viernes, 29 de enero de 2021

NO ES LA PRIMERA VEZ QUE NO LO HACES

Fui a dormir en paz. A punto estuve de escribir una loa a Jesucristo poco antes de hacerlo. Pero me vi incapaz tras la primera línea y lo dejé correr.


Dormí de un tirón tras fantasear durante un buen rato con ayudar a todo aquel que me lo pidiera. Ya tenía abiertos los ojos cuando a eso de las seis oí los golpes de la gata en la puerta. Me levanté, se la abrí y dormitamos juntos durante una mala hora.


Uno se da cuenta enseguida de como va a ir el día. Es levantarse y casi verlo al completo. Y luego, ya duchado y desayunado, acelerando el coche por las calles desiertas, ves cualquier cosa que no cuadra en el círculo perfecto que anoche creíste cerrar antes de dormir.


¿Donde había quedado aquel estupendo paseo del atardecer, aquella ligereza de pies y pensamiento que me habían dejado en casa con una sensación tal de paz que casi me dio miedo? Recuerdo una vez, caminando una aurora durante otras vacaciones sin salir del pueblo, ya en sus afueras, en marcha hacia los molinos, que por un instante creí que todo estaba bien, que todo había estado bien.


Llegué al bar y no estaban esperándome ni Josemari ni la niña, cosa esta última que me quitó un peso de encima. Es la hija de una degenerada mujer que está tomando la costumbre de mandarla al bar a por su café, unos churros y tabaco, todo a cuenta, claro. La chiquilla acaba de empezar sus estudios en el instituto, así que supongo no tendrá más de doce años. La otra mañana me la encontré junto a Josemari esperándome en la puerta, en pantuflas, con el pijama y un abrigo, tiritando de frío. "¿Pero qué coño?" Josemari salió zumbando a por los churros sin parar por la prensa y mientras tanto le puse un gran vaso de colacao y galletas y el Discovery Max en el lugar de mi Teletienda de todos los días.


- No está bien que salgas así a la calle con este frío. Te vas a resfriar -le dije-

- Ya...-dijo con timidez-


La puta de la mala madre, resacosa, le habría despertado a gritos para que viniera a por su café, los churros y su tabaco.


La chiquilla miraba la tele del salón desde su taburete en la barra desierta.


- ¿Qué quieres ser de mayor?

- Maestra -respondió con voz apagada-...o veterinaria-



Josemari llegó poco después que yo. Al rato lo hizo la niña. "Hoy vengo vestida -me dijo- Le dije a mi madre lo que me habías dicho tú" Más churros. Otro café. Un cigarrillo de los míos. No hay más paquetes por la cara. La niña me dio las gracias como siempre y se fue.


- ¿Y esta cría como es que tiene que andar así? -preguntó, triste, el buen merchero antes de irse a sus cosas.

- Pues yo qué sé, Josemari, yo qué sé...


Pronto todo se fue a la mierda, niña incluida. Todos los buenos deseos, todas las buenas acciones soñadas, se diluyeron ante la realidad de otra mañana metido en el bar.



No hay nada que hacer. No es la primera vez que no lo haces. Tus deseos son aún más débiles que tus sueños.



Mañana amaneceré con mi gata.



Sólo tendré que abrirle la puerta del dormitorio cuando al clarear el día me saque del sueño con sus afiladas uñas.









domingo, 24 de enero de 2021

BATERÍA CARGADA

 No sé en qué iba pensando pero llegué al bar por dirección prohibida. Caí en ello cuando ya había transitado más de la mitad. Es una calle estrecha y corta que en otro tiempo tuvo el sentido al contrario, un sentido mejor para mi interés. Cuando de un día para otro se lo cambiaron tardé algunos en hacerme al nuevo, pero no llegó a suceder lo de hoy. Claro que hoy, domingo, es el undécimo día con el bar cerrado. 

Aparqué junto a la puerta, salí del coche y una mujer que bajaba andando se llevó la mano a la mascarilla al verme sin ella. El bar estaba desordenado, olía un poco a pintura, cogí algunas especias de la cocina, una cuña de queso, una botella de vino y me fui tras echar un rápido vistazo al trabajo de mis hermanos. 

