loco. Y este no tenía pinta de gitano.

Insistió en hablar. Tenía muchas ganas. Yo había acabado de dar los desayunos y estaba en el impass hacia las cañas. Él no paraba de llamarme Maestro y yo de asentir. Me fijé en una oscura mancha bajo su pómulo derecho, en su extrema delgadez, y pensé que ese tío no podía estar bueno ni aunque yo fuera sordo. Finalmente tuvo que irse a cuidar de su madre.

- ¿Das de comer, Maestro?
- Bueno...algo parecido
- Pues ya está, luego vengo
- Vale
- Adiós, Maestro
- Adiós, adiós

Llegó mi hermano de sus vacaciones. Nos besamos y me dijo que vendría un poco antes de mi habitual salida, cosa que interiormente celebré. Todavía tenía tiempo para medio currarme mi comida y eso hice. Cuando la gente llegó por sus cañas y vinos yo ya tenía mi posterior papeo listo para echarle un poco de pimentón picante y estrellarle un par de huevos.

También se dieron bien las cañas, cosa rara, que en la siempre incómoda silla de los bares cuando no te falla una pata te falla otra y cuando no, las cuatro.

Estaba recogiendo. Llegó un amigo, un guardia civil. Le puse una caña y me dio un melón que le sobraba. Hablamos algo del tema catalán. Me eché la primera cerveza. Se fue a recoger a sus hijos y justo estaba por hacer lo mismo con mi bar cuando volvió a venir Jesús.

- Aquí estoy, como te dije
- ¡Hombre! -dije yo poco menos que viendo "Apocalypse Now" en Telecinco-...¿qué tal tu señora madre?
- Pues mal, mal...Dame un vino y un bocadillo de tortilla
- Venga, vamos

También me jodió con el vino. Quería un Rioja y esto es La Mancha, LA-MAN-CHA.

- Rioja, 0- Lamancha, 3
- ¿Qué?
- Que no tengo Riojas
- ¡Bueno, pues ponme uno bueno, Maestro!

Le puse uno y un buen bocadillo de tortilla. La venida de mi hermano me había alegrado el día y en fin, las cuatro de la tarde no son las seis cuando has abierto a las siete y media, ni mucho menos. Me eché otra cerveza y me olvidé de comer más o menos como Julio Iglesias se olvidó de vivir.

- ¿Maestro?
- Qué
- ¿Quien ha hecho esta tortilla?
- Mi hermano pequeño
- Pues luego le dices que esta buenísima
- Vale

Terminé de recoger hasta los toldos. No le perdí de vista mientras lo hacía. Recoloqué la terraza y pasé para adentro.

- Maestro
- Qué
- Que puta es la vida

Y empezó a contarme la suya.

- ¿Como te llamas? -dijo
- Kufisto
- Yo me llamo Jesús
- Estupendo
- Tengo el VIH. Una amiga me lo pegó hace casi veinte años. Una amiga de la infancia, no creas...Me lo dijo algún tiempo después, cuando se lo detectaron a ella, o eso me contó...El caso es que me hice las pruebas y di positivo...Nos fuimos de acampada y tal...en fin. Yo creo que no lo sabía, que me dijo la verdad
- Claro
- Sí...Mira, estas son mis medicinas -dijo sacando un paquete de su bolsa. Las miré. Eran pastillas- Setecientos pavos
- ¿Setecientos pavos te cuesta esto?
- No, Maestro, esto lo paga la Seguridad Social

Me eché otra cerveza. Pasé de lavarme ya ná.

Sus hermanos, tres, querían echarle de su casa, de la de sus padres, una a la que fueron cuando se largaron de Entrevías para irse a un pequeño pueblo de La Mancha.

Y ya, el medio comido y yo sin comer más que cerveza en vistas de mi próxima liberación, empezamos a hablar.

Sus hermanos eran unos hijos de puta, de entrada: querían vender la casa y dejarlo en la calle cuando muriera su madre.

- Joder, ya les vale -dije yo
- Pues sí, así es, Maestro
- Kufisto
- Ku qué
- Que me llamó Kufisto, ya te lo he dicho antes -dije
- Ah, perdona...No me acuerdo bien de las cosas
- Ya
- Pues eso, Maestro, que cuando mi madre murió hace tres años...
- Espera, espera, espera, espera...-dije yo ya en modo qué me estas contando- ¿pero no estás diciendo que tienes a tu madre ahí, en el hospital, medio muerta con un linfoma...qué cojones me estás contando?
- No, no, nonono, no es mi madre...Es una puta
- ¿Una puta?
- Una puta
- La madre que me parió...Voy a echarme otra cerveza
- Te invito yo a esta, Maestro
- ¡Pero qué coño me vas a invitar llamando madre a una puta, Jesús!
- Que no, que no, que ha sido un error, Maestro...
- Me llamo Kufisto, joder, que ya te lo he dicho cuarenta veces.
- No...mi madre murió hace tres años, sí, pero esta mujer me salvó la vida cuando estaba allí, en Entrevías...
- Vale, vale...

Lo había desvirgado. Luego él se quedo tirado, ella lo recogió, sin su ayuda seguro que estaría muerto...y ahora era él quien estaba cuidándola. Todo muy dostoyevskiano. Pensé en pasarme al whisky pero me eché otra cerveza. La cosa se calmó un poco.

- ¿Crees en los extraterrestres, Maestro? -dijo

Lo miré. Evidentemente estaba jodío, tenía el SIDA y cuidaba de una puta moribunda de 57 años.

- Eso es muy relativo -dije
- ¿De qué?
- De que si te crees que el Universo es infinito como dicen, pues sí. Pero sino, no
- No te entiendo
- Ni yo me entiendo.
- ¿Sabes, Maestro? Yo tengo varios libros editados
- ¿Qué?
- Sí, libros, libros que dicen la verdad; qué es lo que va a pasar y todo eso...Me pagan por ello
- ¿Que te pagan?
- Sí, sí me pagan...
- Pues yo también escribo y nadie me ha pagado nada nunca.
- ¿Y qué escribes?
- Mi puta vida

- Maestro
- Qué, joder. Y me llamo Kufisto
- ¿Juegas al ajedrez?
- Pues claro
- Tengo un amigo...Apostamos pasta y le gano. ¿Tienes un tablero?
- Lo tengo, pero no voy a jugar contigo. Mi hermano está a punto de llegar y voy a irme a mi puta casa.
- Qué lástima -y empezó a contarme el mierda mate que hace un par de meses le había dado al del bar de abajo.

"Dios, te follo vivo" pensé

- ¿Cual es tu ajedrecista favorito? - le dije
- Bobby Fischer -dijo


Y entonces llegó mi hermano y le di gracias a Dios por adelantado.