El joven malagueño estaba realmente emocionado. Nada más acabó de tragar el último pedazo de la enorme pizza, y casi con lágrimas en los ojos, se acordó de todos aquellos que en sus inicios se reían de él. Luego vinieron los agradecimientos a la familia y a la tierra que le voy nacer. Y por último una fotografía realizada por la sorprendida encargada del local: había sido el primero en conseguirlo sin la ayuda de pareja alguna y figuraría en el cuadro de honor reservado a aquellas que lo habían logrado antes que él. Se despidió de nosotros anunciando que pronto terminaría su largo periplo por Estados Unidos y pidiendo por favor que le diésemos al like del vídeo, que nos suscribiéramos al canal y que compartiésemos la nunca vista hazaña.
Todavía era temprano para ir a la cama y recargué la página de recomendaciones. Uno de los vídeos era el del entierro de Sigfrido con la vibrante dirección de ese alemán con cara de resaca. Volví a verlo. La música es aún más enorme que aquella pizza y los planos del director de orquesta acongojantes. No hay pose alguna en ellos; está tan traspasado que hay momentos en los que el rostro está desencajado. En mitad de la interpretación, de puro entusiasmo y sin darse cuenta, golpea con la cintura el atril que cae con la partitura causando un sonido seco. Sin inmutarse continúa adelante hasta el final. Una vez más eché un vistazo a su trágica vida. El éxito le había llegado al final, justo cuando peor estaba de salud. De nervios frágiles, tímido y propenso a la depresión se había negado en varias ocasiones salir a escena, dejando colgado a todo el mundo. Pero aquella noche en Tokio dirigiendo a la Filarmónica de Londres no le importó tirar abajo el atril. Estaba dominado por la pasión.
Abrí tema en un foro con el vídeo en cuestión, lamentándome por aquella Europa perdida. Pronto, y para mi sorpresa, comenzaron a llegar respuestas y agradecimientos. Poco después vi en otro foro el recientísimo vídeo donde un francés presentaba su candidatura a la República. Se parecía al señor Burns, el de los Simpsons. Aureolado por la mayestática música de la séptima de Beethoven, con imágenes intercaladas de la Francia de hoy y la de ayer, sentado a la mesa de un despacho de corte clásico lleno de libros, leía de unos folios una declaración con tono grave y sin mirar a la cámara, detalle que me gustó. Sólo al final alzaba la cabeza, miraba a la cámara y pedía el apoyo del pueblo "por la República, pero sobretodo por Francia", acabando con un "¡viva Francia!" que arropado por la emocionante música resultaba de tanto efecto que abrí otro tema en el foro consiguiendo, esta vez sí, el esperado aluvión de opiniones.
Y así las cosas, apagué el ordenador un poco más tarde y ya en la habitación me apliqué la pomada mágica para la dermatitis seborreica, me puse el gorro de ducha y me metí en la cama conciliando el sueño más pronto de lo habitual.
A eso de las cinco me despertaron los arañazos de la gata en la puerta. Con tono lastimero, como siempre hace, pedía entrar de la misma manera que cuando voy a dormir. Pero entonces no le hago caso y no tarda en abandonar la intentona. Otra cosa es cuando se despierta con el salón ya frío. No le basta la manta que dejo sobre el sofá y quiere amanecer conmigo. Y ahí sí que no me queda otra alternativa, pues su insistencia es feroz. Me levanto, abro la puerta, aprovecho para mear y pasamos juntos la última parte de la fría y oscura noche. En una especie de duermevela, entre sueños tan vívidos como desconcertantes, transcurre la hora y media restante en el despertador.
Extrañamente lúcido para la temprana hora, niego la entrada al bar a un desconocido que asoma por la puerta preguntando si está abierto, que se va sin rechistar. Quince minutos pasan hasta que con todo lo necesario colocado en su sitio enciendo las luces y subo las persianas.
El primero en entrar es un camarero. Pide café y charlamos del frío. Viene con las manos ateridas tras quitar el hielo del parabrisas de su coche. "El invierno se ha adelantado este año", digo, y él comenta algo que anoche vio en televisión, unos vientos huracanados en Turquía que habían derribado camiones y campanarios. Y entonces va y suelta que deberíamos hacer caso a esa chica.
- ¿Qué chica? -pregunto con un resquemor casi perceptible atravesando mis venas.
- La chica esa -dice- La del cambio climático.
- ¿La Greta no sé cuantos?
- ¡Sí, esa!
- ¡Esa hija de la grandísima puta!
Y en un instante salta por los aires todo el estado zen en lo referente a actualidad que he guardado durante todos estos últimos años.
Por un momento parece no comprender y llego a creer que piensa que estoy de cachondeo. Pero enseguida se da cuenta de que voy en serio, de que me estoy cagando en la maldita joven y en todos los que la apoyan y sustentan, de las marionetas que desde las jodidas televisiones nos dicen qué creer y qué opinar, de las putas madres de chinos e indios que contaminan más que nadie mientras nosotros hacemos el subnormal abrasados por los impuestos, de las veces que nos aseguraron que tal zona estaría inundada o desértica para tal año y resultó mentira, de la manada de bastardos que viven como Dios de lo que nosotros pagamos y encima pasando por ser los buenos de la historia mientras no dan un palo al agua, de como la gente joven tiene que comer como un animal en la jungla para ganar algo de dinero fuera de este país cuencoarrocista, de como hay que beber hasta perder el oremus para escribir algo con lo que sobrellevar el viaje en esta infecta sociedad...Me quedo como Dios, paga y se va.
Y si este es nuestro entierro que al menos sea sonado.
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