lunes, 26 de noviembre de 2012
EN LA ROJA CRUZ (IV)
Las guardias eran de veinticuatro horas; entrabas a las ocho de la mañana y te ibas a la misma hora del día siguiente, a no ser que hubieras recibido un aviso con la amanecida, los peores, los de los últimos estúpidos borrachos de la noche y sus coches, entonces sí, entonces se alargaba un poco más, menudas hostias...
Después tenías dos días de descanso, dos días que la mayoría de las veces no eran tales, pues como bien dijo Pepe Isbert la raza degenera, y no veas como, más aún en la Roja Cruz donde lo normal era que prestaran su servicio a la Patria aquellos que no podían hacerlo en el Ejército, y no por alguna tara física, que ya entonces andaba de listón caído, sino por falta de carácter y exceso de miedo: encontré algunos, bastantes, que no hubieran pasado el corte del de Jamaica, no te digo ya el de Esparta, pero en fin...esos eran los mimbres del cesto.
Teóricamente, los militares (así se nos llamaba a los que ya habíamos jurado bandera) no tenían porqué hacer las cosas que habían hecho siendo pre-militares, era como si los veteranos del Ejército hubieran de repetir su instrucción con los novatos que iban llegando, absurdo, pero el tipo que se encargaba de hacer el cotidiano trabajo rojacrucero (ir a la capital a por camiones de comida que cargábamos nosotros para después repartirla entre los más necesitados, campañas de recaudación para la causa, cursos de formación...) era un viejo voluntario a quien conocía de toda la vida, un cliente del bar de mi padre, un tipo bueno, de verdad, desinteresado, que tenía un hijo tonto (uno de los más famosos de nuestro pueblo) y uno normal, algo mayor que yo, que era un drogólogo de regional, un imbécil que a mis ojos lo era más que su hermano, porque cuando uno lo es pudiendo no serlo es peor que cuando lo eres porque no puedes ser otra cosa...pero el viejo era un buen tío, su mujer también, y nos conocíamos de siempre. Y me llamaba. Y nunca le dije que no.
Hasta poco antes de que me tocara, las ambulancias las conducían uno de los que estaban de guardia, uno con carnet, claro, que esto no es Marruecos, todavía, pero no recuerdo el porqué eso se acabó y pasaron a conducirlas gente de fuera, creo que eran objetores...no sé, la verdad. Y ahora que lo pienso...ninguno de los dos que estuvieron aquel tiempo con nosotros tenían pinta de serlo: solo eran golfillos como yo, nada más que diez o quince años mayores. De verdad que no recuerdo que cojones eran...tal vez cambiaron lo del carnet...tuvo que ser eso, sí...y lo hacían como penitencia o algo parecido, sí...joder...
Los dos eran drogadictos, es decir, no de los tirados sino de los que les iba el tema, cualquiera mientras no diera mucho cante, que ya tenían un pasado...uno decía que lo había dejado y no hacía más que beber café, diez o doce diarios, parecía familiar de Marty Fieldman, tenía una novia, una putilla, que estaba para reventarla viva, menudo culo...menuda sonrisa. Pero yo me llevaba mejor con el otro, un tipo fuerte y bonachón, un tanto estúpido, al que le estaba amargando la vida su ex, que la cosa viene de más lejos que con ZP...siempre me ha recordado a Stallone, he vuelto a tratarlo de un tiempo a esta parte, está jodío, anda haciendo chapuzas, nunca tuvo corteza de camello, no valía para eso...lo suyo siempre fue ser una bestia de carga como cantaba Jagger.
Bien...que nosotros estábamos en el puesto, recibíamos un aviso cualquiera (un accidente, un traslado de paciente, una urgencia domiciliaria...) y llamábamos al que estaba de guardia para que viniera, porque no estaba con nosotros, no...él venía cuando le llamábamos. Y hubo algunas nocturnas, no muchas y sobre todo con Sly, en las que estaba tan jodido que no podía, y entonces Guyeleto me pasaba el teléfono, "Kufistín...chaval...no puedo...¿puedes llevarla tú?", "claro, tronko, no importa...", "gracias, tío..."
Una de aquellas fue cuando nos llamaron de madrugada desde el juzgado para trasladar a un loco hasta un hospital de la capital, y dio la casualidad de que yo acababa de dormirme si no pedo, sí bastante puesto de petardos y supongo que un tanto de alcohol...
- "Oye, colega, yo también estoy jodido...no me jodas..."
No podía ni balbucear, ni entendí lo que me contestó, así que hice de mi chaleco un sayo y me puse al volante, "¿estás bien?" me preguntó el Pitorra, "claro, colega..." Y nos fuimos pá el juzgao...
Subieron al loco esposado, dos maderos con él, "me voy atrás con ellos, Kufis, por si se pone nervioso...¿estás bien?", "que sí, tío...tranquilo" Y nos fuimos para allá.
¡Qué viaje...! ¡qué viaje...!
Recuerdo ir absolutamente centrado, creo no haber conducido mejor en toda mi puta vida, era el amo de la carretera, con los rotativos puestos, alumbrando los campos que despertábamos a nuestro paso, en silencio, solo...de vez en cuando oía hablar al loco, tranquilamente, sin sofocarse, nadie le respondía, supongo que el Pitorra le dio algo, o se lo habían dado antes...¡qué paz...qué tranquilidad...! Yo, con veinte años y llevando a dos nacionales en el asiento de atrás...
Hubiera conducido mil kilómetros...
pero no llegaron a cien.
(Continuará...)
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El padre de un amigo era munipa, y siempre nos contaba lo duro que era ir a un accidente de trafico y ver vidas desgarradas entre amasijos de hierros.
ResponderEliminarPero para el resto no son muertes, son putas estadísticas, asumibles como si habláramos de pérdidas al jugar en el bingo.
Que no nos toque... y toco madera.
No sé si contarlas, Ogro...ya veré.
EliminarUn saludo, amigo.
Tu lo cuentas casi como culpabilizandote, pero ahondando, leyendote entre lineas, posiblemente salvaste mas de una vida, con o sin petardos, con o sin alcohol.
ResponderEliminarY haber formado parte de esa Cruz Roja aunque no sea lo que mas valoras es para sentirse orgulloso.
Ogro, tienes mucha razon.
Por si os interesa, os dejo un articulillo sobre futbol. Va de periodistas que cenan y discuten.
http://unblogmuycule.blogspot.com.es/2012/11/la-ultima-cena.html
Es un ajuste de cuentas, veremos como termina
EliminarUn saludo, amigo.