sábado, 19 de agosto de 2017

MAL DE OJO

- De trescientos sesenta y cinco días que tiene el año -dije-...salvo veinte. Y me paso.

Jose se rió. Yo también. Todavía faltaba algo más de una hora para acabar mi turno en el bar. Me serví una copa e hicimos tiempo hablando del calor, las mujeres, las familias, Led Zeppelin y un faro en Groenlandia. Después lo acerqué a casa y me fui para la mía a escribir. Estaba abriéndose la puerta de la cochera cuando vi que del portal de enfrente emergía la irritante figura de uno que camina como si estuviera planeando en el aire. Iba con su hijito, como esta tarde en las cocheras, cuando a eso de las tres me vine con la excusa de cagar aunque más era para quitarme de en medio durante media hora. Me saludó como si fuera escuchando "El cóndor pasa" y haciéndole un gesto con la mano enfilé hacia mi plaza de garaje. Abrí la segunda puerta de acceso a mi bloque y casi estrello al chico del vecino que estaba detrás junto a su padre. "Perdón" dije con el pito en la boca. Pasé al ascensor y me miré en el espejo hasta que llegué arriba. Al final solté una tremenda mierda y volví para el bar.

Una sensación de pesadez, como de estar siendo objeto del conjuro de la rechazada mujer de ayer o víctima de un resfriado imposible no me había abandonado desde la tarde anterior. La noche había sido tan calurosa que por tres veces tuve que darle la vuelta a la almohada. Al menos no he despertado con una herida en la frente. Días hay en los que lo hago sangrando. Suelo morderme las uñas, pero a veces se me olvida. O eso o el conjuro.

El sistema del sábado en el bar es algo diferente al de los demás días. Para empezar, abro más tarde y soy yo el que friega; aunque Josemari, el merchero bueno, me echa una mano a cambio de un paquete de tabaco y cuatro perras. Luego voy a comprar y abro a eso de las diez y media. Y poco a poco, de uno en uno, van llegando los clientes del sábado a primera hora.

Café, periódico y silencio. La música country haciendo de ruido blanco. La tele en modo mute y en un canal olvidado de la mano del Gran Arquitecto. Uno en una esquina de la barra, otro en la otra y aquel en el ventanal. Yo en la cocina preparando el arroz del mediodía. El ciego que llega repartiendo bastonazos. "Aquí, Paco, aquí" Un "ponme" y un "¿que...?" que serán continuos mientras no tenga ganas de fumar. Luego algo, muy poco, y después una escapada para al menos poder cagar tranquilo en mi water.

Al kilo de arroz le sobraron casi tres cuartos. Mi hermano se llevó algo para su casa y el resto se quedó allí esperando a que lo tiraran por la noche. El arroz tiene su momento. Fuera de él sólo está para estómagos demasiado hambrientos por enfermos.

Jose llegó y poco a poco fue viendo algo. Le cuesta pasar de la luz a la penumbra. Ni los chicos de Montoro fueron capaces de negarle la jubilación prematura. Vamos a irnos un par de semanas a Las Vegas en cuanto nos toque alguna de los dos apuestas fijas que jugamos a la Primitiva desde hace año y medio.

Suele venir un par de veces por semana, aunque a veces no aparece ni en dos o tres: o su madre está un poco pachucha o ninguno de sus hermanos "puede" llevársela con ellos. Él se calla y lo acepta. Y luego bebe y me lo cuenta.

- Pues eso es lo que hay, Kufisto -dijo al acabar su relato
- Ya...
- ¿Y tú como vas?
- Una mujer me ha echao mal de ojo -insistí, ahora de viva voz
- ¿Otra? la madre que te parió...
- Pues sí
- No te queda mas solución que el faro
- Lejos
- Lejos
- Muy lejos
- Anda, Destroyer, quita la puta mierda que tienes puesta y pon a los Zeppelin
- Pues sí...pá cuatro que estamos
- Y después de Las Vegas a Groenlandia con tu puto faro.

- ¿Sabes? -le dije- De trescientos sesenta y cinco días que tiene el año...salvo veinte. Y me paso.










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