domingo, 30 de marzo de 2014

ERA DE ACUARIO...¿y DE CÁNCER, CUANDO?




Tengo un amigo (en verdad creo que no hay otro y puede que ya no haya ninguno más) que una tarde en la que estábamos "conversando", es decir, escuchando su ametralleo dialéctico, acabó por decirme algo que yo ya había sentido cuarenta mil veces antes: "Joer, Kufisto...Hay veces que no sé, que estás por ahí, no sé, pedaleando, o andando, o lo que sea...y es como si todo lo entendieras de golpe, como si todo estuviera claro, como si nunca pudiera ser de otra manera, aunque no puedas explicárselo a nadie"

Yo estaba hoy ahí, detrás de la barra, como siempre, y no podía darle respuesta al porqué de mi flojera. Anoche me dormí temprano (y más que lo hubiera hecho sin el concurso del furbolnazi del piso de abajo), he despertado bien, con mis horas de sueño bien cumplidas, y tampoco había llevado a ningún cabo nada tan extraordinario en lo que iba de día, sólo que me costó un poco más el traslado del mobiliario del bar. Pero eso había sido más por su ubicación de la noche anterior que por el peso en sí: no son tanto los kilos como la forma en que tienes que echarles mano.

Así que a eso de las cuatro me serví un gintonic sin muchas ganas, "al menos he comido algo" pensé. Lo dejé reposar mientras veía la última ronda del Torneo de Candidatos.

Pronto llegó una bien conocida pareja y su acompañante, un "rodríguez" por este fin de semana, gente normal, buen ambiente y trato agradable, que diría el satánico de Carabanchel, es decir, que jejeje, jijiji, jujuju. Me he salido con ellos para echar un pito mientras ella hacía como que leía el ABC, como si yo quisiera algo de sus arrugas, neuras e hijos de otro que no son con el que estaba. Afuera la cosa iba del cáncer, la tarde estaba nublada, y yo, por decir algo, he recordado a uno de nuestra quinta que ya se murió después que por tres años lo "curaran" hasta transformarlo en una especie de orco sin pelo que ni podía hablar, ni podía oler, ni podía saborear nada que no fueran Johnnies Walkers con agua y chocolatinas procesadas. Y Viagras para follarse a las putas que le permitía su exigüa pensión de autónomo, que la rumana tardó algo más de cero coma en desaparecer cuando lo vio sin cuello. No mucho más.

Apuré la ginebra y me serví un Johnnie con agua, que cuesta más. Beberlo.

El Feo hizo acto de aparición en busca de sus cervezas tras una dura mañana de trabajo, o eso quisiera su jefe, Ratatouille, un hijoputa, pero bueno, eso es lo de menos, basta con no verlo, más o menos como este, que ve menos que una polla liá en un trapo. Poco después llegó el ciego, "buenas tardeeees"; suelo dirigirlo desde la barra, si me da tiempo a verlo, que en ocasiones es jodido, como ayer, que estábamos llenos...Tuve que echarle mano al primero de la barra, un melenitas cuidadosamente barbado que estaba comiéndose a una zorra con pinta de anuncio de Evax: "haz el favor...este es ciego..." Noté que me miró mal, pero se apretó un poco más a aquella guarra descompuesta que ojalá deje de sangrar más o menos mensualmente. Y, de miligramo en miligramo, siguió mirándome el resto de la tarde, el muy gilipollas, tal que si hubiera osado a romper ese momento MTV... Bueno, el ciego es de diario y a ti no te había visto la careta en toda mi puta vida. Me importa una mierda que ella pensara que no eres lo suficientemente malote, tron-kito.

Tocaba el turno para el de los "concienciados", unos chavales jóvenes, bien educados, que hace algún tiempo vienen por aquí. Gente comprometida, ellos y ellas, sólo hay que oírles hablar a lo lejos, que se les oye aunque por encima esté el "Paranoid". Me sentía tan cansado, tan a deshora, tan invernal, que volví a echarle un vistazo a la fotografía de la chica del As; los domingos se salen del bote, pero esta tarde ya no era esta mañana: ya había cogido aspecto de imagen sobre un papel con el que limpiarse el culo en un momento de apuro.

Normalmente cago en el de tías, son más limpias, la necesidad hace virtud, pero ya era tarde para dejar el sello sin temor a ser descubierto, hasta ahí no llego, todavía, y espero que dure por el bien de mi cabeza. Pasé al nuestro, camaradas, compañeros, y dejé un aroma a ajo crudo que olía a gloria. Justo estaba cerrando la carta cuando se oyó la puerta, "este es este" pensé. Y al abrirla vi que era ese, esperando en la barra, el más concienciado de todos aquellos, uno que me recuerda a mi cuando tenía veinte años, aunque él ya peinará casi treinta en su cabellera. Curiosamente hoy, absolutamente sobrio en la mañana más resacosa del año, me he dado cuenta de que no utilizo el peine que yace en el armarito del lavabo casi que desde que me vine a vivir aquí. Y viéndolo he recordado las fotos que quemé la noche del viernes, al igual que el lanzamiento a la basura del último plato que no era mío, aunque sin antes romperlo, cosa de la que me arrepentí después, cuando ya no había más remedio, a no ser que bajaras abajo, volcaras el contenedor, encontraras tu puta bolsa y estamparas la cerámica de aquella bruja a las ocho de la tarde y a las puertas de un supermercado. No fue por nada en especial, estaba bien, sólo que las quemé y lo tiré. Y monté una zorrera en la cocina de aquí te espero. Pero quemadas y triturado, supongo, están. Ya sólo falta el nombre de usuario y la contraseña, pero no sé como hacerlo.

En esto llegó un concejal rojo, uno que cree que yo soy facha, ya sabéis, cosas de los pueblos, por menos se lió parda en Puerto Hurraco. Socialistas ellos, por cierto.

Nunca me mira a la cara. Tampoco es tan raro. Sólo lo hace quien me conoce. Y no son tantos.

Pidió de beber, un cubata y dos zumos para sus chicas, dos treintañeras de buen aspecto, delgadas y altas, pelo largo, descuidadamente bien cuidadas, serias, comprometidas, o lo que Dios quiera que signifique eso, pero eso es algo que se ve, que se siente, sobretodo cuando tú no tienes un puto duro y llevas toda tu maldita vida sin haber hecho poco más que el cabrón, cuando ya no te hace falta el peine, ni las cuatro mierdafotos, ni un puto cuenco que no sabes qué cojones pinta entre tus platos, los tuyos, tan hermosos.

Casi me descojoné vivo mientras le echaba el Brugal, puajj, recordando a un familiar mío cuando hace años le soltó un buen pedo a hurtadillas la primera vez que lo vio por allí.

- Que se joda -me lo contó al pedirme su JB
- ¡No me jodas!
- A la mierda. Por hijoputa
- La madre que te parió...No me hagas esto, coño.

Vino una camarera de la que me enamoré cuando más jodido estaba, cuando todavía comía en aquel plato, esperando un milagro. No es gran cosa, casi nada para una foto, pero tenía unos ojos, una juventud, y una forma de mirarte mientras te hundías...Mil pedos me agarraron allí. Ya no está tan bien para mi. Ya también me da igual.

Acabó entrando una vieja en chándal, como si hubiera dejado a medias el Sálvame, se fue a la tragaperras buscando la máquina del tabaco, "no, no...allí" le dije, "ahhh" Cinco minutos después todavía seguía mirando a los botones como yo a las variantes del final de la partida entre Aronian y Karjakin. Al final lo encontró y salió por la puerta equivocada, como el armenio una hora antes, aunque no dejó de joder al ruso hasta que ya no podía hacer más que el ridículo.


Anand será el Candidato por el Reino del Ajedrez. Ni Dios lo hubiera dicho. Yo tampoco. Pero me alegro, me alegro mucho, como en aquel saludo de Nicholson en "Batman" Que todos aprendan con quien se juegan los cuartos.


Salí del bar. Todavía era de día. Han cambiado la hora. Otra vez amanecerá más tarde. Otra vez anochecerá después.


