jueves, 27 de febrero de 2014
PARA BORGES
Anoche, poco después de su comienzo, leí mi último cuento de Borges. Pasaron algunas horas mil veces pasadas y me fui a la cama. Tenía sueño, pero se fue por hacerle esperar más de lo acordado: uno ya más espera que lo derriben antes que llegar a los puntos. Hice sombra sin verla, bailando como un ciego sin piernas contra algo que me las devolviera, algos mil veces sombreados; pero él tiene sus reglas. Y la primera es ser obediente con su cuenta.
Y yo dejé de serlo desde que me cegaron las luces al salir del vestuario.
Me levanté, fui al salón para fumar cigarrillos con el ordenador; a nada ni a nadie miro tanto como a él. A nada ni a nadie mira tanto como a mi. Puede que al ventanal. Pero eso lo hacemos todos.
Finalmente, a eso de las tres, y tras las mil y una piruetas de la sobriedad, vencióme quien deseaba que me venciera. A veces he visto a alguien dejarse vencer por puro cansancio de perder...Yo, todavía, no. Quiero ganar.
Quiero ganarles a todos. Quiero perder con quien pueda ganarme sin que exista la posibilidad de otro resultado.
Poco antes de pensar en los párpados de nuestros ojos como si fueran agujeros negros, en si nuestra piel cumple la misma función con nuestros órganos, con nuestros estómagos, con nuestros corazones, me acordé de ese viejo cuento tan bien escrito. Y me dije: "Yo también puedo hacerlo...Yo lo haré mejor"
Soñé fuerte. Desperté bien. Eché el trago de agua que me recordó la pasada de nicotina. "Hoy no fumo con el té" Me lo hice y encendí un cigarrillo mirando al ordenador.
En la ducha, se me puso dura hasta que la rematé con agua fría.
He visto gente, he visto el televisor. He visto los coches pasar y no he visto a nadie dentro.
He visto los teléfonos de otros, he visto sus caras, he visto mi reflejo antes de mear y he visto la gotera cerca de mi cabeza. He visto a mi hermano pequeño trepando por encima de mi, curándolas, creciendo sin darse cuenta, enorme como quien hace las cosas sin saber lo que está haciendo...
He visto criaturas, tan pequeñas que ríen al verse andar; pero hoy estaban tumbadas en sus carros por el sueño o la santa enfermedad, tan necesaria para que vayas haciéndote más fuerte.
He visto a mi viejo con mi edad. He bebido lo mismo que él bebía cuando yo era pequeño, como hice en un principio. He visto a una mujer, a una que a hurtadillas me miraba como si hubiéramos soñado juntos alguna vez, como tantas veces lo hizo mientras yo me emborrachaba para olvidar otro sueño, mirándola como ahora ella me miraba a mi.
Se casa. Creo. Estoy seguro. Me da igual.
Mañana me levantaré.
Siempre he sabido donde acaba mi cuenta.
La vi cuando era pequeño.
Fue un sueño...
tan real...
lunes, 17 de febrero de 2014
PEPITOACOJONADO
"Buenas,
Pepitoacojonado, por favor, ¿podrías decirme las gestiones que has tenido que hacer para que te cambien la tarifa 3.2 a 3.1?. Tengo el gas con..."
Me reí. Me reí con ganas. Agarré el teléfono y me lo llevé a cagar para no perderlas; ya no basta con la memoria, de hecho creo que nunca me ha bastado para nada.
Pepitoacojonado, por favor...¡¡¡JAJAJAJJAJAJ!!!
Lo miré tres o cuatro veces más, me limpié el culo y finalmente decidí que sí iba a salir a devolver la película de la biblioteca. Unas buenas risas obran milagros.
Había despertado temprano, pero viendo que el sol sigue sin aparecer pensé que sería mejor emplear la mañana en quitarme de en medio algunas compras y pagos, siempre tan enojosos. Fui al banco, saqué 300 euros y ya andando me dirigí a la cercana oficina de correos para pagar el recibo del gas. Apenas había gente esperando, tampoco mucha detrás del mostrador, sólo una para ser exactos, que las otras tres o cuatro llegaron poco después. Me fijé que todas eran mujeres, charos como dicen por ahí; ninguna valía dos duros y pasé siquiera de imaginar nada. Miré mi recibo y lo leí sin entender nada, como siempre. Únicamente estaba claro el número que tenía que estarlo: 249.
Me tocó la vieja bruja de siempre, la que ya estaba cuando llegué, y le di el papel. "Esto no va", dijo tras un par de intentos. Se levantó y fue hacia el otro extremo, a una mesa donde yacía una de las que acababa de llegar. Volví la mirada hacia la ventanilla de la paquetería y vi atendiéndola a una cuarentona con cara de desayunar Prozac. No tardó en volver la otra, hablando en alto, como ya justificándose porque el otro ordenador no funcionara. "Se jodió el asunto" pensé. Otra vez pasó el código de mi recibo por su pistolita y otra vez no hubo respuesta. Estaba tan caído como sus tetas.
