miércoles, 30 de noviembre de 2022

¡MÍRALO!

 - ¡Míralo! -dijo extendiendo el móvil hacia mi lado de la barra.

Pues sí, muy hermoso.

Era una fotografía de él con su pajarito multicolor posado en el hombro, una fotografía que sin duda alguna la había echado su hermano, también presente en la conversación.

Son de otro pueblo. Hace unos años que vienen por aquí. Revisiones médicas. Son algo mayores que yo, no mucho, y el más pequeño, el del pajarito en el hombro, carga con el bicho dentro. Hubo un tiempo en el que pareció haberse ido por las cloacas pero no; tan sólo estaba latente, como todos. 

Hará medio año que el otro, el alto, el más risueño de los tres (pues al principio fueron tres, lo recuerdo bien), me dijo que estaba en lo mismo. Así que ahora andan por aquí un par de veces por semana. 

Contaron más cosas del pajarito, un agapurni hembra, de donde la compraron hará casi cinco años, de como cayó mala al poner su primer huevo que no quería salir de ella, se le enquistó ahí dentro y era una pena verla, la llevaron a una veterinaria de Ciudad Real deprisa y corriendo...

- Se me partía el corazón, Kufisto -dijo el alto- Si hubieses visto como sufría la pobrecilla...

Un tanto más hinchado de lo normal, mi viejo amigo Luis entró al bar con su bastón. Saludó, pidió una cerveza y fue a sentarse a una mesa. 

- ¿Qué tal?
- ¡Pues no me ves, cabrón!

Nos reímos y volví a la barra. 

Los hermanos se fueron con la promesa de volver en un par de horas y ya estando solos salí de la barra para sentarme con mi viejo amigo Luis.

- Este cabrón -me dijo refiriéndose al médico- me quiere matar.

¿Cuantos años hace desde que le diagnosticaron el cáncer? ¿siete? ¿ocho? ¿nueve? Mi padre lleva muerto casi seis años y aguantó la enfermedad año y medio. Y Luis lo tuvo primero.

- Y encima es moro -dijo refiriéndose al doctor.
- Joder, lo tiene todo.
- ¡El hijoputa quiere matarme! ¡Dice que me quedan cuatro días si no dejo de beber!

Y seguimos riendo y hablando de paridas.

- ¿Qué tal estás, Kufisto? -dijo mirándome fijamente con sus brillantes ojos azules.
- Bien.
- Me alegro. Está la cosa un poco floja, ¿no?
- Sí...Fin de mes, la Navidad a las puertas...Pero bueno, vamos tirando.
- ¿Y tú?
- También

Entonces fue que Estela entró.

- Hola.
- Hola, Estela.
- Un zumo de piña -dijo con ese delicioso acento portugués.
- ¿Quieres una pulga? ¿Salchichón, chorizo, queso, anchoas, atún...?
- Queso.

Y se fue a la tragaperras.

Me serví un té doble y volví a sentarme en la mesa con mi viejo amigo Luis.

- ¿Qué es eso? -dijo.
- Un té.
- ¿Un té?
- Un té.
- Ponme un vino, anda.

Sabía que Estela jugaba fuerte pero no tanto. Me sentí un tanto incómodo desde mi posición.

- Kufisto -dijo Luis-, no se ve más que gente amargada por la calle. 
- Sí
- No, en serio...Una mala hostia, una mala leche...-continuó riendo- No lo entiendo.
- Pues sí.
- No me estás haciendo ni puto caso, hijoputa.
- Venga, joder...
- ¡Cuanto me acuerdo de tu padre!
- ¿Cuantos años tienes?
- Setenta recién cumplidos.
- ¡Joder, pues no los aparentas! Dos más tenía mi viejo cuando dobló.
- ¡Cabrón!
- ¡Jajaja!

Llegó Kamel y me levanté.

- ¿Chupito?
- ¡Ja! Y una caña.
- ¿Salchichón, chorizo, queso...?
- ¡Choriso!

Cogió el As y fue a sentarse en la mesa más pequeña.

- ¿Atiendes a este? -dijo Luis
- Sí. Lleva viniendo por aquí desde hará dos años. 
- ¡Pero si es un desgraciao, un puto pedigüeño liante!
- Pero aquí paga y no crea ningún problema.
- Joder, Kufisto...Si te viera tu padre.
- Peor es mi hermano y es compadre suyo, no me preguntes porqué.
- Tu padre era la polla, Kufisto.
- Sí
- Yo le pinchaba cuando los dos ya estábamos malos y él se enfadaba.

Reímos.

- Sí -respondí- Pero tú es que eres más cabrón que un cuerno.
- ¡Qué buen tío era tu padre!

Me levanté de la mesa. No me parecía bien estar de esa manera. Un camarero tiene que estar detrás e la barra.

Sentado en mi taburete vi jugar a Estela mientras recibía llamadas que no cogía para contestarlas con mensajes sin perder ripio de la pantalla. Luis miraba la televisión y el pobre Kamel volcaba su cabeza sobre las páginas del As.


Y entonces, en ese extraño silencio clientelar sólo roto por canciones de mi gusto, pensé que tampoco yo estaba tan mal.

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