viernes, 25 de agosto de 2017

TINA ROLLINS

Tina Rollins apuró su tercera copa. Hizo bailar los pequeños trozos de hielo mirándolos como a hojas secas en el suelo y dejó el vaso en la barra como si fuera un pañuelo de papel con mocos. Sacó un cigarrillo del gran bolso y se lo llevo a los labios.

- Dame fuego, muñeco -le dijo al joven camarero. Y salió a la calle para fumárselo.

Un viento furioso y abrasador estaba trabajándose a los árboles del paseo de la estación. El verano estaba acabando y las primeras hojas muertas anunciaban la próxima llegada del otoño. Tina se sonrió al verlas. Tenía 46 años y también estaba harta del calor. Una fuerte ráfaga la hizo estornudar. Cogió un pañuelo de papel y se sonó los mocos. Lo tiró y vio como se lo llevaba el viento calle arriba. Después escupió el cigarrillo, lo pisó y pasó al bar a por otra copa.

Tina Rollins se había casado joven y muy enamorada con el primer hombre que se la había follado en condiciones y que le había cruzado la cara cuando no se había portado bien. Pronto tuvieron una hija y poco después se separaron. El amor había durado hasta que el otro empezó a repartirlo por otros coños. El suyo lo notó pronto y las estrellas dejaron de ser tan infinitas como para compensar lo otro. El infinito es algo en lo que sólo pueden creer los ciegos, los vagos o los tontos. Y ella ya no era ninguna de las tres cosas.

Hay mujeres guapas y mujeres atractivas. Los chicos y los viejos prefieren las guapas, pero los hombres desean a las atractivas. Y Tina lo era. Conoció a muchos. Algunos hubo que estuvieron dispuestos a dejar a sus mujeres e hijos por ella, pero no quiso: eran poco más que unos desgraciados astrónomos podridos de dinero. Y a ella ya le habían enseñado las estrellas que había que ver y había visto para lo que valía el dinero.

La hija fue creciendo y ella envejeciendo. Pronto se vio que el fruto de sus entrañas iba a ser al menos tan atractivo como la semilla. Tina seguía pudiendo estar con el hombre que quisiera, o casi, pero poco a poco, viendo a su hija hacerse mujer, se fue dejando un tanto. Al final la niña se fue a estudiar a otra ciudad y ella se quedó sola.

Durante algún tiempo estuvo buscando un hombre. Se puso en forma y pronto volvió a causar sensación: hay mujeres que necesitan un coach hasta para mear y mujeres que les basta cualquier cosa para estar bien otra vez.

Tina Rollins volvió a ser Tina Rollins con unos cuantos años más. Y los hombres seguían estando ahí. ¿Los hombres? ¿qué hombres? Ella no veía más que a niños apesadumbrados buscando el coño de su madre. Hasta los yogurines del fin de semana, tan musculosos, se deshacían como el hielo en la copa cuando les sonreía. Era Tina Rollins, la comehombres.


Tina pidió la cuarta copa. El tren de su hija ya habría llegado al festival. Cogió el móvil y le escribió algo. Y sin esperar respuesta lo dejó sobre la barra.


- Qué calor -le dijo al joven camarero
- Sí
- Vamos a fumarnos un pito a la calle...¿fumas o qué?

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