miércoles, 19 de noviembre de 2014

UN RELÁMPAGO EN EL CAMINO




Eran hojas, todavía verdes, lo que refulgía sobre la húmeda tierra. El sol de la mañana estaba en ese punto de su camino donde hace ver cristales en lugar de hojas al adormecido caminante, todavía triste por los escurridizos sueños de la noche pasada.

Las hojas, pegadas a la tierra mojada por el agua de la lluvia pasada, recuperaban el color de su naturaleza a medida que el extrañado caminante se acercaba. Eran hojas muertas y no un mar de botellas rotas lo que había vislumbrado tiempo atrás.

El cabizbajo caminante, resguardándose aún más del molesto viento que sólo para él parecía estar, pasó a través de ellas sin cuidado de no pisarlas. Allí, entre ellas, vio como dejaban de brillar a su paso. Miró al sol del cielo por primera vez en lo que iba de día; y pensó que en otros lugares, demasiado lejanos para el espacio de un solitario caminante, aquella luz estaría en ese punto del tiempo donde todas las cosas son lo que parecen.

Nada ni nadie había borrado las huellas de ayer, muy marcadas, quizá demasiado, para el exceso de tinta simpática de quien camina sin buscar nada ni nadie.

A un lado del camino, puede que en el derecho, el caminante oyó cantar desde alguno de los árboles a un pájaro que no vio; y pensó que habría más, muchísimos más, que estarían callados; y también pensó que quizá, si hubiera ido a la búsqueda del que cantaba, seguramente habría espantado a quienes silenciosos estaban. Y yendo más allá se preguntó si aún dando con él hubiera podido asegurar que era ese y no otro aquel que oyó tiempo atrás.


Entonces el viento se hizo para todos y empujó hacia el cielo a miles de pájaros que chillando como locos volaban hacia ninguna parte bajo ese azul dorado que muy pronto estaría otra vez tan negro como el árbol abrasado por el rayo.


martes, 11 de noviembre de 2014

VACACIONES EN LA BIBLIOTECA DEL PUEBLO




Hoy ha amanecido malo y he decidido ir a la biblioteca en lugar de a pasear. Tampoco yo estaba muy bueno y no era cuestión de tentar la suerte al comienzo de mis vacaciones. En el coche, frente a la gran puerta de entrada, he apurado el primer cigarrillo del día al son de la segunda escucha del Bullet in the head. No muy fuerte, eso sí.

Una vez dentro he visto a un conocido drogólogo ya cerca de la cincuentena ejerciendo de bibliotecario. Él no me ha visto a mi y he dirigido mis pasos hacia la sala secundaria. Allí todavía no había nadie. He dejado mi cuaderno y mi botellita de agua en un sitio bien iluminado, junto a una de las ventanas; me he quitado el abrigo, lo he colgado en la silla correspondiente y he ido a buscar algo que leer en la otra sala. Al regresar, ya tenía compañía al otro lado de la mesa: unos asientos más allá emergía la ácida expresión facial de una cuarentina con aspecto de opositora.

No he tardado mucho en abandonar la casposa lectura religiosa por la de una biografía de Nietzsche. Y ha sido entonces cuando justo enfrente de mi se ha sentado una chica joven aunque ya un tanto ajada, con gafas de color y no del todo fea. Ha extraído de su mochila una especie de atrio de madera que me ha hecho recordar a Sánchez Dragó, un bidón de agua con la leyenda Tú puedes pintada sobre él y muchos otros enseres y abalorios a los que ya no he prestado atención habiendo visto lo visto. De hecho, me he levantado para ir al water; aunque a lo mejor ha sido más para dejarle el suficiente espacio vital y visual como para que no se sintiera del todo incómoda. Quizá ese fuera "su" sitio de todos los días y yo el tío raro y feo que empezaba a joderle su maravilloso día con mi presencia.

A la vuelta he pillado de una de las estanterías el tercer tomo de las partidas selectas de Botvinnik; lo recordaba de muchos años atrás, cuando el asiduo era yo y el bibliotecario era otro muy diferente al de ahora. Leyendo el magnífico prefacio estaba, absorto por la concisión de su vocabulario, pensando que un hombre escribe de ajedrez como juega al ajedrez, cuando ha emergido una gran voz entre el silencio que allí habitaba:

- ¿VAIS A ESTAR ASÍ TODA LA MAÑANA? -ha gritado la Opositora girándose hacia dos muchachos que tres o cuatro filas detrás habían cuchicheado quizá durante 20 segundos- ¡ALGUNAS VENIMOS AQUÍ A ESTUDIAR! -ha sentenciado desafiante bajo sus gafas de color.

Los chicos se han callado y yo he mirado el equipaje de la tronante: un bidón exactamente igual que la chica que yo tenía enfrente, con la misma leyenda, con ese jodido Tú puedes y un libraco lleno de post-it (creo que se llaman así) de diferentes colores pegados sobre sus páginas, muy subrayadas a rotulador, cada cual más chillón.

Poco después ha sonado la primera alarma de mi móvil, la he apagado al instante y he salido a fumarme medio cigarrillo refugiado en el coche. He vuelto a poner la misma canción y he regresado a mi sitio.

Recordando la única partida que Botvinnik jugó con Fischer hacia ella me han llevado mis dedos sin necesidad de pasar por el índice: sé el año y Botvinnik ya no jugaba mucho por entonces. La he encontrado sin ninguna dificultad. Qué gusto da leer cosas buenas.

Andaba por el eventual sacrificio de dama fischeriano ("no me lo esperaba", reconoce con justicia Botvinnik) cuando en mi teléfono ha saltado Bonham y su loca batería de Rock n´roll. Esa es mi segunda alarma. No me sirven de nada, yo me despierto mucho antes, pero no las quito por pereza y porque no me disgustan del todo. La he apagado al momento, sorprendido de que sonara a pesar de haberle quitado el volumen al móvil cuando se activó la primera. Nadie ha dicho nada. Ha sido cosa de poco y no tengo buena cara. Tampoco sé mucho de teléfonos.

Y viendo el final de aquella mítica partida, leyendo al viejo y enterrado Misha, su elegante sorna con la que nos habla de la reacción del joven y enterrado Fischer, no he podido dejar escapar una leve sonrisa un tanto sonora.

Al levantar la cabeza he visto fugazmente que la chica del otro lado no miraba a través de sus lentes, sino sobre ellas. Entonces ha enfocado los ojos hacia su bonito atrio de madera. He recogido mi cuaderno, mi teléfono, mi botella de agua vacía y los libros de los otros.


En la calle seguía lloviendo. En el coche seguía Bullet in the head.


Hacía frío en casa. He puesto el brasero del sofá. El gato ha venido enseguida. Hemos estado viendo lo que había afuera.


Las gotas de fina lluvia se deslizaban torpemente hacia el quicio de mi ventanal, como si les gustara quien estaba mirándolas.


Suerte tardó cero coma dos en quedarse profundamente frito. Lo sé aunque no lo vea. Uno sabe que el otro duerme por el ruido que hace al hacerlo, no porque lo vea con los ojos cerrados.


Hice lo que pude para no despertarle: estaba a punto de empezar las tercera partida del Campeonato del Mundo de Ajedrez.


Pero no fue suficiente.


Gruñó, pegó un salto y se fue a su habitación.


Al menos ganó Anand.


Todavía hay match.


Todavía hay match...