sábado, 19 de diciembre de 2020

RED

Los chiquillos, ya del todo desatados, hicieron del bar otra habitación de juegos. Tal que el santo al que Zaratustra encontró en el bosque al bajar de su montaña, corrían, gruñían, reían y lloraban como arrebatados por el dios de los niños. La más pequeña, de apenas dos años, una criatura que parece una manzana riente, a veces se sentaba junto a la madre para bailar sobre ella un vídeo de Youtube. La puerta del water de señoras, heroica, soportaba como podía las continuas idas y venidas del resto. En el salón, junto al ventanal, en una de las dos mesas altas, dos maduras parejas tomaban sus consumiciones de todos los sábados como si esta vez estuvieran esperando la llegada de Hércules Poirot. En la otra dos parejas más con una niña pequeña que finalmente también fue poseída de la furia, pues reconocía en ella a los amiguitos del lejano barrio donde todos ellos duermen, pero no tardaron mucho en irse. Y a la izquierda, en la gran mesa alta del fondo, junto a la pared donde hace muchos años estuvo la bendita máquina de dardos, una solitaria y taciturna pareja de jubilados quizá se preguntaban la razón o el motivo que les había impulsado a salir también hoy de su cercana casa siendo como era un frío mediodía lleno hasta los topes de nubes amenazadoras. Y por primera vez en los tres o cuatro meses que lleva viniendo eché de menos al viejísimo médico cascarrabias del solitario café y el vaso de agua, a ese que se sienta en la única mesa baja disponible para leer los periódicos en modo biblioteca, a ese a quien cuando llega el fin de semana y para liberar la única mesa baja del salón le insto de buenas formas a hacer lo suyo sobre una de las pequeñas mesas de apoyo que tenemos casi al lado de la gran mesa alta del fondo, cosa que ni a él ni a nadie le importa mucho de momento mientras tenga disponible una silla en la que sentarse.  Pero...¿donde está Dios cuando se le necesita?

Eran las dos y media de la tarde cuando empezó a llover de verdad. La pareja del fondo se marchó enfurruñada, quejándose él de haberle hecho caso a la mujer y venir hasta aquí en un día como hoy, y encima andando, sin la compañía de los amigos de siempre y sin paraguas. Ella sonrió aburridísima. Y entonces fue que salí a la puerta del bar para fumar un cigarrillo y ver la lluvia caer. Pero allí también estaba él, el todavía joven abuelo de una de las cuatro criaturas. Claro está, tuvimos que hablar mientras fumábamos. 

Empezamos, empezó, por lo obvio: el marmitako que yo había cocinado durante buena parte de la mañana y del que tanto sobró. Alabó brevemente su sabor, no hizo pregunta alguna, y enseguida pasó a explicarme pormenorizadamente lo que ellos tenían preparado para comer. Luego llegó el virus y su determinación a ponerse la vacuna en cuanto esté disponible. En esas estaba cuando sentí un buen sobe en el culo. Era ella, la madre de los otros tres niños. 

- Cada vez tienes menos culo, Kufisto -

Normalmente se conforma con palparlo a modo de broma, pero hoy se recreó, sin duda animada por el par de litros de cerveza que ya llevaba en el cuerpo. La dejé hacer, el abuelo dijo algo, tiré el cigarrillo consumido y volví para adentro.

- Vente con nosotros cuando salgas -me dijo-
- No -respondí-
- Cobarde -

Se fueron. Recogí. Me eché una cerveza. Eran las tres y media. Una hora más y también yo estaría afuera.


Cambié la música. Quité el jazz para poner a los Motorhead. Cogí el vaso y me fui al ventanal.

Llovía bien. Llovía sobre el charco formado ante el reductor de velocidad del paso de cebra. Me fijé en los perfectos círculos que las gotas de lluvia dibujaban al ir cayendo las unas cerca de las otras antes de la llegada de los desastrosos neumáticos. Y viendo la forma que creaban al caer sobre la tierra recordé algo que hace muchísimos años me dijo un viejo que conocía la lluvia.

"Llueve bien" pensé.


Apuré el vaso, fui a la barra, cambie a techno y regresé al ventanal con otro vaso de cerveza en la mano.


Sí. Llovía bien.


De puta madre.





sábado, 12 de diciembre de 2020

DE LOS PLANEOS

El plan, el penúltimo plan para pasar la tarde, era llegar a casa, tomar un baño, cenar cualquier cosa, leer una novela e irme a la cama. Poco antes había desechado algunas alternativas, todas ellas relacionadas con un molesto dolor muscular que ya me avisó en la tarde de ayer. Hoy no habría lugar para la tabla de gimnasia ni, mucho menos, para ningún paseo que por otra parte y desde hace bastante tiempo me cuesta un mundo dar cuando ha anochecido. Otras posibilidades como llamar a alguien para salir a tomar algo o simplemente salir a tomar por mi cuenta y ver qué hay por ahí ni las contemplo. Bueno, tampoco era tan mal plan: estaría solo, a mi aire, haciendo cosas que no me disgustan y de paso me lavaría las greñas. Hoy mi tío me dijo con un cierto tono de enfado que ya iba siendo tiempo de que me las cortara, que me hacen más viejo, que esto y lo otro...Yo, un tanto sorprendido por la ruptura de nuestro tácito pacto de no hablar más que del tiempo, apenas dije algo por no dejarle con la palabra en la boca, una cosa como "qué se la va a hacer", después de todo tengo casi 50 años, él ya no cumplirá los 70 y se sigue tiñendo como ala de cuervo la corona de pelo que tiene por cabellera y los cuatro pelos de arriba. Por un momento pensé que iba a decirme algo acerca de lo poco que le gustaría a mi padre verme así, cosa que probablemente fuera cierta, pero murió hace casi cuatro años y no creo eso sea razón de peso. Puede que él, mi tío, lo eche más de menos que yo. Siempre lo tuvo por una especie de hermano mayor. Eran muy diferentes, discutían casi todos los días pero siempre iban juntos. Mi viejo era de otra manera. De entrada no era calvo, estaba gordo, tenía bigote y su lema bien podría haber sido "vive y deja vivir", ¡como no serlo habiendo sido padre de cinco hijos!, diría él. Tenía muy claras sus cuatro ideas pero no por ello trataba de imponerlas. Quizá su facilidad para la vida fue la que pronto le enseñó que lo contrario era una total pérdida de tiempo, siempre y cuando los suyos fueran por unos márgenes más o menos razonables. Pero de puertas para afuera no le hacía la cruz a nadie que no fuera un absoluto desastre. Esto también puede ser que tenga que ver con nuestro oficio, con ser hosteleros. Y con la experiencia, que lo suyo le costó ir por la vida sin esconderse. Pero una cosa es no esconderse y otra mostrarse ante cualquiera y a cualquier precio. Sí, yo creo que mi padre acabó siendo sabio a su manera. 

Dylan cantaba en nuestro bar sus canciones modernas, las del 90 para acá, las que más me gustan, las que siempre pongo cuando tengo ganas de escucharlo, las que no tienen la jodida armónica. El Dylan del "Desire", ese es mi punto de partida. Todavía entonces le daba al tema, pero poco a poco fue dejándola a un lado, como la política. Otro que aprendió. 

Eran las tres de la tarde y yo seguía tan relajado como lo había estado durante gran parte de la mañana. Había empezado el día con una cierta pesadez de espíritu, como quien ha pasado la noche soñando cosas extrañas e inconscientemente aún cabalga en ellas. Los sueños, mis sueños, son cada vez más estrambóticos, más extremos, pero, cosa rara, desde que han tomado ese cariz tan acusado estoy en ellos más tranquilo, más seguro, menos temeroso. Hoy, por ejemplo, vi venir un perro furioso hacia mi y no me moví del sitio. Vi la sombra de alguien que lo había soltado. Estábamos en el campo. Recordé que no hay que mirar a los ojos de las bestias y continué mirando lo que estaba mirando. Lo esperé oyéndolo ladrar hacia mi, sintiendo su alocada carrera, pero no como uno paralizado por el miedo, no, sino como quien está ahí parado en el sitio porque ya estaba parado en ese mismo sitio. El perro llegó hasta mi, calló y luego desapareció. 

Hasta el mediodía estuve sin parar de preparar cosas para el aperitivo. Un gran guiso de patatas con bonito, calamar y mejillones estaba dispuesto. En el último momento, cuando ya estaba apartado y gracias a la llegada de unos clientes, se me fue un tanto el calor remanente y algunas patatas más de las debidas se deshicieron. Con todo, seguía teniendo un aspecto estupendo. Puse una bayeta fría bajo la cacerola, me rulé un cigarrillo (¡el segundo!) y salí afuera a darle unas caladas.

La mañana era magnífica. Un sol primaveral iluminaba la escena. Yo ya estaba bien, muy bien, y verlo me hizo recordar algunos buenos momentos andados bajo su luz. Él me ha regalado muchos buenos momentos en mi vida. Instantes de felicidad, de una alegría arrebatadora que incluso me llevaban a saltar y gritar. Una vez, escuchando por los auriculares el final de la Novena, me pasó en la avenida principal del pueblo. Pero las más eran en sus afueras, amaneciendo, lejos de todos; entonces dejaba de oír lo que fuera que iba oyendo, me quedaba quieto y con los ojos entornados lo miraba elevarse un día más. ¡Cuanto bien me hizo! ¡cuanto dolor anestesió en mi vida!

El guiso quedó casi entero. Apenas serví cuatro o cinco cazuelas. La mañana fue floja. A veces pasa. La sombra llega muy pronto a nuestra pequeña terraza y entonces hace frío.


Quité el jazz que suelo poner durante las horas de las cañas; un jazz moderno, suave, uno que no molesta, y volví a poner al Dylan de los desayunos de estos últimos días. 

Eran las cuatro de la tarde y yo, medio escondido junto a la cafetera, ya había decidido qué hacer con el resto del día que me esperaba media hora después cuando uno llegó al desierto bar y pidió un café floreado, un café de nombre estúpidamente largo, de esos que un hombre jamás pediría. Le llevé su café con una gota, ¡una gota!, de leche, sacarina e hielo y regresé a mi rincón para seguir escuchando el "Tempest" de Dylan.

Y entonces fue que empezó a sonar "Tempest", la canción que da título al disco.


Y mientras, casi con lágrimas en los ojos, escuchaba esa tremenda canción sobre aquella tragedia pensé:


"¿Y por qué no escribir yo algo?"


Y eso es lo que al final he hecho.









domingo, 6 de diciembre de 2020

NO TE PREOCUPES

 Uno fantasea con la historia que algún día vendrá. Y luego, cuando estás en ella, nada es como te pareció que sería.

