martes, 8 de noviembre de 2022

NUNCA ROMPE A NADA

En la primera viñeta Filemón reclama a Mortadelo, que aparece en la siguiente disfrazado de monstruo. El jefe cae rodado al suelo con el corazón escapando por la boca y entonces el calvo miserable dice:

- ¡Rayos, jefe! ¡No creía que mi "pesadilla por indigestión de garbanzos" le causara tanta impresión!


Lo peor del día de descanso es ser un día de descanso, de lo que se deduce que lo peor de todo es ser algo.


Dios creó el mundo en seis días y al séptimo descansó; vio que todo era bueno, lo dejó correr y como todo creador se quitó de en medio para estar a otras cosas. Después de eso sólo reapareció cuando nuestros gritos fueron haciéndose tan fuertes y frecuentes como para desviar su atención de lo que estuviera haciendo. Y tanta era su frustración, tanto su odio, que pensó en ser padre de un hijo como última opción antes de acabar con todo. Y mandó al Buen Cordero al mundo para sacrificarlo en bien Suyo y nuestro. Y desde entonces, olvidado en la memoria de su Hijo, vive feliz pintando acuarelas, escribiendo cuentos y dibujando comics por toda la Eternidad. Todo ello sin pretensiones.


No es buena idea dormir al mediodía cuando uno no está acostumbrado a hacerlo nada más que una vez cada siete días. Pero uno se siente tan cansado y el sueño es tan bueno que no puede evitarlo aún sabiendo que pagará peaje nocturno. Con todo y con ello, y tras una tarde-noche lo más aburrida posible, estaba a punto de caer en hora al profundo sueño cuando los telefónicos gritos del vecino de abajo me desvelaron. Hijo de la gran puta. Y desde ese momento que no duró tanto como otras veces, el resto de la noche se transformó en un duermevela en el que vi todas las horas impares de la madrugada en el teléfono, hasta que la los lastimeros maullidos de la gata consiguieron que viera también las pares con sus minutos. Pero no la dejé pasar por muchas patadas que diera a la puerta del dormitorio. Recordaba haberle dejado todo dispuesto por la noche: bebedero, comedero y manta sobre el mullido sillón del salón. "Te jodes"

- ¡Te jodes!


Desperté del todo minutos antes de que sonara el despertador, encendí la luz y enseguida vi que el día ya estaba hecho. Salí de la habitación y no vi a la gata. Encendí un fuego y herví agua para el té. Por curiosidad di la luz del salón y vi a la gata enrollada sobre la manta de mi sillón. Abrió un ojo.

- Hija de puta.

Me lavé. Todavía era noche cerrada cuando bajé a la cochera y tiré para abrir el bar.


Regresé a casa a eso de las nueve y media y me puse a entrenar. A la primera serie me di cuenta de que no iba a ir bien. Por un momento pensé en dejarlo, pero como tantas otras veces me obligué. Tuve que alcanzar la quinta para convencerme de que podría llegar a la novena. Y acabé pletórico; no mi mejor entreno pero sí el mejor en esas condiciones. Y entonces fue cuando tras ducharme me comí una ensalada de garbanzos de bote.

Yo sé, lo sé desde hace tiempo, que los garbanzos cocidos de bote me sientan como una patada en los cojones, pero uno sale a comprar botes de lentejas cocidas y quieras que no también echa al carro alguno de judías o de infernales garbanzos por lo que pueda pasar. Puede pasar cualquier cosa en este mundo, está visto. Hasta que te comas un bote de garbanzos teniendo al lado otro de lentejas. Un día de descanso, un vecino de abajo medio loco, una gatita más puta que su madre, un sueño de discoteca setentera y ya te da igual lentejas que garbanzos. Y como no, el espíritu de la pesadez vino a por mi alma.


Hace años, tampoco tantos aunque no pocos, habría volcado buena parte de mi malestar sobre los clientes del bar. De hecho hoy, nada más volver a él, tuve la tentación al ver a uno de mis clientes, un buen cliente, un muy buen cliente, uno más o menos reciente, un tío muy bien educado y dicharachero, tal vez demasiado, no sé de qué coño va...

Pasó el mediodía, lánguido, para dejar paso a las primeras horas de la tarde. 


El bar estaba desierto. Abrí una cerveza y rulé un cigarrillo. Salí a la puerta.


Nubes bajas, pesadas, de esas que al verlas te dan frío.

- Hola, Kufisto.
- Hola.
- Dame algo.
- Ya te di el otro día.
- ¿Cuando?
- El otro día. No te acuerdas.
- Ah...¿Pero dame algo hoy, no?
- No
- ¡Te la chupo por cinco euros!
- No
- ¡Venga, Kufisto!
- ¿Quieres un bocadillo? ¿una botella de agua? ¡te la doy!
- No...quiero algo
- Pues algo no tengo hoy.


La vi subir calle arriba, errática.


Y me fui a mi rincón, me serví otra cerveza, rulé otro cigarrillo, busqué una canción en Spotyfi y le di volumen antes de salir a la puerta.


Quería oírla bien. Quería oírla bien fuerte mientras miraba a las amenazadoras negras nubes bajas.


Pero al final no rompieron a nada.

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