El gato me miró raro al verme llegar a la misma hora de siempre.


Y es que el sol entraba por el ventanal como si todavía le quedara una hora.


Una puta hora.


Mi Corona por vuestros minutos.


miércoles, 26 de marzo de 2014

DE NARANJAS Y LIMONES




Hacía años que no le veía, tantos que...Es curioso como se difumina el tiempo si no te afecta su paso.

Acababa de salir del bar, estaba aparcando al lado de la frutería del moro, pensando en salir a pasear este extraño sol que sólo hemos visto al irse, cuando lo he reconocido de la mano de su mujer, supongo, una tía toda de negro, gordísima y fea de cojones, que miraba sin fijeza, como despistada, las naranjas que por centenares están apiladas de cualquier manera junto al gran ventanal de la tienda. Es lo bueno de tener ese hermoso color sobre esa henchida esfera, que no necesitas ni un nombre propio: te pongan como te pongan, siempre te admiran. Lo naturalmente bello no tiene porqué estar ordenado. Así como los gatos siempre caen de pie, así luce todo lo redondo de la vida, todo lo que fue creado con los pigmentos adecuados para regocijo del sol y de todo lo que tiene ojos, todo lo que jamás ha querido ser otra cosa que lo que es.

Efigenio, que así se llama aquel chico, no sólo tiene un nombre feo, sino que él también lo es. Siempre lo fue.

En el barrio donde nos criamos, en el corazón del pueblo, en su primera piedra, todos los chicos de entonces jugábamos en sus calles entre gritos, risas, discusiones y peleas. Unos más guapos, otros más feos, unos más ricos, otros más pobres; pero nadie se salía de la regla, tan ancha cuando todavía estás creciendo. Pero Efi sí: era extraordinariamente feo y pobre. Y tenía una hermana que todavía era más fea, casi deforme, tanto que la recordé cuando algunos años después vi El hombre Elefante, esa extraordinaria película de Lynch.

Apenas se les veía por el barrio; era como si, avergonzados, se escondieran de nosotros, los normales, los que nos llamábamos como cualquiera; pero Efigenio...¿qué coño es eso de Efigenio? y con esa cara. Y nos reíamos de él y de su hermana, de la que no recuerdo el nombre.

A veces, pocas, nos hacía frente de manera descompuesta, y entonces era peor, porque nos acercábamos a él, le rodeábamos insultándolo, empujándolo contra la pared hasta que el pobre se daba cuenta de su situación y era como si nos diera la razón con su silencio, con su mirada al suelo, como si viera justo que hiciéramos lo que estábamos haciendo...Entonces algún viejo nos decía algo y lo dejábamos allí, temblando, y volvíamos a darle patadas al balón bajo la atenta mirada de algunos abuelos.

A propósito de esto recuerdo algo con otro parecido, ya siendo un poco mayores, al principio de la pubertad.

Era un chaval alto y fuerte, algo mayor que nosotros, pero que tenía los pies tan planos que andaba como un pato, así que podéis imaginar como le llamábamos. De familia muy humilde, solíamos admitirlo cuando nos daba la gana, que no era muy a menudo. Ignorantón, buenazo, torpe...Una noche de verano estábamos jugando en la plaza del pueblo cuando vimos un tumulto de chavales en la fachada del Ayuntamiento. Eran los grandes, es decir, los que tenían tres o cuatro años más que nosotros, los que estaban empezando a fumar, a beber y a salir con chicas, algunos de ellos hermanos de algunos de los nuestros. Y oliendo la sangre, hacia ella fuimos.

Uno de estos, un hermano de uno de nuestra pandilla, apoyado por la suya, estaba cogiendo al Pato del cuello, estampado contra la pared, mientras le gritaba y amenazaba como si fuera a matarlo allí mismo. Este, el pegón, era el hijo mayor de uno de los tíos más acaudalados del pueblo, un nuevo rico, bruto como él solo, sin pizca de cultura, que se había hecho millonario con la llegada de los socialistas. Pronto aquello se convirtió en un pandemonium de chicos que, simplemente, querían ver sangre: treinta o cuarenta voces, a pleno pulmón, que sin saber porqué, gritábamos que lo machacara allí mismo. Puedo recordarme a mi mismo, sí...Esta es una de las cosas que más me avergüenzan.

El Pato, al principio, lo miraba todo un tanto como a guasa, como si estuvieran de cachondeo, como si sólo se tratara de otra broma pesada que tragar por ser quien era; después de todo, era un tío fuerte y no tenía miedo. Pero cuando se dio cuenta de aquella marabunta que pedía su cabeza con inexplicable furia, con un odio no ya animal, sino demoníaco...se le borró la sonrisa de la cara, se quedó blanco, como si de verdad fuera a morir allí mismo, como el soldado Patoso al darse cuenta de quien era su instructor, ese puto psicópata.

No sé, puede que lo exagere, pero no creo...Si no hubiera hecho acto de aparición un municipal que por allí andaba, de verdad que ese chico lo habría pasado bastante peor. Aquella noche vi la cara del terror, del pánico, de la sinrazón...y cuando se fue sólo sentí vergüenza.

Esa chica, esa muchacha gris sin nombre, la hermana de Efigenio...A veces la veo pasar mientras me fumo un cigarrillo en la puerta del bar. Está un poco mejor que antes, aunque siga sin andar bien ni levante la cabeza más que para cruzar los pasos de cebra. Se la ve más cuidada, más arreglada, con gafas modernas, o será que ya tiene los años suficientes como para pasar un poco más desapercibida, no como cuando era la niña fea entre niñas hermosas, niñas que no hacían más que sentir lo hermosas que eran mientras ella se escondía en el fondo del cajón.


Compré los limones al moro. Abrí la puerta de casa y vi un extraño chorro de luz que venía del salón, como si alguien hubiera corrido las cortinas amarillas del ventanal.

Pero no, nadie había corrido nada. Era la luz del sol que había salido de entre las nubes por primera vez durante el día.

Y ya se estaba acabando.

Es tan rara vista cuando no la esperas...

lunes, 24 de marzo de 2014

UNO QUE CARDÓ LA LANA Y TUVO LA FAMA




- He llorado cuando la Guardia Civil lo ha pasado al Congreso -ha dicho nuestra madre mientras ponía sobre la mesa la bandeja de garbanzos, carnes y verduras. Mi hermano y yo estábamos dando cuenta de la sopa, no tan sabrosa como otras veces, "¿le falta sal, Kufisto?, me había preguntado con el pañuelo en la nariz, se ha levantado mala, "no sé como ha sido, ayer me acosté bien...me lo habrá pegado tu padre, que anda un poco resfriado" Ha apartado la cara cuando he ido a besarla nada más llegar. Después recordaría que ella no hace lo mismo cuando se lo digo yo. Me ve poco, para lo que quisiera. "¿Te has pelado?", "hace una semana" Y a comer, que es a lo que voy; y si hablo poco, menos comiendo, pero una madre siempre tiene ganas de oír a su hijo. Aunque sea como si acabara de empezar las cartillas del Rubio aquel.

- No, no es la sal...es el sabor.
- Pero si lleva de todo...
- No sé...será que ha reposado poco tiempo.
- Sí...no está como otras veces -ha terciado mi hermano, aún en pijama tras la celebración de ayer; hoy le tocaba de noche en su trabajo.

- He llorado cuando la Guardia Civil...- Normalmente no me habla de nada de eso, me conoce como si me hubiera parido y sabe que no me gusta, por lo que se limita a cosas que no puedan molestarme demasiado mientras como, que así fueron muchas de las broncas que tuve con ella cuando todavía vivía con ellos, pero es que no me veía a otra hora, así que no le quedaban más. Recuerdo una vez que estuve dos meses sin hablarle, ya no recuerdo porqué, yo era muy joven y orgulloso, y extremadamente estúpido; alguien que se creía mejor por leer cosas que nadie leía, al menos nadie que yo conociera.

- ¿No dices adiós? -me dijo una tarde desde el salón, al verme bajar las escaleras. No respondí nada, como todos los demás días.

Se levantó del sofá donde estaba mirando la tele y fue hacia la barandilla.

