jueves, 24 de noviembre de 2022

LA PALOMA

 Dos mujeres pidieron café y fueron a sentarse junto al ventanal. Una de ellas, la más gordita, fue clienta habitual en otro tiempo. Ya entonces y con igual sobrepeso lo tomaba con sacarina aunque en otra compañía, femenina también. Pero han pasado muchos años, y tres visitas en tres semanas a última hora del cambio de turno no son suficientes como para hacerme recordar a la primera su manera de endulzar el café con leche. Sí recordaba bien su mirada hacia mi, un tanto hostil, que aún mantiene.

Y entonces el tío que estaba en la barra se volvió hacia ellas y habló:

- ¿Sois vosotras las de la tienda de al lado?
- No 
- Ah 

Entró al bar poco antes que ellas. Desde la barra y a través del ventanal le había visto aparcar el coche en zona limitada sin motivo alguno. Creí reconocerlo en cuanto se bajó y no me hizo gracia. Pero echó a andar y pasó de largo. Por curiosidad salí a ver. Caminaba calle abajo. Caminaba calle abajo como quien espera encontrar algo al volver sobre sus pasos. Pasé para adentro.

Salí a fumar y le vi sentado en uno de los taburetes que están al otro lado de la puerta de la tienda cerrada, fumando. Eché un paso atrás.

- Joder, es él.

No me había equivocado. Era él. Mi subconsciente lo había reconocido al primer golpe de vista. Poco después entró al bar. Yo, desde luego, no iba a salir.

- Hola -dijo.
- Hola
- Una manzanilla.

Sabía que iba a pedir algo así. Es más, sabía que iba a pedir una manzanilla. Siempre pedía eso. Estaba casi seguro que la tomaba con sacarina. Le puse azúcar.

- Sacarina -dijo

Se la di y le quité el sobre de azúcar que agarraba entre sus dedos.

- ¿Tienes Lotería Nacional?
- Tengo Lotería de Navidad
- ¿Como?
- Tengo Lotería de Navidad
- Ah...¿Qué te debo?
- Uno treinta. 

Sacó dos euros.

- ¿Puedo pagarte la lotería con tarjeta? No llevo efectivo.
- No.

Le devolví el cambio. Entraron las dos mujeres.

- ¿Puedes cambiármela a un vaso? Está muy caliente. ¿Sabes a qué hora abren la tienda de al lado? -Eran las cuatro de la tarde.
- A y media, creo.

- ¿Sois vosotras las de la tienda de al lado?


- Dame un décimo -dijo sacando un billete de cincuenta. Y salió afuera 


- Hola, Kufisto
- Hola, Alfredo

Es algo mayor que yo. Lleva un año de baja por ansiedad. Es un buen tío. Cuando éramos jóvenes nos matábamos con la mirada, luego nos olvidamos y ahora somos amigos de media hora en el bar. 

Solemos hablar de música. Él sabe mucho más que yo, al menos de música moderna; moderna en el buen sentido, claro. Pero a veces hablamos de otras cosas menos problemáticas, como hoy. O ayer. O incluso antes de ayer. Ya son tres tardes sin hablar de música.

Su madre se había caído lastimándose la muñeca en la residencia pública donde pasa los días desde hace unos meses, desde que su deterioro mental hizo imposible cualquier otra opción razonable. Le llamaron por la mañana, fue a por ella y se la llevó a las Urgencias del Hospital. 

- Vámonos a casa -le decía su madre- Aquí no nos hacen caso.
- No, mama -decía él- Tienen que mirarte
- Vámonos
- Que no, hay que esperar
- ¡Algún día Dios te castigará por todo esto!


Nos reímos por no llorar y la conversación derivó hacia su cercana pre-jubilación: apenas le faltan tres años. Tendrá cincuenta y cinco, divorciado de larga data, los hijos mayores y él en condiciones para llegar a ser abuelo, disfrutar de los nietos y tal vez encontrar el último amor.


Vino mi hermano y me dio el relevo. Era la hora de irme pero la conversación era buena. Abrí otro tercio y salí de la barra.


Luego salimos afuera para fumar. El tipo extraño seguía esperando la apertura de la tienda de al lado.


Una anciana con su tacatá reconoció a mi amigo. Nos contó que iba calle arriba para ve si encontraba a la paloma herida que había visto por la mañana. Llevaba con ella una caja de zapatos agujereada para meterla dentro y llevársela a su casa.


Una de las chicas de la tienda cerrada subía calle arriba cuando mi amigo, la abuela y yo nos despedíamos. 

- Ya era hora -dijo el tío irritante.


Me subí al coche aparcado al otro lado de la mediana.


Y vi a la anciana empujando su tacatá calle arriba a la búsqueda de la paloma herida que había visto por la mañana.

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