viernes, 17 de febrero de 2023

FAROLA

 Yo estaba mirando al frente, a nada en particular, cuando sentí que alguien me miraba al otro lado del ventanal. Era la hora de salida de los estudiantes; calle arriba, chicos y chicas, caminaban cargados de mochilas hacia el autobús o sus domicilios. Al principio les vi, pero pronto pasaron a segundo plano. Fijé la atención en una temblorosa señal de tráfico. Miré los árboles de la mediana: sí, ahí afuera debía correr el viento, ¿pero tanto como para hacer que tiemble el hierro? Miré otras señales y las vi firmes. Entonces sólo podía ser que el pie de aquella había sufrido alguna lesión de cualquier tipo. 

Persistí en mirarla y empecé a pensar qué podría haberle sucedido. Casi podía percibir una cierta incomodidad de mi observación. Aquella señal de paso de cebra elevado era la única que no podía mantenerse firme ante mis ojos. Y quizá fuese yo el único que estaba mirándola.

Por otra parte la cosa no era nada dramática: no estaba a punto de caerse ni de perder un ápice de la verticalidad con respecto al suelo. Sólo era que se movía a ojos vista y las demás no.

Pensé en perros, en los estúpidos meados de los terribles perros, pero pronto lo descarté al notar que estaba fuera de su alcance. Mi señal está en el espolón de mediana y allí nunca he visto a ningún perro.

Luego pensé en algún golpe de algún vehículo, pero también lo descarté al notar que de haberse producido y por poco que fuera no se mantendría tan derecha.

Pasé a pensar en los fríos pasados que hubieran podido lesionarla de alguna manera y me pareció una idea tonta: el frío contrae y el calor dilata. Creo que así era como funcionaban las cosas cuando me las enseñaron.

Y entonces dejé de pensar para sólo verla temblar al viento desde mi refugio en el bar.



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