- ¡¡¡ERES UN CACHO DE CARNE CON OJOS!!! -bramó entre otras cosas que no recuerdo.

Estaba temblando cuando abrí la puerta, pero no dije nada. Seguro que pegué un portazo. Esa misma noche, al regresar, le dije algo, "ya estoy aquí" o algo así. La miré y le di dos besos.

- He llorado cuando la Guardia Civil...- Me ha enseñado una foto de nuestro padre después de evitarme el beso y antes de irnos a la cocina, una de un antiguo pasquín de AP para las locales. "¿Esto era con el partido de Suárez, no?" me ha preguntado, "no". Ahí estaba el viejo con treinta años menos, tan sobrao como lo recuerdo, sus gafas de sol Ray-Ban, su alfiler de oro en la corbata, su chaqueta, su pelo negro, de hombre tranquilo, mirando a algún sitio que no era el objetivo, como si estuviera hasta los cojones de estar ahí, rodeado del resto de compañer@s, ya había algunas mujeres, he visto dos o tres, aunque tampoco me he fijado mucho; yo sólo tenía ojos para el único que no me miraba. Fue como diecisiete de una lista de dieciocho, con expectativas de cinco o seis concejales, para completarla, como favor a quien se presentaba como su cabeza, un hermano de un amigo, y todo esto mediando su maestro de escuela, el último alcalde franquista, un tipo que murió la pasada Navidad en su casa de toda la vida, con el dinero justo para tomarse unos chatos, no tenía más vicios, y eso porque llevaba veinte años viudo, triste, hundido, pero era tan católico que jamás se hubiera quitado de en medio. Era aquel tipo del que os escribí en alguna ocasión, alguien a quien estuve a punto de preguntar si podría hacerle una especie de entrevista en su casa, sin decirle que escribía, claro, sólo por curiosidad, por tener información de primera mano sobre todo aquello, de la de uno que siguió el camino de Fraga, no de Blas Piñar, como mi padre, como su alumno, pero lo dejé ir...y ya no podré cogerlo. Lástima.

- ¿Qué opinión tienes del Rey, Eugenio? -al final, por fin, me atrevía a llamarle de tú
- Alguien nefasto, nefasto, Kufisto...Ponme otro vino, pero no del que me has puesto, que es de féminas.

Era un buen tío.

- He llorado cuando la Guardia Civil...
- Ese era un hijoputa. Que tanto descanso deje como paz lleva -No me salen las palabras cuando me reboto, siempre he sido así, como esas gaseosas que se abren después de caerse al suelo.
- Joer, Kufisto...no hables así -ha dicho ella
- ...Y uno de los principales responsables de la situación actual de España. ¿O que te crees? ¿que fue como te lo cuenta la tele? ¡Joder! ¡que tú estabas allí! Ese tío era un fascista, presidente de la Diputación de Ávila en el 61, jefe del Movimiento en el 71, de la Televisión Española de Franco...¿y luego qué? ¡demócrata de toda la vida! Un cabrón, eso es lo que era.
- Lo hizo bien en aquellos años...
- ¿Bien? ¿dejando un paro de 16 % cuando entró con un 6? ¿con el IPC al 150 %? ¿con España vendida a los putos yanquis? -lo había leído por ahí. He mirado a mi silente hermano, que estaba haciéndolo a los de la casa de empeño de Las Vegas, sirviéndose sus garbanzos.
- Bueno...hizo lo que pudo...todo era muy difícil...
- ¡Claro, igual que el puto Rey! -y he empezado a echarme garbanzos-, ese cabrón, ese subnormal que os lleva engañando 40 años, como todos...Jodida televisión...Este era bueno, llora, este tal, tal...os tienen sorbío el seso...Has llorado porque tienes treinta años más, eso es todo...Dame el aceite y el vinagre.

Y ya. Pero no me he dado cuenta de lo que hoy estaban trapicheando en Sodoming y Gomorring.

- Los garbanzos están buenos
- Sí -me ha secundado mi hermano
- Menos mal -ha dicho mi madre

Me ha echado dos tarros de sopa para llevar.

- ¿No quieres postre? -me ha dicho como siempre
- No -he respondido como siempre
- Hijo mío, bebe un poco de agua antes de irte -le he obedecido- ¿te llevas la ropa? Yo no voy a tu casa hasta el domingo...
- Ehhh...venga, sí. Adiós, Iván
- Adiós, Kufisto -me ha respondido mientras daba cuenta de su postre
- Se os dio bien ayer, eh
- Sí...
- ¿Lo viste?
- Sí, en el M...
- Nido blanco...
- Que se jodan

Casi que se me han quitado las ganas de llevarme la ropa limpia, planchada y percheada, junto al bolsón con todo lo demás, toallas, sábanas y cosas así, nunca lo abro, ya lo hace ella los domingos cuando viene a limpiarme el piso.

- Venga, yo te bajo la comida -me ha dicho. También me había apartado un tupper de carne en salsa que hizo ayer, "para la cena" Está de muerte, pero la he congelado. Hoy tenía otro plan.

El coche estaba aparcado en la acera de enfrente, "quédate ahí, no salgas" le he dicho.

- ¿Y ese bollón? -la he oído mientras bregaba por colocar todo eso en el puto coche.
- Ehhh...no sé. Lleva tiempo...
- Ay, hijo mío
- Sí, ya -he recordado la primera vez que lo vio, hace siete u ocho años, mi primer coche nuevo, a estreno.

Me he acercado para recoger el papeo y darle los dos besos.

- ¡No, no!

Ah, sí, que está resfriada.

Y al subirme en el auto, que diría mi viejo, he recordado que ella no hace lo mismo cuando soy yo el que está malo.

He arrancado sabiendo que todavía estaba allí. Han saltado los Black Sabbath. He puesto el intermitente y he mirado por el retrovisor.

Si hubiera venido un trailer me lo habría comido. De postre.

Allí estaba.

Le he dado al claxon y casi me he pegado con uno de su acera.

Pero ya no la veía.


En fin...ella sí lo vio.

Descanse en paz, el duque falangista que no leyó ni las crónicas de Sarmiento Birba.

Después de todo...tampoco lo ha hecho mi madre.


Pero quien nace becerro, muere toro. A no ser que por falta de bravura te capen para buey: viven más tiempo, pero sin ser lo que debieron ser.


Hostia.


martes, 18 de marzo de 2014

HACIENDO UN KRAMNIK




Me revienta.

Bueno, no...me la suda.

Tampoco es eso...no sé...me molesta, sí, me incomoda, mejor...Hay que ser concretos; esto es la jungla y tú no eres ni hoja. Y ahí estás, cuatro líneas para una palabra, para abrir de clave, la que sea, la correspondiente; como en esta nuestra mañana ha hecho el ruso (¡Viva!) Kramnik en su tarde contra Aronian, ¡qué manera de jugar al ajedrez! Sólo que en el momento del Do sostenido, cuando el primer límite de tiempo estaba a la vuelta de unas miradas al reloj, no acertó a aprovecharse del primer y único gran error del armenio: él respondió con otro y un rato después, ya más tranquilo, tuvo que firmar las tablas sin más ejércitos que los reyes sobre el tablero. Uno sólo juega hasta el final si tiene la sensación de haber dejado pasar su gran oportunidad. No le cambio la noche en la que ya está, no. O puede, que a ver como acabo yo esto, so listo.

Pero en mi sueño no hay rivales. Soy yo contra mis días.

Yo contra mi.


De unas primaveras a estas, me jode un tanto oír como las ningunean quienes no deberían. "Aquí se pasa del frío al calor", "esto es un camilosesto", "el tiempo está más loco que Urízar Azpitarte" y tal. Y porque Al Gore les queda tan lejos como el Monolito, aunque no tanto su obra: se olvidan los nombres, no su significado.

Esto, queridos todos, que ya van unas cuantas que os lo digo a la cara, es la Primavera: LA PRI-MA-VE-RA, es decir, el final del jodido invierno.

