miércoles, 30 de julio de 2014

MIRANDO Y VISTO




Hacía mucho tiempo desde la última vez que le viera y hoy ha sido por pura casualidad, por un cúmulo de circunstancias que han cubierto la última parte de mi despejado paseo de esta tarde, un poco más tardío de lo normal. Con todo, hacía demasiado calor como para pensar en algo más que llegar pronto a casa.

Es en esa intersección de esa ruta (una de las tres que tengo, la más corta) donde suelo mirar si está levantado el cierre de un bar: si no lo está, tuerzo hacia allá y si lo está, también; pero de otra manera. Y en los dos casos pasando como si estuviera bajado.

Allí, en la misma calle, diez pasos más allá de la esquina de ese bar, ha sido donde he visto a ese que no veía desde hacía mucho tiempo.

Una anciana, supongo que su madre, bajaba de espaldas y con mucha precaución los dos peldaños de la entrada a una casa. Un par de metros detrás de ella estaba él, tan alto como antes aunque también mucho más canoso. La madre me ha echado un descuidado vistazo mientras iba a por el último escalón que no habían terminado de alcanzar sus hinchadísimos tobillos cuando la he dejado atrás. El hijo me ha mirado tal que si me reconociera y ha hecho un movimiento con el brazo como invitándome a entrar en su puerta abierta, sonriéndome con esa extraña sonrisa que siempre lleva cuando le veo. Una rara mueca que intentaba ser sonrisa ha brotado de mis labios y he seguido hacia delante. Por un momento he pensado si no vendría tras de mi para cogerme del brazo y llevarme a su casa. Pero diez pasos después un culazo embutido en mallas negras se ha bajado de un coche rojo y ha hecho desaparecer de mi cabeza los claros, clarísimos, extraños ojos de ese completo desconocido, de ese hombre que mira con los ojos de un niño, de un niño demasiado pequeño, de un niño que todavía no sabe que está vivo.

La muy madura golfa rubia del culo negro se ha subido a mi acera y la he visto menearlo un rato antes de dejarla también atrás. De cerca no era como parecía de lejos. Hay pocas cosas que mejoren con la cercanía.

En la puerta de la iglesia dos pobres han recibido un ramo de flores de manos del encargado, no sé como les llaman, pero sí que su padre también hacía lo mismo y que el hijo es aún peor que lo fue él, que no fue poco. "¿Flores para los pobres?" La iglesia de Francisco es como el ciego del jovencito Frankenstein.

Una muchacha ha pasado de largo ante Dios y todos los que por ahí andábamos, quietos y parados, todos feos o, si se quiere, no guapos. Iba vestida con un ligero vestido claro que su larga melena ocultaba por detrás; las gafas negras y la piel levemente tostada, como miel derramada a fuego lento, como caramelo ya ligado; tobillos finos paseaban unas leves sandalias con los deditos pintados de rojo. Y una bonita cara que no miraba a nadie que la estuviera mirando. Doblé otra esquina y ella siguió bien recta por el otro lado de la calle.

En esta, a su mitad, oí una puerta que se abría para enseñarnos unas piernas que se bajaban de un coche blanco. Al ver lo que salía a continuación he pensado que la joven iba a tener una vida de película de sábado por la tarde en Antena 3: una bonita casa, un atractivo marido, una pareja de hijos preciosos e inteligentes y quizá algún lío con su arrebatador profesor de paddle. Me he girado para verla por última vez antes de perderla de vista. Caminaba como si mucha gente la estuviera esperando con una bonita sonrisa en sus bocas.

Así iba yo, viendo la vida que ella va a tener, cuando ya llegando a casa he visto como se acercaba un gran carrito con alguien demasiado grande dentro. Ya más cerca, sin nadie entre nosotros, ha emergido una muchachita de unos doce o trece años que iba contraída y con una espantosa mueca en su cara dentro del coche que empujaba su abuelo, un hombre grande y cabizbajo. Un par de pasos por detrás de la estrecha acera, caminaba la abuela.

Y al pasar junto a esta criatura sus ojos han buscado los míos que no querían verla.


Todavía estoy temblando.


martes, 22 de julio de 2014

AGUACATES SALVAJES




Las zapatillas parecían haber pasado la noche en Afganistán, en los pies de un afgano, de uno de los jodidos, de los del desierto, de esos que no sonríen a la cámara, de uno de esos que hablan a gritos, como si nadie les hubiera escuchado nunca, como si dieran por imposible hablar a los hombres igual que a las sombras, tan calladas que hasta les puedes susurrar tus verdaderos pensamientos sin temor a una respuesta equivocada, sin esperar que te tomen por un loco, por un salvaje o por un terrorista...¡Ah, los ojos que te miran! ¿por qué esperáis lo peor de quienes viven con las sombras de los desiertos?