Miguel llegó solo al mediodía, sin la mujer ni los hijos por primera vez en mucho tiempo. Pidió una cerveza, se la puse y él empezó a hablar de películas, buenas películas aunque tampoco las mejores de los mejores. Estaba nervioso, como quien intuye que el otro sabe lo que hay detrás de las cámaras. Yo le seguí el juego; a fin de cuentas las pelis de las que él hablaba eran obras de algunos de mis directores favoritos. Estábamos solos en el bar y todavía había tiempo. Clint Eastwood, Stanley Kubrick y Quentin Tarantino aparecieron sin solución de continuidad hasta que al final, nervioso, se rindió a la evidencia. 

- No estoy bien con mi mujer...-dijo-
- Ya me enteré de la movida -respondí-
- ¿Así que lo sabes?-
- Algo me contaron-

Una bronca. Una de las gordas. Una noche de drogas y alcohol con un colega de parecido pasado que casi acabó como el rosario de la aurora. Una mala noche. 

Salimos a fumar. 

Y entonces fue que el sueño se desvaneció. Todas las buenas palabras, todos los consejos, todas las ideas que había pensado para ese momento fuéronse desvaneciendo tal cual intentaba decirlas. No había contado, por supuesto, con el dolor mental del otro aún pasadas tres semanas del suceso. En mi sueño todo era hablar yo y escuchar él; en la realidad todo yo me he transformado en una oreja, o casi: cuando uno está así de jodido, primero, antes de todo, lo que quiere es justificarse ante el amigo. Y me contó su justificación, bastante alejada de la que yo oí por muy diferentes bocas. Y para no herirle le dejé hablar una y otra vez de lo mismo. El sueño iba desvaneciéndose otra vez ante mi impotencia.

Pasó un coche todo follado pitando el claxon. Saludamos los dos aunque yo no lo reconocí. Echó el intermitente para aparcar en la calle de abajo. Y era uno que está mucho peor que él. La conversación se acabó, pasamos para adentro y ellos quedaron hablando de sus cosas.

Poco a poco el domingo fue tomando forma hasta llenar el bar casi al completo. Entonces vi entrar al viejo médico y recé porque se largara; apenas quedaba un recodo y no quería que fuese para él. Con todo, se vino a la barra, pidió su puto café y con una mirada le indiqué el único lugar disponible para ello, una mesa alta de veinte centímetros de lado y sin taburete alguno; pero él, con sus santos cojones, se fue a ella con El País, aunque un rato más tarde hizo la jugada que suele hacer y, tras sacar una silla de las amontonadas, fue a acoplarse en una mesita de apoyo. Me cagué en Dios pero no dije nada.

Sonia llegó con sus padres como todos los domingos. No se acercaba a pedir las cervezas y las tiré sin pensar, es cosa hecha; pero al dejarlas me dijeron que faltaba alguien por pedir, una chica que estaba hablando con otras e una mesa cercana.

- No te preocupes, Kufisto -dijo Sonia sonriendo- ahora te lo pide ella-

Vino a la barra y me lo pidió. Era la hija de su padre, del manchego, no como Sonia que es hija de su madre, de la francesa.

¡Qué diferencia!

Pero con todo y con eso no veía a nadie. Ni a Sonia. Una pesadez grande me inundó casi que por completo. Un asqueo dominical, un hartazgo de fin de semana, de fines de semanas, inundaron mi espíritu hasta dejarlo casi seco. Y me eché un vino y un poco de queso.

Y entonces vi a Sonia, delgadísima con su larga melena pelirroja. las piernas cruzadas en el taburete, tan natural, tan fácil, tan guapa...


Un paseo por París, un paseo abrigado. Una sonrisa eterna. Un hotel que espera. Un abrazo. Una mirada y un beso. Uno que toca Mozart con una flauta. Un olor a pan recién hecho. 




domingo, 29 de noviembre de 2020

EN EL RINCÓN

 La tipa reía y reía. Una risa escandalosa, una risa explosiva, una risa irritante. ¿Qué clase de tía ríe así después de cagar en un bar? "Gracias, cariño" dijo cuando les llevé el cambio de las primeras cervezas. Cariño. Sólo las putas te llaman hoy así. O las locas.

Llegaron sobre las tres y media. Apenas había otra pareja en el bar. Algo de jazz en el Spotify y mucho sopor en el espíritu. Ese último rato en el bar, esa última hora de la semana, se va cada vez más lentamente. "Acuérdate de todas estas horas -me digo mirando al frigorífico mientras le pego unas caladas al cigarrillo- cuando llegue el día de la recapitulación" Lo peor no es hacer lo que no quieres sino, encima, no hacerlo y tener que seguir estando allí. Es entonces, absurdo sobre absurdo, que el espíritu de la pesadez te deja contra las cuerdas. Y sólo la campana te salva de arrastrarte a tu bienamado rincón, ese que raras veces te ha ofrecido menos de lo que has visto fuera de él.

El tipo, un calvo escuchimizado de brillante y esquiva mirada, se acercó a la barra y pidió dos cervezas. Por quitármelo de delante le dije que ya se las llevaba yo. No me gustó. Dicen que uno crea su propia realidad, que recibes lo que esperas, que si das amor recibes amor y que todas las demás emociones siguen idéntico camino. Pura mierda. Tampoco es que tenga un ojo clínico; en mi hay poco de clínico. Es el tiempo, joder, el tiempo pasado allí, detrás de la barra, y la buena y natural desconfianza hacia lo desconocido lo que hace presentir la otra cara de lo otro.

La chica más hermosa que he visto en mi vida vino hoy con sus padres.

- Hola, Kufisto
- Hola, Sonia. ¿Qué tal?
- Pues aquí, como todos los domingos -dijo sonriendo con los ojos y la maldita mascarilla- 

Pidió las cervezas y esperó para llevárselas. 

- Ahora te las llevo yo -le dije para evitarle la molestia o cualquier incomodidad de estar allí, al otro lado de la barra, esperando que uno que bien podría ser su padre tire unas cañas desde el lado de enfrente; unas cañas que ella, llena como está de amor y dolor, sabe, seguro, enamoradas-
- Gracias

Estaba preciosa al dejarle los servicios. Jamás la he visto tan guapa. Se puso un poco nerviosa cuando fui a recoger la segunda tirada para dejar la tercera. Intentó alcanzarme algo y nuestras manos coincidieron en tiempo y espacio. Unas manos grandes, huesudas, blanquísimas. La pelirroja melena teníala caída hacia un lado. Sonrió otra vez sin mirar. Siempre sonríe, siempre...Pero cuando habla en confianza, cuando lo hace con su padre, a veces se pone seria y saca a relucir una inteligencia que emana de toda ella; y aún desde lejos y a hurtadillas se ve tan brillante como un sol. A veces un grifo de cerveza y cualquier gilipollas sediento te da la ocasión de recordar a ese dios al que le rezabas en tu infancia.

Cuando se despidió de mi llevando del brazo a su madre enferma ya llevaba otra vez la mascarilla puesta.

- Adiós, Kufisto-
- Adiós, Sonia-

Pasé a la cocina, encendí un cigarrillo y mirando el blanco frigorífico acabé por pensar en una operación a vida o muerte de riñón, pulmón, cerebro o corazón. Y yo tenía el único órgano compatible y se lo daba. Y ella, agotada por la enfermedad, me pedía que no lo hiciera y yo le cogía la mano sudada y respondía que no se preocupara, que todo saldría bien, que con un riñón o un pulmón de menos también puedo vivir, incluso sin cerebro, llevo casi toda la vida viviendo sin él, pero que sin verte a ti de domingo a domingo no puedo vivir, que mi corazón, a mis 47 años, dulce niña mía, es tuyo, y que si también lo necesitas aquí lo tienes, no esperes a un moribundo, que hay quien vive más una vez muerto que cuando estuvo vivo, y que, ¡oh, amada mía!, toda mi vida, toda mi existencia, todo lo que soy, todo lo que esperaba ser hace mucho tiempo y ya estaba como durmiendo ahora se despierta rugiente como un león cabreado, ahora que muere, y ¡oh, por favor!, déjame hacerlo, permítelo por ti y por mi, ¡sobretodo por mi (mentiría)!...Y entonces, por algún altavoz, sonaría el preludio de Tristán e Isolda y en su nota discordante ella diría agarrando fuerte mi mano:

- Bien, Kufisto. Hazlo-


Un sucio gordaco con pinta de pajillero llegó y se unió a la pareja de cerdos. Pidió un nestea. 


Y desde entonces hasta el final las risas fueron tan grandes y fuertes que todo se me olvidó.


Hasta que regresé a mi rincón.






viernes, 20 de noviembre de 2020

UN BUEN VIAJE

 No sé porqué pero al cuarto o quinto tono supe que no iba a coger el teléfono. Esperé hasta el último pensando incluso en dejarle un mensaje de voz al final, pero no tenía activado el servicio, cosa que tampoco sé porqué no me extrañó. "Bueno, aprovechemos el tiempo. Yo he cumplido" Y tiré con el coche hacia el centro comercial para hacer la compra del fin de semana. "Mejor ahora que esta tarde. Una cosa menos. Así tendré tiempo de aprovechar el sol"

Estaba entrando por la puerta cuando recibí su llamada.

- Hola, Gonzalo -respondí-
- Holaaa...-respondió una voz que con toda evidencia acababa de regresar del más profundo de los sueños. Yo no estaba seguro de que me hubiese reconocido. Era la primera vez que hablábamos por teléfono y de hecho tuve que añadir su wasap (nuestro medio de comunicación, digamos, "habitual" aparte del presencial) a mis contactos para hacer la llamada-
- Qué pasa, hombre. Soy Kufisto -le dije-
- Ah sí, Kufisto...
- ¿Oye, hacemos eso que dijimos?
- Sí, sí -respondió la voz- Dame un rato para ducharme y eso-
- Claro, claro...Yo estoy comprando. Una media hora o así, ¿vale?-
- Vale, vale-
- Te llamo cuando esté-
- Vale-

Eran al menos de las once cuando llegué al bar en busca de mi tabaco. Creí habérmelo dejado allí pero no. El que sí estaba era Gonzalo a medio camino entre la barra y la primera mesa alta, como quien no tiene claro donde ponerse, algo que por otra parte no es tan raro en estos días. En el salón uno de mis hermanos estaba reunido con unos proveedores. Saludé desde lejos y pasé a la barra.

- ¿No me he dejado aquí el tabaco? -le pregunté a mi otro hermano-
- No, no he visto nada

Miré y no vi nada. Después de todo tendría que estar en la bolsa que llevo al trabajo, en la misma donde poco antes había buscado, pero llevo tanta mierda dentro que no lo vi. En fin.

- ¿Bueno, qué? Vámonos -dije-

Y salimos del bar mientras pensaba divertido en la cara que debían tener mis hermanos al ver que el mayor había quedado con alguien como Gonzalo. 

- Bueno -dije-, yo tengo el coche en dirección contraria. Tira tú para allá y espérame a la entrada del camino-
- Pero vamos en el mío, ¿no?-
- No no no...Tira tú para allá y espérame.