La primavera entra el 21 de marzo y acaba el 21 de junio, con la llegada del verano, y entonces llegan las Ketchup y la tele acuática...Según, que hay años que dicen entra el 20 y se va el 20; o el 22 y se naja el 21. Más o menos como mi fecha de nacimiento, que a veces me siento como Damian en La Profecía:

- ¿22 o 23, Kufisto?
- Ehhh...nací en el ocaso del siguiente 22, con tó la chicharrera, pero según se ve resucité en la infernal madrugada del 23, como consta en mi documento nacional de identidad.
- ¿Entonces?
- El 22, que me fío más de una madre primeriza que de un funcionario tardo-franquista. Aunque sí, al parecer me sacaron como el culo; tanto que las monjas me bajaron a la capilla para hacerme unos primeros bautizos, no fuera a ser que me quedara en el limbo, como Fernando Ónega. Me vino bien, por lo que se sigue viendo. Estar vivo es estar bien. Ya van cuarenta años y no me arrepiento.

Pues sí, ya esta aquí la Primavera antes de abrirle la puerta, que ayer la sudé mientras subía los molinos por segunda vez desde el último verano. La primera fue el lunes anterior, todavía invernal,  manchegamente hablando; pero ayer la sudé sin echar la mitad del bofe que me costó la del anterior. "¡Coño! ¡Sudo! JAJAJA!" Y me sequé lo que pude con un trozo del papel higiénico que siempre viene conmigo cuando salgo a andar, que hay que hacerlo cagao y meao. Sobretodo cagao, que eso es algo que puede hacerte perder un tiempo, como Kramnik con Aronian. Y sólo da risa cuando lo escribes, como en aquella historia que escribí creo que la pasada primavera. O la anterior.

La verdad es que todo da risa cuando tu reloj es Raphael con el mute a mano, sí.

Y ya no es el primer calor después del frío, no, sino el color del cielo, el olor, los primeros bichos, los reflejos de la luz sobre la tierra; sus árboles y sus primeras flores, esos almendros, tan prestos como yo y mi botella, echando rosas sobre blancos, como esas criaturas bien paridas que te miran como si fueras la luz del sol, ¡a ti!, mientras dan sus primeros pasos, y te sonríen, sacándote una sonrisa tan grande, tan natural, tan perdida, tan olvidada, que te duelen hasta las comisuras de la boca, esa vendedora de preferentes; pero no así en tu corazón, que es como si los ojos, los buenos, estuvieran en él y no en las cuencas de una maldita calavera, tan lejos de lo que te hace estar vivo: todo es cuestión de centímetros, de milímetros, de aire. Olvidaos de los años luz, de la estrella de Orión, del Big Bang y de sus putas madres para cometriskis: es el Aleph, idiotas.

Hoy, una vez abandonada la partida entablada, he dado en caer sobre los anuncios que una y otra vez repetía el televisor, anuncios que sin darme cuenta había oído cuarenta veces sin escucharlos mientras cocinaba arroces y miraba ajedreceses, siempre cambiantes, nunca como estaban dejando de ser, siendo lo que iban a ser, lo que tenían que ser, error arriba o error abajo, pero jamás una aberración...

Allí no, allí estaban esos putos anuncios de pijos, para proletarios que desean ser pijos, de hijos de puta, de estúpidos vendiendo perfumazos para el Día del Padre, cualquier cosa es buena para la Sinagoga (y más en tiempo de Purim, cuando el ganado anda de Cuaresma, como no) mientras se deje la pasta y el alma, aunque lo arrastremos por el fango todos los días del año.

Allí se veían a los carolinosherreros, jóvenes y "guapos", de fiest nocturning, disfrazados, delgadísimos, risas y cachondeo, polvos de cocaína, mira y desea ser como ellos; a Jon Pol Gotier y su jodido marinerito de los cojones reventando una ciudad a lomos de un portaaviones y de Casta Diva para encontrar a su zorra, una guarra cualquiera de 6000 pavos la noche.

¡Ohhh!  ¡Ahhh!

Tengo cuarenta años, coño.

Y entendí el Quijote con dieciocho.

Y soy manchego de bien.

Y nací con los calores.

Y las monjas me salvaron.

Y...

que os follen.


Hijosputas.


Que ya está aquí la Primavera, demonios.


A joderse, fredismercuris.


¡Kramnik y Putin os están esperando, traidores!


¡RESURRECCIÓN!




domingo, 16 de marzo de 2014

LO QUE HAGA FALTA, MAJESTAD




- Ja ja ja...jajaja...¡jajaja!...¡JAJAJA!... - terminé por deshuevarme mientras me sacudía la primera meada del día por cuarta o quinta vez.

Eran más de las nueve de la mañana. Y me había despertado a la una y media de la madrugada. "Coño -pensé al hacerlo- las seis y media. Perfecto" Pero había tan poca claridad solar, tan ninguna, que por un momento creí haberme equivocado, aunque aguzando un poco la vista parecía verse algo semejante a los dorados primeros cabellos de la aurora a través de la persiana. Nunca la bajo del todo.

Me levanté, volví a mirar el reloj, "las seis y media" Perfectísimo. Me encontraba descansado, sólo un ligero malestar de cabeza producto de lo que bebí antes de cortar a tiempo, loado sea Dios, pero al haberlo mezclado con cocacola se nota que es findus cuando despiertas. Eché la primera de las meadas del nuevo día mientras miraba al ventanuco de ventilación. "Es raro" Fui al salón, subí la gran persiana y me encontré la noche cerrada. Cerradísima. "Pero qué coño..." regresé al dormitorio, cogí el reloj, la una y media. "pero qué cojones..." Lo había visto del revés. "Jodeeerrrrr..." Y de repente me sentí cansado y con necesidad de tomarme un ibuprofeno.

Puto reloj.

Pensé en ello mientras me rulaba un pito frente al ordenador. Lo encendí y me comí uno de 600 miligramos. "La cena todavía está reciente" me justifique por hacerlo a pelo. Los cuarenta, que no joden pero atormentan sin todavía avisar. Con veinticinco me desayunaba aspirinas de a dos. Y no me decía nada.

Apenas habían pasado las diez de la noche cuando decidí irme a la cama. Mozart estaba haciéndome llorar de gusto y había sido un día largo y tenso; otro día de trabajo, pero de los que al menos sirven para algo, monetariamente hablando. Un cumpleaños, un arroz especial (aparte del normal para el resto) y luego toda la tarde por delante para ver como esas chavalas tan estupendas, tan in, apenas te veían mientras te pedían sus copas. Me eché la primera a eso de las cuatro, con el previsor y fuerte almuerzo ya en los tobillos, y menos mal que no paré de moverme hasta las siete y media, que sino no sé...Con todo, cayeron cinco o seis. Uno más, y adiós muy buenas. Pero me fui a casa.

Cené bien, puse en el ordenador un conversación un tanto tensa entre fascistas de la tercera vía (o la trescientas treinta y tres), y viendo que no eran ni las nueve y ya estaba durmiéndome decidí aguantar un poco más, que luego es muy duro despertar en mitad de la noche. Y Mozart, según la batuta de Böhm y la Filarmónica de Viena, obró el milagro de hacerme llegar hasta la hora en la que el cuerpo volvió a pedirme un trago para soportar, ahora, aquello tan de mi gusto. Pero las riendas del hígado se llevan mejor cuando los demás se esconden y te dan un par de minutos para pensarlo. Y no habiendo ninguno es más fácil que triunfe la cabeza, esa gran tímida.

"La una y media...me cago en la puta"

A eso de las cinco, después de un par de levantamientos más, estuve a punto de vestirme e ir a fregar el bar; pero eché tiempos de ducha y desayuno y no me salía que ya estuviera cerrado, que la gente es muy cansina, mucho, ¿y qué coño haría yo a las seis de la mañana visillereando si mi hermano lograba echar a los últimos borrachos de la noche? "Venga, coño, que hace frío, joder, acabad ya..." Absurdo. Aún en ese estado mental. Intenté dormirme otra vez, fantaseando con empezar la carrera por el Campeonato Mundial de Ajedrez, desde abajo, destrozando a todo cristo, jugando el Candidatos y ganándolo, y el título después, y entre partida y partida follándome a tías buenas, elegantes y delgadas, dándoles lo suyo y lo de su madre, incluso lo de su abuela, "¡¡¡KUFISTOOOO...me mataaas!!!" Se me puso morcillona y pasé a imaginarme en plan Turturro en aquella película, un tanto autista, sólo ajedrez, nada más que ajedrez, quiero el título y lo demás me suda la polla, no me importa, no me interesa, quiero el título...Pero en los dos casos excepcionalmente vestido, de traje y corbata, caros, bien peinado, engominado, afeitado y perfumado, hecho un dandy, me fijé bien en los zapatos, brillantes, negros...