Por alguna razón que desconozco decidí no perder ni el escaso minuto de rigor en limpiarles el polvo del peripatético y maratoniano paseo de ayer. Miré en la otra habitación y ante mi sorpresa di a la primera con un par de zapatos que yacían en una caja cerrada con aspecto de usados y ciertamente olvidados, pero limpios. Los calcé y fui al water para cagar antes de irme. Ahí, enfrente de mi, en el suelo, entre la taza y el bidé, estaban mis dos pares de zapatillas: las viejas llenas de mierda y las nuevas de bayetas húmedas para darles un poco de sí. "Voy a tener que tirar las dos" pensé mientras recordaba a la mala putilla que me miraba como a un programa de Balbín mientras me probaba las zapatillas borrachas. Me limpié el culo y tiré de la cadena. Quedaron restos sobre la loza y le pasé la escobilla. Esperé un minuto a que la cisterna se llenara de agua y volví a accionarla. Después me fui a trabajar pensando en lo ligero que iba de pies. Demasiado.

Y he acabado el turno con los pies destrozados: los zapatos limpios estaban aún peor que las zapatillas nuevas.

Sólo tendría que haberle pasado la bayeta húmeda a las viejas zapatillas para haber evitado todo esto.

Pero preferí gastar su minuto limpiando los restos de una puta mierda.


Hoy he cumplido 41 años.


Y hasta hace nada todavía no sabía limpiarme el culo con economía de medios.


Son las cosas del desierto.


Que quieres tan poco que lo derrochas para contentar a las sombras que te acompañan.


Son tan agradecidas...pero no es cuestión de ponerlas a prueba.



viernes, 4 de julio de 2014

EL SALÓN DE TÉ




La cosa llevaba algún tiempo sin estar bien; más o menos desde que ella había empezado a trabajar por primera vez en su vida después de habérsela pasado estudiando o algo parecido a estudiar. Fue entonces cuando tuvo que marcharse lo suficientemente lejos como para quedarse cinco días de la semana, lo que afectó a nuestra relación, que diría una periodista del ¡Hola!

Y no es que hubiésemos llegado hasta allí conviviendo, no, qué va...Era igual, sólo que todavía vivía su lúdico sueño estudiantil en la capital de este reino junto a otras cuatro parecidas a ella, muchachas amantes de la telebasura por encima de todas las cosas, algo que hacía de mis meteóricas visitas una verdadera huida hacia cualquier otra parte con tal de no pasar por ese suplicio que yendo sereno me provocaba deseos de abrirles la cabeza para ver qué escondían en su interior. Por la noche, y ya bien borracho, poco me importaba lo que vieran. Luego, el fin de semana, ella venía al pueblo y había noches que incluso las pasábamos juntos, igual que cuando la bruja de su madre se iba con el pobre marido a un viajecito de esos de "Visite las Rías Gallegas", "Conozca la Rioja Alavesa" o "Excursión al monasterio del Escorial y visita a La Granja" Todo por cuatro duros aún cuando tenían millones entre cuentas corrientes, locales realquilados, casas de tres plantas, pisos en las mejores zonas y apartamentos vacacionales en segunda línea de playa: claro que quizá por esa razón arrastraban todo eso. Pero vamos, que la mayor parte del tiempo prefería vivir solo a hacerlo con ella, pues apenas era nada lo que teníamos en común. Nada que no fuera querernos por alguna razón desconocida para mi. Era realmente guapa, sí...Fue la muchacha más hermosa e inocente que he tenido entre mis brazos.

Una tarde de mayo, tumbado en mi catre de la casa paterna, habiendo acabado la jornada laboral, mortalmente aburrido después de haber oído con toda la paciencia de la que era capaz otra de sus largas llamadas telefónicas, bastante más cerca de dormir que de seguir despierto, vislumbré el anuncio de una puta en un canal local, uno de esos que estaban subvencionados al ciento veinte por ciento para dar al mediodía el feliz parte del Ayuntamiento, chatear por la tarde mientras sonaban los últimos éxitos de la MTV y emitir porno de madrugada colgados al satélite del Platinum X con el correspondiente servicio de angustiados mensajes a euro y medio la tirada. Claro que la Bestia no sólo quiere tu alma, sino tu sangre, sudor y lágrimas. Y tu leche derramada también, qué cojones.

Me excité un tanto y llamé antes de que aquel número dejara su lugar a otros muchos, la inmensa mayoría de tíos buscando a alguna que lo hiciera por afición, como si fuera de Sevilla hubiera alguna tía del Betis.

