domingo, 5 de febrero de 2023

DEL BUEN SUEÑO Y LA BUENA MUERTE

 En el último sueño estuve con aquel malogrado amor de juventud. Era ella como lo fue hace treinta años. Y ahora por fin, sonriente, tendía sus brazos hacia mi. Nos besamos, puede que llegásemos a reír. Y entonces desperté.

Conduje hasta el bar pensando en lo vivido mientras dormía. ¿Como había pasado? Fue durante la última hora dormida, la que siguió al primer despertar. Miré el reloj del teléfono y vi que todavía tenía tiempo. Saliendo del informe sueño profundo entré en el de las puertas entornadas. Y abrí una y allí estaba ella tal y como era hace treinta años. Y yo, estupefacto como estaba, lo creí tras un segundo que pareció eterno hasta que la indescriptible sonrisa iluminó su rostro como un millón de soles.

Pasé la mañana y llegó el mediodía. Un sol templado, un sol de febrero, iluminaba la escena exenta de velos. En la puerta fumé un cigarrillo con la luz del sol derrumbándose sobre mis ojos entornados.

- Da gusto un día así.
- Sí.
- Ya se nota que amanece más temprano y anochece mucho más tarde.
- Sí.
. Lo peor ya ha pasado.
- Sí.


Vi a Sonia cuando ya creía que no iba a verla. Al ver a Sonia me di cuenta de que ya no esperaba verla hoy.

Entró después que su padre lo hiciera cogiendo con cuidado del brazo a su esposa enferma, algo que suele ser cosa de Sonia. Por esos segundos no esperé verla. Pero entró tras ellos, saludándome con su grandísima sonrisa.

Estaba tan guapa que dolía mirarla.

Había mucha gente, yo andaba de acá para allá. Cogieron mesa y les llevé sus cervezas.

- Gracias, Kufisto.

La miré a los ojos un segundo, un segundo...

Cañas, vinos, tapas, cobrar, dar las vueltas, y hablar al trote y recoger vasos y platos, y limpiar y colocar y mover y ordenar...

Se fueron. Sonia se fue con sus padres.

- Adiós, Kufisto -dijo en la puerta con esa grandísima sonrisa mientras, ahora sí, era ella la que cuidaba el paso de su madre.
- Adiós, Sonia.

Y entonces pensé que si llegara el día en el que yo no estuviera detrás del mostrador no volvería a verte con casi total seguridad. A veces pasan meses sin tu presencia, pero sé que algún fin de semana sacarás algo de tiempo para venir al pueblo y a mi bar con tus padres. ¿Pero y si yo ya no estoy detrás de la barra, Sonia? Ya no te veré más.


Y entonces tendrán que pasar treinta años para que, ya viejo y muy enfermo, abra una puerta entornada del sueño desvelado.


Y quizá, con suerte, tras ella estés tú como lo estás ahora esperándome con esa sonrisa. Como anoche lo hizo Rosa.


Al menos moriría tranquilo y, después de todo, muy feliz.





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