- Pues no va...no sé qué le pasa
- Ya, bueno...ojalá no fuera nunca
- Pásate un poco más tarde
- Sí, claro. Adiós.
Estaba en la sección de frutería cuando dos de ellos felicitaron discretamente a un tercero por su cumpleaños, es lunes y los supervisores están dando mucha caña, que me lo cuenta el carnicero, un tipo que se pone hasta las cejas y más allá cuando consigue un día de descanso. Eché un vistazo al interfecto, un caraflán como otro cualquiera, "¿35, no?, "sí", "esta noche toca...", "a ver si me deja ella". Recordé el chiste del abuelo y su nieto y escogí tres buenos pimientos rojos.
Me desilusioné un tanto al no ver a mi colega en la carnicería, estaría en la sala de despiece, o puede que en el hospital con su tensión estratosférica, tal vez se haya ido de este jodido pueblo, quien sabe. A quien le importa.
El otro es un tío fuerte, con gafas, uno con cara de putero de club de carretera. No me gusta, yo tampoco le gusto, serán las "proyecciones" y tal. Mi mundo es una proyección. Mi mundo es como el ordenador de aquella vieja bruja.
Le pedí ternera, sin mirar el precio, yo no miro esas cosas.
- ¿Como la quieres?
- Para plancha. Que sea buena
- Voy a empezarte este...
Y le quitó el plástico a un hermoso y gran trozo de carne, "babilla, 12´95/kg"" vi después en el ticket.
Mientras lo partía en filetes, y por no aumentar la tensión con nuestro mutismo, le eché un vistazo a la vitrina. Y viendo las carcasas de pollo pensé en comprar alguna para hacer caldo.
- ¿Algo más?
- Sí...¿Eso vale para hacer caldo, no?
- Claro
- Es que la otra semana lo hice con manos de cerdo y huesos salados, de esos que tenéis ahí, en las cámaras, y joder...estuve tres días con la lengua que me sabía a sal.
- ¿Cuantos le echaste?
- Todos
Me miró como si fuera subnormal.
- Emmm...¿y le pasaste agua primero?
- ¿A qué?
- A los huesos salados"
- "No"
Se ajustó las gafas.
- Ehhh...tienes que pasarlos antes por un chorro de agua, para quitarle el sobrante..."
- Ahhh
- ¿Y cuanto caldo hiciste?
- Un par de litros
- ¿Un par de litros?
- Sí, un poco más
- ¿Y no te subió la tensión?
- Nnno...Estaba bueno, pero un poco fuerte. Al día siguiente casi que había que partirlo con cuchillo y tenedor
Si hubiera sido el otro le habría confesado que el lunes pasado todavía andaba escalando la montaña en cuyo abismo me sumí el viernes anterior, y que cuanto más te alejas de él menos quieres que tu cuerpo te lo recuerde, bastante son todos los demás, pero esta vez no fue hasta la noche del miércoles, o puede que la del jueves. Casi fue mi K-2.
Pero bueno, un puño de sal no es nada si lo comparamos con según qué cosas.
Me dio algunos consejos, me recomendó mitades para mis cantidades y que me olvidara de los huesos salados; o que sólo le echara uno, no cuatro. Y pasado por el grifo. No es mal tío. Cosas de la supervisión.
Vi a uno de estos apuntando en su bloc delante de los embutidos mientras me dirigía a la cola vacía. Era un chico joven, trajeado y narigudo, pálido y con gafas, muy delgado y con el mentón hacia dentro, la típica cara de cabrón, la típica cara de a ver a quien me jodo hoy sin que se dé cuenta.
Ya en casa lo coloqué todo y miré por la ventana: el cielo estaba tan uniformemente gris como si nunca hubiera sido azul. Hace meses que no lo veo, puede que llore cuando vuelva hacerlo; como el sábado viendo 2001. La dejé en el intermedio. Estaba empezando a aburrirme y me dio miedo.
Comí a las doce, me inflé. El tupper de judías de madre y un filetaco de ternera, dura y correosa. Me acordé de aquella revelación que me hizo un "restaurador": "Kufisto, la carne, esta carne, mejor cuanto peor pinta tenga" Necesita cámara para estar en su punto. La buena carne debe llevar muerta el tiempo suficiente. En caso contrario es igual de mala que la mala.
