miércoles, 13 de julio de 2011

EL TÍO VICTORIANO





No era tío nuestro, pero entonces les llamábamos así a todos aquellos viejos que eran amigos de la familia desde siempre.

Durante mucho tiempo no tuve claro el por qué a algun@s los llamábamos tí@s. Solían venir al pueblo en verano, durante sus vacaciones, pero yo no me aclaraba; era un niño y le preguntaba a mi padre: "pero si éste no es hermano tuyo...¿por qué le llamamos tío?", "se crió en casa del abuelo, con todos nosotros, su padre era primo del abuelo, murió muy joven y se vinieron a vivir con nosotros, así eran las cosas entonces...". O sea que era el hijo del primo de mi abuelo, o algo así. Nunca me he aclarado con esas cosas: yernos, suegros, cuñados...El caso es que si mi padre decía que era mi tío significaba que era mi tío. Y encima me caían bien y nos traían cosas de Madrid, así que cojonudo...eran mis tí@s.

Victoriano no tenía ningún lazo de sangre con nosotros; pero como el roce hace el cariño, y más que rozarnos estábamos pegaos, era un tío más de mi padre, de mi madre, de mis hermanos y de mí mismo. Curiosas familias las de entonces.

Era un hombre alto, muy alto, calculo que debía llegar al metro noventa, lo que para alguien nacido años antes de que Lenin liara la de dios es cristo en la Madre Rusia lo convertía en un gigante. A pesar de sus años (más de 70 cuando me dí cuenta de quién era) aún caminaba más tieso que un ajo de Las Pedroñeras; ayudado por una garrota, sí, pero bien derecho.

Tenía la cabeza grande, alargada, caballuna; ancha frente y prominente nariz; labios finos y mejillas increíblemente coloradas para su edad; algún pelo todavía rubio bajo su sempiterna boina; delgado pero no amojamado; manos grandes, huesudas, bien cuidadas, "de pianista"; manos de hombre que no había cogido un azadón en su vida, manos extrañas para un hombre de aquella época. El semblante serio, digno, concentrado; la gente lo saludaba y el respondía a la mayoría con un parpadeo que apenas se vislumbraba entre el espeso humo que salía de sus labios; siempre estaba fumando, calisqueños o caldo de gallina, un tabaco que apestaba, al menos para mí, un tabaco natural como lo era todo entonces. Había poco de todo pero lo que había era natural; era lo que era y no cualquier otra cosa.

Y es que lo natural no tiene por qué ser agradable.

Vivía cerca de nuestro bar con una de sus hijas. Extrañamente su mujer había muerto antes que él. Llegaba a primera hora de la mañana, se tomaba su café, su copita, encendía su puro y esperaba a que mi padre lo mandara a cualquier recado, o pasaba a la cocina para echar una mano pelando patatas y gambas, batiendo huevos, o picando cebollas, ajos...lo que fuera; él se entretenía y se sentía útil y necesario, cosa que, creo, es lo que más puede desear un viejo.

No sé qué tendrían todos aquellos hombres en contra de beber agua, pero a Victoriano jamás lo vi beberla; por contra adoraba el vino blanco. Bien frío y bien lleno.

Una mañana que salí del colegio me pasé como de costumbre por el bar para pillar el periódico y llevármelo a casa. Entré a la cocina, saludé a Victoriano y a Manolo, el joven camarero que teníamos, quien, como de costumbre, me pellizcó la mejilla hasta hacerla enrojecer. Cogí un trozo de tortilla recién hecha que sabía a gloria bendita. Comiéndola estaba cuando Victoriano me dijo:

- Kufistín, pasa a la barra y dile a tu padre o a Manolo que te den un vino para mí

Obedecí como buen chico que era. Pasé a la barra y le dije a Manolo que me diera un vino para Victoriano; pilló una copa de vino y echó el chato normal, de rigor; regresé a la cocina y lo dejé sobre la mesa en la que Victoriano andaba batiendo unos huevos para la siguiente tortilla al mismo tiempo que la ceniza de su caldo de gallina estaba que si sí o que si no se suicidaba sobre las yemas de huevo.

- "Ahí lo tiene, tío Victoriano"

Cuando lo vio...me miró y a grandes voces dijo:

- ¿PERO TE QUIERES REÍR DE MÍ?

Yo me quedé blanco.

- No...no...no sé
- ¿LO HAS PUESTO TÚ?
- No...no...ha sido Manolo...
- ¡SERÁ CABRÓN!

Y en ese momento se oyó la carcajada de Manolo, que había estado observándolo todo.

- Vengaaaaa...vaaaaa...deje al chico que ahora mismo yo le traigo el suyo...

Y regresó con un vaso de tubo lleno hasta el borde. Victoriano se levantó de la silla y, mirándonos, se lo bebió de un solo trago. Manolo se desgüevaba: "ya lo sabes para la próxima, Kufistín" Y volvió a pellizcarme la mejilla.

