viernes, 28 de enero de 2022

EXTRAÑA CHICA GALLEGA

 La voz no era la de Lennon o McCartney pero la canción sí: "And I love her" cantada en versión femenina por una mujer negra. La melodía era la misma sólo que cambiada por una orquestación tan almibarada que provocaba un cierto rechazo ante la memoria del recuerdo original. La canción pasó, otra cualquiera empezó y en cuanto pude fui al ordenador para buscar la lista de Spotify de los Beatles. Busqué "And I love her" y como no podía ser de otra forma allí estaba. Eso era otra cosa.

Era el mediodía de otro viernes en el bar. ¿Otro? No tanto. Hoy el sol amaneció de otra manera; hoy su luz sí le ha plantado frente al frío de todas estas noches pasadas. Hoy ha sido el aviso; sólo eso, un aviso. Pero imparable.

Empecé a cantar las canciones de los Beatles que iban sucediéndose. Estábamos pocos en el bar: el más que maduro y golfo topógrafo y su amiga a un extremo de la barra y en el otro el tipo triste y solitario que viene los viernes; el  abogado cocainómano y ese viejo con los pulmones destrozados en una de las mesas del salón y en otra Kamil, el pedigüeño de iglesia, leyendo el As a base de chupitos de J/B y una caña de cerveza. Todos amigos. Me vine muy arriba al oír a McCartney entonando "Hey Jude"

- ¡Hostia puta! -dije de viva voz- ¡Un temón tras otro! -Y el topógrafo rió de buena gana.

Poco me faltó para animar al resto de la congregación a que me acompañara en ese largo y maravilloso estribillo final, sobretodo cuando andaba cerca del tipo triste y solitario que viene todos los viernes. No cantó pero volvió a dejar una propina muy generosa por los dos tercios que se había tomado. Antes se bebía tres. La chica del topógrafo, al pagar, alabó mi buen ánimo. Estaba muy maquillada, se iban de comida, y aún así le vi un montón de arrugas. Kamil, el abogado y el viejo se juntaron en la puerta para irse juntos aunque no revueltos. Kamil regresó de fuera en el último momento para tomarse otro chupito, el cuarto. Dejó una buena propina (no permite que la rechace), agarró la bici y se fue andando con ella. Y me quedé solo.

Sentado en el taburete se fueron las ganas de seguir cantando. Entonces recordé que esta mañana había visto a mi tía.

"Unos análisis de sangre de tu tía" había dicho mi tío unos diez minutos antes ante mi sorpresa por verle tan temprano en el bar. Él está todavía más enfermo que ella pero sigue haciendo por llevar la vida que llevaba hasta que le detectaron el tumor, aunque con todas las precauciones. Ella no. Ella apenas sale de su casa.

Entró a la cocina.

- ¡Kufistín! -exclamó tras la FFP3-

Había alegría por verme en sus azules ojos húmedos. Ya se han ido dos Navidades sin pasarlas juntos. Nos dijimos cosas desde la distancia. Un par de metros nos separaban. Me preguntó qué tal estaba, como iba el bar, todo eso...La coleta salió a relucir.

- ¿Por qué no te cortas el pelo, Kufistín...? ¿Qué diría tu abuela si te viera?

"Vaya -pensé instantáneamente- ¿qué raro? Lo normal habría sido que lo preguntara por la memoria del abuelo, siempre tan serio"

- A la abuela le daría igual, tía...-Y es la verdad. A la abuela le hubiera dado igual. No tanto al abuelo, pero no creo que un hombre como él, prudente sobre todas las cosas, se hubiese rasgado las vestiduras.

Callamos un momento. Yo con las pulgas a medio hacer y ella con los ojos cada vez más humedecidos en la puerta.

- ¿Qué tal estás, Kufistín? -dijo otra vez como para convencerse de que estaba bien.
- Estoy bien, tía. Estoy bien.

Y sus ojos azules, lo único que podía ver de su rostro, desprendían tanto amor que me hizo daño.

Se fueron. Y mientras acababa las pulgas la imaginé en su lecho de muerte pidiéndome que me cortara la coleta. Y yo buscaba alguna manera para salir del paso.

Cuando yo era niño nos íbamos todos, tías, hermanos y primos en un dos caballos a la viña del abuelo. ¿Cuantos nos metíamos en aquel coche? Tres eran ellas y nosotros...todavía tres por nuestro lado y dos por el de ella...ocho. Ocho en un dos caballos a la viña del abuelo, cantando canciones hasta que llegábamos..."Mariiiineritos al agua, chop, chop...Mariiineritos al agua, chop, chop...Que no sé qué ya se acabó, chibidibidí, chibidibidó, que nooo sé qué ya acabó" Nunca lo dije pero me ponía enfermo la puta canción.

¿Cuantos años tenía ella? ¿Treinta y pocos? Recuerdo aquella algarabía general, no tanto la mía pues fui un niño serio. El mayor tenía que dar ejemplo a los pequeños. Siempre.

Mi buen padre tenía una buena colección de discos que nosotros utilizábamos para poner clicks de playmovil sobre ellos: Elvis, Beatles, Stones, Santana, Triana, Barrabás, Status Quo...El tocadiscos tenía cuatro velocidades y siempre acabámos por ponerlo a 78, hasta que los muñecos volaban. Nunca nos dijo nada. Para él éramos bastante más que todos aquellos discos que ya habían quedado atrás.

Pero un día, ya entrando en la adolescencia y con el tocadiscos muerto de asco desde hacia tiempo y tal vez rememorando el tiempo en el que al menos podía lanzar playmobils a hacer leches, aburrido por una lluviosa tarde de invierno en la que no era posible hacer nada más que quedarse en casa, hurgué en él y encontré los dos álbumes recopilatorios de los Beatles, el rojo y el azul. Era la misma fotografía sólo que con un años de distancia. Allí estaban ellos en el rojo, muy jóvenes, casi a carcajada limpia apoyados en un barandilla desde la que miraban hacia abajo; en el otro ya tenían barbas y las carcajadas habían dado paso a una leve sonrisa. El rojo llamaba más la atención.


Los Beatles seguían sonando en el bar cuando hizo acto de aparición la rara chica gallega que vino a primera hora de la mañana para tomar café y un chupito. Ya entonces la noté un tanto jodida. Sin pregunta alguna de mi parte dijo que estaba en el hospital. Pero ahora estaba totalmente borracha.

Entró dando un portazo del que se disculpó. Pidió un chupito de lo mismo que había tomado al amanecer. Dudé pero se lo puse. Sacó el monedero y pagó por ese y el siguiente. Acepté. Echó un traguito cuyo borde derramó pidiendo perdón otra vez. Cogió el teléfono y salió a hablar a la calle. Al volver adentro le oí decir amor al móvil antes de colgar. Yo estaba a punto de irme y le puse el otro chupito que ya había pagado.

- ¿Y eso? -dijo-
- Ya lo has pagado
- No me acordaba...Qué noble eres.
- No bebas más -le dije con suavidad.

Volví a sentarme en el taburete. Ella estaba allí, al otro extremo, absorta por el teléfono, tecleando, con el primer chupito mediado y el segundo entero.


Y mientras la miraba todo pareció irse a la mierda.


Pero no.


No.

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