viernes, 17 de agosto de 2012

DEL SUEÑO A LA PESADILLA




Ciertamente, nunca me ha gustado hablar mal de nadie (más aún si lo conozco) ni que otros lo hagan delante de mi, en eso soy muy verdegabaniano, no sé...así como tampoco hablar o que hablen bien de alguien: me molesta, me siento incómodo y enseguida trato de cambiar a otro tema o a quitarme de en medio. Hablar de alguien que, inevitablemente, no está presente, cuchichear, siempre me ha causado vergüenza ajena. Un sentimiento muy enojoso para mi.

Tengo en gran opinión a los toreros pese a que cuando he conocido a algunos de ellos (torerillos del tres al cuarto) me han parecido unos chulos muy pagados de sí mismos y sin ninguna formación aparte de su oficio, es decir, gente muy aburrida, gente como esa ola baja y débil que ves venir desde lejos.

Amigos míos que conocieron a primeras figuras (Manzanares padre, sin ir más lejos) me han confesado que son insoportables, unos juerguistas borrachines, puteros y pendencieros que trataban como si fueran mierdas con piernas a los sufridos camareros que los padecían en sus paradas y fondas veraniegas en placejas de tercera categoría. Eso del torero-monje, el torero-asceta cuando está de temporada, es otra jodida mentira. Al menos cuando van a sacar los cuartos con similar toro a los paletos de los pueblos de España: se ponen hasta las trancas. Recuerdo que Bronstein, un ajedrecista ruso, decía que no había nada de meritorio en alguien que llevaba años jugando a nivel profesional las principales aperturas del juego, no había misterio, no había magia, no había auténtica belleza: era algo tan rutinario como sacrificar pollos con una descarga eléctrica. Algo parecido pasa con los toreros: lo que a nosotros, aficionadillos, nos parece una muestra de valentía no es más que un juego de espejos: a los hombres hay que juzgarlos por el rival al que se enfrentan. Y un tío que lleva matados más de mil toros puede jugar como si de un gato se tratara con esos erales que echan en el 75 % de las plazas españolas. Oficio, eso es todo. "¡Pero a Paquirri lo mataron en Pozoblanco!". Tengo dicho que las Matemáticas no son cosa de hombres.

Todo esto no hace más que confirmar mi teoría de que es mejor no conocer a quien admiras, no sea que dejes de hacerlo por algo que no tiene nada que ver con lo realmente importante para ti. Dicen que José Tomás es diferente, como su toreo, pero lo admiro tanto, le tengo tanto respeto, que sería muy difícil de mantener si pudiera tratarlo...si de verdad estimas a alguien por su arte, ¿para qué conocerlo?. No hay tantas cosas buenas en tu vida como para ir con las tijeras de podar por la calle: si algo te gusta de verdad no podrá gustarte más.

Un verdadero artista, uno consciente de su valor, debe tener algo de misterioso, de inaccesible...tal vez por esto quienes más me han gustado no eran de los que van firmando autógrafos por un Carrefour cualquiera, o conceden entrevistas pactadas y públicas, o aparecen en la tele en algún estúpido programa de debate rodeado por imbéciles que no saben ni hablar ni, sobre todo, callar. No: un artista se revela, se desnuda, con su trabajo. Después, a su castillo. Y que hablen (o ladren) los otros. El que sabe quiere que el misterio permanezca; solo los agathachristianos necesitan que todo esté claro. Y eso es algo de lo que me di cuenta hace mucho, mucho tiempo...tanto que aún creía en la eterna victoria de los buenos.

Sin misterio, sin tinieblas, esto sería un eterno y jodido anuncio de tampones.

Me vi vestido de torero, estaba en un hotel del pueblo, bajaba al hall, todo ufano, sonriente, confiado...vi a a un amigo de la infancia que ahora me parece gilipollas, "¿ahora eres torero?", "pues claro, ¿o crees que me visto así para irme de copas?". Llegaban las cuadrillas, vi al Juli y comencé a ponerme nervioso, "¡a la plaza!", nos metimos en una furgoneta donde no conocía a nadie, todos en silencio, sentí como el miedo iba apoderándose de mi y llegamos a la plaza. Terror. El Juli me miraba de soslayo, serio, como diciendo "este no sale", me sentí realmente mal, quería irme de allí...pero estaba en mi pueblo, con mis jodidos vecinos, todos me conocían, y si daba la espantá iba a quedar peor que Cagancho en Almagro, iba a certificar ante todos esos capullos que no era sino otro cobarde, pero tenía tanto miedo que no me dejaba pensar en nadie más que en mi: todo y todos los demás no existían, pedí un cigarrillo con la voz temblorosa, nadie tenía, ahí solo había pánico...y era todo mío. Y cuando estábamos a punto de salir al ruedo, cuando abrieron los portones y entró toda esa luz me dije: "esto no puede ser...esto tiene que ser un sueño..."

Y desperté.

Pocas veces he ido a trabajar de tan buen humor como esta tarde.

Y después de contárselo a un cliente entre grandes risas pensé que quizá pase lo mismo cuando estés a punto de morir, cuando tus miembros no obedezcan a tu cabeza, cuando muevas los labios y no puedas oír tu voz, cuando por más que abras los ojos veas como la luz se va, y se va...y cuando estés a punto de entrar en la eterna oscuridad, muerto de miedo y pidiendo perdón hasta al Tato, esto no puede ser...esto tiene que ser un sueño, el espermatozoide que fuiste fecunde otro óvulo y todo vuelva a empezar otra vez, realidad y sueño, verdad y fantasía, alegrías y tristezas, valentías y miedos...

O quizá despiertes dando saltos sobre verdes praderas festejando que ya nunca más tendrás la regla.

Lo que sea con tal de volver a ver la luz.

2 comentarios:

  1. dices:
    mi teoría de que es mejor no conocer a quien admiras, no sea que dejes de hacerlo.
    Estoy de acuerdo, siempre que esta maxima no se aplique a los politicos, a esos si es posible deseo conocerlos de cerca, van a ser los personajes que mas influyan en mi vida, en mi presente y en mi futuro y a esos, a esos quiero conocerlos hasta por el forro.
    http://lapoliticadegeppetto.blogspot.com.es

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pero es que un político es difícil de admirar, por definición.

      Un saludo, Geppetto.

      Eliminar