Cuando di la vuelta todavía estaba él sin arrancar. Es un hombre tranquilo, Gonzalo. Cuando está bien.

Conduje rápido. En la avenida industrial que lleva al camino le di caña. Un par de badenes imprevistos, sin señalizar, (sobretodo el primero, hacía años que no pasaba por allí) por poco no me hicieron reventar el cárter. La mañana era magnífica, soleada, poderosa...¿como no pisar el acelerador? Recordé aquella vez, hará 25 años, en la que pusimos el Golf G60 de un amigo a casi 200 en esa misma avenida con el "Exit" de U2 atronándonos los oídos. Esta vez no pasé de 80. Tampoco mi coche corre a 200.

Bajé a esperarlo fumando un cigarrillo. Poco a poco fui quitándome ropa de encima. En verdad la mañana era allí aún más magnífica de lo que parecía. Acabé quedándome en camiseta. Vi venir un coche y al pasar a mi lado lo saludé creyendo que era Gonzalo, pero era un viejo que me miró como si fuese maricón. No respondió al saludo. Y fue en ese momento que en verdad parecía un maricón, ¿qué coño hacía allí, solitario, en zona casi mariconil, un coche parado a las once de las mañana con uno exhibiéndose cual pavo real a su lado? ¡Oh, Dios, no me jodas! ¡La madre que me parió!

Como a los diez minutos recibí una llamada de Gonzalo.

- ¿Donde estás, Kufisto?-
- Donde voy a estar, joder. Aquí, esperándote-
- ¿Pero donde?
- Pues donde quedamos. Aquí, al final de la avenida...-
- No, no, no...Espera que ya voy-

Joder.

Esta vez llegó pronto.

- Venga, sube. Vámonos en el mío- dijo-
- No. Cada uno en el suyo. Tira tú delante y te sigo-

Tiró casi a paso de abuela y enseguida llegamos al camino, apenas al otro lado. Yo había metido la jodida mascarilla en el bolsillo de la cazadora y casi que la eché de menos al ver la procesión que íbamos formando. Un maricón estaba esperando junto a su coche al final de la avenida correcta. Nos miró. "Me cago en la puta"

Gonzalo entró al camino de tierra a su marcha. En caminos parecidos a esos reventamos unos cuantos coches hace años. Bastantes años.

Y de pronto las ovejas. Un rebaño de ovejas. Estuvimos parados un rato que se hizo eterno. Y ya con vía libre el mamón de Gonzalo no se decidía a tirar. El pastor, un chico joven, le hizo señas para que lo hiciera pero él no se decidía, quizá asustado de asustar a esos animales. Los perrillos iban y venían tirando ovejas a la cuneta y ya cuando no quedaba ninguna nos miraban como si fuésemos tontos o maricones. Pité. Gonzalo tiró aún con más cuidado. El pastor nos vio pasar. Volví a acordarme de la puta mascarilla. El último perro, uno que había dejado baldada a una pobre oveja rezagada, me echó una mirada que no olvidaré.

Un poco más adelante, ¡una liebre!. La vi saltar y perderse como hacen todas las liebres. Gonzalo me llamó:

- ¿Has visto?-
- ¿Qué?-
- ¡La liebre! -dijo entusiasmado-
- Sí
- ¿Te has fijado en sus orejas?-
- (Me cago en Dios, ¿quien se fija en las orejas de una maldita liebre?) No-
- ¡Eran triangulares al final! ¡Una cosa extrañísima! ¿no lo has visto?-
- No, coño, tira-
- Joder...¡Triangulares!
- (¿Pero qué cojones?) Venga, tira.

Tiró. Un poco más allá, cuatro árboles mal plantados. Vuelta a parar en la cuneta. Esta vez se bajó del coche.

- Kufisto, ¿te importa si paramos en este bosque un momento? Quiero ver si la liebre vino de aquí-
- (¿Bosque?) No no no...A las doce tengo que estar de vuelta y no da tiempo. Vamos. 

Otra parada, esta vez al lado de cuatro piedras. Otra vez que se baja.

- Quiero enseñarte este dolmen -dijo-
- ¿Dolmen?
- Sí, baja -respondió con firmeza-

"Yo a las montañas subí, yo a las cabañas bajé"

Piedras. Algunas grandes y otras pequeñas. Ninguna encima de ninguna. El dolmen.

- Aquí hice un ritual -dijo-
- Sí-

Me explicó algo, no mucho, pues vio musgo en las piedras.

- ¡MIRA, KUFISTO!-
- ¿Qué?
- Aivá chaval...¡Mira que musgo!

Una cosa verde sobre las rocas. Estupendo. Creo haber leído algo del musgo en las novelas de Agatha Christie.

- Sí-
- Aivá chaval...-y se agachaba y lo tocaba. Y no sé porqué me dio asco-
- Gonzalo...a las doce tengo que irme-

Al final llegamos, como siempre que se llega al final aunque este no diste más de cinco kilómetros del principio, un mundo para mi.

Aquello era...más piedras. Muchas piedras. 

Ya en la parada anterior tuve que ponerme el jersey, pero allí pillé la cazadora y la bufanda mañanera. Con todo, hacía fresquete. Es increíble como cambia la temperatura en campo abierto.

Echamos a andar. Al principio yo detrás de él pero pronto cada uno a su bola, pues no hacía más que pararse a comentar cosas, rituales anteriores en compañía de alguna bruja, aunque él la llamó de una manera que no entendí. Que si aquí, en La Mancha, hubo mar, "¿pero prehistórico, no?", que rituales del fuego a los dioses, que otro dolmen que sólo él veía, que mira esto, "¿musgo?, "¡LÍQUEN!", que un trébol de cinco hojas que casi lo sacó de quicio...lo dejé y eché a andar entre las piedras.

- ¡HUELES EL AIRE, KUFISTO!- bramó-
- Sí, sí...

La verdad es que allí se estaba tan bien como en cualquier sitio en el que uno está solo. El aire era más ligero, sí, y aparte de piedras que mirar para no torcerte el tobillo el buen sol, mi viejo amigo, iluminaba toda la escena como quien tiene el frigorífico lleno de latas de cerveza. A lo lejos oía gritar a Gonzalo por sus nuevos descubrimientos. "Sí, sí..." Poco a poco aquel bosque de piedras, el fuerte silencio y la lejanía del otro hicieron vibrar a mi alma en su estrecha onda correcta. Sí, sin lugar a dudas, ese era un buen sitio.

Miré el reloj. Pronto tendría que irme de allí. Y eché a andar de vuelta.

- Vámonos, Gonzalo-le grité-

Él andaba recogiendo cosas del suelo.

- ¿Qué haces?-
- Hay que mantener limpio esto-

Postas, cristales, latas y algunas piedras maravillosas que se había encontrado.

- Toma, Kufisto. Este cuarzo para ti-

Cerca de donde los coches vimos la pelada calavera de un animal, de uno pequeño. Gonzalo se maravilló pero yo (tras un vistazo y su breve explicación de que era un pequeño depredador, un lobezno o así) seguí adelante, pues ya iba estando fuera de hora.

- Venga, Gonzalo- voceé

Y vino con las manos y los bolsillos llenas de postas, cristales, latas, piedras maravillosas y calaveras. 

Intentó abrir el capó del coche pero no pudo.

- Kufisto, por favor, méteme la mano en el bolsillo y ábrelo tú-

Se la metí, lo abrí y aquello era algo inenarrable de la mierda que allí había. Con todo y mucho cuidado fue depositando todo el material como si fueran explosivos.

- Bueno, venga, vamos -dije yo-
- Ku-fis-to -dijo él- ¿te importa irte tú solo? Es que yo tengo que hablar con mi padre...-
- Claro, claro -dije yo como un secundario de Lovecraft- Sin problema-

Arranqué el coche. Él tuvo tiempo para acercarse. Ya estaba todo dentro y bien colocado en su maletero.

- Kufisto- y me tendió su huesuda mano- ¿no te importa, verdad?
- Qué coño.


El regreso de un viaje siempre es mucho más corto. 


Y si se hace sobre arena y sin ovejas a la vista ya es algo casi orgiástico.

domingo, 15 de noviembre de 2020

TIEMPO

Sorprendido las confundí con un par de clientas que vienen a desayunar al bar los días de diario. Entre la mascarilla y la distancia me costó un tanto darme cuenta de ello y creo que ellas lo notaron. Pidieron un par de desayunos, "¿leche de soja? no", aparqué las pulgas que estaba haciendo y mientras rallaba el tomate pensé en una de esas películas americanas de terror en las que un par de chicas jóvenes de ciudad que están de camino paran un momento en un lugar perdido de la mano de Dios. 

Al rato se unieron a ellas dos chicos, uno de ellos con las gafas de sol puestas que no se quitó hasta que le llevé su desayuno. Y no por venir de fiesta, claro, sino porque sí. Tan evidente resultaba que eran gente de ciudad como que se trataba de gente deportista, algo que confirmé poco después con la paulatina llegada de otros con similar aspecto, todos guapos y estupendos, jóvenes y muy en forma, que hablaban y reían sin parar. A uno de los últimos en llegar fue al único que reconocí: un tío raro, un tío grande de muy cuidada barba, uno que venía con una tía rara que sólo bebía infusiones en vasos muy grandes, una chica de aspecto delicado y mirada dura. Él, por contra, tomaba whiskies de calidad a palo seco, aunque sólo uno. A veces se les unía otro chico de afeminado aspecto.

Cada cual pagó lo suyo y fueron saliendo. Sólo cuando el último estaba por hacerlo fue que pensé iban a dejarme colgado un zumo de naranja. Se lo dije y ya iba a pagármelo él por quien lo hubiera tomado cuando pensé mejor y le dije que no, que ya estaba pagado y que todo se debía a un error mío. Me jodió porque era el único chaval que no parecía venir de Jauja. Siempre pasa lo mismo. Siempre.

Hay veces que estás ahí, en el bar, detrás de la barra, y te queda un azucarillo, uno sólo antes de agacharte a sacar la pesada caja de azúcar bajo la cafetera, la última de otras tantas cajas, y siempre es para alguien de buen aspecto; acto seguido puedes jurar que el próximo que te pida un café será un desgraciado. Y así es.

Vino mi tío por segunda vez. La primera fue para pedirme pormenorizadamente lo que siempre pide, un café descafeinado con sacarina, un vaso de agua con un hielo y una pulga de atún. Luego quizá qué buena mañana hace, o qué mala, y poco más. Él es del "Partido Popular" y del Real Madrid y si bien casi nunca respondo nada, hace no tanto, en una mañana de esas que amanecen tras una noche escribiendo, salté por los cerros de Úbeda y le hablé como a alguien que no ve la televisión desde hace veinte años, ni escucha la radio, ni lee la prensa. La cosa no acabó bien, tampoco del todo mal, y al día siguiente reapareció para tomar lo mismo de siempre aunque esta vez sí (y creo que con la recomendación de mi tía), sin hablar más que del tiempo.

