martes, 7 de febrero de 2023

CADENA PERPETUA

Entre lágrimas, de pie y haciendo uso del último turno de palabra antes del veredicto final un joven, principal acusado del crimen, pedía perdón a la familia del chico asesinado. "Ojalá pudiera volver atrás y...¡pero no puedo! No puede ser...No se puede ir atrás.." La jueza agradeció su testimonio y el chico volvió a sentarse, la cabeza entre las manos, junto al resto de acusados, siete chavales de parecida edad. El juicio quedó visto para la sentencia que se comunicaría unos días después. Tres años habían transcurrido desde el punto y aparte hasta el punto final.

Una discoteca. Juventud y música fuerte; alcohol y drogas; un vaso que en la aglomeración se derrama sobre alguien que no conoces; una pequeña trifulca y una rápida expulsión del local. 

Ya en la calle sigues siendo el protagonista de tu película, ahora en modo vengador. Estás medio borracho, drogado, tus amigos te jalean. Y entonces ves al otro chico, al alfeñique que te ha jodido la noche, y vas a por él y...


Apagué el ordenador, me cambié de ropa y regresé al bar para el turno del mediodía.

Hacía más frío y viento del que esperaba. Tuve que aparcar lejos y lo sentí. Ya dentro vi que poco más o menos había lo previsible. Pasé a la barra, saludé a mi hermano, puse música, quité el volumen del televisor y lo cambié de canal. Mi hermano se marchó, puse algunas cañas y vinos, charlé con los escasos clientes; un día horrible, un día de casa y gachas manchegas.

Apenas eran las dos y el último y desconocido cliente acababa de irse con ciento treinta euros de más en su bolsillo cuando un amigo entró al bar.

- Qué solo estás, Kufisto
- Sí. Y mejor que lo hubiera estado.
- ¡Coño!
- Un cabrón acababa de destriparme la tragaperras.
- Jajaja...Bueno, ya vendrá otro a rellenarla.
- Sí. Seguro.
- Ponme una cerveza de esas buenas.

Charlamos vagamente mientras mirábamos nuestros teléfonos. 

- ¿Quien es esta? -le dije enseñándole el mío.
- Ummm...No sé -respondió- ¿Quien es esa zorra?
- Madonna.
- Joder, ¡pero como está así!
- Parece como si la hubiese operado Nick Riviera, el cirujano plástico de los Simpsons
- ¡Jajaja!
- Y esto siendo una fanática de la salud y tal. Si hubiera llevado nuestra puta vida...
- Ya te digo
- ¿Te acuerdas de aquella mañana en la que casi me vuelvo loco intentando encontrar mi puto coche?
- ¿Qué mañana?
- ¡Sí, hombre! ¡Aquella en la que terminamos en el garito aquel comiendo pizzas del 24 horas del rumano monstruoso que había al lado!
- ¡Jajaja! ¡Sí, sí que me acuerdo! ¡Con Juanma dejándose las pestañas en la tragaperras y las putillas rondándonos por una raya!
- ¡Esa! -dije- Y al final, cuando salimos, tenía el puto coche casi delante de mis cojones, que lo encontró Santi...
- Jajaja...Me cago en Dios. Joder, qué noches...
- Y me fui a casa con el coche.
- Y yo con el mío, no te jode.


Serían casi las cuatro de la tarde cuando, cosa rara, Julio entró al bar. No era su hora ni su día, o sus días, que no deja de ser un cierto cliente, pero enseguida tuve la sensación del porqué.

Casado y padre de dos hijos y funcionando a base de bien lleva un tiempo empeñado en una especie de reencuentro entre los que formamos el reemplazo del servicio militar. Treinta años más tarde para vernos y hablar. Yo no lo decía nada, me daba igual, pero al verle hoy en el bar a esa hora supe que algo había detrás. Y así fue: había quedado con uno al que no trataba desde entonces; otro triunfador, uno al que no he visto jamás en mi bar; uno con el que algunas veces me he cruzado por ahí y parecía costarle un mundo el saludarme.

Hablamos. Recordamos nombres. Al final sacamos más de veinte. Sólo hay que encontrarlos y poner la fecha. Bien. No tengo Facebook.


Han pasado treinta años. Todavía éramos jóvenes cuando casi todos nos perdimos de vista.


Bueno, sólo han sido treinta años de nada. A la manera de Troy McClure supongo que me recordarán como el aparente colgao que fui en aquellos años. Era joven, sí, pero aparte del candado en el cuello, el alcohol y todo lo demás ya había leído el Quijote y Crimen y Castigo antes de jurar bandera y pegar los cuatro tiros reglamentarios a los muñecos.


Treinta años pasan rápido si tienes un poco de suerte.


Siempre y cuando no seas tú el último camarero detrás de la barra del bar.

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