viernes, 29 de julio de 2011
EL OLOR DEL DOLOR EN LOS OJOS
Una de las mayores tragedias en la historia reciente de nuestra ciudad fue la que aconteció una veraniega mañana de finales de los ochenta.
Era una familia numerosa, creo recordar a cuatro criaturas, él trabajaba como funcionario de prisiones y ella llevaba la casa, aún eran jóvenes, andarían por la treintena, muy serios y educados, yo los atendía cuando se sentaban en la terraza, todos juntos, los niños muy formales y bien vestidos, limpios, con cara de conocer una de las primeras reglas: que todo acto tiene sus consecuencias. El mayor tendría unos diez años, después iba otro con el que se llevaba el tiempo estrictamente necesario y luego otros dos más pequeños, un descanso entre tanda y tanda, en mi familia pasó algo parecido, un mínimo descanso para coger fuerzas y a arrear otra vez antes que el tiempo se encargara de echar el telón en el back-stage de mamá.
Pasó que esa mañana los dos mayores fueron decapitados por un montacargas.
Estaban reformando la casa, cuando la familia crece el hogar debe transformase, máquinas por aquí y por allá, herramientas, hombres trabajando, follón, suciedad...en fin, todo lo que conlleva la molesta obligación de meter gente ajena en tu chabolo. El padre se había ido al trabajo y la madre andaba de acá para allá, luchando con unos y con otros, con propios y ajenos, ya se sabe que no hay guerrero más incansable que una madre en su casa, más incansable y menos reconocido, el trabajo de las madres parece algo tan inevitable e innegociable como la salida del sol, es su obligación y punto, prohibido enfermar o pedir unos días de vacaciones, yo jamás he visto a la mía descansar un sólo día...y es que la sola idea de un sindicato maternal resulta ridícula, absurda. Por el bien de SUS hijos están dispuestas a hacer todo lo que sea necesario, el bienestar de ellos es su felicidad. Al menos así era el asunto antes.
Los obreros se marcharon para almorzar y la madre siguió con su hercúlea tarea diaria.
Fue en ese momento cuando los dos niños se subieron al montacargas y no se sabe muy bien cómo accionaron el mecanismo; la máquina hizo aquuello para lo que había sido creada y subió.
Y subió tanto que cuando llegó al piso superior actuó como guillotina en las cabecitas de esos dos niños que iban mirando como el suelo se iba alejando de ellos en los últimos segundos de sus fugaces vidas...
Si inhumano debe ser la pérdida de un hijo no puedo siquiera imaginar lo que será perder dos al mismo tiempo.
Para volverte loco y matar al mismo Dios si lo tuvieras delante.
Realmente esa es la prueba de fuego, es decir, ¿por qué permitir tamaña injusticia, una crueldad tan enorme?...si la muerte tuviera un patrón, un cierto sentido, si hasta la misma muerte tuviera unos límites, unos márgenes que ni ella fuera capaz de traspasar, todos creeríamos en Dios mucho más y con mucha más facilidad, aceptaríamos sus designios, pero intuiríamos, aseguraríamos, que allí arriba debía haber alguien para velar por quienes todavía no han tenido tiempo de hacer mal alguno, criaturas que alegran los corazones y los llenan de esperanza y fe en el futuro, carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre que no merecen quedarse en los tacos de salida, al menos que se caigan en la primera valla, pero déjalos que lleguen, sólo eso, sólo eso...
Quizá la historia de Jesucristo sacrificado por todos nosotros es la excusa perfecta que el Sacercote creó para que el inabordable muro de la muerte de nuestros pequeños se nos hiciera algo menos definitivo, imposible de aceptar: el mismo Dios vió como matábamos a su Hijo.
Pero Él llegó a los 33.
Perdí la pista de aquella familia, supe tiempo después que se separaron, la culpa, el por qué, el dónde estabas tú, el reproche, el dolor, la locura...
Hace unos años el hombre volvío a venir por el bar con su nietzscheziano bigotón y una mirada brillante, una mirada extraña e inquietante, vale que tú conocías lo que le había pasado, pero estoy seguro que vosotr@s sentiriáis lo mismo si lo viérais, esa mirada echa para atrás, existe el olor de la mirada, y el de la de este hombre echaba para atrás.
El olor del dolor en los ojos.
Y luego la sonrisa...una sonrisa...en fin, el tío estaba quedao, iba con un amigo suyo, un tipo que siempre estaba hablando de política, no hablaba de otra cosa, a mí eso me pone enfermo, de verdad, en los bares no se DEBE hablar de política, hay gente de todos los colores y hay alcohol, problemas, líos, en España no podemos discutir de nada sin insultarnos y, llegado el caso, pelearnos. Y un bar con líos es un bar liquidado.
Yo callaba y callaba, callaba y callaba, más por el desgraciado funcionario que otra cosa, si su amigo no lo hubiera sido me habría durado 0´2, a la calle sin contemplaciones, pero una mañana se me hincharon los cojones, estaba atrapado en una resaca infernal y no lo pude soportar más:
- "¡O TE CALLAS O TE VAS A LA PUTA CALLE!"
Se quedó a cuadros, el funcionario me miró sin su enfermiza sonrisa, todos callaron:
- "¿Qué te debo?"
Pagaron y se fueron.
El dolor une a las personas, pero el dolor extremo, sobrehumano, las separa.
Lo he visto esta mañana, yo en mi coche y él en el suyo, un fugaz intercambio de miradas en un semáforo.
He salido pitando en cuanto he visto parpadear al monigote.
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Ya sé de qué pueblo eres. Te lo pregunté en tu entrada de "Dios me quiere" y ahora me doy cuenta de que eres del mismo pueblo que yo.
ResponderEliminarLo de los niños fue muy sonado y entristeció a mucha gente y de hecho, todavía sigue hablándose del tema.
Gracias por tu blog
Santi
Hace años en los bares generalmente no se hablaba de política, en una ocasión un señor ya anciano me decia "en los bares no se dicen mas que bobadas y tonterías" pero en la actualidad y con la que está cayendo, me temo que perderás bastante clientela si a todos los que hablan de política les das esas contestaciones.
ResponderEliminarSaludos Kufisto.
Las madres, gran reflexión. Solía ser así, y gracias a Dios aún lo es en muchos casos.
ResponderEliminarKufisto.
ResponderEliminarTengo un hijo en los madriles, de vez en cuando lo visito y mi entretenimiento favorito es pasarme el día zanganeando por la Villa y Corte, visitando museos y, sentado en una terraza, ver a las variopintas gentes deambular.
Qué bar es bueno para tomar una cerveza y, aunque no me presente, conocer a Kufisto en su salsa.
Eso de los niños decapitados en un montacargas es más común de lo que parece. Pasó en mi pueblo.
Joanpi.
Que mal rollo dan siempre estas cosas y con colegas así, que ni en el bareto te dejan tomar un botijo tranqui, ya para tener mirada de hiena, no me extraña el hombre.
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