- Acaba de morirse la madre de tu amigo C...-dijo-

De repente. Ya era muy anciana la mujer. La última vez que la vi fue en el velatorio de un familiar mío. Recuerdo sus grandes ojeras, la piel blanda, la mirada fija que traspasaba. Estaba "bien" y a muerto de repente. Pero mi amigo no está bien y con esto lo estará menos. Pensé en ello cuando tuve tiempo, que no fue mucho pues toda la mañana anduve liado entre preparar y atender. 

Llegó mi hermano para el apoyo de las cañas, no muy buenas en el día de hoy. La cosa estaba tranquila y me contó una movida que pasó anoche en el bar de abajo, una pelea fuerte que necesitó la aparición de seis o siete coches de los guindillas. Y uno de los involucrados era un buen cliente mío, un tío cojonudo, un padre de familia, un hombre tranquilo desde hace años pero que anoche rememoró los viejos y malos tiempos junto a otro de parecidas circunstancias a las suyas aunque todavía peores. Y pasó lo que tenía que pasar, que se pusieron hasta las cejas (habían estado en nuestro bar antes de bajar al otro) y acabaron liándola. Con todo, no se los llevaron, aunque sí salieron las porras a relucir. Y volvieron al bar cuando mi hermano estaba cerrando. Como acabarían...Qué lástima. Qué mal. Como se mete la pata cuando uno se empeña en volver a caminar ese camino que uno sabe no tiene más que hoyos, tus hoyos, todos los jodidos hoyos que has ido haciendo en toda tu puta vida...La pequeña todavía no lo verá claro, espero, pero la grande...la grande está a punto de convertirse en una mujer si es que no lo es ya. Qué mal, qué mal, qué mal.

Terminé de recoger y esperé el cambio de turno pensando en si ir o no ir al velatorio de la madre de mi amigo. ¿Como estará el tema ese? Quizá la misa de mañana sería mejor. Pero tengo que sacar a pasear al chico, a mi sobrino, y eso no lo perdono. Me lo llevo por ahí a que le dé el sol en el cochecito mientras él duerme casi todo el tiempo y yo escucho a Zaratustra en los auriculares. Lo pasamos de miedo. 

Y llegó uno que hacía meses no veía, desde más allá del confinamiento o todavía un poco más. Llegó con su moto de cross y enseguida me di cuenta de que venía como siempre desde hace años, es decir, tocado, pues este es otro de los que no salen para no pecar. Nos saludamos efusivamente en la puerta (yo estaba fumando) y tras un breve intercambio de pareceres ("¡qué joven estás!" me dijo) pasamos para adentro. Pidió una cerveza. A la tercera o cuarta vez dejé de repetirle que no se la bebiera en la barra. "¡Ah, perdona!" respondía, y obediente se situaba un par de pasos más atrás en una de las mesas altas. Pero no podía, se le olvidaba. Estábamos solos y lo dejé estar. Y llegó otro.

Este siguiendo haciendo de su camino un hoyo desde que tiene uso de razón. El hoyo final no está muy lejos. Se juntaron, nos juntamos, acabaron por cuchichear, se fue el último en llegar y al rato volvió. Yo ya sólo quería irme a hacer mi tabla de gimnasia antes de que fuese demasiado tarde.

Me fui y me puse a ello. Entre fondos, abdominales y dominadas pensaba qué hacer. ¿Ir al tanatorio o al funeral de mañana? ¿no ir a ningún sitio y hablar con él cuando lo viera? No. Es mi amigo. Es un buen amigo desde hace un montón de años.  O tanatorio o funeral. Tanatorio. Quiero que mañana sea un buen día para mi. No tengo la culpa de nada.

Una ducha caliente, casi ardiente. "¿Qué le digo? Estará destrozado. Se ha quedado huérfano. Bueno, tiene a su hija pequeña...por ahí bien. Pero es otro sentimental. Y quería mucho a su madre. ¿Pero quien no quiere a su madre?...Ha tenido una vida larga, muchos hijos, nietos...ha muerto de repente sin ninguna enfermedad dura...¿Eso está bien, no? Ea una mujer religiosa, él también lo es a su manera, el reino de los cielos, la esperanza de encontrarnos todos después, más tarde, riendo, hablando relajadamente sobre la gran broma que fue la vida con unos patines en el hombro mientras desayunamos unas tostadas con tomate, café con leche y zumo de naranja natural...Tú ahora estás mejor y ya te queda menos para ponerte a hacerlo todavía mejor...Tienes a tu hijita que tanto te quiere y tanto va a necesitarte...¿Tu ex? Qué importa. A ti tampoco se te han dado bien las mujeres. Estás bien así, solo, picoteando aquí y allá, a tu marcha...Olvídate de ella de una puta vez. Tú no tienes la culpa. Deja de echar fardos de culpa sobre tus hombros. Ella te conocía cuando se casó contigo. ¿que pudiste hacerlo mejor? ¡Claro, coño! Pero no lo hiciste y ya no lo vas a cambiar por más vueltas que le des. Déjalo, ya has sangrado bastante...Quizá un cigarrillo, irnos a hablar por ahí, solos, lejos de allí, comentarle a mi manera las enseñanzas de Zaratustra sin herirle en sus creencias, el gusto por la vida, el ansia de la vida, el vivir a pesar de todo, el decirle a la muerte, orgulloso, "¿Era esto la vida? ¡Bien, otra vez!..."


Aparqué en la calle adyacente al tanatorio, algo que me sorprendió aunque no tanto. En estos días hay pocas cosas sorprendentes.

Bajé del coche con el cigarrillo en la boca. En la esquina estaban un par de tías cincuentonas. Las reconocí, pero ellas a mi no. Las saludé y pasé de largo. ¡Cuantas bromas gastamos hace años acerca de una de ellas, la que se follaba uno de sus hermanos! A la entrada del tanatorio había un tío fumando que no conocí. Nadie más. Los nuevos tiempos, la nueva normalidad. En el otro tiempo esto hubiera sido un hormiguero.

Por mirar, por cerciorarme, miré en el tablón de anuncios: "doña...madre de...sala tal" Un par de hojas avisaban de las condiciones para entrar. Entré. Y cuando subía las escaleras salió él hablando por teléfono. Me hizo un gesto y esperé. Volvió a entrar y pronto salió. 

- Te acompaño en el sentimiento -le dije dándole la mano y un golpecillo en el hombro-
- Gracias, Kufisto. Ha estado tu hermano hace un rato-
- ¿Qué tal estás?
- Bien, bueno...-Y entonces me di cuenta de que el tío que había visto al llegar era su hermano-

No tenía mala cara. Incluso hizo alguna broma acerca del lugar en el que a su madre le había dejado de latir el corazón. 

- Por lo menos ha muerto en suelo sagrado -dijo-
- Sí -respondí- Es curioso. Y bueno. Tu madre era una mujer muy religiosa-
- Sí. Ahora estará con Dios-
- Claro-

Y entonces llegaron las dos cincuentonas en compañía de otras dos. 

- Bueno -dije- Me voy-
- Vale, Kufisto, gracias -respondió mientras las atendía-


Habrá tiempo. Siempre hay tiempo. Y si no lo hay...¡qué importa ello!





domingo, 8 de noviembre de 2020

LO QUE TÚ NECESITAS ES QUE TE QUIERAN, kUFISTO

 - Lo que tú necesitas es que te quieran. Y querer -dijo ella sin perder de vista a tres de sus chiquillos-

Y alcohol para escribirlo.

Un gato muerto, reventado contra el frío asfalto de la rotonda del bar, logró quitarme la somnolencia del mal dormir y de la ducha que no había tomado. Aparqué junto a la puerta. Una señora, cabizbaja, cruzaba el paso de cebra del otro lado. Tampoco ella quería verlo. Por un instante pensé en decirle algo, qué pena o algo así, no son maneras de empezar otro jodido domingo; pero no, preferí el silencio. Metí la llave y pasé para adentro. Encendí la cafetera, accioné algunas luces, me quité la chaqueta y el gorro, vacié el lavavajillas, retiré de la barra las últimas copas de la noche, saqué algunas cosas del frigorífico, bajé los taburetes, quité de en medio el cubo y la fregona, el cogedor y la escoba, saqué la terraza, coloqué las mesas del interior, encendí la tragaperras y el televisor, subí las cortinas y así, poco a poco y sin escándalo, desperté al bar, todavía envuelto en la sombra del edificio de enfrente.

Eran las tres y cuarto de la tarde cuando ella llegó. Todo había sido ya hecho, y bien hecho. Apenas quedaban dos parejas en el salón y no les faltaba mucho para irse hasta el domingo que viene. La mañana se fue dejando tras de sí algunos raros fotogramas que el mediodía había corregido de la forma habitual. Mi hermano había dejado la cocina impoluta, yo tenía la barra hecha y apenas quedaba barrer un poco y esperar el cambio de turno. Una hora larga, la más larga de todas las horas, la que te mata como te descuides, esa que no sabiendo ella que hacer contigo ni tú con ella suele formar nubes a modo de pasatiempo, el peor de ellos.

Pensé en esa chica medio francesa que a veces viene de la capital para ver a sus padres. ¿Pero no está Madrid confinado? Hoy vino. ¿Quizá esté aquí? El otro domingo, mientras estaba fumando en la puerta,  oí a su padre decirle que a lo mejor sería bueno venirse para acá. ¿Fue el pasado o el anterior? ¿O el anterior del anterior? No sé. Su madre está delicada desde hace mucho tiempo y cada vez lo está más. No he llegado a conocerla sana. Y los conozco desde hace un montón de años. ¿Cuantos años tendría ella entonces? ¡Dios mío! ¡sería una cría! Pero no consigo acordarme de ella tan pequeña. A lo mejor no venía con ellos. Pero son muchos años y ella apenas tendrá veinticinco, en ningún caso treinta. Trabaja en Madrid, tiene un novio francés, de su edad, alguna vez lo he visto por aquí...tal vez ya no lo tenga. Y hoy ha sido como si no hubiese venido. Todos los domingos, todos los sábados, cuando veo aparecer a su padre viniendo a pedir para que se lo llevemos a la terraza, espero que pida tres servicios, y de un tiempo a esta parte casi siempre eran dos para gran consternación mía. Cuando hace frío y están dentro del bar es ella quien se acerca a la barra. Normalmente le digo a todo el mundo que se larguen, que ya les llevo yo las bebidas, lo que sea con tal de quitármelos de en medio mientras tiro las cervezas, pero no a ella. Es tan femenina, tan joven y educada, tan natural, tan agradable, tan guapa, tan sonriente, tan mediofrancesa...Y hoy que ha venido no le he hecho ni puto caso. Ahora que escribo me acuerdo de ella como si no pensara en otra cosa, pero no, no le he hecho ni puto caso.