"Las seis..." Otra vez me levanté, pero ya en serio. Puse dos huevos a cocer, me hice otro pito, un té doble y me comí un ajo y una cucharada de aceite de oliva: si esto no te espabila, es que estás bien jodido.

Dejé los huevos bajo el chorrillo del agua fría y me fui a duchar. Me sorprendió mi aspecto al verme en el espejo, tan bien como lo pueda ver, y eso sin afeitarme: ojeras las justas y eternas, buena tez, semblante afilado. "Qué sabrán los relojes"

Completé el desayuno y salí a la calle con mi coche cuando ya empezaba a clarear, tan lleno de energía como el que nos estaba levantando. La de Radio Clásica amenazaba con música latinoamericana. No me importó y la dejé hablar.

A veces uno se duerme con un plan y luego despierta y no es el que pensaba. Y aunque sea mejor, le sienta peor.

Cuando llegué al bar ya estaba fregado. "No jodas" Me nublé, intenté hacer la segunda parte del mismo, apañar el sofrito de la paella del mediodía para adelantar trabajo y llegar un poco más tarde; había previsto dejarlo todo solucionado a eso de las ocho y media, darme un pequeño paseo con el buen sol, regresar a casa y dormir un par de horas, que no veas lo bien que te sientan, pero..."¿Y qué coño hago yo ahora?" Nada. Todo había perdido su comba. Había saltado una hora en el tiempo. Para atrás. Todavía estaba en el Open de Villarrobledo.

Y las nubecillas que empezaban a difuminar la espléndida aurora de la mañana me parecieron rusos de la escuela de Botvinnik.

Eché a andar calle abajo y cuando me quise dar cuenta vi que estaba a medio camino de regresar a por el coche olvidado justo enfrente de mis narices.

Volví a por él después de pensarlo treinta veces, mientras me cruzaba con los últimos borrachos de la noche y la primera poli de la mañana, con rubias adolescentes al hombro del alfa del grupo, protestando para que la bajaran y no la bajaran, rumanos buscavidas que mochila al hombro caminaban viendo como lo hacían los otros, tan pocos; basureros, cazadores, agricultores, autónomos, gente de mal vivir y la jodida zapateta y piruleta de la gran música latinoamericana..."Coño, coño, coño, Kufisto, joder...¡a por el coche! ¿y si te duermes y luego despiertas con el tiempo pegao?" Quité aquella puta mierda y puse a los Rolling Stones.

No eran las ocho cuando volví a meterme en la cama después de bajar la persiana hasta sus topes. Oí cantar sus extrañas canciones a la periquita. Me levanté e hice lo mismo con la del salón. Se calló. El gato callaba y miraba. Ya le había echado lo suyo antes de irme.

A la cama, a la cama...¡dos horas largas!, puede que dos, hora y media...Hay que dormir...

Y entonces apareció el Rey de España.

Sí: yo le hacía paellas al Rey de España.

Primero había sido a un gualtrapas, un villarrobledense y, poco a poco (o sea, a toda hostia), mi fama había llegado hasta los reales oídos del Rey.

- Por ahí hay uno que hace los mejores arroces de España, Majestad
- Llamadlo

Y para allá que iba, a gastos pagados.

- Majestad...
- Kufisto...

Yo le hacía un arroz de marisco ("carabineros, cigalas, mero, gamba blanca, calamar de Cádiz, un buen fumet...") y se volvía loco. "¡Hostia como está esto, Kufisto!" Después lo hacía para toda la Familia. El Príncipe me miraba receloso. Letizia creo que no se había dado cuenta de que yo estaba allí. La Reina me ignoraba. Los nietos mostraban interés en mi procedimiento, muy educados, muy majos...

- Nos vamos a Arabia, Kufisto
- ¿A Arabia, Majestad?
- A Arabia
- ¿Pero...y el bar?
- No te preocupes por él. Te compro. Pago vuestras deudas y que lo lleven tus hermanos...Además, así podrás viajar y escribir, ¿no dices que eres escritor?
- Sí, Majestad, lo soy
- Pues ya está

Y nos íbamos a Arabia en su avión y les preparaba mis arroces a todos esos reales moros multimillonarios, "¡0hhh...por Alá!" Después venían las chicas, danzantes, cubiertas por velos transparentes, azules y verdes, rojos y amarillos, tostadas como un triple sandwich de Nocilla...

- El moro dice que escojas a la que quieras, Kufisto...

Me dejaban elegir primero.

Pillé a la de verde y a la de amarillo...


Miré el reloj. Las nueve y diez. Quizá fuera cosa de mear otra vez.


Y entonces me reí.


Y después, al fin, me dormí sin darme cuenta.


Una horilla.


Lo supe porque recordaba no haber visto las diez.


Pero el día lo ha certificado, no lo soñé: dormí


Si no, ¿de qué?

jueves, 13 de marzo de 2014

TRÍO SIN PUJA




Hoy les ha tocado a los platos, esas cosas que sirven para contener la comida que nos hace funcionar.

No he sabido como se hacían hasta que esta tarde lo he visto en la tele. Cuarenta años utilizándolos durante todos sus días y jamás me había molestado en preguntarme como se hacen, no ya interesarme en ello. Ha sido magnífico, pero casi lo he olvidado. Sólo me acuerdo bien de las máquinas, metódicas e imparables, que con increíble precisión y velocidad transformaban la materia prima en el acabado producto final. Y sin más intervención humana que ponerlas en ON y probar si un plato cualquiera era capaz de superar la eugenesia de todos los demás: una caída de dos metros y un golpeo de un peso que se desplazaba noventa grados.

Sé para qué sirven, sé como se hacen, pero sigo sin saber hacerlos.

Después leí algo sobre Simbología, cosas de Indigo Merovingio, extraño nombre para un hombre que extraño escribe; pero como trata sobre cosas ocultas, cosas para iniciados, pues parece como si tuviera razón o, al menos, como si supiera algo. El resto de la gente lo celebraba y le preguntaba, algo que me ha hecho recordar a Número 13, otro que decía ser una entidad de no sé donde y que había venido a la Tierra para avisarnos de la que se avecinaba el 21-12-2012, como el mismo Indigo apuntó por otro lado tras confesarse descendiente de los merovingios e índigo, cosa esta última que no sé lo que significa, ni lo que sea, ni de que está hecha, aunque me suena a enfermedad, a negro cuando tenía que ser blanco, o blanco cuando nació como negro. No lo sé, es una aproximación, una proyección, no me interesa buscarlo, estoy cansado y aburrido.

Adelanté páginas, me sorprendió el abrupto corte con tantos meses de antelación; pasó la fecha y un mes más tarde regresó para continuar explicando los símbolos luciferinos que todo lo inundan. Uno de sus creyentes abrió otro hilo aún más grande. Y luego otro, otro. Y ahí siguen, viendo illuminatis hasta en los toblerones.

Agotado por el esfuerzo en algo que no había por donde cogerlo (que es como más pesan las cosas) regresé al televisor, ese aparato-profeta que rivalizará con Jesucristo como medidor del tiempo. Sólo dádselo hasta que llegue su Mesías en forma de realidad virtual, tipo Desafío total. Entonces será como aquellos fumadores de opio que preferían estar colgados a despiertos.

Ahora estaba emitiendo uno de mis programas preferidos en estas tardes donde no hay nada que hacer, que son todas. El asunto es que un calvo espídico subasta pequeños almacenes abandonados ante una audiencia compuesta por buscavidas, a cual más triste en su avaricia, pero basta con verlos para saber que tu opinión les importaría una puta mierda.