Despacio conduje por la casi desierta avenida, las luces de las farolas todavía encendidas, mortecinas. Algún caminante embozado junto a su perro, coches a medio despertar, quizá sacados a la calle como el mío sólo para recargar sus baterías, terrazas recogidas y encadenadas, cierres echados. 

Por el centro, en la plaza, parado ante el semáforo, vi a tres o cuatro en la churrería al aire libre que instalan durante el invierno y buena parte de la primavera. Se miraban de reojo los unos a los otros, desconfiados, mohínos, sin hablar. Un vagabundo llegó mirando el suelo con sus bolsas a cuestas y se instaló en extremo de la barra. El más cercano a él se desplazó un par de pasitos más allá. El semáforo pasó a verde.

En el último momento decidí ir a los molinos. Quizá tuviese tiempo de ver salir al sol. ¿Cuando fue la última vez? 

Paré el motor. El cielo ya dejaba ver con claridad que hoy no iba a quedar ni rastro de las pesadas nubes que lo han ocultado estos últimos días. Tampoco el vociferante viento iba a ser hoy actor principal. Una calma grande, ligera, silenciosa, inexorable, estaba siendo coloreada todavía por debajo de las últimas nubecillas del lejano horizonte.


Y con ojos entornados vi salir al sol tan rápido que parecía como si tuviera prisa por llegar a algún sitio.

domingo, 17 de enero de 2021

COMO UN...

Comí tan rematadamente mal que como castigo me llevé un dolor de muelas que todavía no se ha ido del todo. Aquello había sido tan estúpido que en verdad no merecía menos. ¿A quien sino a ti, alma de cántaro resquebrajado, máquina defectuosa, rodeador de columnas, se le ocurre comer en enero como si fuese julio? ¡Dios! ¡Si hubo bocados en los que pensé estar masticando hielo! Pero tenía tanta hambre y tan pocas ganas de más complicaciones que devoré como de costumbre, quizá un poco más rápido, como quien trata de pasar un mal trago lo antes posible y que sea lo que el Señor quiera. Muerto de frío, helado, fui a sentarme junto al brasero, uno demasiado grande para mi mesa, otro que no encaja ni encajará nunca pero ahí sigue un invierno más, hasta que reviente. Encendí las dos resistencias, me eché las sayas hasta los hombros y fumé el cigarrillo como un asesino idiota ante el poli bueno. Luego me tumbé en el sofá tal cual estaba vestido y sintiendo llegar la modorra apagué como pude una de las resistencias y dormí. Era la una del mediodía.

Si hoy es domingo y fue el miércoles el último día que nos permitieron abrir el bar, entonces fue a última hora del jueves cuando el primer rumano vino a mirar la caldera. Llegó, vio, tocó y una media hora más tarde marchó prometiéndome a su hermano para el día siguiente. No me cobró nada. La caldera seguía igual, a trancas y barrancas, como uno que mira por Internet, ve el panorama y no se decide a hacer también algo en algún sitio, pero su misma indecisión es la que le obliga a seguir funcionando.

El otro llegó al día siguiente, viernes, y al despedirnos me dio la impresión de que iba un poco mamao. Yo lo había dejado hacer mientras veía vídeos musicales en el salón. Esa tarde la caldera había dicho hasta aquí y casi todos sus leds estaban encendidos, el rojo incluido. En Internet había visto algunos vídeos relacionados y todos ellos eran casi tan patéticos como el chat privado de los hosteleros del pueblo. Viendo y formando parte de estas cosas es cuando uno se da cuenta del equipaje que arrastra su maleta. 

- ¿Qué te debo? -le pregunté cuando acabó-
- Ná...-dijo él rascándose la cabeza mientras contemplaba el sucio entarimado del pasillo de entrada, desde hace años sólo iluminado por las luces de las habitaciones adyacentes, como la de la cocina- No sé...

Y es que la cosa se había quedado igual de atascada que el día antes: arranca, para, claxon; arranca, para, claxon. Y así hasta llegar a la central nucelar. O al vírico bar asesino para mayores de ochenta y ocho años. 