Jamás volví a equivocarme.

Victoriano tenía una salud de hierro; la verdad es que todos aquellos viejos eran portentos de la naturaleza. Y era normal: lo difícil no es sobrevivir a una guerra, eso es cuestión de suerte más que de otra cosa, lo verdaderamente jodido debe ser sobrevivir a una posguerra, cuando no hay de nada más que hambre y miseria; por eso solo los más fuertes salen adelante, por eso si consigues salir vivo de una situación así ya no le tienes miedo a nada ni a nadie. A una vieja amiga de mi abuela la oí decir en una ocasión: "Yo veo un muerto andando por la calle y no me asusto". Y sentías que era verdad.

Unos años después empecé a ayudar en la terraza durante los veranos; catorce añitos, un beibi, pero ahí andaba yo con la bandeja, "con cuidao" Era divertido...Antes que llegara la gente solía salirme afuera para fumarme un cigarrillo. Mi padre ya sabía que fumaba, seguro, los padres lo saben todo, pero había que tener un respeto, no ibas a estar con el pito colgando delante de tu viejo...Después salía Victoriano, nos sentábamos en los barriles, a la sombra, él se rulaba un caldo de gallina y me contaba historias de su vida, eran buenísimas, no podía creerme que un tío tan serio como él, al que todos trataban con un respeto rayano en la devoción, le hablara de esas cosas a un chaval como yo.

Recuerdo dos que no olvidaré mientras viva.

Una estaba ambientada en la guerra, pero no creáis que se trataba de algún acto heroico o algo así...Bueno, sí, bien mirado puede resultar hasta heroico.

Mi tío Victoriano estaba trajinándose a la mujer de su capitán y éste le pilló. Tuvo suerte que no llevara encima su arma porque en caso contrario allí hubieran terminado sus correrías, pero lo encerraron en el calabozo y le iban a meter un paquete del copón cuando el pobre cornudo murió en acto de servicio. Poco después la guerra terminó y todo quedó en el olvido. Había que verlo contando aquello, como hablaba de aquella mujer de generosas carnes, "su marido no le hacía caso", decía mirando al frente, a lo lejos, recordando...

La otra era la del barco negrero.

Después de la guerra, y viendo que aquí no había nada que rascar, se fue para el África española. Allí vio su oportunidad en el comercio de esclavos, todavía funcionaba (y supongo que seguirá funcionando) en esa tierra sin ley que es África. Por supuesto, el asunto estaba penado, te la jugabas, pero Victoriano no tenía miedo y sí ganas de tener mucho dinero. Y ésa era la forma más rápida de conseguirlo.

- Llené un barco de negros...y cuando estábamos a punto de llegar al destino el barco se fue a pique. Tuvimos que saltar en los botes salvavidas...penamos lo que no está escrito pero alcanzamos la costa...
- ¿También los negros?
- ¿Los negros? no, esos se quedaron en la bodega...

Machín todavía no había maraqueado por España sus "angelitos negros" Eran los años cuarenta. En los civilizadísimos Estados Unidos de los 60 aún andaban colgándolos de los árboles...

Regresó a España y se hizo tratante de ganado; ganó mucho dinero y se pulió el doble en mujeres, cartas y fiestas, aunque eso no me lo contó él.


Una mañana vimos que tenía mala cara: "¿Está bien?"...No, no estaba bien. Mi hermano Iván y Manolo lo acercaron a su casa y su hija lo llevó al hospitalillo.


Dos días después murió; le sacaron todas las enfermedades posibles en los análisis; no existía una que no tuviera...Pero cuarenta y ocho horas antes de estirar la pata aún seguía respirando tabaco y bebiendo buen vino fresco.


Cuando llegamos al tanatorio su hija nos abrazó y nos preguntó que si queríamos verlo. Yo y uno de mis hermanos le dijimos que sí; descorrieron la cortinilla, "llorar no es de hombres"...Entonces lo vimos todo lo largo que era, amortajado, esas grandes manos unidas...Cogí mis quince años y salí corriendo hacia afuera para llorar a gusto. No quería hacerlo delante de él. No quería hacerlo delante de nadie.

"Llorar no es de hombres"...


Pero no me dio tiempo.

3 comentarios:

  1. No se cuantos quedarán como este Victoriano, de barra fija y puro en la mano, pero menos mal que no son muchos ahora que en nombre de la "libertad", nos prohiben fumar un puro en un bar o en una boda.

    Lo mismo cogían la garrota y partían los costillares a algún político despistado.

    ResponderEliminar
  2. Bonito recuerdo, muy bien planteado y escrito, "as usual".

    Un abrazo, Kufisto,

    R

    ResponderEliminar
  3. Otro gran relato Sr. Kufisto, si señor.

    ResponderEliminar