El procedimiento es siempre el mismo, que así no hay pérdidas ni déficits de atención que valgan. Sale el calvo gritando, gesticulando como si su maldita mujer le hubiera pillado haciéndose una buena paja, moteando graciosamente a todos los que tiene enfrente, chocando sus manos, sus puños, sus cabezas, joder..."¡ROMPE EL CANDADO, BIG JOE!" Y otro rápido y milimétrico movimiento de cámara te muestra a un negrazo armado con unos tremendos alicates que destrozan el candado del secreto de mierda que guardaban. "¡¡¡OHHHHHH!!!" es la respuesta que se oye al levantar el cierre metálico, aunque tú no veas dentro más que basura, a veces literalmente. Pero eso de romper un candado que perteneció a otro es algo irresistible en un primer momento.

- ¡VENGA, UN VISTAZO RÁPIDO SIN PASAR NI TOCAR NADA, VAMOS CHICOS!

Todos obedecen, nadie se pasa de la raya, mirando como si allí dentro, en esa jungla desordenada, se escondiera algo bueno, algo que valiera, algo para ganar lo suficiente como para gastarlo en otros algos bien presentados, no rodeados de jena y acompañados de capullos, como si el petróleo no fuera mierda de dinosaurio, como si el oro se comiera, como si el mundo contuviera algo de lo que tú careces, algo que necesites descubrir, algo que no te enseñaron.

Así pasé la última hora de la tarde.

Ya en casa me fijé en el gato que se encaramó a la mesa. Empezó a gruñirle a la periquita, resguardada en su jaula. Esta salió por la ventanilla que le rompí una mañana de esas y voló por encima de nuestras cabezas.

"Eso es que tiene hambre" pensé. Sólo lo hace por ese motivo. Miré el comedero y vi que estaba casi vacío.

Lo llené mientras ella se columpiaba a una prudente distancia. Tardó cero coma una vez que me vio sentado. Nunca le he hecho nada malo. Pero así son los pájaros. Aunque no sé porqué ni como se hacen.

El gato se hizo el ofendido y se fue a rasgar su parte del sofá, una de cuyas patas está casi en los huesos.

Esos tipos todavía le sacarían un buen pico.

Al sofá, no al gato, que este no vale ni para hacer caldo.

Pero es mi colega.

Y aunque sólo sea porque no tiene otro...yo, el suyo.

Voy a echarle de comer que la otra puta está dándole envidia otra vez.

miércoles, 12 de marzo de 2014

SOMEWHERE IN TIME




Pasé al dormitorio para cambiarme de pantalones una vez que me aseguré de no olvidar lo que iba a hacerme salir de casa por un descuido que cometí al salir por la mañana. Vi el saco colgado y le pegué una rápida serie, no muy fuerte, pero lo suficiente como para hacerlo bailar y darme a pensar si no iba siendo hora de retomar la media que diariamente le dedicaba no hace tanto, aunque esto también es según como se mire en aquello que no sabe el tiempo que le queda por delante. Dudé si empezar en ese mismo instante, continué dudando mientras cogía los pantalones del chándal tirados sobre las viejas zapatillas que yacían encima del bidé y entonces, al mirarme fugazmente en el espejo, fue cuando vi a un pequeño bichejo, diminuto, casi imperceptible, que estaba como absorto con su reflejo. Me acerqué para verlo mejor. Permaneció igual, como si no me viera, como si yo fuera demasiado grande para sus ojos, y otra vez vino a mi cabeza la idea de que hay demasiadas cosas. Tantas que parecen trampas de un juego.

En el salón, ya con el abrigo y la bufanda, a punto de salir, estuve a medio de vendarme las manos y calzarme los guantes. Pero recordé que los excesos físicos en solitario son para cuando levantas anclas, no si andas medio recogiendo las velas. A menos que quieras dormir bien, con la esperanza de estarlo al día siguiente. De todas formas, determiné volver a empezar con aquello en cuanto despertara otra vez.

Y escogiendo una canción, salí a la calle.

Tuve tiempo de mirar al cielo antes que el despistado viejo que se acercaba me preguntara algo; un cielo gris, de nubes troceadas como escamas de pez (o así era la que tenía a la vista), que recibiendo los últimos rayos del sol que me permitía verlas hizo que sintiera como si lo hubiese visto muchas veces, hace muchos años, cuando no miraba más allá de lo que tenía delante, como un burro con anteojeras y trapos en los oídos aún sin tener carro del que tirar ni amo a quien cargar.

Duró poco. Fue extraño. Me crucé con el viejo sabiendo que iba a preguntarme algo. Me preguntó antes de que me quitara los auriculares.

- Perdón, ¿sabe donde está M...? -dijo.
- Sí... -le respondí mirándole bruscamente. Pero de esto me di cuenta al dejarle atrás- Siga caminando...en esta misma acera. Está cerca. Allí.
- Gracias

Otra vez empezó la misma canción mil veces escuchada. No la quité. No me habían dejado oírla bien. Otras veces sí lo había hecho. Pero no tanto como para no tener que volver a ponerla.

Estaba cerca de donde tenía que ir cuando vi algo que apagó mis oídos.

Una mujer estaba limpiando las persianas de su casa, un segundo piso, apoyada de espaldas sobre el alfeizar de la ventana, armada con una especie de manguera, de esas que creo expulsan vapor. Me quedé tan maravillado, tan estupefacto, que poco faltó para que también apagara mis pasos. Y poco antes de perderla de vista, después de mirar otra nube que no reconocí, pensé si no se caería al suelo. No cayó.

"¿Por qué hace eso? ¿para qué? ¿como limpiará la otra mitad?" iba diciéndome mientras cruzaba los últimos pasos de cebra.

Llegué, y mientras esperaba a dejar lo que llevaba me di cuenta de que ese sitio parecía otro totalmente distinto al que yo había dejado media hora antes: era el mismo, sólo que ya no estaba ocupándolo yo.

Al volver sobre mis pasos, y mientras seleccionaba el modo aleatorio del reproductor de canciones, giré el cuello para comprobar si la mujer seguía allí.

Alguien con un jersey rojo estaba sujetándola desde dentro mientras ella se contorsionaba pasándole un paño a la persiana. Me pareció oírlos reír.

Todavía se veían a las nubes cuando llegué a  mi casa.

Pero ya no las reconocía tanto.

Igual que a la canción que escogió el modo aleatorio.


Mañana empiezo con el saco. Otra vez.


Aún puedo bailarlo sin guantes.


)

domingo, 9 de marzo de 2014

LO MÁS DIFÍCIL DE TENER NIÑOS ES PONERLES NOMBRES




El aplastamiento es como el rock n´roll: más una actitud que cualquier otra cosa. Pero natural, sin conservantes, colorantes ni eleicaseimunitas que valgan.

Simplemente, yo estaba ahí, aplastao, como Alan Greenspan cazando peces en su chabolo del lago Tahoe, tal que si ayer hubiera pescado aquel mítico pez de Homer, y pensé, "¡qué coño!...voy a echarme un gintonic" Lo mezclé intentando que las burbujas no se rompieran, dejándolo reposar un minuto, y me lo bebí antes que la cuenta llegara a su bisabuelo, si es que alguna vez ha existido eso. Yo llego hasta mis abuelos. Y más estando fresco; después sí, después puedo percibir hasta la presencia de aquel antepasado que servía las pintas en la Santa Dalila de Cristóbal Colón, en ruta hacia la Antártida pensando que iban a Punta Cana. Qué frío, coño.

Salí a la puerta para fumar. Y ahí estaba, apoyado en el muro, los pies cruzados y echando humo, recordando como cambia el cuento si le das 24 horas, cuando sorprendentemente hizo acto de aparición una niña de unos siete años armada con una pequeña caja y una enorme (supersorprendetemente enorme) sonrisa.

