viernes, 29 de julio de 2022

VEREMOS AGUILAS; O, AL MENOS, ESTRELLAS

 No la vi llegar al bar cuando vino por segunda vez. Yo estaba fumando en la cocina, ella se asomó sonriendo y de repente la vi como a una aparición. 


Tampoco es que me sobresaltara; una hora antes me había enviado varios wasaps avisando de que intentaría volver; se había quedado con ganas de estar conmigo; otras veces le ha pasado igual y algunas no ha podido, yo casi lo había olvidado tras la conversación que acababa de mantener con mi amigo Gonzalo, el chico bipolar que por cierto lleva unos días un tanto trastornado, también esa había sido su segunda visita en el día pues fue el primero en llegar al bar, tanto que entró conmigo pues no había abierto aún la puerta cuando me pitó desde su coche.

- Kufisto -
- Hola, Gonzalo-
- Hola, ¿tienes boquillas?-
- Sí, pero pasa- dije por no aventurarme otra vez entre la nieve y el hielo de la acera cargado con las bolsas-

Abrí, encendí las luces y el aire acondicionado, saqué la bolsita de las boquillas y le di unas cuantas sin preguntarle nada de qué hacía por ahí a esas horas sin necesidad alguna, eso es algo que dejo para los otros, además que Gonzalo suele ser buen madrugador, le gusta salir al campo, ver bandadas de pájaros volar, incluso águilas solitarias que le subyugan y graba con el móvil siempre que tiene la ocasión. Le dije que la cafetera estaba recién encendida y él respondió que no importaba, que acababa de tomar café en un bar del polígono. Con todo, se quedó allí conmigo, hablando tranquilamente de cualquier cosa mientras yo iba colocando todas las cosas como todos los días. Diez minutos más tarde le dije que si quería un café. Se lo puse descafeinado tal y como vengo haciendo desde hace algún tiempo. Él no se entera. Tampoco creo que si lo hiciera con otros se dieran cuenta. Pero con los otros no tengo ninguna razón para hacerlo. Con Gonzalo, sí. 

Habló de adonde iba a ir y le advertí. Los caminos debían estar hechos cisco y en una mañana como la de hoy no era cosa de risa. Se fue poco después.

Cuando vino por segunda vez a eso de las dos de la tarde ya lo hizo de otra manera: nervioso, enfadado, hablando solo. Se fue a su rincón, junto a la salida de la barra, al lado de los servicios, y pidió otro café. 

- Kufisto-
- ¿Qué?
- Dame dos sobres de azúcar. O tres, o cuatro...- Es diabético. Le di dos un poco preocupado. Pero le solté otro más al oírle decir que andaba de bajada y veía borroso. Había discutido con su padre. Estábamos solos en el bar-

Dijo que había salido corriendo de su casa (a la vuelta de la manzana) y ese esfuerzo le había provocado la bajada de azúcar. Habló mal de su padre, muy mal, y yo dejé que lo hiciera hasta que se calmó un poco. Sin darse cuenta vino hacia la barra. Le dejé estar mientras miraba sus maltrechos dedos de uñas desolladas jugando con un papel de fumar vacío al que miraba con fijeza. Entonces intenté hacerle ver que ni él era así ni su padre (al que no conozco) podía serlo. 

- Gonzalo, tú eres un chico muy espiritual (adjetivo que detesto pero sé que él tiene por bueno a causa de sus malas lecturas) y no va contigo decir las cosas que estás diciendo de tu padre. Y de tu madre. No, espera un momento. Tú eres una buena persona, un tío honrado, sí, déjame hablar...uno que se vuelca con la gente, con toda la gente...Y eso es un error. Eso es un error porque luego todas esas frustraciones que te llevas con quienes no te escuchan las cobras en quienes te quieren, aunque tampoco ellos hagan mucho caso de lo que tú te empeñas en enseñarles. Entiende, Gonzalo, que llegado un punto nadie cambia, y que hacer por cambiarlos es perder el tiempo y, más todavía, condenarte y sufrir por ello. Hay que hablar a quien se le puede hablar, no a todos y en cualquier momento y lugar. Y aún entre quienes te importan hay que hacerlo con delicadeza y sólo en el caso en el que te requieran ¿Crees tú acaso que yo, llegado el momento, llegaré a mi madre y le diré, por ejemplo, que por nada del mundo se ponga la jodida vacuna? Ni por pienso. Todo lo más será que le diré que yo no me la pondré. Y antes me arrancaría con tenazas todos los dientes que permitir un daño irreparable a quien más me ha amado. ¿Y sabes por qué? ¡Porque no lo sé, porque no estoy seguro, porque quizá sea yo el equivocado y sea la inmensa mayoría quien tenga razón! ¡No lo sé, Gonzalo, joder, no lo sé! Yo no voy a ponérmela, tendrán que arrastrarme de los pelos, ¡pero soy yo, no tengo ni el derecho ni la fuerza para obligar a nadie a creer en mi, me cago en Dios!...Tú hablas de tu padre, bien, espera...Te controla el dinero de tu jubilación, tienes que mendigarle todos los días, te está cortando el grifo últimamente...de acuerdo, es jodido eso. Pero...¿qué coño haces tú jugando a la tragaperras? ¡Tú!...Nonono, espera un momento ¡que yo te veo aquí!...¡pues sí, me jode!...No es cosa mía pero me jode, hostia puta. ¿Qué hace un tío como tú jugando a esas mierdas? Si me dijeran otro, yo qué sé, el típico ser vacío de todo que no tiene más entretenimiento que perder dinero ante un armario con dibujos de tías en pelotas, diría, "bueno, quizá sea lo suyo" ¡Pero tú no! ¡Pero tú no, Gonzalo, coño! ¡Tú no eres así! ¡Tú estás lleno de otras cosas, de cosas buenas, de buenas intenciones! ¿Qué haces tú, tan sobrio, tan alejado de todo materialismo, tan frío ante el oro y de todo lo que brilla como el oro, qué haces tú dándole pienso a la Vaca Manchada que tanto odias, joder?...No hables así de tu padre, Gonzalo, me cago en Dios. Y si los psiquiatras te amenazan con ingresarte otra vez, si tus padres, con todo su dolor, no ven más opción que esa, ¡sé más listo que ellos, hazlo bien, cede, no quieras imponerte! No quieras imponerte, Gonzalo, porque si lo haces, si te empeñas, si a toda costa tratas de hacerles ver la orilla con tus ojos...acabarás estrellándote contra las rocas-


- ¡Coño!-
- Ya estoy aquí -dijo ella-

Pasó a la cocina, me abrazó y me besó.

- Venga -dije yo- vamos para afuera...-

Por esta vez dejó su sitio habitual (el mismo que el de Gonzalo) para venirse a la barra. El bar seguía tan vacío como casi toda la mañana. El guiso, la cruda idea del guiso que unas horas antes había bajado conmigo del coche entre la nieve y el hielo del amanecer, yacía ahora cocinado, entero y muertísimo sobre la cocina; y casi todas las pulgas de embutido que yo había hecho como todos los días esperaban muertas de risa a que su creador las quitara de en medio de la barra. 

Fue hablando con ella hace algún tiempo, no demasiado, cuando por fin descubrí que la gente sólo habla de sí misma, que oyen no para escuchar sino para hablar de ellos mismos. Se lo dije una mañana mientras fumábamos en la puerta del bar, otra mañana en la que por fin había empezado el colegio de algunos de sus hijos:

- ¿Te das cuenta de que cuando uno dice algo el otro no escucha, que sólo espera que se calle para decir lo que él piensa sobre lo mismo, que no hay preguntas, que no hay interés por la posición del otro, que tan sólo se trata de una autoafirmación?

Ella me miró todavía más encoñada. Hay mujeres, mujeres muy vividas, no todas, claro; tampoco es tan difícil diferenciarlas, a las que le llega una edad en la que ven a alguien, a uno, que las rejuvenecen, que literalmente, sin razón alguna las vuelven locas. Sea quizá por haber pasado toda su vida entre manguis y malotes que la embarazaban a cuenta, las discusiones con los padres, con sus padres, con la odiosa madre, que encuentran a uno que no es demasiado gilipollas y al que ya parece importarle todo tres cojones, que es como si vieran la luz.

Me contó todas las cosas de la Navidad con sus hijos. Yo, gracias a ella, no dije ninguna. En otro tiempo no tan lejano la hubiese cortado para decirle las mías. 

Habló, la hice hablar otra vez (sé que le gusta), de sus antiguas correrías, de cuando era mucho más joven que ahora, de cuando fue una bestia parda sin miedo a nada, sin apenas hijos, tan sólo las dos del primer padre, de cuando vivió al límite del hambre al dejarlo, de sus fuertes adicciones de aquellos años, de su lucha, de los molinos, vizcaínos y leones que tuvo que hacer frente.


- Tengo que irme, Kufisto-
- Claro-

Nos besamos. Ya en la puerta ella se volvió:

- Te hace falta a ti más amor que a mi-


Recogí las pulgas.


Y otra vez todo estaba hecho.

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