Su mensaje escrito sonaba mejor que su voz, pero quedé con ella en la plaza de toros: era de fuera y no conocía el pueblo. Y no hay cosa más grande en un pueblo que una plaza de toros, no tiene pérdida. Bueno, sí, las iglesias de aquí son todavía más altas aunque hace tiempo que dejaron de ser el techo del pueblo...pero como que no.

Recordé la primera y única vez que fui a las putas; una noche que entramos en un puticlub de carretera al poco de sacarnos el carnet de conducir. Estábamos bebiendo y alguien dijo de ir. Se cogieron un par de coches y fuimos hasta allí haciendo el loco por la carretera. Desde luego, muchos no estamos muertos porque Dios no quiso.

Ya donde íbamos, se acabó el cachondeo: nadie tenía huevos a entrar.

- Me cago en Dios...-dije yo

Y pasé.

Estábamos todos bien apretados en la desierta barra, preguntándole al peludo macarronazo de la muñequera de cuero por el precio de los cubatas, "dame un tercio", "quinientas", cuando entre risas nerviosas se nos acercó la puta más vieja.

Llevaba un sujetador que habría aguantado el juicio de Nuremberg.

Palpé un tanto.

- EHHH...
- Vale, vale...

Y se encaró con Manolillo, el panadero:

- Qué guapo eres...
- Ssssíii...
- ¿Quieres algo?
- Bueno...Es que no sé si tengo...
- ¿Cuanto llevas?
- Quinientas pesetas
- Pues con eso te sales a la carretera y te haces una paja

Tuvimos que irnos del ataque de risa que nos dio.

Poco me costó encontrar el coche de la del chat cuando llegué con el mío a los aparcamientos de la plaza de toros; no había otro. Pensé en lo bien que me hubiera venido aquella cocacola que había estado a punto de comprar al pasar por aquella gasolinera.

Y bastó una señal suya para hacerme subir a su coche.

Estaba demasiado gorda. Mucho. Era muy seria. Mucho. Iba toda de negro. Demasiado.

- ¿Donde vamos? -dijo como quien no quisiera ir contigo a ningún lugar.
- Tira por ahí...

La conduje de palabra adonde las ovejas cagan sus primeras mierdecillas del día. Durante el trayecto me habló de su novio, de su "hombre", de su futuro marido con el que pronto se iba a casar y por quien estaba haciendo esto, es decir, ir de pueblo en pueblo chupando pollas para sacarse un extra con el que tener una buena boda y un buen viaje de novios. "Si supiera lo que hago me mataría" dijo orgullosa. El amor de las mujeres deja a Maquiavelo a la altura de Forrest Gump.

- En fin...qué quieres -no sonó como una pregunta

"Irme de aquí", pensé.

- Chúpamela
- Treinta euros
- Vale

Me bajé los pantalones y los calzoncillos y empezó a comérsela como aquel pajarito de madera que el obeso Homer dejó dando picotazos al ordenador que tenía atascado el canal del TAB.

Ahí andaba ella, trabajando sin mucho entusiasmo, cuando se oyó un teléfono que no reconocí. La vi mirar de reojo con mi polla en su boca y finalmente, al sexto o séptimo tono, se decidió a dejar de chupármela y de menearla para atender la llamada. "Hola, cariño" dijo secándose los labios. Era su hombre. Me miró y no hizo falta más. Intenté que no se me bajara del todo. La cosa era un tanto ridícula. Sentí una cierta vergüenza mezclada con incredulidad al cerciorarme de que me la estaba tocando en el coche de una desconocida que hablaba por teléfono con su amado novio.

- Adiós, cariño -colgó y se echó otra vez sobre mi entrepierna- Mi hombre tiene los huevos más gordos -aseveró desde abajo tras chuparlos un rato. "Oh, Dios mío...Bueno, después de todo es a mi a quien se la está chupando" pensé. Con el brazo izquierdo la rodeé como pude para echarle mano a una de sus tetazas, tan blanda como un esturión demasiado muerto. No pareció agradarle y derivé hacia la quietud después de encontrar parecida reacción al sumergirme a tientas en la rlyehiana búsqueda de su coño. Puede que no hubiera pagado para eso. Puede que no fuera momento para eso. Puede que ...Con un cierto cuidado volví a posar mi mano sobre su nuca, acariciándola...Dios nos perdonará a todos aunque Cthulhu nos vuelva locos.

Finalmente consiguió que eyaculara un buen rato después de haber dejado de mirarla.

Me dio unas toallitas húmedas, me limpié y nos fuimos de allí tan callados que llegué a pensar si no me había muerto.


Fui a aquella gasolinera a por algo de beber: la coca estaba aún mejor de lo que había imaginado.


Y al volver a casa estuve a punto de atropellar a un enorme gato negro.


Menos mal que nos vimos a tiempo.


¿Verdad?