- ¿Veinte? -dijo-

Y le di veinticinco. Después de todo habían echado un par de horas entre los dos ¿hermanos?, al menos me purgaron los radiadores...en fin. Dijo que estaba bien, los dos sabíamos que no estaba ni medio bien y pronto estaría peor y se largó.

- Es normal, es normal que haga eso...-decía yéndose-
- Ya-

Pasé buena parte del sábado haciendo pruebas con la caldera que todavía, mal que bien, aguantaba, sobretodo el agua caliente. Pude darme un baño absolutamente glorioso, memorable: hora y cuarto metido en la bañera bajo el runrún del Zaratustra de Artur Mas. Pero al salir vi que la calefacción había caído sin remisión. Cené una lata de sardinas, pillé el Kindle, leí otra novela de Maigret y me fui a la cama con la gata.

No es fácil dormir con la gata con la que convives cuando tienes la caldera averiada. Ella, pelona como es, también siente el frío y prefiere arañar la puerta del dormitorio, empujarla con sus patitas sobre los quicios para así, maullando y haciendo ruido, despertarme y hacerle sitio. Resignado miro el reloj, aprovecho para mear y la dejo entrar. Entonces se acurruca entre mis piernas, la dejo estar, dormimos y despertamos al mismo tiempo aunque de diferente manera: ella parece Faye Dunaway y yo...uno que tiene que hacer algo para arreglar la jodida caldera.

Recordé el calentador de agua del bar. Quizá en él se hallara la pieza, la clave de bóveda, la luz en los pasillos, la jugada correcta que conduce al más hermoso de los mates, el inhóspito camino que te lleva hasta encontrarte con el más feo de los hombres, el que mató a Dios, pues tenía la sensación de haber dado con la clave de la luz roja, pero pronto, casi al verla, me di cuenta de que allí no había nada que rascar. 

Supongo que fue la luz del sol la que provocó que me acordara de que todavía sigue vivo el tío manitas de la familia. Lo llamé y no lo cogió. Poco después, mientras conducía buscando cosas imposibles en una mañana de domingo, fue él quien me llamó. Excitado le dije que iba hacia su casa con la pieza de la caldera. Llegué y miramos la pieza con los bozales puestos y la sensación de siempre, aún cuando era chico y parecía ser bien recibido, la sensación de sobrar, de estar de más, de vete ya...Me fui.

Al chino. Era lo único abierto. Nada. No.


Así fue como regresé a casa. Así fue como comí.

Eran las tres de la tarde cuando salí a andar. Tiré hacia las afueras y anduve mal durante un buen rato, como uno que camina pensando en todo lo que le ha pasado, como uno que camina una válvula quemada, como uno que anda bajo el gélido sol de las cuatro de la tarde de mediados de enero...


sábado, 9 de enero de 2021

PULGAS

No la vi llegar al bar cuando vino por segunda vez. Yo estaba fumando en la cocina, ella se asomó sonriendo y de repente la vi como a una aparición. 

Tampoco es que me sobresaltara, una hora antes me había enviado varios wasaps avisando de que intentaría volver, se había quedado con ganas de estar conmigo, otras veces le ha pasado igual y algunas no ha podido, yo casi lo había olvidado tras la conversación que acababa de mantener con mi amigo Gonzalo, el chico bipolar que por cierto lleva unos días un tanto trastornado, también esa había sido su segunda visita en el día pues fue el primero en llegar al bar, tanto que entró conmigo pues no había abierto aún la puerta cuando me pitó desde su coche.

- Kufisto -
- Hola, Gonzalo-
- Hola, ¿tienes boquillas?-
- Sí, pero pasa- dije por no aventurarme otra vez entre la nieve y el hielo de la acera cargado con las bolsas-

Abrí, encendí las luces y el aire acondicionado, saqué la bolsita de las boquillas y le di unas cuantas sin preguntarle nada de qué hacía por ahí a esas horas sin necesidad alguna, eso lo dejo para otros, además que Gonzalo suele ser buen madrugador, le gusta salir al campo, ver bandadas de pájaros volar, incluso águilas solitarias que le subyugan y graba con el móvil siempre que tiene la ocasión. Le dije que la cafetera estaba recién encendida y él respondió que no importaba, que acababa de tomar café en un bar del polígono. Con todo, se quedó allí conmigo, hablando tranquilamente de cualquier cosa mientras yo iba colocando todas las cosas como todos los días. Diez minutos más tarde le dije que si quería un café. Se lo puse descafeinado tal y como vengo haciendo desde hace algún tiempo. Él no se entera. Tampoco creo que si lo hiciera con otros se dieran cuenta. Pero con los otros no tengo ninguna razón para hacerlo. Con Gonzalo, sí. 