Eran las tres y cuarto de la tarde cuando ella llegó con tres de sus hijos, los más pequeños. Entre fuertes avisos maternales cuyos efectos no duraron más de dos minutos escasos me explicó que estaba por irse a por o a llevar a una de sus hijas mayores, ya no me acuerdo. En todo caso un viaje de doscientos kilómetros de ida y otros doscientos de vuelta. Y con los tres enanos. El padre no había querido saber nada de la película de una de las hijas de otro pero a ella le había dado igual, como de costumbre. Y se llevaba consigo a los tres suyos, para que se jodiera.

Los chiquillos, dos niñas y un niño que malamente hace de mayor con cinco años, empezaron a corretear por ahí. Las dos parejas que quedaban en el salón tardaron cero coma en levantar el vuelo. La más pequeña, una criatura de apenas dos años de grandes ojos y mejillas trompetescas, un solete, iba y venía como podía tras las alocadas huellas de sus hermanitos. Saqué zumos y patatas fritas que devoraron. La pequeña no hacía más que mirarme y se acercaba y me ponía la manita sobre la pierna. Sus dos hermanos jugaban con la persiana de la puerta hasta que el chico se hizo daño al hacerse un nudo con los hilos metálicos. 

- Ahora Kufisto y yo vamos a salir a fumar -dijo la madre- Vamos para afuera 

Salimos todos.

Los chiquillos empezaron a corretear acera arriba y acera abajo. La pequeña, con unas grandes botas que me recordaron al gato del cuento, hacía lo que podía tras ellos. Los tres reían y gritaban mientras su madre y yo hablábamos de algo sin perderlos de vista. Me contó un triste viernes de fuertes discusiones con un moro de mierda y con su padre. Yo, como siempre, estaba poco menos que alucinado viendo el espectáculo. Los chiquillos se encaramaban a las barras de la esquina saludando a los coches.

- ¡¡¡EHHH, COCHE ROJO!!!, ¡¡¡EHHH, MOTO!!!, ¡¡¡EHHH, COCHE BLANCO!!!

Algunos pitaban a modo de respuesta y un poco más abajo yo los veía pasar sonriendo dentro de sus coches. 

Volvimos todos para dentro. Yo me eché una cerveza y empecé a pensar en dejar la tabla gimnástica para mañana. De pronto apareció un chaval en un silla de ruedas mecánica. Tenemos rampa, claro, y muy bien hecha, pero también está la cortina-columpio metálica. Enseguida fue Esther hacia él y le apartó los hilos. 

Ya lo conocía. Es un chaval disminuido psiquíco, uno que andará por los  cuarentaitantos. Alguna que otra vez ha pasado al bar en todos estos años. Una vez dentro se acercó a la barra y dijo algo que no entendí, pues iba con la mascarilla. "¿Qué?" pregunté. Si ya de por sí el pobre no puede ni hablar, en esas circunstancias resultaba algo imposible.

- Whoawhoa

Los chiquillos le miraban como si fuera una luciérnaga.

- ¿Qué?
- Espera -dijo Esther. E intentó quitarle el bozal para que hablara, cosa a la que él, en una especie de espasmo, se negó-

Al final estuvo claro que sólo quería mear. Esther se ofreció a ayurdale (trabaja en el tema) pero él se ofendió muchísimo y tras unas cuantas maniobras entró en el water y meó solo.  

Salió al cabo de cinco o diez minutos. Los chicos seguían haciendo la cabra por ahí, olvidados ya de ese tío extraño. Esther decía que dos minutos e iba a por él. No llegó.

La más pequeña vino a refugiarse en mi pierna con sus manitas mientras veíamos como se iba el que acababa de mear. Su madre estaba corriéndole las cortinas a grandes voces, indicándole el desnivel de la rampa. Iratxe miraba todo eso como asustada. Luego el que vino se fue y todos volvimos a correr.

- ¿Sabéis que Kufisto tiene una gata? -dijo Esther por decir mientras fumábamos en la puerta del bar-
- ¿Un gato? -dijo el mayor-
- Una gata -respondí--
- ¡Un gato!
- Sí -dijo la madre- una gata. Pero es muy arisca. Como su amo -Y me miró como si estuviera viendo aquella tarde en que la cogió entre sus brazos. Sólo al final, tras mil estupefactos avisos míos, recibió lo suyo-
- Bueno...es una gata que pasa mucho tiempo sola y...en fin


 - Lo que tú necesitas es que te quieran. Y querer






jueves, 29 de octubre de 2020

CAMBIO DE HORA

 Como chicos de quince años, cuchicheando los tres cerca de la puerta del bar sobre cuanto pillar, con dos de ellos ya visiblemente tocados de la cabeza a pesar de ser poco más de las cuatro de la tarde, les oí acordar pollo y medio desde el otro extremo de la barra. Dos salieron a hacer la compra mientras el más pasado se quedaba esperando ya en la calle en compañía de un viejo buscavidas. Así los dejé.

Me había tocado aguantar sus gilipolleces durante la última media hora. Uno de ellos estaba empeñado en que hacía años que no me veía, cosa que era mentira pero dejé estar al oírlo por cuarta vez de tan emocionado como lo decía. Con todo, tuvo que repetirlo tres o cuatro veces más, abrazo incluido. Yo no recordaba ni su nombre. Otro, el que todavía estaba sereno, comentó que habían levantado el toque de queda. Creo que fue esta noticia la que acabó por animarlos a comprar más cocaína. Poco antes, nada más llegar, el más joven y pasado de todos, uno al que no le queda mucho para cumplir 40, hizo su entrada al bar explicando a grandes voces y entre risas como había pipeado a la secreta justo antes del trapicheo anterior, de ese del que ya no le quedaba nada, un encargo para un casi sesentón, un tipo de dinero, un hombretón alegre y divertido, un tío agradable, uno que pegó el braguetazo y que de vez en cuando viene de la gran ciudad al pueblo, uno que al quedarse conmigo solo en el bar dijo como para sí mismo y con cierto tono de asqueo que él ya no estaba para eso. Y otra vez, sin hablar ni por un segundo del tema, me contó de qué conocía a ese niño rico, a ese pobre desgraciado, de la larga amistad que tiene con su padre y en fin, que poco después le faltó tiempo para meterse al water tras salir de él su conseguidor, el hijo de su buen amigo al que conoce desde pequeño. Luego se fueron y después volvió él solo. Un amigo algo más joven, algo menos viejo, le había estado esperando enfrascado con su teléfono. Y cuando ya iban a irse los dos para comer y todo lo demás me dijo aliviado:

- Kufisto, si vuelve ese y pregunta por mi dile que me he ido. 

Salí con Gustavo, el chico que a veces habla solo, a fumar a la puerta de la calle. Todavía no eran las tres y ya todo era sombra en la acera de nuestro bar.

- Así es como noto el cambio de hora, Gustavo -le dije- Hace unos días todavía había bastante sol por aquí-

Continuamos la conversación que habíamos llevado dentro del bar. No sabía que el evangelio de San Juan, que había tomado por apócrifo, es canónico, que viene en la Biblia. Se lo expliqué. 

- Es el diferente, el "especial" Están los de Mateo, Marcos y...Lucas, que más o menos vienen a ser lo mismo, pero el de Juan es más original, más subjetivo. No olvides que fue "el discípulo amado del Señor"-
- No estoy bautizado -respondió-
- Bueno...

Habló de algunos libros de JJ Benítez. La otra madrugada me reenvió por wasap unos audios con su voz. Era la primera vez que lo hacía y dejé pasar unos días hasta decidirme a escucharlos. En ellos hablaba a otro amigo sobre algo terrible que había descubierto gracias a un péndulo. El primero duraba dieciséis minutos y el segundo era una especie de coda de tres. Los escuché tres veces seguidas.

No le he dicho nada. Tampoco él ha preguntado. 

El viento cortaba algunas de las secas hojas de los árboles de la soleada mediana de enfrente, apenas separada de nosotros dos por unos pocos metros. Allí, a diez pasos, en su hora, todavía estaba el sol. 


Y fue entonces que pensé que todo aquello era demasiado bueno. Y entonces, de repente, apareció el pobre niño rico con su coche en compañía del viejo buscavidas. Y supe que todo se había acabado y deseé que al menos mi buen amigo Gustavo tuviera la intención de irse del bar.

jueves, 15 de octubre de 2020

FIFTEEN FEET OF PURE WHITE SNOW

 - ¡Tu tío Kufisto, David, tu tío Kufisto!...¡Ehhh, Kufisto!

La voz de su abuela llegó hasta mis oídos a pesar de la distancia y al ir tapados por los auriculares que en ese instante hablaban de las viejas y nuevas tablas a medio escribir de Zaratustra. Miré, los vi y ya con las orejas liberadas me acerqué hasta ellos sonriendo.

Es un parquecillo de barrio, con toboganes, columpios, balancines y algunas otras cosas de las que desconozco sus nombres. Una cosa pequeña, recogida, vallada por maderos de quizá un metro de alto y pintados de alegres colores. Los niños juegan allí dentro mientras los padres miran o, sin son tan pequeños como mi chico, los acompañan durante sus aventuras. El piso es del tipo acolchado y así el peligro es menor. También está pintado de colores. El sol se estaba poniendo y el frescor de la incipiente noche llegaba, también obediente. Yo lo vi salir en la fría mañana pensando otra vez que no es que salga sino que nosotros salimos a él, pero bueno. Le costó superar los edificios de enfrente. Luego, a eso de las once y media, empezó a calentar y fue maravilloso ver como su luz y su calor lo vivificaba todo, hasta lo muerto, hasta las hojas caídas en la pequeña mediana arbolada que divide la vía donde se encuentra nuestro bar. Apagué el cigarrillo, contento, y volví para adentro.

- ¿Es Nick Cave? -preguntó el último cliente antes de irse con el resto del grupo-

Sí, sonaba como Nick Cave pero yo no estaba seguro. Sorprendido me acerqué al ordenador. Era Nick Cave.

- Sí, es Nick Cave. Buen oído.

Y se marchó. Apenas podía creerlo. Ese tío, ese que me había recordado a aquel patán de ayer, reconocía a Nick Cave mientras hablaba de gilipolleces con sus compañeros de cañas, unos que han conocido a Eddie van Halen cuando el telediario dijo que había muerto.

"Sospecha -me dije ya solo y a puerta cerrada- Sospecha. Quizá llevaba una aplicación de esas en el móvil y vio la canción..." Pero no. Era absurdo. Completamente absurdo. Conocía a Nick Cave. Te había recordado al imbécil de ayer pero este conocía a Nick Cave.

Llegué a casa y me eché un rato con Zaratustra, en su segunda parte. Cerré los ojos mientras hablaba de las tarántulas. 

