El tono de la conversación del par de dos empezó a sobrepasar el límite tolerable incluso para un español. Era tal y como si estuvieran en la barra de una discoteca, sólo que en este caso la mantenían en la de nuestro bar a las tres y pico de la tarde de otro domingo cualquiera. Ambos divorciados, con hijos ya mayores, el uno en el servicio de limpieza del Ayuntamiento y el otro trabajando en el campo. Clientes domingueros, algo mayores que yo, conocidos de toda la vida y de parecidos gustos musicales al mío de juventud que, sin embargo, no han variado un ápice con el paso de las décadas.
Siete tercios de cerveza los contemplaban cuando poco antes se marchó el penúltimo compadre, el más joven, uno de mi edad, otro mal divorciado con hijos que anda de acá para allá, Europa incluida, con tal de no estar en el mismo pueblo que su ex. El primero en irse había sido el último en llegar, el más listo, un mozo viejo recién jubilado, fanático del Real Madrid, que se ríe de todos nosotros: "¡Jamás pensé que se pudiera vivir tan bien!" Pero en verdad la cosa siempre es mano a mano, el barrendero y el agricultor; luego, a última hora, suele aparecer el mozo viejo, se bebe dos y se larga riendo; y de vez en cuando el otro.
A eso de la una llega el agricultor con los auriculares puestos, que no se quitará hasta la más que previsible venida de su amigo el barrendero. Se sienta en su sitio de la barra, como en la escuela, y mira el teléfono cabeceando de vez en cuando al compás del jevi que está oyendo. Al rato aparece el otro y me mira en silencio desde la puerta como diciendo "¡verás!" Le da un pequeño toque, el amigo pega un respingo, se caga en todo y le saluda insultándolo. Hay confianza. Hay que demostrar la confianza. La vida es algo así como una perpetua demostración ante uno mismo o ante los demás, como una prueba para algún papel en Dios sabrá qué obra. Y cuanto peor es la película que al final te toca representar más te metes en el papel, más lo quieres, aunque a veces te cruce por la mente la idea de que no es posible que después de tanto tiempo el silencioso director de la obra siga al menos mirándote desde la oscura platea. Pero ya da igual.
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