martes, 29 de agosto de 2017
UN DESPERTADOR PARA DORMIR
A veces sabes que has dormido porque recuerdas los sueños, aunque tu cuerpo y tu cabeza sigan igual que cuando se acostaron.
Hay noches en las que primero debes dormir un ojo y un rato después el otro, por lo que pueda pasar. Noches en las que el sueño te vence el pulso de todos los días pero no como siempre: tiene que estamparte la mano contra la mesa para darte por derrotado, hasta el jaque mate, nada de abandonos prematuros. Y no es que no quieras dormir, sólo que ya sabes que esas noches únicamente puedes hacerlo así, por lo que pueda pasar.
Luego, durante el día, no hay sol que alegre tu corazón ni música que alivie tus pensamientos. El estúpido y obeso perro del remordimiento muerde tus pelotas sin compasión y así andas tú, de acá para allá con cara de "debo haber perdido algo en algún sitio"; pero como son tantas las cosas perdidas y tantos los sitios en los que has estado no eres capaz de dar con el hueso que aleje al perro de tus cojones; al contrario, cada recuerdo hace que la dentellada sea más fuerte, más dolorosa, tanto que cuando terminas la rutinaria tarea del día lo único que quieres es tumbarte y mirar por centésima vez el Mortadelo de los okupas. No hay nada mejor en un día así. No puedes apagarte, programar que te despierten a las ocho de la mañana y dormir dieciséis horas de un tirón. Eso es cosa de las máquinas y de los bebes. Y tú no eres ninguna de esas dos cosas.
Vuelve a caer la noche. Otro día que pasa igual que las botellas vacías al contenedor de la basura. Tendrías que salir un rato, respirar aire fresco, eso siempre ayuda. Pero sales y te das cuenta que el chisme de la música tiene aún menos energía que tú, que hay demasiada gente por las calles, demasiados coches, demasiadas luces, demasiado ruido...Regresas a casa y pones música. Tienes toda la noche por delante. Quizá más tarde será mejor, cuando sólo los gatos y los solitarios pisen las calles, cuando se apaguen las luces de los comercios, ¿para qué tenerlas encendidas?; aquellos no tienen bolsillos y tú sigues con tu agujero de siempre en los tuyos; unos a rebuscar en la basura y nosotros a mirar el suelo y el cielo; ellos encontrando rica mierda y tú y yo una ración más de nada para el coleto. Rica.
Una rápida ducha y un poco de jabón. Ni hambre tienes. Te sientas ante el ordenador. Apagas la música y enciendes el enésimo cigarrillo. Escuchas tu respiración y el rumor de la máquina. Alguien empieza a tirar cohetes. Así es la vida: unos tiran cohetes, otros los miran y nosotros los oímos. Ya queda menos para salir a la noche. Ojalá y no quede ninguno por lanzar cuando salgas afuera.
Y entonces oyes la llegada del camión de la basura y decides irte a la cama.
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