Un rato después estaba durmiendo en el sofá, junto al infernal brasero y mi gato. Desperté con los huevos a punto de ebullición, me hice un pito delante del ordenador y me lo fumé mirando gilipolleces, tonterías. Volvía a tumbarme, ya con el brasero apagado, y pensé que todo está perdido cuando abres los ojos. Así que me quedé otro buen rato con los ojos cerrados. Después los abrí sin querer, vi el cielo y me fui a la cama. Tenía frío.
Otra vez dormí, otra vez desperté y otra vez cerré los ojos. Al final me levanté decidido a no salir de aquí, a pasar el día tirado de un lado a otro, fumando delante del ordenador y leyendo gilipolleces. Después de todo, el sol lleva meses haciendo algo parecido.
Pero en una de esas vi lo de pepitoacojonado...
Y tuve que cagar una buena mierda y salir un rato a la calle.
Afuera no había nadie ni nada que valiera más de media hora.
Y la Biblioteca que conocí ya no me vale ni para leer el ABC.
Pasé a su viejo water, me limpié las huellas que los pies habían dejado en el culo, me rulé un cigarrillo y fumándolo regresé a casa.
Todo sigue como siempre.
Sólo queda escribir sobre ello.
Una y otra vez.
Una y otra vez.
domingo, 16 de febrero de 2014
DÍAS DE AJENJO Y ROSAS
El viejo lisiado buscaba a alguien y yo lo encontré antes que el otro quien, decepcionado, me miró como diciéndome que él lo había visto primero; puede que así fuera, aunque yo estaba más cerca y estuve pensándolo antes de decidirme, como la otra mañana cuando se me adelantó uno parecido dejándome con la miel en los labios, que la dulce miel es cosa que se transforma con el tiempo y las amargas noches que vas pasando.
Empujé la silla del viejo por el primer paso de cebra y me sorprendió lo poco que pesaba, tanto que era como si no llevara a nadie en ella. Una pierna siempre da para bastante, aunque viendo el resto tampoco la hubiera sentido mucho.
Paramos un instante en la mediana ante la llegada de un coche que al momento nos cedió el paso respetando toda ley, escrita o no; era demasiado temprano como para creerse con derecho a algo diferente: en la mañana, poco después de despertar, todavía recordamos como funciona el asunto. Otra cosa diferente es cuando ya llevamos tiempo con los ojos bien abiertos: allí cualquier cosa puede ser cualquier cosa, no lo que es. El sueño es el doctor paliativo de la vida.
Finalmente dejé al viejo al otro lado de la calle y regresé a mi sitio, desde donde lo miré un rato hurgarse en los bolsillos. Miré el cielo, enteramente nublado, empezaba a chispear, y decidí coger el coche para ir a fumarme un cigarrillo donde normalmente empiezo a andar si me queda poco para hacerlo a trabajar. Arrancando estaba cuando pensé en lo fácil que es ayudar si no tienes que mancharte las manos ni ver la cara del ayudado. Y también pensé que quizá hubieran pocas cosas más egoístas y que, seguramente, el mundo entero no sea más un torneo de egos donde muy pocos tienen la entereza y la honradez suficientes como para saber llegado el momento de abandonar la partida: jugar hasta el final, jugar cuando ya están apagando las luces, es un signo de mala educación. Y hacerlo en penumbra es cosa de topos, no de hombres.
Llegué adonde iba, me hice un cigarrillo y apagué la música, lo encendí e inhalé un par de buenas bocanadas; bajé un poco las ventanillas, lo necesario para que no entrara mucha lluvia con el buen aire y me acordé de la niña del vídeo que vi la otra noche, esa que sentía por primera vez la lluvia en su pequeño cuerpecito que apenas está empezando a crecer. El parabrisas estaba lleno de agua y todo se veía diferente a través de él, todo seguía siendo lo mismo, sólo que tú lo veías borroso. Pasé de accionar las escobillas. Ahora estaba pensando en la muchacha de larga melena ondulada, tan dorada como ese sol que hace tanto no veo, que había visto poco antes de ayudar al viejo.
Iba conduciendo cuando me fijé en ella, estaba de pie, parada, bajo un árbol. Había alguien agachado detrás de ella, me dio tiempo a descubrir a una vieja, supongo que su abuela; estaba como limpiándola, como quitándole alguna mancha, alguna impureza que se hubiera adherido a las ropas que envolvían a esa criatura que mientras tanto miraba altiva al frente, como miran quienes viven sabiendo de su hermosura, como miran quienes no han conocido día en el que mil veces le digan lo guapa y lo hermosa que es, como miran quienes todavía sin salir de las faldas de su madre ya se barruntan que afuera será todavía más, todavía mejor, todavía todo. Me vio como a todos los demás. Casi me llevo un contenedor por delante.
No me había fumado ni medio cuando decidí volver antes de tiempo.
