lunes, 17 de enero de 2022

MORDIENDO LA VIDA

 Uno que no conociera su historia y la viera por la calle diría que es una MILF y no andaría equivocado. La mayoría de los hombres, incluso aquellos que por edad podrían ser sus hijos, se la follarían sin dudarlo. Da el tipo de lo que se busca en el ordenador cuando uno está a solas, aburrido y sin saber qué otra cosa hacer. Algo sin preámbulos, sin origen ni finalidad, tan sólo un breve lapso de tiempo para la posesión y el placer, un filete con sorpresa para que la fiera enjaulada que todos llevamos dentro vuelva a adormecerse un ratito después de haberlo devorado. Hasta que sus hambrientos rugidos vuelvan a obligarnos a darle algo de comer a cualquier precio antes que seguir soportándolos. Los hombres ven visiones o se vuelven locos cuando intentan negar a la bestia en toda su potencia, incluso cuando el cenit de su fuerza hace tiempo quedó atrás y en lugar de buenos pedazos de carne bastan unos huesos para hacerla callar.

Es la mayor de cinco hermanos traídos al mundo por una humilde pareja llegada a este lugar de La Mancha cuando todos ya habían visto la luz. Pocos años pasaron hasta que la innombrable enfermedad se llevó a la madre tras una crudelísima agonía. El trabajo del padre no le permitía más que pasar los fines de semana en casa, y no todos. No había más familia a la que recurrir, no al menos de forma permanente. Y ella, apenas una adolescente, tuvo que hacerse cargo de la casa con la ayuda de uno de sus hermanos. Pero el fuego de la juventud no lo apaga ni un océano embravecido. Y en orgullosa respuesta se lanzó a él con toda la rabia propia de quien siente haber sido estafado por una comunidad de idiotas.

Se casó pronto y no tardó en ser madre. Trabajaba de lo que fuera y seguía divirtiéndose cuanto podía. Vino otra hija y decidió que dos eran suficientes. Habitaban al otro lado de la carretera, cerca del polígono industrial, en el barrio donde habían colocado a los gitanos. Salieron adelante. La hija mayor no tardó en quedarse preñada y marchó para Madrid. La pequeña creció, siguió estudiando y este curso ha empezado la Universidad..

Un mediodía, hará un par de años, llegó al bar con la hermana pequeña, una mujer muy diferente a ella aún habiendo recorrido parecidos caminos. No era raro verlas juntas aunque tampoco lo sea verlas separadas. La hermana mayor y la hermana pequeña. Caracteres fuertes. Cosas entre hermanas. 

Estaba esplendorosa. Yo la había visto así de arreglada otras veces pero me chocó al ser de mañana. Iba vestida como para una fiesta. Lo dije y ella rió con las mismas ganas de siempre. Se fueron. Luego me enteré por su hermana que esa mañana habían ido al hospital a una revisión de algo que le habían encontrado en el útero, algo parecido a lo que les arrebató a su joven madre. Algunas semanas después supe que había dado negativo. Me contó que había pasado unos días muy malos.

La última vez que la vi con su marido fue a finales del año pasado, antes de la Navidad. Llegaron al bar a eso de las tres y media, poco antes de mi marcha. Ella tan estupenda como siempre que sale a tomar algo. Pidieron café y una copa. Los vi muy acaramelados, más que de costumbre. Esa tarde había ternura en las caricias que frente con frente se prodigaban entre palabras musitadas. Fue bonito de ver.

Ayer vino al bar en compañía de un tío que no conocía, algo que tampoco me sorprendió demasiado porque a veces vienen amigos de fuera para pasar unos días con ellos. Pidieron café y ella se quitó el abrigo: estaba para comérsela. Se rió al oírmelo decir con otras palabras. Y enseguida me dijo:

- ¿No te has enterado, Kufisto?
- ¿De qué?

Calló y se quedó mirándome con fijeza.

- ¿De verdad que no te has enterado?
- No, ¿de qué?

Sonrió al ver que no mentía. Kufisto y su nube. Kufisto, el que fuera del bar no se baja de su nube.

- Me he separado.

Se ha separado. La última vez que la vi con su marido estuve asistiendo a una especie de adiós entre dos personas que se habían amado durante treinta años. 

Ella todavía tiene hambre de vida. Lo lleva en la sangre, en los genes, en las células que uno nunca sabe cuando empezarán a creer que dos por dos es igual a cero.


Y no seré yo quien la llame puta.

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