Así estuve una hora. Supe que había dormido porque no recordaba haber oído algún capítulo. Miré en el teléfono y comprobé que no recordaba nada de al menos dos de ellos. Veinte, treinta minutos...suficiente. En verdad basta con cerrar los ojos para descansar. Esto es algo que he descubierto hace poco tiempo.

Me levanté fuerte y decidido a hacer la tabla de gimnasia que tocaba. Estiré e hice el precalentamiento indicado de siempre desde hace unos meses, no sin antes tener un leve forcejeo con la gata y su empeño por arañar la esterilla. Un par de voces, un amago de patada y ya estaba todo en su sitio, también Zaratustra con su tercera parte, la mejor si no existiera la cuarta. Aunque es la más hermosa de todas.

Una ducha caliente, templada, fría, obediente, en el baño grande...La de mi habitación está medio loca: un leve toque al grifo consigue hacerla pasar de hirviendo a helada en cosa de segundos. Eso no está mal cuando te hierve la sangre pero yo ya tengo 47 años y aunque todavía hiervo no es cuestión de hacer más tonterías. Esto tampoco lo he aprendido hace tanto.

Fui a comprar para el bar y para mi. Pensé en la chiquita rubia tan simpática de la caja, en decirle lo preciosa que es, en invitarla al cine, a cenar y a mi piso pero hoy no estaba. Me tocó la gorda, que me atendió simpática. 

El sol ya estaba bajo al salir de allí. La Tierra giraba sobre si misma hacia otras caras. Diecisiete kilómetros por segundo. Esa es la velocidad a la que se desplaza tras su sol. Diecisiete kilómetros por segundo mientras gira sobre sí misma como una bola de billar disparada con un cierto efecto. Un brazo fuerte el del taco, sin duda.

Casi no salgo. Pensé en pegarle un buen viaje a "Crimen y castigo" Ayer la retomé tras haberla dejado hace un par de semanas en su tercera parte. No sé cuantas veces la he leído. Por ella llegué a él cuando yo era chico. Suelo decir que me gustan más otras novelas suyas. Pero la verdad es que esta es la mejor. Sonia empezó a leer el Evangelio...

Salí. Me abrigué bien. Dobles calcetines, chaquetilla...Los pies tienen que estar calientes. Todo lo demás pude estar frío pero los pies tienen que estar calientes. O no fríos. Maldito plato de ducha.

La tercera parte es la mejor. Zaratustra canta ahí como nadie ha cantado; ni siquiera Robert Plant en "Since I´ve been loving you" 

Ya había que buscar el sol. Las aceras que te llevan hacia las afueras. Gente vieja transcurría por ellas, algunas cogidas del brazo por sus depauperados hijos. Una leve desviación, sombra fría y enseguida el último sol del día que se va. En la distancia, un tío le da patadas a un balón tras el cual corre su hijito y después él. Como yo, también van hacia el sol. Al dobla la esquina que divide la luz y la sombra veo que juegan sobre una rampa con la pelota. Los coches están muy lejos. La pelota sube y baja y el chico se vuelve loco. Sólo es una pelota que sube y baja por una leve altura. El chico se maravilla y ríe.

Cojo al chico. La abuela está reventada. La madre se ha ido a algo y se lo ha dejado a ella un momento. El chico me coge la gorra, rollizo y cabrón. "¡Tu tío Kufisto, David! -dice la abuela- Anda, tenlo un rato que yo ya estoy reventada"

Tu tío Kufisto.

Le gusta la gorra que llevo desde hace años. Siempre le ha gustado. Mi gorra tiene un toro rojo grabado en la frente. Él lo mira e intenta arrancarlo otra vez. En año y medio ha jodido tantas cosas que parece no explicarse como no puede hacer lo mismo con esa.

Pronto llega la madre. Es la suya quien la ve aparcando el coche. 

- ¡Mira, David! ¡mama!

David oye mama y mira. Y en cuanto la ve salir del auto, enmascarada, se tira de mis brazos hacia los de ella.

- ¡Espera, cabrón! 

Se va con su mama. Le ríe.

- ¿Qué tal, Kufisto?
- Bien, aquí con el petardo este

Reímos y hablamos. Y un buen rato después me voy.


Es tarde. Al sol le queda poco. La noche llega y lo mejor es estar en casa.


En tu caverna.




jueves, 17 de septiembre de 2020

UN CHICO RARO

El chico, un chaval de unos diez años, guapo y bien formado, entró al bar, dio unos "buenos días" perfectos y sin más se dirigió hacia la mesa del salón, todavía sin las sillas desplegadas. Enseguida apareció su padre, un tiarrón de aspecto curtido con acento del Este de Europa, pidió para los dos y se fue con él.

Preparé un colacao y un café que llevé mientras la tostada iba haciéndose. Dejé los servicios y el chico me dio las gracias apartando por un momento la mirada del teléfono. "¡Qué chico más raro!" pensé. Subí las cortinas, bajé los taburetes de las mesas altas y encendí el televisor dándole volumen. El inglés calvo también empezaba su jornada laboral en busca de trastos viejos.

Llevé la tostada del chico. "Deja el teléfono" le dijo el padre. No les oí hablar más.

El padre vino a la barra, pidió una botella de agua y una copa de coñac y pagó. Un poco más tarde, ya desayunados y con el padre aún en el water, el chico salió del bar despidiéndose, "adiós". 

"Qué chico más raro" volví a pensar. "Entra solo a un bar, saluda al camarero, despliega las sillas, da las gracias y se despide...Apenas tendrá diez años y ya sabe todo eso"


Y la mañana siguió por los duros derroteros de casi todos los días. 

martes, 8 de septiembre de 2020

CRÓNICAS DE UN PUEBLERINO





La chica se llamaba Krysta nosequé; tecleé su nombre en el buscador. Alguien se había hecho una paja con uno de sus vídeos y abrió un hilo de opinión en Forocoches. No tengo acceso a esa clase de hilos pero bastaba con saber el nombre. En realidad no tenía ánimo de masturbarme, sólo estaba echando un último vistazo a la Red antes de intentar dormir la siesta, pero el nombre de la chica me llamó la atención. Escogí el primer vídeo enlazado. Luego me limpié y veinte minutos más tarde me levanté de la cama y salí a andar. Era lo mejor que podía hacer. 

Unas horas antes, no tantas, estando todavía en el bar, pensé en escribir una historia. La primera frase había llegado como tantas otras veces, magnífica y seductora. Hace algunos años escribía algunas anotaciones durante la espera, cosas que iban viniendo a mi mente y podían servirme. Llegaba a casa poco menos que en modo automático y me ponía a ello con verdadera pasión. Creía en ello. Hoy no he escrito ninguna anotación, ni siquiera la frase de apertura. Claro que hoy no he bebido en el bar para darle rienda suelta a las fantásticas ideas de esa última hora de espera de tantas y tantas historias escritas. Y cuando llegué a casa no sentí aquel arrebato. Elegí comer algo y echar un sueño. Luego tampoco pudo ser así.

Andar con las zapatillas nuevas. Ayer compré las mismas de la última vez. Llegué a la tienda con la del pie derecho en una bolsa de la frutería del moro. Se la enseñé a uno de los dependientes (parecía el encargado, era la primera vez que lo veía, un chaval alto, fuerte y activo, como todos los encargados de estas tiendas), hizo una broma que no llegué a entender bien y con seguridad me pidió que le acompañara. 

- Creo que tengo el mismo modelo -dijo-
- Bien. Pues si así quiero las mismas. Me han salido buenas -respondí-
- Nos ha jodío -dijo él- Como que son...(no recuerdo la marca, sólo que estaban por encima de los 100 pavos)

La encontró a la primera de entre todo el gran muestrario. Era la misma que la que yo llevaba en la bolsa de la fruta sólo que nueva. Me costó un poco reconocerla, pues estaba limpia y yo no había lavado la mía en los nueve meses que ha andado los caminos metida en mi pie. La cogí, la comparé con la mía y me convencí. "Confía, pero comprueba" Sí, era la misma. Y era mi número.

- ¿No te la pruebas, no? -dijo él-
- No -respondí un tanto sorprendido-

Regresamos al mostrador, él entro para adentro a por la otra, salió enseguida, la metió en la caja y se la dio displicente a un chaval para que me cobrara. El chico apenas tendría veinte años y se notaba que era el último mono de allí. Había dos chicas, una morena alta y estilizada de mirada fría y altanera (esta fue la que me vendió hace unos meses otras ligeras para trabajar), y una rubita un poco menos repelente. "Se las folla a las dos" pensé. Me acordé de la feúcha que me atendió la primera vez, una chica con gafas, de aspecto triste y encima resfriada, que sin mucho entusiasmo atendió a mis explicaciones sobre lo que buscaba. Y acertó tanto que he repetido. "También se la folló" pensé mientras esperaba el ticket que no salía para incomodidad del chico "Y luego la echó"

Al salir de allí fui a comprar para el bar. Es un almacén un tanto tétrico, no tanto por su distribución como por el personal que te mira, me mira, con extremo recelo. A veces pienso si en una de aquellas lejanas noches de juventud tuve algún encontronazo con alguno de ellos, pero de verdad que no me acuerdo. Sólo una chiquilla rubia rompe la maldición y gracias a ella y a los bajos precios es que sigo comprando allí. Apenas levantara metro y medio del suelo pero es brava y resuelta, cosa por otra parte común entre la gente bajita. Extremadamente delgada, de ojos azules y brillantes, piel blanquísima y boca grande y roja, siempre me pasa a la caja cuando me ve esperando. Unas trenzas muy curradas relucían sobre su cabecita. Empecé a meter las cosas en la bolsa. Raskolnikov y Sonia vinieron a mi cabeza desde mi encuentro con ellos durante las noches de estos últimos días.

- ¿Factura, no? -dijo-
- ¿Qué? -dije yo-
- Que si quieres factura
- Claro, claro...

Yo andaba pensando en esas trenzas mientras cogía paquetes de chorizos y salchichones. "Qué guapa es"

Pagué y me dio las vueltas.

- Te queda estupendo ese peinado -dije-
- Gracias -respondió sonriendo tras la mascarilla-
- Bueno, adiós
- ¡Espera! La factura...
- Ah sí...Adiós
- Adiós

Pero anoche estuve con Houellebecq y mi novela favorita de las suyas. No tenía cuerpo para la lucha que iba a iniciarse entre Porfirio y Rodion. Mi tabla gimnástica de todas las mañanas había salido mal por primera vez en varios meses y un dolor de lumbago me había tenido a mal traer durante todo el día, hasta el punto de tirar de ibuprofenos. El tablón, fue ese ejercicio, su exceso, el que me jodió, estoy seguro. Me voy viendo en forma y cada vez fuerzo más. Bueno, sólo ha sido un aviso, tengo 47 años después de todo, pero quizá por eso haya sido que hoy, fallando a la fuerza en la rutina de todas las mañanas, haya estado un poco mustio y como venido abajo, como uno que viene de oscuras montañas y esperando ver el sol se encuentra más montañas. Entonces lo mejor era leer a Houellebecq y su posibilidad de una isla.

