viernes, 29 de julio de 2022

"NADA DURA PARA SIEMPRE. NI SIQUIERA LA LLUVIA DE NOVIEMBRE"

 Hay días como estos; días en los que dices "mira, de verdad, a tomar por culo" Días que son como otra noche calurosa leyendo cigarro en mano y con los ojos rojos la última noticia estrambótica en la Red, esa que te obliga a apagar el ordenador, el teléfono, la luz y casi el automático antes de tumbarte desnudo en el gólgota que otrora llamaras colchón, nombre este casi olvidado después de tres semanas en un infierno de sol tan inclemente que ya parece tonto.

Suena el despertador. Son las seis y media de la mañana. Abres un ojo y ves cierta claridad a través de la ventana abierta. Un mes ha pasado desde el cenit solar y va notándose en la luz, no así en el fuego: todo el remanente pasado sigue ahí. Tu casa es un puto horno. Y tú eres el pollo que está dentro.

¿Cuanto has dormido hoy? ¿cinco horas quizá? Aún con menos te levantas como un toro en cualquier otra época del año. Pero ahora no. En ninguna otra circunstancia se siente la relatividad del tiempo como al despertar del sueño. 

Llegas el bar, enciendes alguna luces y la cafetera, vas colocando, quizá alguien entra y si no lo conoces le dices que todavía no está abierto, no hay problema, nadie busca problemas a esas horas, es demasiado temprano y flota una especie de solidaridad entre todos los que nos levantamos temprano. 

Salgo a la calle para bajar los toldos; el sol, el joven sol todavía medio subnormal, ya mira por encima del edificio de enfrente haciendo el efecto de una lupa en mi ventanal. "Es igual que yo -me digo- cuando tenía veinte años" Saludo al barrendero, un sonriente sudamericano casi sesentón que lleva su festiva música puesta al aire, y a la tía del perro que anda por la mediana, una tía seria, algo mayor, aunque de buenas piernazas.

A eso de las diez vuelvo a casa y desnudo otra vez me echo en la cama. Por un momento creo que voy a dormirme; pero no, falsa alarma. Otra. 

Me levanto, como algo, enciendo un cigarrillo, miro cosas en la Red y enseguida al dormitorio. Quizá ahora con el estómago tranquilo. Todavía hay tiempo hasta la una. 

Nada. Imposible. No sé las horas que paso en la cama al cabo del día. ¿Doce? 

Entro al bar y no me gusta lo que veo. Hay pocos clientes y la mitad no me gustan. Llega la chica de la ONCE, viene a mi lado, dice lo mismo de estos últimos días y le suelto la que mi cerebro reptiliano le tenía guardada. Tengo 49 años pero los veinte fueron al menos tan intensos como este verano. Me lo ha puesto a huevo y después de todo a ella no le parece tan mal pues se quedará un buen rato conmigo, ronroneando. ¡Qué coño, era la verdad!

De repente me cambia el humor incluso hacia quienes no me gustan, aunque no tardarán en irse. El público también cambia; viene hasta mi amiga, que hará un par de semanas que no la veo. Una mujer con muchos problemas. Hablamos. Reímos. La dejo hablar, lo está deseando. A las mujeres hay que dejarlas hablar y preguntarles algo de vez en cuando para que sepan que estás escuchando. En ocasiones es pura táctica y en otras, raras, por cierto interés profesional.


Se va. Viene otra gente. Hablo con gusto a quien se queda en la barra mientras de vez en cuando le echo un vistazo a las piernas cruzadas de la joven psicóloga que junto a dos compañeros está sentada en un taburete junto al ventanal.

Suena una canción que por alguna razón me recuerda "Sweet child o´mine" La busco eligiendo su radio para no dar más vueltas y la pongo. Es tonto, lo sé; ella no había nacido cuando Guns n´Roses publicó esa canción. Pero tampoco busco nada; es sólo para hacer más ambiente a mi buen humor. 

Y después empiezan a saltar de la lista una serie de canciones de mi juventud. Spotyfi es la mayor maravilla de Internet tras el audiolibro de Zaratustra en la voz de Artur Mas.


Todavía estaba allí cuando por los altavoces sonaron las primeras notas de "November rain"


Y entonces, de pura alegría, no me pude contener y de viva voz, mientras iba de aquí para allá, recogiendo vasos o sirviendo otros, canté aquella mítica frase, primero en su idioma y luego, en la segunda vuelta, traducida al español.


"Nada dura para siempre. Ni siquiera la lluvia de noviembre"




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