domingo, 31 de julio de 2022

LOS ANILLOS DE PLUTÓN

 Las cifras eran tan enormes que tus ojos de niño no podían sino maravillarse al ver tantos ceros a la derecha. Algunas magnitudes de espacio y tiempo entre diferentes cuerpos eran tales que el autor se las había ahorrado con una frase divertida del tipo "tu cuaderno no tendría suficientes páginas para escribir tantos ceros" Las impactantes fotografías de los planetas de nuestro Sistema Solar te dejaban boquiabierto, especialmente las del grandioso Júpiter y Saturno con su anillo. Tirado sobre la alfombra del salón, ausente para tus hermanos pequeños y medio tontos, pasabas con cuidado las brillantes hojas de ese libro tan grande y pesado, de tapas duras y con la imagen de la hermosa Tierra, tu redondo planeta, vista desde el espacio como portada. Entonces tu madre voceaba desde la cocina por la cena hecha y tú y tus hermanos teníais que dejar lo que estuvierais haciendo para atravesar el largísimo pasillo donde, para desesperación de vuestra madre, jugabais al fútbol en los días de lluvia. Luego un ratito más en el salón, la todavía joven madre durmiendo en sus brazos antes de meterlo en la cuna al último en llegar a la muy numerosa familia, hasta que padre volvía de trabajar y besándonos a todos nos mandaba a la cama. Y ya en las literas de la habitación donde dormíamos los tres mayores oíamos la voz de nuestra madre:

- ¿Habéis rezado ya? 
- No

Y en voz alta rezábamos el Padrenuestro de aquella manera. 

- A dormir, hijos míos. Apagad la luz y no deis guerra.

Ese era el lugar de la religión en nuestra familia allá por los años ochenta. Rezar el Padrenuestro antes de dormir. Y una vez acabados los sofocos de las risas contenidas y de la lucha por más espacio en la cama compartida que en muchas ocasiones acababa con la visita de nuestro benévolo padre para llamarnos al orden, cerrabas los ojos y dormías pensando en lo grande que era Júpiter, la belleza del anillo de Saturno y la inmensa cantidad de ceros a la derecha que había en el Universo. La sorpresa ante los ceros a la izquierda vendría mucho más tarde. Y sería muy diferente.


Alguien está haciendo fotografías con un gran telescopio. Creo que su nombre es James Webb, según he leído en un foro. La última es de una estrella, o constelación de estrellas, no recuerdo, de hace treinta y cinco mil millones de años luz. Entre trol y trol había una especie de discusión entre los diferentes opinadores acerca de la diferencia entre espacio y tiempo, pues es cosa sabida que el Universo tiene unos quince mil millones de años luz. "Entonces, ¿como se puede fotografiar a una estrella que tiene más de veinte mil millones de años luz de antigüedad?" Con ejemplos sencillos había quien explicaba con total claridad la supuesta paradoja. Con todo, no parecía ser suficiente para unos cuantos. Pero el brevísimo descanso previo al ajetreado mediodía de otro domingo en el bar arrancó de mi toda esa interesante cuestión a modo de llamada hacia aquellas cenas de hace casi cuarenta años no luz.

Una vez más, todo estaba preparado para otro Big Bang. Y una vez más salió adelante. 


A eso de las tres, con el asunto controlado aunque todavía con la cocina a medio limpiar, me serví una cerveza y salí a fumar. Poco antes había recogido los toldos de la fachada con la esperanza de que corriera algo de aire en la sombra recién proyectada por el edificio. Pero el calor era infernal. El sol, nuestra estrella, está tomándoselo muy en serio este verano maldito. Aunque lo peor es que la insignificante luna sigue su ejemplo. Y eso sí que te destroza casi que por completo. Los ceros a la izquierda.

Miré el teléfono. Tenía un wasap. Lo abrí y vi que era la fotografía enviada apenas diez minutos antes por mi amiga. Estaba bañándose en la piscina hinchable de su casa con sus tres hijos pequeños. El chico, de unos ocho años, salía haciendo los cuernos con una mano mientras braceaba sacando la lengua; la chica se apuraba en alcanzar a su madre mientras la más pequeña flotaba enrollada a su cuello con una grandísima sonrisa.

"Después de todo eso es la felicidad, ¿no?" respondí. Y pasé a acabar la tarea.


Creo que hoy en día no se considera a Plutón como un planeta. Cuando yo era chico y leí aquel libro sí que lo era. Era un planeta muy pequeño; era tan pequeño y estaba tan lejos que había noches en las que, hastiado de la grandeza de Júpiter y del anillo de Saturno, te fijabas más en él; estaba muy lejos, tardaba no se cuantos cientos de años en girar alrededor del sol y apenas recibía su luz; viajaba por el espacio casi en noche perpetua pero sin duda alguna dentro de la órbita del sol, algo que nadie, ni aún hoy, se atreve a negar. Sus números también eran muy grandes; negativos, sí. Pero grandes en lo pequeño.


¿Quien sabe? Quizá Plutón pierda toda gravidez antes del colapso final del sol. Entonces seguirá su oscuro camino errante hacia otra estrella mientras de Júpiter y Saturno no quedará más que polvo estelar.


Acabé con la cocina. El bar estaba impoluto, como si nadie hubiera pasado por él.


"Ven a darte un baño, Kufisto" decía el wasap acompañado por una fotografía de su espalda desnuda.

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