jueves, 24 de abril de 2014

UN CLAVO SE QUITA CON OTRO CLAVO




Llevo unos días leyendo el Karamazov; no sé, puede que haga una semana, sí...Hoy es jueves, el anterior fue el Santo y creo recordar que intenté hacer algo durante la Pasión, ahora que por segunda ocasión no tenía que trabajarla de noche. De la primera no recuerdo nada. De esta, quizá, que leí ese libro. Y porque lo estoy escribiendo. Pero rememorar así es como jugar al ajedrez con la ayuda del ordenador. Y después de todo...¿qué más dará?

Ese algo, finalmente, consistió en escuchar la primera hora de La Pasión según San Mateo mientras veía con el volumen quitado el final de la una procesión vallisoletana y el comienzo del Via Crucis romano. De aquella lo único que recuerdo es que me fijé más en los coches que se veían pasar por detrás y en la gente que unos metros más allá parecía estar haciendo cualquier cosa antes que mirar al Cristo y a sus capuchinos. De la otra...que me pareció una producción realizada por el Ministerio de la Igualdad. Miré el ordenador para ver lo que estaba oyendo y me acordé de Mozart. Después lo apagué todo y me fui a acostar.

Hace más de viente años, cuando leí por primera vez Los Hermanos Karamazov, me bastaron dos días para darle fin. Hoy, ya ha pasado más de una semana y no he llegado a la mitad. ¿Que lo entiendo mejor? sí, pero dura menos. A lo mejor estoy una hora y hago una parada para asimilarlo mientras me fumo un pito frente al ordenador, mirando aquí y acá, no más lejos...Y me pasa como a Raskólnikov al salir de su zaquizamí a la calle, que a los diez pasos ya iba mirando el suelo. Y eso sin ver nada. Hace veinte años, cuando no tenía otra cosa que hacer, cuando era joven y no tenía ordenador, cuando fumaba Lucky Strike sin filtro en cualquier habitación, sin preocuparme por rulármelos con papel ecológico y boquilla de nosequé, cuando bebía agua del grifo de una botella de plástico mil veces rellenada, yo salía a la calle después de leer todo aquello como si el suelo lo hicieran mis pasos. Ahora bebo agua mineral que trasvaso a botellas de cristal y me siento en la mesa para fumar. Y tengo ordenador. Y plantillas en los talones de las zapatillas. Y cuando salgo a la calle me cuido muy mucho de pisar en la baldosil marejada o sobre una mierda de perro arrabalero. Hace veinte años no habían tantos perros como ahora. Hace veinte mis tobillos eran otros. Hace veinte años yo no era soy.

Ya el lunes desperté como si estuviera malo, que es estarlo. Me di un par de horas y vi que no era cosa de un mal sueño; tomé una medicina y no volví a salir de casa en mi día de descanso. El día siguiente lo empecé mejor, no bien, que de esto tampoco me acuerdo. Hice mi parte, me retiré a mis aposentos y al meterme en la cama fue como si

Pero antes de dormir el hoy que ya se va leí un poco más, hasta la muerte del stárets de Alioscha, cuando nos transcribe su vida como un fray Quijano de la estepa rusa, más cercana a los llanos de La Mancha que todo el resto del mundo. Y aún de España.

Fue algo especialmente hermoso, sobretodo algunas de sus partes, no recordaba haberlas leído...Quizá haya que vivir primero para leer después. Y quizá lo mejor sea que otro escriba tu vida muerta.

Y héte aquí, que justo acababa de entender todo aquello, al borde de las lágrimas, cuando me levanté del sofá para fumar ante el ordenador y no tardé cero coma en olvidarlo al ver que el Madrid estaba a punto de jugar con el Bayern. Y yo, que soy uno que fue de la Real, busqué a quien me llevara a ver esa cosa; y la encontré, mal pero la encontré; a saltos, interrupta, panchitos o chinos, me daba igual. Era fútbol, no literatura cirílica; se trataba de dar patadas a una pelota, no de explicarlo; además que ya tenía al vecino de abajo para enterarme, uno que es del Atleti hasta cantar el himno en su puta casa. Y desde ayer también del Madrid en Uropa, cosa que me dejó bastante loco, en fin...Puse a los Black Sabbath a toda hostia para que no me destripara el partido con su Perfecto y Bien Temperado Canal Champion League.

He despertado mal, peor de lo normal. Ya me había dado cuenta de que algo no iba bien a eso de las seis, de tan encogido como estaba, que era como si tuviera una camiseta demasiado pequeña, la que tenía puesta, la que llevo desde hace mucho tiempo, desde que empecé a leer porque me gustaba más que vivir.

Llega la noche de hoy. Todavía hay luz.


Y vino. Y whisky. Y música: