Nadie pidió que pusiera el desfile militar. Claro que a esas horas de la mañana no había mucho ambiente en el bar. Día de fiesta. En la tele muda, una mujer insistía en enseñar el culo apretado tras unas mallas. Buen culo. Dándole la espalda un cliente jugaba a la tragaperras. También hay culos en la máquina. No culos humanos, por supuesto; son culos dibujados por ordenador, culos de mujeres dibujadas en poses insinuantes. Algunas son magníficas. Yo no juego pero los lunes hago la recaudación de la máquina y mientras a puerta cerrada espero al operario en compañía de la señora de la limpieza (una beata ya en edad de jubilación) hay veces que me quedo mirando su programa. En especial cuando veo aparecer en la pantalla a la sonriente joven de pelo moreno, piel blanca, ojos verdes y dos cocos por sostén. Está ante una mesa con tres suertes ocultas y detrás de ella hay una palmera y el soleado mar. La chica no está inerte, parpadea, mueve los hombros y sonríe y espera con la boquita cerrada. La isla, el mar, el sol y la simpática morenita de ojos verdes que te sonríe con dos cocos ocultándole las tetas. Luego cambia a las gang sisters y ya no es lo mismo: demasiado putas. Y de las malas.
Otro mediodía de locos en el bar. De locos...
Cambié de canal después de ver unos cinco segundos a la orgullosa tía enseñando su trasero, no sé si lo dije. No puse el desfile militar, claro, no recuerdo haber perdido nada allí. Cualquier otra cosa, lo que fuera. Nunca he sido amigo de guerras, ni de ejércitos, ni de batallas ordenadas en base a los galones ni de hostias parecidas.
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