Habló de adonde iba a ir y le advertí. Los caminos debían estar hechos cisco y en una mañana como la de hoy no era cosa de risa. Se fue poco después.

Cuando vino por segunda vez a eso de las dos de la tarde ya lo hizo de otra manera: nervioso, enfadado, hablando solo. Se fue a su rincón, junto a la salida de la barra, al lado de los servicios, y pidió otro café. 

- Kufisto-
- ¿Qué?
- Dame dos sobres de azúcar. O tres, o cuatro...- Es diabético. Le di dos un poco preocupado. Pero le solté otro más al oírle decir que andaba de bajada y veía borroso. Había discutido con su padre. Estábamos solos en el bar-

Dijo que había salido corriendo de su casa (a la vuelta de la manzana) y ese esfuerzo le había provocado la bajada de azúcar. Habló mal de su padre, muy mal, y yo dejé que lo hiciera hasta que se calmó un poco. Sin darse cuenta vino hacia la barra. Le dejé estar mientras miraba sus maltrechos dedos de uñas desolladas jugando con un papel de fumar vacío al que miraba con fijeza. Entonces intenté hacerle ver que ni él era así ni su padre (al que no conozco) podía serlo. 

- Gonzalo, tú eres un chico muy espiritual (adjetivo que detesto pero sé que él tiene por bueno a causa de sus malas lecturas) y no va contigo decir las cosas que estás diciendo de tu padre. Y de tu madre. No, espera un momento. Tú eres una buena persona, un tío honrado, sí, déjame hablar...uno que se vuelca con la gente, con toda la gente...Y eso es un error. Eso es un error porque luego todas esas frustraciones que te llevas con quienes no te escuchan las cobras en quienes te quieren, aunque tampoco ellos hagan mucho caso de lo que tú te empeñas en enseñarles. Entiende, Gonzalo, que llegado un punto nadie cambia, y que hacer por cambiarlos es perder el tiempo y, más todavía, condenarte y sufrir por ello. Hay que hablar a quien se le puede hablar, no a todos y en cualquier momento y lugar. Y aún entre quienes te importan hay que hacerlo con delicadeza y sólo en el caso en el que te requieran ¿Crees tú acaso que yo, llegado el momento, llegaré a mi madre y le diré, por ejemplo, que por nada del mundo se ponga la jodida vacuna? Ni por pienso. Todo lo más será que le diré que yo no me la pondré. Y antes me arrancaría con tenazas todos los dientes que permitir un daño irreparable a quien más me ha amado. ¿Y sabes por qué? ¡Porque no lo sé, porque no estoy seguro, porque quizá sea yo el equivocado y sea la inmensa mayoría quien tenga razón! ¡No lo sé, Gonzalo, joder, no lo sé! Yo no voy a ponérmela, tendrán que arrastrarme de los pelos, ¡pero soy yo, no tengo ni el derecho ni la fuerza para obligar a nadie a creer en mi, me cago en Dios!...Tú hablas de tu padre, bien, espera...Te controla el dinero de tu jubilación, tienes que mendigarle todos los días, te está cortando el grifo últimamente...de acuerdo, es jodido eso. Pero...¿qué coño haces tú jugando a la tragaperras? ¡Tú!...Nonono, espera un momento ¡que yo te veo aquí!...¡pues sí, me jode!...No es cosa mía pero me jode, hostia puta. ¿Qué hace un tío como tú jugando a esas mierdas? Si me dijeran otro, yo qué sé, el típico ser vacío de todo que no tiene más entretenimiento que perder dinero ante un armario con dibujos de tías en pelotas, diría, "bueno, quizá sea lo suyo" ¡Pero tú no! ¡Pero tú no, Gonzalo, coño! ¡Tú no eres así! ¡Tú estás lleno de otras cosas, de cosas buenas, de buenas intenciones! ¿Qué haces tú, tan sobrio, tan alejado de todo materialismo, tan frío ante el oro y de todo lo que brilla como el oro, qué haces tú dándole pienso a la Vaca Manchada que tanto odias, joder?...No hables así de tu padre, Gonzalo, me cago en Dios. Y si los psiquiatras te amenazan con ingresarte otra vez, si tus padres, con todo su dolor, no ven más opción que esa, ¡sé más listo que ellos, hazlo bien, cede, no quieras imponerte! No quieras imponerte, Gonzalo, porque si lo haces, si te empeñas, si a toda costa tratas de hacerles ver la orilla con tus ojos...acabarás estrellándote contra las rocas-