Miré por el viejo. Ya no estaba por allí.
Ni se me ocurrió pensar que pudiera encontrarme a ella.
domingo, 9 de febrero de 2014
EL LIBRO DE LO MUERTO
Compré la Playstation2 una tarde que fuimos a alquilar la película habitual, solía escogerla yo, a ella no le gustaba demasiado el cine, más bien poco. Lo suyo era estar con la gente, hablar, reír y, ya puesta, bailar música pachanguera: cuanto más, mejor. Pero en invierno la gente no sale todos los días y entretanto algo había que hacer. Así que llegamos al cine por puro aburrimiento, aunque el trato tácito incluía la visión de Telecinco, cosa que aún hoy me cuesta entender que fuera capaz de soportar. Ella se dormía con mis pelis y yo con sus programas. Y después, a veces, dormíamos juntos.
Estaban a punto de sacar al mercado la 3ª de la saga, por lo que aquella tenía un precio bastante asequible, creo recordar que fueron 150 euros o algo así; "¿la pillamos?" le pregunté, "vale" Películas, tele, consola...cualquier cosa iba valiendo.
Recuerdo especialmente un juego llamado Necronomicón que estaba basado en la obra de Lovecraft, autor bastante lamentable pero que por alguna extraña razón suelo releer cada cierto tiempo: supongo que la imaginación también tiene su valor. Aunque lo cuentes como el culo.
El asunto era bastante sencillo, sólo tenías que ir de un lado a otro buscando pócimas, hablando con gente inquietantemente extraña y resolviendo los diferentes acertijos que se iban presentando; no tenía nada de violencia, ni de luchas, ni de mierdas de esas, no había que coger vehículos supersónicos que te dejaran al borde del infarto ni aparecían chicas que te incitaran a hacerte una paja. No había armas, no había líos, no había rollos. Únicamente tenías que resolver problemas. Y a mi me gustaba tanto como no a la mayoría de los usuarios, como tuve ocasión de comprobar en la Red: Aburridísimo, era el adjetivo más utilizado.
Ya de chico pasaba de los arcades violentos, de los de matar y tal; lo mío era más el comecocos, los marcianitos, el Arkanoid y por el estilo, como eran la mayoría de aquellos inocentes juegos. Poco después llegó el Street fighter, pero a mi ya se me había pasado ese primer arroz y estaba empezando con el segundo, el primero que empiezas a cocinarte tú.
Algunos años después llegaron las consolas y el juego se metió en casa y se hizo adulto, o parecido. Yo alucinaba viendo como tíos de mi edad, ya bien entrados en la veintena, con novia formal y todo lo demás, echaban horas y horas delante del televisor para matar soldados, monstruos o gente que pasaba por ahí, por no hablar de los de coches o motos, siempre a toda leche, algo que te ponía mal cuerpo, o al menos a mi, que hasta me dolían los ojos al verlos, no te digo ya jugarlos en las contadas ocasiones que lo hice.
Una noche habíamos quedado en ir a cenar a la casa de unos amigos, o lo que fueran, que las cosas entre parejas son como las salas de espera de un ambulatorio. Llegamos los primeros, yo había bebido algo para entonarme, no me van esos rollos, y cual no sería mi sorpresa cuando tras recibirnos la anfitriona (una mujer que todavía no había cumplido los treinta. Un monumento) pasamos al salón y nos encontramos a su bigardo sentado en el suelo a un metro del vociferante pantallón de televisión, echando una partida, concentrado, casi ni nos hizo caso, yo no me lo podía creer, "nos hemos comprado la Play3 -dijo ella- Está todo el día dale que te pego. Ahora juegas tú una si quieres, Kufisto", "ehhh...vale" Me serví una copa y me senté en el sofá a fumar cigarrillos mientras llegaban los otros.
No duró mucho mi afición por la consola, no volví a encontrar un juego como aquel, a todos le sobraba o les faltaba algo, ninguno tenía lo que yo estaba buscando, aunque creo que esto era bastante difícil: seguramente no quería otra cosa que jugar al mismo sin recordar nada.
A punto de terminar la tarde, mientras miraba como llovía sobre los coches aparcados, me ha venido a la cabeza el último de aquellos juegos, uno de Drácula del que solamente fui capaz de superar por mis propios medios la entrada a la casa del inicio. No podía pasar de la primera habitación: una y otra vez me mataban sus monstruos antes de que tuviera tiempo para encontrar la llave.
Al tercer día busqué las soluciones en la Red y lo pasé entero.
Así cualquiera. Así no se juega.
Pero es del otro de quien me acuerdo con agrado.
Después de todo uno hace bien lo que le gusta.
O al menos lo intenta por sí mismo.
Maldito Drácula chupasangres...
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