Es la hija única de una pareja que suele venir al bar alguna que otra tarde dominical; él parece el típico buen hombre y ella una que me recuerda a otra que me tiré cuando éramos jóvenes, de hecho nunca he querido mirarla demasiado, el sexo más que pasado casi siempre es algo violento, incómodo de recordar, no sé...como esas resacas que afrontas como si estuvieras cazando tarántulas.

Pero sí. Casi seguro que me la follé.

El caso es que ahí estaba yo, tan de puta madre, admirando la luz del sol que ya se estaba yendo, aunque no tanto el jodido viento que nos ha echado a perder el día entero, pensando, no sé porqué, en aquella magdalena de Proust que jamás he comido a causa de lo bien que le supo a quienes nunca me han llegado a snack para ensaladilla rusa, decidido a escribir una buena historia en tercera persona, trillando los nombres (lo más difícil) cuando ha hecho acto de aparición esa criatura que siempre me había ignorado.

- Hola -ha dicho sonriendo como su madre con veinticinco años menos
- Hola
- ¡Mira lo que tengo!

Y ha empezado a tirar al suelo las cosas que guardaba su cajita.

Eran ajetes, al menos eso rezaba la caja, que se la pedí al darme cuenta de que quería estar conmigo. "Ajetes", pensé, y me vino a la cabeza la primera vez que estuve entre quienes se comieron unos de aquellos. Un rato después mi mejor colega de entonces temblaba en el asiento del copiloto de mi R7: en el de atrás estaba el diablo. Con tridente y todo. Yo no lo vi. Ni los demás de nosotros que un poco más allá estaban muriéndose de la risa. Así es la vida cuando tus luces están a la máxima potencia...

Son bombitas, pequeños petardos que explotan al hacer contacto con el suelo, o con lo que sea, sólo tienen que hacerlo contra algo. "A ver...déjame que lo vea..." Prohibido menores de doce años. Bueno, yo no soy su padre. Imposible.

Las hemos gastado todas entre risas y nos hemos pasado para adentro sin que pudiera convecerla de que les tirara un par de ellas a otro de amigas mías que adentro andaban sorbeando su cubata del domingo, maldito domingo, que diría Bonobabas.

Ya eran casi las seis de la tarde, y si bien no hay lugar para la música nada más que los sábados (como el escatológico de ayer) decidí que era un buen momento para pinchar a los viejos Led Zep y beber un poco más, a ver si encontraba el nombre-protagonista correcto para la historia que os estoy escribiendo.

La pequeña volvió a la barra con otra movida, buscándome, mirándome, como si yo por fin fuera como mi hermano, pero ya había sido suficiente: la ignoré mientras luchaba con Spotify para que me trajera el In throuhg the out door.

Las chicas estaban receptivas, todavía más con mi tercer gintonic, que el segundo fue como un aborto de veinteañera: casi que no existe cuando te sienta bien el primero.

Estaba hablando con ellas, haciendo por escuchar sus cosas mientras me despachaba el segundo Johnnie Walker, calibrando si intentar metérsela a la menos fea, cuando llegaron un par de rumanoides, unos de los grandes, y en fin, no sé...Los ardientes moros trajeron el progreso a la visigótica y calurosa España, esa cosa rara, y en ella se quedaron durante 8 siglos ante el aplastamiento general, tan sólo preocupada por encontrar una buena sombra, que por algo la Reconquista caracolera empezó en el Norte, el único sitio de este solar donde no pega el sol; negros eran los primeros que se bajaron del árbol y negros son los que por fin se han decidido a hacer algo más que follar, aunque sea vender piratas de La Húngara a los maricas blancos del norte, y amarillos madrugadores los que te venden un cuenco de arroz con gatopollo a precio de peloputa de gloryhole cuando te arrastras de bajada en los estertores de la noche por el alcohol etílico coloreado de los eslavos, esos que no saben reír sin estar borrachos. Cosas del frío. Todo es cosa del tiempo.

Lo reconocí al segundo golpe de vista; se lo dije la primera vez que lo vi, hace un par de años.

- Joder...como te pareces al gran Petrossian

Casi que pegó un bote

- ¡¿Tú conoses a Petrosjian?!
- Claro -le dije- Campeón del Mundo de Ajedrez desde el 63 al 69...Hasta que se lo folló Spassky por orden del Politburó -mentí.

Me miró como si yo fuera Fischer.

Hablamos. Era armenio. Un tío duro. Yo también. Nos dimos la mano. Le invité a una cerveza. Ese no iba a ser el bar. Había muchos otros.

Y hoy, tres o cuatro años después, cincuenta ajetes más tarde, mil desengaños más y algún millón de neuronas menos...


Sigue habiéndolos.


El Ajedrez es la Vida, dijo Bobby.


Lo sería si las condiciones de la sala fueran perfectas, pero va a ser que no.


Esta es peor que un piso de putas yonkis.


Y así no hay manera de concentrarse, tron.


Los nombres, en otra ocasión.


Una vez más.


jueves, 6 de marzo de 2014

EL GALLO ESTÁ AFÓNICO




Despertó en lo mejor del sueño, justo cuando estaba a punto de metérsela a un antiguo amor no correspondido, una muchacha de melena tan rubia que parecía hija del sol. Pero en el sueño tenía el coño moreno, negro, tanto como el de las putas negras que una noche a la semana, la del lunes, alquilaba en las oscuras rotondas cercanas al cementerio.

Juan Cruz abrió los ojos y se quedó un rato mirando al techo como quien ve pasar un tren de mercancías. Finalmente se levantó, se tomó las primeras pastillas e hizo todo lo demás. Antes de salir, en el gran espejo de la entrada, dióse el primer y único vistazo del día. Y, como todos , pensó que los mejores espejos son aquellos que están cerca del agua caliente.

Apenas había amanecido cuando salió a la calle; tenía demasiados años y enfermedades como para levantarse tarde.

Juan Cruz miró el cielo nublado, consumió la cremallera del abrigo, se calzó la gorra en el pelo que ya no tenía, se ajustó las gafas del sol que no se veía, se apretó los auriculares que a Herrera escupían y echó a andar como casi todas las mañanas de los últimos diez años. Eran once los que llevaba prejubilado. Perdió uno pensando qué hacer, hasta que se dio cuenta que andar mucho le ayudaba a dormir algo. Todavía le faltaban tres para alcanzar la edad justa. Quizá entonces pudiera tener una buena justificación.

Pronto llegó a los arrabales de la ciudad, allí donde ningún hijoputa pudiera verle caminar de esa manera tan extraña, como si alguien fuera empujándolo de un costado, como una perpetua ráfaga de viento personal e intransferible que nadie más que él pudiera sentir. "Si yo pudiera hacer lo que quiero seguiría siendo el hombre más triste del mundo" pensó al regresar a la ciudad.

Hizo la compra que su estúpida mujer le había dejado antes de irse a trabajar, la dejó en su casa, vio un aviso de Correos, se tomó la segunda tanda de pastillas del día y volvió a salir.

Pedro Oliveros despertó sin haber soñado nada que recordara en la habitación realquilada que ocupaba desde hacía años, la misma de los cinco últimos que llevaba parado. Los dos primeros habían pasado casi que como unas vacaciones pagadas, como tantos otros de su generación, la de aquellos que todavía tenían cerca los treinta años. Pero ahora los cuarenta estaban a punto de caerle encima. Y hacía tiempo que la cosa había dejado de ser divertida, igual que esos canutos que antes le hacían reír con los amigos y ahora no pensar con nadie. Encendió la colilla del que le había dormido y salió a la calle. Era lunes, día de recados en su trabajo negro, favor que le hizo un amigo más joven que él, uno que muy sorprendentemente llevaba algunos meses retirado de la circulación que los había unido: no hay radar como el de algunas mujeres. Pero son demasiado pocas.

Y maldiciendo el cárter de su coche por no recordaba qué vez durante el último mes se encaminó hacia donde sacar algo para poder pagarlo.

Juan Cruz aguardaba su turno en la cola de Correos mientras escuchaba a Herrera en su onda, una especialmente odiosa esa mañana, toda llena de rojos hijos de la gran puta, aunque puede que no lo fuera tanto, pero así se lo parecía siempre a Juan. Cada vez más.