- ¡Coño!-
- Ya estoy aquí -dijo ella-

Pasó a la cocina, me abrazó y me besó.

- Venga -dije yo- vamos para afuera...-

Por esta vez dejó su sitio habitual (el mismo que el de Gonzalo) para venirse a la barra. El bar seguía tan vacío como casi toda la mañana. El guiso, la cruda idea del guiso que unas horas antes había bajado conmigo del coche entre la nieve y el hielo del amanecer, yacía ahora cocinado, entero y muertísimo sobre la cocina; y casi todas las pulgas de embutido que yo había hecho como todos los días esperaban muertas de risa a que su creador las quitara de en medio de la barra. 

Fue hablando con ella hace algún tiempo, no demasiado, cuando por fin descubrí que la gente sólo habla de sí misma, que oyen no para escuchar sino para hablar de ellos mismos. Se lo dije una mañana mientras fumábamos en la puerta del bar, otra mañana en la que por fin había empezado el colegio de algunos de sus hijos:

- ¿Te das cuenta de que cuando uno dice algo el otro no escucha, que sólo espera que se calle para decir lo que él piensa sobre lo mismo, que no hay preguntas, que no hay interés por la posición del otro, que tan sólo se trata de una autoafirmación?

Ella me miró todavía más encoñada. Hay mujeres, mujeres muy vividas, no todas, claro; tampoco es tan difícil diferenciarlas, a las que le llega una edad en la que ven a alguien, a uno, que las rejuvenecen, que literalmente, sin razón alguna las vuelven locas. Sea quizá por haber pasado toda su vida entre manguis y malotes que la embarazaban a cuenta, las discusiones con los padres, con sus padres, con la odiosa madre, que encuentran a uno que no es demasiado gilipollas y al que ya parece importarle todo tres cojones, que es como si vieran la luz.

Me contó todas las cosas de la Navidad con sus hijos. Yo, gracias a ella, no dije ninguna. En otro tiempo no tan lejano la hubiese cortado para decirle las mías. 

Habló, la hice hablar otra vez (sé que le gusta), de sus antiguas correrías, de cuando era mucho más joven que ahora, de cuando fue una bestia parda sin miedo a nada, sin apenas hijos, tan sólo las dos del primer padre, de cuando vivió al límite del hambre al dejarlo, de sus fuertes adicciones de aquellos años, de su lucha, de los molinos, vizcaínos y leones que tuvo que hacer frente.


- Tengo que irme, Kufisto-
- Claro-

Nos besamos. Ya en la puerta ella se volvió:

- Te hace falta a ti más amor que a mi-


Recogí las pulgas.


Y otra vez todo estaba hecho.

domingo, 3 de enero de 2021

ARRANCA, KUFISTO, ARRANCA

 Yo diría que ha sido por la partida que gané ayer.

Era casi decisiva para el séptimo puesto y gané el punto. Todavía faltan dos rondas para terminar el largo torneo (empezó en septiembre) pero casi está visto: perderé una, ganaré la otra y de esta manera seré el séptimo de veinte. No está mal. Como siempre.