En ella encuentra a Esther, "el amor de su vida", a los 47 años. Ella tiene 22, es española aunque no lo parece y hace performances para artistas que le tiran cubos de pintura sobre su cuerpo desnudo que luego magrean. Houellebecq se excita viendo el vídeo y la elige como protagonista de su próximo proyecto cinematográfico. Quedan en un bar, él se sincera diciéndole que no se ve capaz de llevarlo a cabo y ella, condescendiente, se arrima a él y le soba la polla bajo la mesa. Bien. Aquello es Francia y es gente universitaria, artistas, París, el Barrio Latino, Formentera, Almería, una secta de pijos en Suiza donde todos se magrean, sexo temprano y "ganas de vivir" como dice Esther. Creo recordar que más tarde muere de cáncer y es entonces cuando Houellebecq se mete a saco en la secta, no sé...

Y entonces fue cuando Houellebecq vino esta mañana a mi cabeza y con él la primera línea del relato que he olvidado y que ya jamás escribiré. Unos pesados de última hora, mi temor a la primera cerveza y el desánimo causado por los dolores de un ejercicio al cual le había buscado las cosquillas confiado hicieron el resto. De ahí Krysta y todo lo demás.


Enseguida salí para las afueras. Siempre he estado por las afueras pero ahora más. Allí me quito la mascarilla. Con todo, dejé para otro día las montañas. Tengo 47 años.

Hay un camino recto que lleva hasta el puente de la autovía. Por allí va poca gente. Hoy no iba ni venía nadie. Septiembre avisa todavía más que agosto y el sol ya cae con prisas. Ya van para tres meses de su descenso. Ahora hay que darle a las luces cuando sales de casa y no es cuestión de remolonear cuando estás lejos de ella. Esa lejanía de tres cuartos de hora ha sido el límite de mi vida. 

Hay dos caminos de regreso por ese lado del mundo. En uno, el principal, puedes encontrarte a algunos caminantes de la cercana urbanización, gente pija, grupetes de ciclistas y atletas; en el otro es raro encontrarte con alguien.

En su acceso, poco después, al levantar brevemente la vista del pedregoso camino, vi que de frente se acercaba otro, cosa que me sorprendió bastante tras no haberme cruzado con nadie durante todo el camino. Y cosa rara, de un sólo vistazo, cuando el otro todavía era un informe bulto blanco, pensé que era un residente de la zona a quien acaban de diagnosticarle un cáncer, un cliente mío, un tío de dinero.

Ya estábamos cerca y no sé porqué me dio la impresión de que era uno de sus hermanos. Pero cuando estuvimos lo suficientemente cerca, cuando nos cruzamos en el camino vi que era él y él vio que era yo. Y nos saludamos sin dejar de andar. Él iba y yo volvía. Me hubiera parado a hablar algo pero él no quiso. De todas formas ninguno de los dos hicimos ni el amago.


Pasé de largo por las tiendas de ayer. El extrarradio es grande en este pueblo. Claro que esto es un pueblo.


¿Qué hago yo escribiendo desde un pueblo?





jueves, 20 de agosto de 2020

WILD CHILD

Los días van decayendo poco a poco. Hace semanas que me di cuenta de esto. Ese rayo de sol del amanecer dejó de deslumbrarme al doblar con el coche la primera esquina del breve viaje. La verdad es que ni bajaba la visera de tan próxima como está la siguiente curva. El rayo cegaba pero yo todavía puedo ver lo que viene de frente sin necesidad de parar la marcha.

A veces te encuentras con alguien delante de ti pero que no ven como tú. Suelen ser jubilados. Entonces paran durante demasiado tiempo y el primer fastidio del día llega antes de lo previsto. Miran a uno y otro lado, vuelven a mirar y cuando crees que al fin se han decidido a avanzar pisan otra vez el freno para dejar pasar a otro que no lo necesitaba ni de lejos. El jubilado cree que todo el mundo está jubilado. Mientras tanto, detrás de él, hay gente que aún tiene prisa por llegar a los sitios, quizá los mismos pero no de la misma manera.

Allí en la churrería que está al final de la avenida donde tengo el bar suele haber algunos, aunque lo normal a esa hora es que sean trabajadores. El tipo que me sirve los churros, un cincuentón con gusto por el oro, se llama Amalio, lo lleva escrito en la camiseta, sobre el corazón, aunque yo nunca le he llamado así ni tampoco de ninguna otra manera. "Ocho para llevar". Y él coge las pinzas y como mejor sabe va metiéndolos en una bolsa de papel y luego e otra de plástico. Hay días que recuerdo a mi joven padre al ver esa esclava en su muñeca.

- ¿Qué es eso, papa?
- Una esclava, hijo
- Ah...¿y para qué sirve? -preguntaba sorprendido por el nombre-

- Adiós -digo a modo de despedida-
- Adiós, chaval -responde siempre un jubilado sentado en un taburete y apoyado junto a la pared donde se fríen los churros-

Ya nadie espera mi llegada en la puerta del bar. El ciego hace meses que no puede valerse por sí mismo a causa de la cadera y Josemari, mi fiel ayudante, se fue a Ciudad Real hará dos meses. Antes de irse me dijo que sería para una semana, "dos como mucho, Kufistín...no me gusta aquello", pero no ha vuelto. La mujer tiene una hermana allí y al parecer estaba enferma, aunque vistos los acontecimientos que tras la partida se desarrollaron en su barrio marginal bien pudiera ser un quitarse de en medio. Primero fue el uno y después el otro. Al principio de verme solo lo noté.

Hay una muchacha. Trabaja en una establecimiento cercano al mío pero sólo ahora le ha dado por venir antes de entrar a trabajar. Es guapa. Todavía es joven. Yo creo que alguna compañera le habló de mi, de lo serio que era, y es como si ella adoptara una especie de excesiva seriedad al hablar para gustarme. Sí, está claro que le gusto: con demasiada frecuencia me habla de su novio. El otro día me dijo que iba a hacerse otro tatuaje. Lanzó la cosa como quien tira el anzuelo sin mirar al río y sólo vuelve la mirada hacia él cuando lo oye caer en el agua. 

Como azucarillo que cae en ella, así se deshacen los nudos más fuertes. Amistades que parecían y juránrose eternas se transforman en odio por causa de una borrachera descompensada. Así se ha jodido mi más preciada cuadrilla del bar. Una mala palabra, unas malas palabras a lomos de muchas otras que parecían olvidadas, y en un momento todo lo bueno que hubo entre ellos se va al infierno. Y por no verse, para evitarse el uno al otro, los he perdido a casi todos sin tener nada que ver en el asunto. Así es la vida cuando te ha tocado verla desde detrás de la barra con otra mascarilla encima de la que ya te pusieron.

- No puedes ser así, Kufistín -me decían de pequeño-
- ¿Y por qué no? -gritaba yo-
- Vas a penar más que garbanzo en olla

Mi entrañable amiga llegó puntual. Le puse un tercio y arrancamos a hablar. No había nadie en el bar y esta vez vino sola, lo cual ayuda bastante en este caso. Tampoco entró nadie durante un buen rato. Los ratos en los que no entra nadie son la nueva normalidad. Pero entonces se habla mejor.

- Me voy a hacer otro tatuaje, Kufisto -dijo- Aquí, en la pierna.
- Vaya -respondí-
- ¿Qué? -dijo ella-
- Una clienta me ha dicho lo mismo esta mañana, aunque no donde
- ¿Quien?

Cerré a las tres. Ahora cerramos a las tres y volvemos a las seis. Vuelven. Llegan otros.

Un amigo me llamó en el último momento.

- ¿Estás allí todavía?
- Sí, cerrando y a punto de irme pero todavía estoy.
- Espérate un momento que te llevo la botella.
- Vale

Una botella. ¿Una botella? ¡Ah, sí! La botella. La botella de DYC de diez años que le dije me comprara hace algún tiempo. Me arrepentí de haberle dicho que todavía estaba aquí.

Llegó con ella y a puerta cerrada bebimos, fumamos y hablamos. Él se metió algo de speed y siguió hablándome incluso cuando me fui a cagar. El whisky era bueno pero yo estaba sin comer desde el desayuno. Yo cagaba y me limpiaba el culo mientras el rememoraba una vieja velada en el Excalibur de Madrid, una en la que lloró escuchando el "Wild child" de los WASP


Subí los molinos por detrás, por un durísimo sendero recién descubierto. A veces me sorprendo a mi mismo. Años, años y años subiendo los molinos y jamás se me había ocurrido hacerlo por detrás.


El atardecer también está cambiando. Es menos escandaloso que su cara luminosa pero esto sólo es debido a un punto de vista: cuando él ya no está yo hace tiempo que lo estoy en mi casa. La noche viene antes que el día pero cuando uno está a cubierto no se entera de nada.



 

miércoles, 22 de julio de 2020

RED RIGHT HAND

- Venga, vamos a tomarnos algo -les dije a mi hermano y a su amigo mientras recogía una mesa abandonada. Eran las dos de la tarde, los últimos clientes de la flojísima mañana acababan de irse del bar y no encontré motivo alguno para demorar la celebración de mi 47 cumpleaños- Pero mejor allí en la barra, en el circulillo-

Nuestra barra es abierta; acaba como dije dejando un espacio abierto para entrar y salir. Hace veinte años, aquí en La Mancha, era algo poco habitual, aunque supongo que ahora será diferente, no lo sé, hace muchos años que no piso más bar que el mío. No recuerdo ningún otro local que la tuviera de esa forma. La diseñó un tío nuestro, un arquitecto que siendo joven se fue a Madrid para no regresar. Era wagneriano, jajaja...Sí, recuerdo entrar a la habitación donde estudiaba siendo yo un chico y ver un montón de discos de ese tío. Sufría lo indecible al vernos toquetear sus cosas, los dibujos, los planos, el instrumental, los discos...pero de lo que más me acuerdo es de Wagner. El bar entero fue obra suya. No quiso cobrarnos ni una peseta. Nuestro padre le regaló un jamón de Jabugo.

Abrí una latilla de berberechos a la brasa Güeyu Mar, aunque de lo de la brasa me di cuenta al abrirlos, pues estaba claro que no eran del tipo a los que aquí estamos acostumbrados. Pude haber leído la simpática etiqueta (son estupendas todas las de esa casa), cierto, pero no lo hice: aquí en La Mancha se lee lo imprescindible.Y aún menos si luego viene envuelto en un gracioso dibujo.

