Una discoteca. Juventud y música fuerte; alcohol y drogas; un vaso que en la aglomeración se derrama sobre alguien que no conoces; una pequeña trifulca y una rápida expulsión del local.
Ya en la calle sigues siendo el protagonista de tu película, ahora en modo vengador. Estás medio borracho, drogado, tus amigos te jalean. Y entonces ves al otro chico, al alfeñique que te ha jodido la noche, y vas a por él y...
Apagué el ordenador, me cambié de ropa y regresé al bar para el turno del mediodía.
Hacía más frío y viento del que esperaba. Tuve que aparcar lejos y lo sentí. Ya dentro vi que poco más o menos había lo previsible. Pasé a la barra, saludé a mi hermano, puse música, quité el volumen del televisor y lo cambié de canal. Mi hermano se marchó, puse algunas cañas y vinos, charlé con los escasos clientes; un día horrible, un día de casa y gachas manchegas.
Apenas eran las dos y el último y desconocido cliente acababa de irse con ciento treinta euros de más en su bolsillo cuando un amigo entró al bar.
- Qué solo estás, Kufisto
- Sí. Y mejor que lo hubiera estado.
- ¡Coño!
- Un cabrón acababa de destriparme la tragaperras.
- Jajaja...Bueno, ya vendrá otro a rellenarla.
- Sí. Seguro.
- Ponme una cerveza de esas buenas.
Charlamos vagamente mientras mirábamos nuestros teléfonos.
- ¿Quien es esta? -le dije enseñándole el mío.
- Ummm...No sé -respondió- ¿Quien es esa zorra?
- Madonna.
- Joder, ¡pero como está así!
- Parece como si la hubiese operado Nick Riviera, el cirujano plástico de los Simpsons
- ¡Jajaja!
- Y esto siendo una fanática de la salud y tal. Si hubiera llevado nuestra puta vida...
- Ya te digo
- ¿Te acuerdas de aquella mañana en la que casi me vuelvo loco intentando encontrar mi puto coche?
- ¿Qué mañana?
- ¡Sí, hombre! ¡Aquella en la que terminamos en el garito aquel comiendo pizzas del 24 horas del rumano monstruoso que había al lado!
- ¡Jajaja! ¡Sí, sí que me acuerdo! ¡Con Juanma dejándose las pestañas en la tragaperras y las putillas rondándonos por una raya!
- ¡Esa! -dije- Y al final, cuando salimos, tenía el puto coche casi delante de mis cojones, que lo encontró Santi...
- Jajaja...Me cago en Dios. Joder, qué noches...
- Y me fui a casa con el coche.
- Y yo con el mío, no te jode.
Serían casi las cuatro de la tarde cuando, cosa rara, Julio entró al bar. No era su hora ni su día, o sus días, que no deja de ser un cierto cliente, pero enseguida tuve la sensación del porqué.
Casado y padre de dos hijos y funcionando a base de bien lleva un tiempo empeñado en una especie de reencuentro entre los que formamos el reemplazo del servicio militar. Treinta años más tarde para vernos y hablar. Yo no lo decía nada, me daba igual, pero al verle hoy en el bar a esa hora supe que algo había detrás. Y así fue: había quedado con uno al que no trataba desde entonces; otro triunfador, uno al que no he visto jamás en mi bar; uno con el que algunas veces me he cruzado por ahí y parecía costarle un mundo el saludarme.
Hablamos. Recordamos nombres. Al final sacamos más de veinte. Sólo hay que encontrarlos y poner la fecha. Bien. No tengo Facebook.
Han pasado treinta años. Todavía éramos jóvenes cuando casi todos nos perdimos de vista.
Bueno, sólo han sido treinta años de nada. A la manera de Troy McClure supongo que me recordarán como el aparente colgao que fui en aquellos años. Era joven, sí, pero aparte del candado en el cuello, el alcohol y todo lo demás ya había leído el Quijote y Crimen y Castigo antes de jurar bandera y pegar los cuatro tiros reglamentarios a los muñecos.
Treinta años pasan rápido si tienes un poco de suerte.
Siempre y cuando no seas tú el último camarero detrás de la barra del bar.
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