domingo, 27 de noviembre de 2022

SANGRE SABIA

Dudaba. Elegí esa película por su director. No me apetecía nada revisitar los clásicos de mi juventud. Cuando a veces lo hago suelo llevarme una decepción. No siempre, claro: todavía hay viejas películas que soportan el paso de mi tiempo. Por aquello fue que decidí verla por primera vez a cuarenta años de su estreno.

Era una de sus últimas películas. Primero fue el título lo que alertó mi atención, luego la portada y después leer en la ficha que estaba dirigida por él. No me sonaba ni de casualidad. Bien, perfecto, no importaba nada, mejor aún. Tenía por delante casi dos horas de un film desconocido del tío que realizó una de esas películas que soplan las cenizas de todos los años pasados desde que la viste por primera vez.

La vi entera. El final se hizo un tanto largo, absurdo y deslavazado. Había sido una extraña película. Él ya estaba viejo y sin embargo podías sentir que lo había pasado bien rodándola. Apagué el ordenador y me fui a la cama. Tardé en dormirme.

Desperté mucho antes de tiempo y poco después oí maullar a la gata. Pensé si habría sido ella y no mis sueños quien me había desvelado antes de tomarse un descanso. Tiene una maullido tristísimo, te parte el corazón. Y los sueños. No permití su entrada al dormitorio. Poco después calló, vencida. Aún tenía una película de sueño por delante y al final caí en ella no sin dar antes mil vueltas sobre el colchón.

Lo bueno de hacer las cosas bien y a lo grande es que si sobra sirve para otro día. Cuando uno está en ello puede acabar un tanto pillado de tiempo, pero sabe que o se da muy bien, demasiado bien, o lo más probable es que con eso sea más que suficiente para mañana. Y allí, bien resguardada en el frigorífico del bar, estaba la olla con la mitad del gran guiso de patatas con chorizo picantón que realicé ayer. Hoy incluso estaría mejor.

Fue una mañana demasiado relajada. Llegó el mediodía y la caja estaba a medio gas. Las mismas cañas parecían lanzas en un largo primer momento. Pero acabaron por ceder una vez más.

Eran las tres y media largas cuando pude echarme una cerveza con mi colega. Salimos a fumar un cigarrillo, hablamos de la Navidad a las puertas y de aquella Nochevieja que pasó en su puticlub de confianza.


Una hora más tarde, a punto de irme, entraron dos compañeros de escuela con sus esposas e hijos.

- ¡Hombre, Kufisto! ¡Por una vez te pillamos!
- Estoy a punto de irme -sonreí- ¿Qué queréis?

Cafés. Y se fueron al ventanal.


- Gracias, Kufisto -dijo una de ellas al servirle el suyo.
- No hay de qué -respondí un tanto sorprendido al oír mi nombre en sus labios.


Hacía tiempo que no nos veíamos.


Ha pasado mucho tiempo desde que nos vimos por primera vez.


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