Uno lo entiende mejor cuando les oye hablar entre ellos. El ritmo es más acompasado, la melodía está mejor integrada. No hay lugar para las disonancias ni los silencios. Las transiciones apenas son perceptibles. Suena al oído como el hilo musical de una sala de espera.
Crecieron, estudiaron, dejaron el pueblo y se fueron a la Universidad. Allí se especializaron en alguna rama de la Medicina rodeados de chavales como ellos. Compartieron piso, hubo fiestas, conciertos y buen sexo en hora. También viajes de Erasmus. Conocieron otros países, respiraron otros aires, vieron otros decorados, trataron otras gentes. Muchas horas de estudio y exámenes. No había tiempo que perder con novelas y cuentos. Los libros que leían eran prácticos. Los libros que memorizaron eran necesarios. Los libros que abrieron les cerraron las puertas a todos los demás. Aún hoy continúan leyendo esa clase de libros. La Medicina, como la Ciencia, como los Ordenadores, se actualiza constantemente.
Hoy están casados con una pareja descubierta en aquel ambiente y son padres de uno o dos hijos. Habitan viviendas unifamiliares con jardín en las afueras de una pequeña y tranquila ciudad. Se mantienen en forma, cuidan su aspecto sin exageraciones. Conducen buenos automóviles y varias veces al año viajan a diferentes simposios, algunos en el extranjero. Buenos hoteles y restaurantes. Alguna aventura sexual. La vida desplegada. Todo es como parecía en la distancia. Los resultados saltan a la vista.
Son las ocho y media de la mañana de un viernes más y los doctores bajan de sus coches con las carteras de trabajo al hombro en dirección al hospital. Han dejado a los hijos en las guarderías. Es hora de consulta, de tratar a los pacientes. Pero hoy es día de visitador médico y la agenda está despejada hasta las nueve. Salen a tomar café en el bar.
La visitadora sigue tan atractiva como las otras veces y yo sigo sin tener leche sin lactosa. Toma asiento en una de las mesas altas, junto al ventanal. Pronto llega el doctor, al que unos minutos después se le unen dos compañeros más, un hombre y una mujer. El covid, las familias respectivas y los planes para el fin de semana son los temas de conversación. Hay risas y buen humor; no hay voces ni blasfemias, palabras malsonantes o pesados silencios; no hay móviles en ninguna mano. Todo fluye en un ambiente de amable cordialidad. La visitadora pide otro café.
Pagará ella.
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