Estaban buenos, diferentes, pero no tanto como indicaba su precio, ni mucho menos. Cogí otra de la misma casa, esta vez de mejillones y ya sobre aviso de su braseado y me parecieron algo mejor por acorde a lo que costaba, aún un tanto inflado. Eché cuentas y vi que gastándome los 50 euros que ayer pagué por cosas para el bar podría maquillar la nefasta mañana laboral. Y cayeron otras dos latillas, esta vez de Cambados, "la que le gustaba a mi padre" como dijo mi hermano, una de navajas y otra de un delicioso bonito en láminas, la lata más barata de todas y sin embargo la mejor.

Y así, entre conservas y cervezas, pasamos el rato sólo molestados por un par de palomos despistados.

Pero fue el caso que tras una primera y reticente caña que me supo a gloria hice el cambio a la primera cerveza helada y tras un par de buenos tragos fue como si todo se deslizara entre nosotros, entre ellos y yo, tan distintos y difíciles de casar como Vassily Ivanchuk en algo que no tenga nada que ver con el ajedrez. Yo no sé lo que hará él, si es que hace algo, pero mi password siempre fue ese. Y el caso es que durante un cierto tiempo funciona la mar de bien.

La conversación fluyó de manera natural y todos nos animamos a contar cosas entre ciertas risas. Luego llegó otro amigo de ellos, otro que conozco de siempre, uno que huele a marihuana desde hace veinte años, un bruto inocentón, y todo continuó por el mismo cauce o aún mejor, pues resultó un espectáculo verle comer las sobras con los delicados tenedores que tenemos para tales manesteres: "¡Me cago en Dios, Kufisto, dame una puta cuchara!"

Y así fue como pensé en el círculo, en el anillo, en el eterno retorno: yo empecé con todos estos o parecidos, ya son 47 años y nadie sabe los que puedan llegar. Desde el principio, o casi, tiré de mi camino hacia otro lado pero sin ton ni son, sin ningún proyecto, sin ningún dibujo, sin ninguna baraja de cartulinas dylanianas, sin ningún maestro, sin ninguna disciplina, sin más universidad que una ciega confianza en una especie de magia que me arrancaría de todo eso.

Unas horas antes, a eso de las nueve, cuando el día todavía da para pensar en medio tapar la caja siquiera con un cuarto de bombones coronavíricos, recibí un wasap de otro amigo de todos estos, uno que en esencia siempre va colocado, un crack de la fotografía, la edición de vídeo y la dirección de películas porno, aunque de esto último ya hace algunos años. Me preguntó si todavía no había almorzado, le dije que no y media hora más tarde dimos buena cuenta de mi ensalada de arroz y sus filetes de lomo bajo de ternera.


Fui a ver a mi madre al salir del bar. Quería verme y viendo yo que quería escribir pensé que lo mejor era ir antes de ponerme a hacerlo. Ahora en verano cierro un poco a discreción: si dan las tres y ya no queda nadie, cierro. Ahorramos aire y pesadez.

Me serví un chupito de Glenlivet 18 mientras fregaba los platos, lo bebí de un par de tragos y me fui para allá.

No llevaba las llaves y me alegré: las había olvidado en el bar y esa era una excusa ineludible para volver a él y ya de paso pillar una bolsa de hielo para la media botella de Ballantine´s que robé. Llamé al timbre y tras una cierta espera se abrió la puerta. Estaba comiendo sola en la cocina y el pasillo hasta el llamador es largo. Me recibió con los brazos abiertos, me apretó fuerte al llegar a ellos y me dio dos besazos en cada mejilla. Y nos fuimos hacia la cocina.

Ella estaba terminando de comer. Me habló otra vez de que uno de sus cinco hijos varones, el último que quedaba en casa, iba a irse a vivir con una "amiga" Yo le dije lo que llevo pensando desde hace unos días, que se venga aquí conmigo. Esta vez también dijo que no, pero no como otras.

- Bueno, pero ya lo sabes, mama-
- Pero Kufisto, si no puedes ni aguantar la televisión, ¿me vas a aguantar a mi?-
- Eso se puede solucionar. Quizá hasta me guste ver las cosas que a ti te gustan. Pero tú aquí, sola, en esta casa tan grande...no. Piénsalo y te vienes conmigo-
- ¿Y por qué no tú aquí?
- ¿Y el chico? Tu nieto ya está echando a andar y están las escaleras...
- Os he criado a los cinco con las mismas escaleras y a ninguno os pasó nada-
- Ya, pero entonces tenías veinte, treinta años, ahora tienes setenta...

- Qué viejo eres ya, Kufisto...
- Sólo tengo 47. Y tu sesenta y nueve. No digas que tienes setenta porque pareces papa-
- Sí. Tu padre-
- A él siempre le gustaba ponerse un año más, no sé porqué, ¡me sacaba de quicio!-
- 48 años de casados y ocho de novios...-dijo mirando la foto que hay junto al pequeño televisor-
- Piénsatelo-
- ¿Pero y tú que vas hacer si encuentras a una mujer?
- Eso es lo de menos-


Volví al bar a por las llaves de mi casa y la de mi madre. Y ya de paso pillé la bolsa de hielo.







sábado, 11 de julio de 2020

MASCARILLA

Lo mejor, sin duda, era salir a la calle. El piso, especialmente el salón con su gran ventanal, lleva en modo horno algunas semanas y en esas condiciones no se puede hacer nada. Está la opción de quedarse tumbado en el dormitorio, algo más fresco por oscuro, pero resulta un tanto deprimente meterse en él cuando son las siete de la tarde. Miré el teléfono y vi que la temperatura afuera no era tan alta como otros días, podría soportarlo con cierta facilidad. Hace algunos años ni miraba esas cosas. Claro que entonces una de las cosas que no tenía era un teléfono que me dijera la temperatura que había afuera.

Bajé en el ascensor alemán disfrutando de su frescor. Una pegatina sobre los llamadores mostraba la caricatura de una pareja de simpáticos ancianos sin facciones con una llamada solidaria. Es cosa de los del mantenimiento. Todos los meses hacen la revisión y ya de paso ponen una pegatina corporativa adecuada a las circunstancias del momento. Sólo las de diciembre sufrían algún acto de vandalismo. La del año pasado ya venía nada más que en castellano. Quedó impoluta.

La tarde, en efecto, era calurosa pero no tanto como en el piso. El movimiento (está demostrado) produce calor pero su ausencia causa desesperación. Pasé por delante de la piscina municipal, bajo los árboles del mediado aparcamiento, y ya sin más sombra que transitar enfilé hacia una de las avenidas de la desierta ciudad. Allí fue donde me crucé con aquel gilipollas.

Es una acera grande, espaciosa, con el tamaño suficiente como para hacer una vía de tres carriles de coches. De frente, a lo lejos, a unos doscientos metros, vi a un tío caminando en sentido contrario al mío. Con una cierta sorpresa (todavía me sorprendo) observé que iba con la mascarilla puesta. Bien, yo iba sin ella pero el espacio entre nuestras respectivas trayectorias era más que suficiente como para respetar al menos tres distancias de seguridad. Sin embargo, y poco a poco, noté como el tío tendía su línea de paso hacia la mía, tal que si hubiese caído en mi zona de gravedad y no pudiese escapar de ella. Y fue la cosa que al llegar el cruce de las dos fuerzas poco le faltó para sobrepasar el límite del cual iba él protegiéndose, quizá esperando que yo, avergonzado por algo, tendiese al otro lado, a la pared de la cual me separaba metro y medio, al paredón de los edificios, cosa que no hice en ningún momento. Tampoco bajé la mirada ni miré a ningún sitio más que al frente, pero en ese último instante pude ver auténtico odio en su mirada, algo tan desproporcionado que estuve a punto de echarme a reír. No miré atrás pero juraría que él sí lo hizo, pues la sensación de odio hacia mi persona la llevé conmigo durante lo que quedaba de avenida. Y fue esa misma sensación la que me dio fuerzas para decidirme a tomar el camino hacia los molinos. El odio fortalece. Sólo la risa destruye.

Tomé el camino que va junto a la carretera. Un camino lleno de maleza sólo aliviada por las huellas de los tractores, pero con todo preferible al escaso arcén alquitranado: allí casi puedes sentir al fuego subir por tus piernas. Apenas vi coches, qué decir de humanos. El campo abrasado, las tinajas derruidas, el puente y la vía del tren. Me las vi negras para cruzarlas: un mar de espinosos cenizos la guardaban celosos. Al fin encontré un claro y mirando a los lados bajé entre las traicioneras piedras puntiagudas. Volví a mirar y crucé las traviesas, los raíles, las piedras y las malas hierbas del otro lado hasta llegar al pequeño sendero que todo lo bordea. Allí meé y me rulé un cigarrillo para después.

La última vez que subí los molinos vi bastante gente. Ya era época de mascarillas pues muchos las llevaban puestas aún subiéndolos. En esta ocasión no encontré a nadie. Sólo arriba un coche aparcado junto al mirador daba señales de vida. Una pareja muy joven estaba sentada a la vuelta del segundo molino, en su sombra, la que a esa hora mira hacia el pueblo, abrazados. Bajé recortando por la cantera y ya en la otra cara del camino seguí sin cruzarme con nadie.

Tomé el atajo que hay antes de pasar el puente del otro lado que te devuelve al pueblo. Bajo él, a mano derecha, hay un difícil sendero que por detrás alcanza al cerro. A su vera, a mano izquierda, hay una pequeña finca con algunos árboles frutales: el limonero es un primor cuando está en flor. A la derecha, otra pelada y seca con un burro que vaga por ahí. Pero el que vi ayer era un burrito, no el otro que casi acaricié una vez tras la valla: se acercó tanto a mi desde tan lejos que estaba que tuve la tentación. Luego, cuando volvía a pasar por ahí, siempre lo saludaba. Él hacia el amago de venir pero yo no paraba y entonces la distancia parecía ser más grande. Este chiquitín se conformó con rebuznar con ganas desde su posición en la valla este. Yo le saludé a grandes voces mientras subía hacia el norte y él entonces se calló. Agarré bien la cuesta de cabras que alcanza el cerro por detrás y resollando alcancé su cumbre arbolada. En ella volví a mear y dejando atrás al santo de piedra salpicado por hoces y martillos y a la antena de telecomunicaciones enrejada descendí hacia la ciudad.

Ya en ella tampoco vi a nadie durante unos minutos. Sólo cuando llegué a las inmediaciones del pabellón encontré a unos chavales jugando al baloncesto en una maltrecha pista adyacente. Un poco más allá el pequeño parquecillo trasero lindante a la carretera. Unos adolescentes se encaminaban hacia él riendo. 


Entré en la primera calle con nombre y encendí el cigarrillo. Dejé la sombra de la acera afortunada y me pasé a la del sol para no molestar a los contados enmascarillados que venían de frente. Con todo, por ella venía una mujer con su carrito de bebé. Y me eché a la calzada.


Y así, zigzagueando, fue mi regreso a casa.


Sólo al final, ya anocheciendo, cuando no hubo más remedio, me puse la mascarilla que había llevado en el codo todo el tiempo.