sábado, 3 de diciembre de 2022

OTRA CALADA

 Ver el bar así, con buen ambiente, coger el abrigo y la bolsa con tus cosas, despedirse de algunos clientes (ya esa temprana hora de la tarde metidos otra vez en el laberinto de siempre) con sonrisas de complicidad, palmadas en la espalda y algún que otro apretón de manos; salir a la puerta con la bolsa de trabajo en una mano y el cigarrillo de rigor en los labios mientras comentas algo con un viejo amigo, un auténtico superviviente, bromeando, riéndonos de nuestros años, del tiempo pasado, de la tarde presente y de nuestros planes para lo que queda del día y de la cercana noche, y reírnos de ella, y decirnos adiós y subir al coche y arrancarlo para ir a casa sin dudarlo ni por un momento.

- Me voy a ir a comer, Kufisto -dijo mi colega un par de horas antes- ¡Cagüen Dios qué bien te sale este guiso, cabrón! -añadió con el último sopón entre sus dedos.
- Joder, pues quédate, te pongo un plato y santas pascuas -respondí sibilino. 
- Ya, pero luego vendría el whisky...
- Ya -dije echando un distraído trago de cerveza

Lo bueno de abrir tan temprano como yo abro es que por poco que cojas ahí te lo vas llevando; por si las moscas, como hoy. Luego puede ser que llegue un buen mediodía que haga innecesario tamaño madrugón, ¿pero y si no, qué? Por esto hay que abrir el bar pronto.

- Venga, va -dijo blasfemando según su costumbre- Ponme un plato. ¡Pero no te pases, que eres muy exagerao!

Y ya de paso aproveché para lavar los platos de la cocina. A nadie le gusta que le vean comer y así yo podría darle palique en los previsibles whiskies venideros sin dejar lugar a tiempos muertos en los que se lo pensara mejor y se largara a su piso para echar la siesta dejándome sin sus whiskies premium y su grata compañía en el casi desierto bar.

Y así pasó. Uno piensa y después pasa lo que pensó.

El whisky me tentó pero me serví una segunda cerveza. Y hablando de whiskies estábamos, cosa nada rara, cuando los clientes ya comidos empezaron a entrar de forma más o menos escalonada hacia sus copas.

No siempre es así. Hay muchos días, muchos sábados, en los que me largo del bar sin haber servido más que algún que otro gintonic. Pero hoy no iba a ser un día de esos. Y lo que es mejor aún: sin prisa pero sin pausa.

Vinieron un par de amigos que se unieron a mi colega. Uno de ellos era amigo verdadero y el otro un señor mayor, también motero, que venía con él y a quien yo conocía de otras ocasiones recientes. Un tío agradable, educado y recién jubilado que tras la presentaciones con mi blasfemo amigo pidió café y un chupito de Chivas de 18 años. Pedir ese whisky y entablar animada conversación fue todo uno. La cosa ya estaba hecha. Y los clientes seguían entrando por la puerta como si hubiera un portero de dos por dos ante ella.


Y así pasó aquella última hora de la tarde en el bar. Cuando antes de irme miré la caja vi que había hecho un cajón del copón. Y sin despeinarme.


- Qué te cuentas, Kufisto -dijo mi amigo el motero cuando salí del bar con la bolsa en la mano y el cigarrillo en la boca.
- Nada. Dame fuego.





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