viernes, 18 de noviembre de 2022

NI ME ENTERÉ

 En la misma entrada al museo de anime y manga existe un parquecillo por donde se accede a las instalaciones. El caminante pagó, entró y una muchacha le recibió para darle algunas indicaciones a las que tímidamente respondió con su acostumbrada parquedad. Luego se quedó solo y echó a andar.

Eran las primeras horas de la noche cerrada cuando esas rocas de forma ovalada desperdigadas entre la arboleda empezaron a brillar desde su interior. Todos los colores del arco iris se sucedían en rápida transición bajo unas notas de xilófono emitidas por altavoces ocultos a la vista. Los árboles cambiaban de color en cuestión de segundos, dando un aspecto de ensueño a la escena. El silencioso caminante, siempre prudente, dejó pasar algo de tiempo antes de atreverse a tocar aquellas luminosas rocas con forma de huevo. Nosotros lo conocemos y sabemos que jamás se hubiese atrevido a ello sin previa autorización. Y entonces vimos que las rocas con forma de huevo podían moverse sobre su peana con una sola mano. No eran ni rocas ni huevos de aliens. Tan sólo era una cosa que parecía otra antes de tocarla. Metacrilato, un circuito electrónico y algunas bombillas, eso era todo. Pero los árboles eran árboles, no había duda posible sobre esto. Y los árboles iban cambiando de color al compás de las falsas rocas iluminadas con forma de huevo de alien que parecían seguir las notas del xilófono que no podíamos ver. Y pronto, muy pronto, tanto el buen caminante como nosotros nos olvidamos de la superchería para maravillarnos ante la indescriptible belleza del extraño espectáculo. La intensidad de esos colores sólo se ve en los sueños. Pero el parque encantado era pequeño.


Era mi última hora en el bar cuando cambié de música. Salí a la puerta y encendí un cigarrillo. El edificio de enfrente ya estaba en sombra casi por entero. Hace cinco meses, a la misma hora, la sombra no llegaba a lamer ni su base. Pero han pasado cinco meses, ciento cincuenta días. Y poco a poco y a la misma hora pronto llegará el día en el que me vaya del bar y lo vea en sombras de pies a cabeza. Y con toda probabilidad no me daré ni cuenta. 

Era mi última media hora en el bar cuando una pareja que no piensa en estas cosas entró al bar. Pidieron los dos gintonics de rigor y se fueron a uno de las mesas altas del ventanal. La otra estaba ocupada por una chica que hoy ha estado sola. Las otras veces, no tantas, quizá cuatro viernes, los pasó en compañía de una amiga o, como el pasado, con dos más. Pero hoy ha estado con su teléfono. Se ha bebido tres tercios con pinchos incluidos, algo que me ha sorprendido por se la primera vez que lo acepta.

- Bueno, adiós -dijo-
- Adiós.


Eran las cuatro y media de la tarde cuando salí del bar. Seguro que había menos luz que una hora antes. 


Ni me enteré.





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