Miró las anchas espaldas de quien tenía delante, un chico joven y con mala pinta que no hacía más que hablar a gritos por el teléfono, aunque puede que no fuera tan joven, ni tuviera tan mala pinta, ni estuviera hablando a gritos, pero a Juan todo le parecía mal cuando estaba entre los demás, especialmente en Correos, ese nido de furcias enchufadas.

Juan Cruz vio a una negra pasar para coger número de la ruleta. Apretó el suyo en el bolsillo. Ya le faltaba poco. Solo tenía por delante a ese indeseable y al imbécil que aquella zorra estaba atendiendo.

Pedro Oliveros no paraba de moverse mientras hablaba por teléfono. Estaba quedando con un colega para los trapis de la tarde. Y tanto se movió que fue como si dejara su sitio. Y entonces se marchó el único que tenía delante.

Juan Cruz no se lo pensó dos veces y se tiró hacia el mostrador.

- ¡Eh, perdone, pero es mi turno! -dijo Pedro
- Ah, como estabas bailando -contestó Juan
- ¿Bailando?
- ¡SÍ, BAILANDO, HIJOPUTA!
- ¿Como?

Juan Cruz se lo pensó aún menos y comenzó a insultarle fieramente, como si ese mostrenco tuviera toda la culpa, como lo hacen quienes están llenos de ella.

Pedro Oliveros lo miraba fijamente, como si ese deshecho humano tuviera lo que a él le habían quitado, como lo hacen quienes no tienen ni para pagar el jodido cárter del maldito coche de los cojones.

- ¡NO TE PEGO DOS HOSTIAS PORQUE ERES UN MIERDA, HIJOPUTA! -le gritó a Juan.

Juan se asustó y se cagó en los pantalones.

Y Pedro en Dios mientras recogía el correo certificado.

Ese lunes no hubo más puta para Juan que su vieja y cansada mujer.

Pedro y Juan se soñaron aquella noche.

Y al despertar, todo seguía igual que aquel ayer.

domingo, 2 de marzo de 2014

AMISTOSO DIÁLOGO




Fran cogió el teléfono fijo y marcó un número escrito en una caja de aspirinas. Colgó y regresó al sofá con su amigo Juan.

- ¿Qué han dicho? -preguntó
- Que vienen
- ¡Bien, joder! -dijo Juan-
- Sí, pero no te emociones -contestó Fran
- ¿Por qué?
- Porque uno nunca sabe cuando va a follar hasta que la mete dentro. Y aún así.
- ¿Pero no dices que son unas cachondas?
- Por eso mismo
- No te entiendo
- Las tías se vuelven más difíciles cuanto más fáciles han sido. Acaban perdiendo el interés.
- ¿Sí?
- Sí. Dame la tarjeta.

Fran preparó un par de tiros y se metió el que le pareció más grande.

- ¿Y tu teléfono? -preguntó Juan
- ¿Mi qué? -respondió Fran saboreando el amargor de la coca en su garganta. No estaba mal.
- Sí, tu teléfono...¿qué has hecho con él? ¿lo has vuelto a romper?
- Sí...la otra noche -dijo mientras regresaba con hielo de la cocina. Abrió una botella de whisky, se sirvió una copa y preparó un chino. Lo encendió. Casi que ya más le gustaba así que esnifada. Se controlaba mejor.
- Por no partirle la cara a un gilipollas tuve que estrellar el puto teléfono
- ¿A quien?
- A Berto. Luego se la partieron en el Burguer King
- ¿En el Burger King? Jajaja...Menudo mamón.
- Sí. No controla. Algún día hará algo lo suficientemente gordo como para despertar donde no espera.
- Jajaja...Desde que lo dejó la mujer parece un alma en pena.
- Era lo previsible -dijo Fran- Todo es previsible, todo es tan previsible como que mañana será domingo. Sólo tienes que saber los datos. Como las máquinas. Nada pasa que no tenga que pasar.
- Me dijeron que su ex ya ha metido a otro en su casa, un chico joven, no un dinosaurio como nosotros...
- Querrás decir como tú
- Vale, como yo...Fue a ver a su hijo mayor por su cumpleaños, llegó vestido de payaso, ya sabes, la sorpresa y todo eso...Le abrió ella, "hola, cariño", "espera aquí" Y lo dejó con la puerta en las narices. Diez minutos después bajó con el chico, "y a las ocho aquí", "claro. Hasta luego, querida", "adiós, payaso" Me lo contó llorando esa misma noche. Acabaron sacándolo del water borracho perdido. Alguien lo llevaría a su habitación, supongo. Está a cero coma de que lo echen del trabajo.
- Antes se pegará un hostión con el coche y acabará en la cárcel -dijo Fran- Es lo que tiene empezar tarde y mal, que no controlas.
- ¿Y no crees que pueda hacerle algo a ella?
- No. No es de esos, lo conozco demasiado bien, desde que estudiábamos en aquel colegio de los curas hijos de puta. ¿Te acuerdas?
- Claro. Menudos hijosputas.

Callaron un rato. Miraron el partido de la tele. Se hicieron un par de rayas más.

- La cárcel no está tan mal -dijo Fran- Sólo tienes que encontrar tu sitio. Como fuera.
- Y cuidar de tu culo -respondió Juan.
- Igual que fuera. Sólo se lo rompen a quien no sabe encontrar su sitio.
- Tú sabrás, Fran...
- Yo sé. Y por eso te lo digo. Dentro es igual que fuera, sólo que tienes que estar en lo que tienes que estar, al menos al principio. Como en la mili. Igual que en la mili...Una vez en tu lugar ya no queda más que esperar. El asunto es más La Vaquilla que Apocalypse Now. Esto es Spain.

Rellenaron los vasos. Allí no marcaba un gol ni dios.

- La otra noche entré en una iglesia -dijo Fran.
- ¡No jodas! -respondió Juan.
- Sí, sí...Estaba más fría que este puto piso. Me senté junto a la entrada, no había casi nadie, sólo cabezas blancas en las filas delanteras; la voz del curilla sonaba como la de alguien que está a punto de dormirse, como la de un borracho rememorando sus buenos tiempos, como Jose Ángel de la Casa retransmitiendo un Compostela-Racing...Olía a bar de chavales que empiezan a beber, como aquel del Cazador, ¿te acuerdas? ¿todo lleno de viejos fumando farias y jugando al tute? Con todo el pestazo de los puros, se olía más a viejo.
- Sí...jajaja...¡qué tiempos!
- Pues igual allí, y encima sin tabaco que ocultara el hedor...Por un momento pensé en levantarme para comer la galleta, pero pasé, no lo quería de verdad, hubiera sido hacerlo por hacerlo, como las rayas que nos estamos metiendo...
- Sí, te entiendo...
- También pensé en confesarme, pero me pareció tan ridículo como lo que estoy haciendo, incluso más...
- Ya...
- Salí de allí y me hice un canuto. Me puse a los Motörhead y estuve paseando un par de horas...
- Hostia...
- Sí, acabó doliéndome la rodilla...Pero ya cuando estaba en casa.
- Mejor...
- En ningún sitio como en casa...
- Claro...
- Eso decía la de los zapatos rojos, ¿te acuerdas?
- No...
- Vamos a hacernos una que nos estamos atontando y estas estarán a punto de llegar.
- Jodidas zorras...
- Y hay que dejar algo para ellas.
- Malditas putas...
- Son buenas chicas
- Yo también soy un buen chico...
- Tó er mundo es güeno, como en la peli
- Tú y tu mierda de películas...
- Joder, qué pedo llevas
- Es el partido...
- Sí...Ahora sólo echan Valladolides y Osasunas. Y si quieres ver más, a pagar.
- Nos han estafado, Fran.
- Habla por ti...Y espabílate que oigo tacones por el pasillo.
- Casi que preferiría dormir.
- Ya es tarde para tener sueño.

Fran abrió la puerta y un aroma a chocolate y vainilla inundó la habitación.

"Huele como a hiper de película de George A. Romero" pensó Fran poco después.

Y a churros cuando despertó.