Si yo dijera ahora que repasé por placer un par de veces el final de la partida cuando ya estaba en la cama quedaría poco menos que como un idiota, pero así lo hice. Es un simple torneo de ajedrez por Internet, uno más de los que desde hace cinco años hacemos entre foreros, pero yo venía de una desastrosa racha de derrotas contra los más fuertes, contra todos aquellos que son algo o mucho mejores que yo, sólo mitigada por unas tablas en la ronda anterior que llegaron a ser casi derrota segura frente a alguien de mi nivel, unas tablas que me dieron vergüenza una vez acordadadas: llegué a estar tan mal que poco me faltó para rendirme, lo he hecho en otras ocasiones por mucho menos, pero estaba tan apurado de tiempo que probé a seguir un poco más y mi rival (y amigo) acabó por perder la cabeza y le arranqué medio punto. De esa manera un tanto rastrera corté la más que previsible mala racha que me había hundido en la clasificación, pues llegué a estar casi entre los líderes a cuenta del fácil calendario que de inicio me tocó en suerte, sólo soliviantado por la incontestable derrota ante una chica más rápida que un riff de Kerry King pero que al final va a acabar por debajo de mi, como en aquella canción de los Stones.

Mi rival (y amigo también) cometió un blunder, esto es, un error gordo, cuando estábamos saliendo de la apertura con evidente ventaja a su favor. Luego, tras la partida, durante los breves comentarios, me dijo que no se había visto mucho mejor que yo hasta ese momento, pero sí que lo estuvo: pasé un buen rato analizando mi gambazo en plena apertura; metedura de pata que no llegaba al desnivel de la que pronto él haría pero que sin duda dejó en desventaja a mis piezas blancas. Respondí como mejor supe tras consumir buena parte de mi tiempo, como de costumbre. Luego la máquina diría que no fue la mejor jugada pero sin embargo fue esa combinación que él creyó ver la que le llevó hasta mis brazos. Y entonces, ya con gran ventaja, respondí como lo haría una boa constrictor, sin fallos, sin dudas, jugadas precisas, como Fischer en los 70: buscando el mate directo olvidándome de ganar más material. La máquina también lo reconoció. Esa regalada pieza de ventaja me dio la ocasión de ganar bien y poder dormir mejor.

Hasta que la gata llamó a mi puerta como siempre hace y casi nunca consigue y esta vez la dejé entrar. Dormimos.

Desperté antes de lo previsto, cosa nada rara, y con un ligero malestar en el cuello, algo habitual en las contadas ocasiones que comparto cama con ella. No me veo, nadie me ve, pero supongo que doy tantas vueltas en ella como antes de dormirme. Si todavía estoy despierto no hay problema, pero se ve cuando duermo y topo con ella no voy más allá y quedo en mala postura. No es una gata que se asuste por los movimientos de alguien que lleva roncando un buen rato.

Llegué al bar a eso de las ocho menos cuarto. Esta vez me encontré al motorista que me deja los periódicos en el almacén que tenemos al lado. Le pité al verlo mientras subía la avenida por el otro lado. Respondió a la segunda pitada resguardado tras la escafandra que lleva por casco:

- ¡Kufisto!-
- Échamelos aquí -le dije abriendo la ventanilla del coche- que hace un frío de cojones y no tengo ganas de andar abriendo más puertas-

Abrí el bar, cerré la puerta y encendí la cafetera. No había prisa. Quince minutos hasta que se cargue. Fui colocando el mobiliario y mis cosas. El panadero llegó aporreando la puerta.

- Joder qué frío, Kufisto-
- Sí-

Ya con todo en su sitio abrí la puerta. En el ordenador encendido volví a mirar el final de la partida de ayer.

Sonia llegó al mediodía, tan inaccesible como siempre, con sus padres, y esta vez con la hermana, una muchacha tan alejada de la materna sangre francesa de la cual Sonia rebosa como cercana a la muy manchega de su padre. Sonia iba hoy con el pelo suelto. Estaba preciosa. 

Cuando dejé las cervezas en su mesa ella jugaba con su pelo como si lo llevara en coleta, como tantas otras veces, como siempre...Yo nunca la había visto con la pelirroja melena suelta.  

Se fueron. Se fue. Vino mi amiga con unos amigos suyos. Bebimos todos. Bebí hasta que mi hermano vino a quitarme el puesto a la hora acordada. Bebí con ellos mientras ella me metía mano. 

- Kufisto -me dijo al oído-
- Qué
- Te quiero
- Ya...


Arranqué el coche y me fui.